Hugh Salvin en Santa Cruz de Tenerife, 1824

 
Por Alastair F. Robertson  (Publicado en inglés en el número 604 de Tenerife News el 29 de junio de 2018) Traducción de Emilio Abad.
 
 
          El 5 de enero de 1824 el HMS Cambridge, bajo el mando del Capitán Thomas Maling  se hacía a la mar desde Inglaterra rumbo a Sudamérica llevando a bordo a cuatro nuevos cónsules británicos, sus familias y sus auxiliares, que hacían un total de 72 pasajeros, a las recién declaradas repúblicas independientes de Argentina, Uruguay, Chile y Perú.
 
          El capellán de la nave era el reverendo Hugh Salvin, que más tarde llegaría a ser el vicario en la iglesia de la ciudad en la que resido. El reverendo Salvin escribió un diario recogiendo los pormenores del largo viaje de tres años, que, bajo el título de Diario escrito a bordo del HMS Cambridge desde enero de 1824 a mayo de 1827, publicó en 1829. Entre otros temas, que incluyen la guerra de independencia chilena entre las fuerzas del gobierno español y las rebeldes mandadas por Simón Bolívar, Salvin escribió sobre su breve visita a Tenerife.
 
Sta Cruz 1833 Custom
 
Tomado del libro Santa Cruz de Tenerife a través de la Cartografía, de Juan Tous Meliá (1994)
 
         
          Muchas de las cosas que vio, y que eran nuevas para él, nos resultan familiares hoy en día. Por ejemplo, nos es difícil imaginar que un plátano, una naranja o los limones constituyan una curiosidad, o que uno se quede fascinado contemplando esa extraña criatura llamada camello. El reverendo Salvin era un poco presuntuoso y quedó desfavorablemente impresionado por la falta de cultura de las clases inferiores, pero yo me pregunto como sería la Inglaterra de su tiempo.
 
          Un día el reverendo Salvin y algunos de sus compañeros salieron de Santa Cruz con intención de llegar a La Laguna, pero desistieron y no acabaron la jornada, aunque había, a determinados intervalos, paradas de descanso en la carretera donde los viajeros podían comprar refrescos. Pero dejémosle a él que nos relate sus experiencias con sus propias palabras, tras dejar la isla de La Palma el 21 de enero de 1824. En su diario se lee (las cursivas son mías):
 
          “La majestuosa cumbre del Pico (Teide) se veía claramente delante de nosotros. Hacia mediodía navegábamos cerca de la isla (de Tenerife) y todos los anteojos empezaron a examinar el aspecto del país. Por el lado de Santa Cruz, hacia donde nos estábamos aproximando, la isla entera parecía acabar en unas ásperas montañas (las Anagas), cuyas cumbres parecían estar cubiertas de higueras, pero las laderas presentaban muy poca, o ninguna, vegetación.
 
           Bastante avanzada la tarde echamos el ancla en una profundidad de cuarenta brazas (unos 75 metros).
 
          22 de enero- Esta mañana, poco después de las nueve, fui en el bote del capitán con Mrs. Mailing (la esposa del capitán), Mr. Nugent y Mr. y Miss Rowcroft a visitar la ciudad. En primer lugar nos dirigimos  a la casa del cónsul inglés, quien nos recibió muy cortésmente y nos obsequió con naranjas, plátanos y pasteles. Su casa, que es una de las mejores de la ciudad, se compone de varias habitaciones grandes, cuyas paredes están todas blanqueadas; las sillas y mesas del mobiliario son es inglesas, sin alfombras ni cortinas y grandes ventanas de tosco aspecto. Luego fuimos a efectuar una visita de cortesía al gobernador.
 
