La fascinación del Teide

 
Por Alastair F. Robertson  (Publicado en inglés en el número 500 de Tenerife News el 8 de diciembre de 2017).Traducción de Emilio Abad.
 
 
El Teide nevado Custom 
         
 
          Con una elevación de unos 3.700 metros, el Teide es el monte más alto de España. Se asienta en una depresión geológica conocida como “Las Cañadas”, que es un gigantesco domo de piedra que se vino abajo; de hecho el Teide no es un único volcán, sino el último de una serie, algunos de los cuales se encuentran enterrados bajo el cono actual, mientras que otros, como el Pico Viejo, el Pico Cabras y la Montaña Blanca aún son parcialmente visibles. Algunos vulcanólogos han clasificado al Teide como unos de los mayores volcanes de la Tierra, de la misma categoría que los Fujiyama, Hekla, Kilimanjaro, Etna y Vesubio. La vista desde su cima es espectacular. Sabino Berthelot, un naturalista francés que pasó muchos años en Tenerife en la década de los 20 del siglo XIX, estimó en unas 300 millas el alcance de la vista desde la cumbre.
 
          Teide fue el nombre primitivo que se le dio porque sus fumarolas, vapores, humos, ruidos internos y, en ocasiones, llamaradas, hicieron creer a los guanches que allí se encontraba el Infierno. La peor erupción en la historia reciente del Teide tuvo lugar en 1706, cuando la lava procedente de una boca cercana a su pié casi destruyó la localidad de Garachico, con su pujante puerto, y cambió la forma del litoral. Desde entonces, de vez en cuando han erupcionado alrededor del Teide otros volcanes subsidiarios; así sucedió en 1798 con La Narices del Teide,  exactamente al Oeste y cerca de ls cima del Pico Viejo, que emitió lava por vez primera desde hacía 92 años, y más recientemente el Chinyero, situado a 11 kilómetros al Oeste del Teide, pero no lejano en términos geológicos, que erupcionó en noviembre de 1909. Se llevó a cabo un moderno estudio científico de la erupción y, dado que no encontrábamos en la era de la fotografía, muchas instantáneas se convirtieron en tarjetas postales.
 
          En tiempos lejanos, el Teide se cubría de nieve a menudo, lo que le daba la apariencia de una pirámide blanca. Quizás ello condujo a que marineros de los tiempos prehistóricos y clásicos rememorasen leyendas sobre una blanca pirámide que se levantaba en los confines de la Tierra, y que era visible en la lejanía desde las rutas marineras, naciendo así la leyenda de la Atlántida y sirviendo de modelo a las pirámides de piedra blanca de la orilla occidental del Nilo, donde los egipcios enterraban a sus muertos y donde se acuñó la frase “se fue al Oeste” en recuerdo de alguien o algo que ya no existía.
 
          El Teide ha sido una fuente de inspiración para mucha gente. En 1791, el teniente Peter Rye, oficial de la Royal Navy británica, y el botánico Mr. Burton llevaron a cabo una ascensión. Tras obtener la autorización del gobernador de la isla, se pusieron en marcha un día de abril. Los guías locales debían pensar que aquellos ingleses estaban locos y en un momento determinado de la subida quisieron regresar. La enrarecida atmósfera se hizo notar y mientras el equipo ascendía, Mr. Burton sintió “opresión en los pulmones” y el teniente Rye pinchazos en los ojos y nariz. Después de frecuentes altos para descansar y mucho esfuerzo agotador, que Rye detalló minuciosamente, el grupo alcanzó la cumbre del Teide, donde, al borde del cráter, descrito por Rye como “este colosal prodigio de la naturaleza”, sufrieron temperaturas extremadamente bajas.
 
           El 17 de junio de 1799,  Alexander von Humboldt, el famoso científico y explorador, y su acompañante Aime Bonpland, arribaron al puerto de Santa Cruz. Desde la cubierta de su barco divisaron el Teide, cuya blanca superficie de pómez en la cima les confundió, haciéndoles creer que estaba cubierto de nieve. Como parte del programa de su estancia en la isla, proyectaban subir al monte, de manera que se dirigieron directamente a las Cañadas. El 21 de junio, tras hacer una acampada nocturna al pie del Teide, alcanzaron la cima, donde Humboldt observó la existencia de “fuego y agua rugiendo bajo la superficie… Detecté vapor escapándose por toda la zona”.
 
