256 años del fallecimiento del Teniente General don Antonio Benavides, un canario universal

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en La Opinión el 9 de enero de 2018).
 
 
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          Una parte preocupante de la población española padece la falta de identidad nacional, de apego al sentimiento patrio, a nuestros símbolos, a nuestra historia, a nuestra esencia como nación. Son diversos los motivos por los cuales se ha llegado a este extremo, inaudito prácticamente entre las naciones del mundo. Pero, sin duda, uno de ellos es el desconocimiento de nuestra Historia, o la asimilación distorsionada, cuando no falseada, de la misma. Por eso considero tan importante rescatar y divulgar por todos los medios posibles aquellos acontecimientos históricos que hicieron grande a España, así como recuperar la memoria de aquellos hombres y mujeres que contribuyeron a elevar nuestra nación. Es el caso de don Antonio Benavides, un canario universal, matancero de pro, teniente general de los Reales Ejércitos, que tal día como hoy de hace 256 años, el 9 de enero de 1762, a los ochenta y tres longevos años de extraordinaria existencia, falleció en esta capital de Santa Cruz de Santiago de Tenerife. Que sirvan estas letras de homenaje a su memoria. 
 
          Nació Benavides en el seno de una familia de agricultores de economía acomodada, en el tinerfeño lugar de la Matanza de Acentejo, el 8 de diciembre de 1678. Fueron sus padres doña María Francisca de Molina y Ossorio y don Andrés de Benavides Bazán. Según la historiadora Ana Lola Borges, fruto del matrimonio nacieron ocho hijos; sin embargo, la también historiadora Ana Rosa Pérez Álvarez atribuye al matrimonio no ocho, sino diez hijos. En cuanto a lo que nos ocupa, este detalle es lo de menos. De ellos se tiene la certeza que don Antonio tuvo dos hermanos sacerdotes y dos hermanas religiosas. Como curiosidad, dado que ambas hermanas profesaron en el convento de Santa Clara de San Cristóbal de La Laguna, es natural que conocieran y convivieran con sor María de Jesús (marzo 1643-febrero 1731), en los últimos años de vida de "la Siervita". 
 
          Ya era el joven Antonio, a sus veinte años, una persona culta y de gran lucidez, cuando un oficial de la Bandera de La Habana, ocupado en menesteres de captación de mozos por el norte de la isla, se hospedó en casa de la familia Benavides, circunstancia normal en la época, dada la condición de alférez de milicias de don Andrés. Al conocer el oficial las virtudes y talante del matancero, le instó a que se enrolase en los Reales Ejércitos. Debió aflorar, durante aquellas conversaciones, la vocación castrense en Antonio, puesto que, en condición de cadete, con cien jóvenes más, partió Benavides del puerto de Santa Cruz hacia La Habana, en el verano de 1699.
 
En el transcurso de la Guerra de Sucesión, salvó la vida de Felipe V
 
          Tres años después de su llegada a Cuba, ascendido a teniente, viajó a Madrid, como parte de los refuerzos solicitados por Felipe V —al estallar la Guerra de Sucesión (1701-1713)—, siendo destinado a uno de los regimientos de dragones de la Guardia de Corps. La determinación de Benavides  le valió ascensos por méritos de guerra y la felicitación personal del Rey en dos ocasiones. Hasta que se dio una circunstancia que marcó el destino del matancero. Fue la gélida tarde de 10 de diciembre de 1710, en Villaviciosa de Tajuña, Guadalajara, cuando se enfrentaban el ejército borbónico y el aliado del archiduque Carlos, con fuerzas muy igualadas, en un combate trascendental, dado el avanzado estado de la guerra. Al mando de la caballería del ala derecha, el teniente coronel Benavides se percató de la diana tan clara que ofrecía a los artilleros enemigos el enorme caballo de pelaje blanco que montaba el Rey –el único de ese color de todo su ejército–, cuanto más al estar situado en un emplazamiento elevado, acompañado de sus generales. Benavides dejó la formación y cabalgó hasta el elevado puesto, y advirtió al Monarca de tan peligrosa coyuntura. En cuanto don Felipe reconoció el peligro que corría su vida, Benavides se ofreció a cambiarle el equino. Apenas transcurridos unos minutos, el regio caballo blanco fue alcanzado por una granada enemiga que lo mató, hiriendo gravemente a su nuevo jinete. Al término de la contienda victoriosa, el propio Rey, al preguntar por Benavides, ordenó que se le buscase entre los cuerpos que yacían en el campo de batalla. Fue encontrado con apenas un suspiro de vida, que pudo salvarse por la enconada intervención de los cirujanos del Monarca. Padre llamó en público, desde entonces, Felipe V a su salvador, con quien estrechó una sincera amistad. 
 