          Tan pronto como finalizó la visita, enviamos a por los burros que debían transportar el grupo hasta Lagano (la Laguna). Como a Mrs. Maling no le gusta montar en burro, ella y yo decidimos ir andando, dejando que el resto nos siguiera. Cuando habíamos caminado más o menos una milla, apareció Mr. Rowcroft, majestuosamente montado en un camello, sentado en un lado del cestón, y el conductor, para equilibrarlo, en el otro. Cuando nos alcanzaron, el conductor cedió su lugar a Mrs. Maling. 
 
          Estos camellos, de los que hay muchos en la ciudad, son bastante más pequeños que los que se encuentran en las costas mediterráneas. Son unas criaturas dóciles y pacientes. Al arrodillarse para recibir la carga, lo hacen  con las patas delanteras y las traseras, pues sus duros huesos son lo suficientemente largos como para permitir que sus rodillas lleguen al suelo. Resulta curioso escucharles beber el líquido que guardan en sus estómagos: un sonido de borboteo nace de sus entrañas, parecido en cierto modo al que hace una vaca cuando rumia.
 
          Cuando habíamos subido por la montaña hasta la primera estación y tomado algo de leche de vaca y pan suministrados por unos cabreros que se encontraban allí, nos preguntamos seriamente si merecía la pena seguir más adelante. Desde la estación se contempla una magnífica vista de Santa Cruz, y las montañas se  muestran en su salvaje esplendor, puntiagudas, ásperas y casi desprovistas de verdor. La carretera por la que habíamos ascendido es extremadamente pendiente y tosca, llena de fragmentos sueltos que una vez fueron lava. Hacia su parte baja, cerca de la ciudad, hay una gran cantidad de piedras blanquecinas, toba volcánica, que se usa mucho en la construcción de edificios.
 
          Al regresar a la ciudad visitamos un jardín en las afueras, en el que crecen en abundancia limoneros, cocoteros y rosales.
 
          Visité dos de las Iglesias; son hermosas, pero algo ostentosas, con una gran cantidad de adornos sobre el altar, suelo de ladrillos y repletas de exvotos de cera. En una de las iglesias un niño, con la cara descubierta, se exponía en una caja muy adornada y con el interior forrado de seda; había muerto la misma mañana y lo enterraban a las cuatro de la tarde. Conversé un poco con dos sacerdotes que se encontraban en la iglesia; eran educados y bastante inteligentes. 
 
          Considerados en conjunto, los habitantes parecen perezosos. Me contaron que nadie de las clases bajas sabe leer o escribir; incluso pocos de los tenderos pueden firmar con su nombre y llevar las cuentas.
 
          23 de enero. Bajamos a tierra y pasamos unas pocas horas coleccionando minerales de la isla.
 
          Ayer visité un museo perteneciente a Mr. Migliorini, natural de Verona, que hace mucho tiempo fijó su residencia en Santa Cruz. Nos mostró una especie de momia, pues los primitivos habitantes, los guanches, conocían el arte de la momificación;  se encuentran en cuevas en las partes más inaccesibles de las montañas. Parece una masa de huesos secos envueltos en pergaminos. En la misma caja había un pegote de bálsamo (o como se le quiera llamar) negro, que se dice se utilizaba en el proceso de embalsamamiento.
 
          Me cuentan que la nieve no permanece todo el año en lo más alto del Pico (Teide). Paseé por la cubierta de noche; el cielo estaba totalmente despejado y las estrellas brillaban; es casi imposible dar una idea de la suavidad balsámica del aire.
 
          24 de enero. De nuevo nos hacemos a la vela tras reavituallarnos de agua, carne fresca, etc.”
 
          Tan sólo me hubiese gustado que el reverendo Salvin llegase hasta La Laguna y que su estancia hubiese sido más larga para que nos hubiese descrito la isla y su vida. Tenerife hace 200 años era un mundo totalmente distinto.
 
Una triste postdata: Thomas Rowcroft, el cónsul destinado a Perú, fue alcanzado accidentalmente por un disparo efectuado por uno de los hombres de Simón Bolívar y murió poco después.
 
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