          Dos días después regresaron a la civilización y Humboldt escribió: “La pasada noche regresé de una excursión al Pico ¡Qué lugar tan fantástico! ¡Qué bien lo pasamos! Descendimos algo por el interior del cráter, quizás más de lo que haya hecho antes cualquier científico viajero. No hay mucho peligro, y tan solo te sientes desconcertado por el calor y el frío; los calientes vapores sulfurosos abrían agujeros en nuestras ropas, mientras que las manos se nos helaban y entumecían”
 
          Humboldt se marchó muy bien impresionado de Tenerife y, en particular, del Valle de la Orotava, del que dijo: “Casi podía llorar ante la perspectiva de abandonar este lugar; sería totalmente feliz si me asentase aquí”. Hoy estaría contento al conocer que el Parque Nacional del Teide forma parte del municipio de La Orotava.
 
          Las experiencias de una posterior expedición científica al Teide fueron algo contradictorias. El 21 de agosto de 1845 miembros de la guarnición española de Tenerife partieron del Puerto de la Cruz, entonces denominado Puerto de la Orotava, para subir al Pico. La expedición estaba motivada en parte por el deseo de igualar el interés mostrado por gentes de otras nacionalidades, especialmente ingleses, franceses y alemanes, sin que por parte española pareciese existir el más mínimo. El equipo tomó las temperaturas a diferentes altitudes, hizo anotaciones sobre la vegetación, el fenómeno de las formaciones de nubes que se localizan en el valle de la Orotava, las corrientes de lava y la geología en general. El diario que redactaron constituye un relato hora a hora, casi minuto a minuto, de su marcha. Hicieron alto en una fuente para abastecerse de agua, y su primer descanso nocturno lo efectuaron en un caserío llamado Palo Blanco, desde donde continuaron la subida a las tres de la madrugada. La desigual superficie pétrea sobre la que caminaban fue descrita como “pan de azúcar”, que suena a algo pintoresco, pero que seguramente no permitiría u fácil desplazamiento. También había que evitar las piedras sueltas. El grupo pasó junto a una cueva de hielo que era explotada por los naturales. Un lugar de descanso se llamaba la “Estancia de los Ingleses”, lo que debía parecerse al hecho de encontrar el viejo graffiti que reza: “Kilroy estuvo aquí”.
 
          Una vez superado El Portillo, las Cañadas se describieron como de “horrible aspecto”, y conforme el grupo ascendía, tres de sus miembros sufrieron el mal de altura, dificultades en la respiración y debilidad. Una vez alcanzado el borde del cráter, su aspecto era “temible”, la temperatura de unos 6 grados centígrados y podían verse en su interior columnas de vapores sulfurosos. De nuevo se sintieron dificultades en la respiración, pero sus efectos no fueron de larga duración, y la expedición regresó al Puerto de La Cruz sin novedad y satisfecha de lo llevado a cabo.
 
          Poco más de diez años después, la descripción de otra expedición hizo parecer a las laderas inferiores del Teide como un campamento de vacaciones. En 1856 el inglés Charles Piazzi Smyth, astrónomo real de Escocia, con la ayuda de una donación de 500 libras, realizó un viaje científico a Tenerife con objeto de llevar a cabo observaciones de las estrellas. En un principio, él y sus compañeros .entre los que se incluía su esposa Jessie, con la que acababa de contraer matrimonio, levantaron su campamento, con un telescopio astronómico, en la Montaña Guajara, a unas cuatro millas al Sur del Teide, pero se encontraron con que el polvo dificultaba las observaciones, por lo que se trasladaron a Alta Vista, donde permanecieron un mes, durante el cual dedicaron un día a ascender al Teide.
 
teide-tajinaste-rojo Custom
 
          La fascinación por el Teide aún existe, pero, debido a la moderna tecnología, todo ha cambiado. Viajar es menos heroico y menos romántico, y muchas personas pueden visitar lugares que antes eran inaccesibles. Ello ha llevado a que legendarias maravillas naturales como el Monte Everest o el Teide se consideren hoy simplemente como escenarios para películas de aventuras. Una vista aérea actual del Teide nos presenta la carretera de asfalto, cientos de coches y autobuses aparcados, el restaurante en El Portillo, el Sanatorio, el Hotel Parador y el teleférico que casi llega a la cima. ¿Qué pensarían de ello los antiguos exploradores?  Y más aún, que sentirían los neolíticos guanches, vestidos con píeles de cabras, al ver destrozado el mito de su antiguo Infierno?
 
- - - - - - - - - - - - - - - - -