Capitán General y Gobernador de la Florida, Veracruz y Yucatán
 
          Aun alcanzando elevada transcendencia el capítulo de Villaviciosa de Tajuña, fue en la América española, en el virreinato de la Nueva España, donde Benavides mostró sobremanera sus extraordinarias virtudes castrenses y políticas, así como su absoluta honestidad, y su bondad, que lo llevó a deshacerse de todas sus pertenencias, a favor de todos aquellos que tocaron en su puerta, conocedores de su generosidad sin límites. 
 
          Dos años después del término de la guerra, ya ascendido a brigadier de Caballería, Benavides descansó una temporada en su patria chica. Fue estando en la Matanza de Acentejo cuando recibió su nuevo destino, en misiva fechada el 24 de septiembre de 1717: Capitán General y Gobernador de la Florida, la provincia más al norte del virreinato de Nueva España, conocedor el Soberano del talento y honradez de a quién encomendaba aquella responsabilidad. San Agustín de la Florida estaba inmerso en una suerte de tramas corruptas, principalmente de contrabando, en el que estaba implicado el depuesto gobernador Juan de Ayala Escobar. 
 
          Benavides cortó de raíz toda corrupción, destituyó y encarceló a los implicados, y recompensó a los funcionarios de probada honradez y lealtad a la Corona. Con suma eficacia estableció el orden y controles eficaces en aduanas. Entre sus prioridades estuvo el afrontar los innumerables conflictos con las beligerantes tribus indígenas. Al poco de su llegada a la Florida, el fuerte de San Luis de Apalache (también la misión y el poblado de civiles), en la frontera norte, fue atacado y destruido por los indios apalaches, una tribu sumamente violenta. Lejos de plantearse la recuperación del fuerte y de los prisioneros, con el concurso de un fuerte contingente militar —circunstancia que hubiese desguarnecido San Agustín—, hasta allí se fue con la sola compañía del capitán Primo de Rivera, comandante de aquel puesto, y algunos intérpretes indígenas. A priori, nadie hubiese creído que, sin hacer un disparo, el nuevo Gobernador de la Florida restituyese la situación, e hiciese de aquella tribu un fiel aliado del Reino de España, como lo fueron todos los pueblos aborígenes de aquella enorme provincia española al norte del Nuevo Mundo.
 
          Benavides permaneció quince años en la Florida, cuando lo preceptivo eran cinco, y cuando el deseo del tinerfeño era regresar a la España peninsular. Un total de treinta y dos permaneció en las Indias, como primera autoridad, sumando su estancia en Veracruz  (marzo 1733-febrero 1742) y en la provincia del Yucatán y San Francisco de Campeche, ya ascendido a teniente general, (marzo 1742-diciembre 1748), con absoluta eficacia militar y política.  Durante su estancia en Yucatán, transcurriendo la Guerra del Asiento (1739-1748), al frente de un escaso ejército regular, reforzado por milicias campesinas, blindó las costas de Tabasco y Honduras, que sufrían las constantes incursiones de la Armada británica, así como de corsarios al servicio de la Corona de la Pérfida Albión. Estableció puertos de avituallamiento y refugio para los navíos de la Armada Española, fundamental para la defensa de aquella zona. En este periodo, ya reinando Fernando VI, colaboró estrechamente, a través de una fluida relación epistolar, con el Marqués de la Ensenada, por entonces Secretario de Hacienda, Guerra y Marina e Indias (con quien hizo gran amistad), a quien el Rey había encomendado la recuperación de la Armada, lo que se logró de forma extraordinaria. Sin duda, la experiencia de Benavides contribuyó al éxito de aquella reconstrucción.
 
De vuelta a la tierra natal, la Patria chica
 
          Al fin, en febrero de 1749, a sus setenta y un años, partió Benavides de San Francisco de Campeche, rumbo a la península. Centenares de indígenas y lugareños de toda condición lloraron en el puerto la ida de su amado benefactor.  Viajó a la Corte tan sólo con un viejo uniforme  y una bolsa de monedas que asegurasen su subsistencia y la de Antonio Quijada, su fiel criado africano, que lo fue hasta el final de sus días. Tuvo que prestarle un uniforme en condiciones su buen amigo el Marqués de la Ensenada, para presentarse ante el Rey, que lo agasajó, ofreciéndole la Capitanía General de Canarias, agradeciéndole su encomiable servicio a la Patria y su loable lealtad a su padre Felipe y a él mismo, a lo largo de tan dilatada y brillante carrera militar. Sin embargo, don Antonio rechazó respetuosamente la oferta, pues sólo deseaba descansar y pasar los años que Dios quisiera alargar su vida en su tierra natal, en su patria chica. 
 
          Regresó a Santa Cruz de Tenerife —ya nadie le quedaba en La Matanza—, y se hospedó en el hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, ocupando una austera habitación. Repartió su pensión entre los chicharreros más necesitados, así como entregó su pistola y su sable para que fueran empeñados por una familia en apuros. Fue muy reconocida su colaboración —dada su gran experiencia—, con las autoridades locales en la mejora de la relación comercial con la España a la otra orilla del Atlántico. No cejó en su actividad el viejo soldado, hasta que el 9 de enero de 1762 fallecía nuestro paisano don Antonio Benavides Bazán y Molina, a sus muy longevos ochenta y tres años. Tal como dejó escrito en su testamento, fue enterrado vestido con el hábito de la Orden Franciscana, abrazado a su fe católica, a la misma entrada de la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción de Santa Cruz. La historiadora Ana Rosa Pérez Álvarez, en la Memoria de restauración de la lápida de su enterramiento, en 2010, reproduce la muy significativa narración que del hecho hizo don Lope Antonio de la Guerra y Peña:
 
                    "Falleció en Santa Cruz el Excelentísimo Señor Don Antonio de Benavides Theniente General de los Reales Exércitos, cuyos servicios en la Guerra, en tiempo del Reynado del Señor Don Phelipe V, i servicio de otros distintos empleos con un extraordinario desinterés, le conduxeron a dicho grado. Retiróse ya cargado de años a esta Isla, como que era su patria, hizo habitación suya el Hospital de Santa Cruz, i gastó todo su caudal en socorrer a los Pobres, i murió como tal, i amortajado en el hábito del Patriarca San Francisco le enterraron en la Parroquial de dicho Lugar sin más aparatos que los precisos para qualquier particular".
 
          Así reza la lápida que hoy puede apreciarse, justo a la entrada principal del histórico templo:
 
AQVI IACE
EL EX. S. D. ANTON. BENAVIDE.
TEN. GRAL. DE LOS R. EGERC.
NATL DE ESTA ISLA DE
TENERIFE.
VARON DE TANTA VIRTVD
QVANTA CABE POR ARTE Y
NATVRALEZA EN LA
CONDICIÔN MORTAL
FALLECIO
AÑO DE 1762
 
          Nunca se casó don Antonio, consagrado al servicio a Dios y a la Patria. De él no se conserva ningún retrato, pues antes de gastar un real, en lo que debió considerar una frivolidad, dio de comer a cuantos necesitados se le acercaron. 
 
          Novela ya tiene don Antonio; el monumento a su memoria aun se le debe, esperemos que por poco tiempo.
 
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