Antiguos gabinetes en Canarias: la historia menos conocida de nuestro patrimonio

 
Por Fátima Hernández Martín (Publicado en la página web de Museos de Tenerife y en el Diario de Avisos en diciembre de 2014).
 
 
 
          Dicen que, a mediados del siglo XVIII, cuando los aires renovadores de la Ilustración recorrían Europa, sembrando el Viejo Continente de gabinetes reales o privados, al amparo -no siempre- de soberanos ilustrados, y las sociedades científicas y academias ponían luz donde habían sombras, ya se tenían noticias de un coleccionista, el teniente coronel D. Gabriel Román, que poseía momias y algunas piezas de historia natural (fauna, flora y gea) en su casa solariega, sita en Santa Cruz de Tenerife, que despertaban la curiosidad de muchos visitantes de las Islas.
 
          Con el paso del tiempo, ya en la segunda mitad del siglo XIX, el desarrollo europeo de las ciencias naturales y sociales cobró especial impulso. Este movimiento arraigó en científicos canarios, sobre todo en aquellos que trataban de implantar el estudio de la prehistoria e historia de Canarias (Fariña González, 1993). Fueron etapas en las que surge en el Archipiélago el interés por coleccionar diversos materiales, relacionados con la historia natural, antropología, etnografía e historia de Canarias, consolidándose, al tiempo, iniciativas cuyo objetivo era dotar al Archipiélago de un conjunto de entidades científicas, bajo el concepto de gabinetes o museos, evidentemente a la usanza de otrora, decimonónica para ser más exactos, pero con ilusión y empeño, incluso -en ocasiones- ante la impotencia de ver cómo el patrimonio se marchaba fuera, de la mano de algunos que visitaban Canarias. 
 
          Si hacemos algo de historia, cabe recordar que, a principios del siglo XIX, según relata Cioranescu (1979) un caballero de nombre Juan de Meglioriny y Spínola, a la sazón coronel del regimiento de Ultonia, tenía en su casa del popular barrio del Toscal una importante colección de historia natural, así como diversos objetos de cultura guanche (entre otros una interesante momia), que llegó a alcanzar tanta fama -otrora- que era frecuentemente visitada por viajeros que pasaban por Tenerife. Citemos el caso de  Jules Dumont d’Urville, marino francés, naturalista y filólogo que, entre el 13 y el 21 de junio de 1826, en ruta a la búsqueda de la perdida expedición de La Pérousse, y durante la escala en Tenerife del l’Astrolabe, barco en que viajaba, visitó dicha casa, quedando entusiasmado por la mentada colección.
 
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Jules Dumont d'Urville
 
 
          En relación a esto nos preguntamos si también la visitarían algunos de los expedicionarios que durante seis días también descansaron en Tenerife de camino hacia la América meridional, bajo las directrices de Alcide Dessalines d’Orbigny ese mismo año. Cuentan que Meglioriny, que había casado con Dª María del Castillo Iriarte, no mantenía buenas relaciones con su familia política, con la que tenía frecuentes pleitos especialmente después de la muerte de su esposa. Esto llegó a provocar que, entre otras cuestiones, tras el fallecimiento de Don Juan, hecho que pudo haber ocurrido entre 1837-1839, todas sus pertenencias se pusieron en venta, siendo su albacea testamentario D. Ángel Geraldy. Finalmente dichas propiedades, incluyendo una casa del barrio del Toscal, en la calle Santa Rosalía nº 47 fueron sacadas a subasta pública a fin de hacer frente a las numerosas deudas que dejó contraídas el difunto. El resto de bienes también tuvo la misma suerte, según refleja un aviso hecho público, en 1837, por el periódico El Atlante (fechado el 31 de marzo, nº 18). Dicho aviso decía así:
 
                    "… desde el día 2 del próximo mes se venden al público todos los muebles, enseres y otras cosas curiosas pertenecientes a la testamentaría del difunto coronel D. Juan de Meglioriny, y entre lo que se encuentra un hermoso gabinete de historia natural…Todas las tardes se abrirá  a la venta desde las 4 de la tarde hasta las 7 en la casa que fue de habitación del referido Coronel, sita en la calle de S. José de esta villa n. 15…"
 
          Señalar que había por entonces otro caballero, de nombre Sebastián y apellidos Pérez Yanes, hacendado de Tacoronte, que había sido subteniente de milicias, conocido con el apodo cariñoso de Sebastián Casilda o Sebastián el de Casilda que, dado su interés por todo tipo de objetos, adquirió finalmente dichos bienes, iniciando un museo, denominado popularmente Gabinete Casilda,  de gran interés entonces y triste destino en la historia de nuestro pueblo. D. Sebastián era hijo del capitán Sebastián Yanes y Dª Josefa Hernández que, vecinos de Santa Cruz, pasaban largas temporadas en Tacoronte, en cuya casa solariega (calle Real del Calvario), su hijo Sebastián logró gestar dicho gabinete con piezas de historia natural y variados objetos etnográficos, dada su actitud autodidacta y fervor patrio, a pesar que D. Sebastián carecía de estudios especializados. Pero corrían malos tiempos y debido a las deudas contraídas con un comerciante, de origen inglés, llamado D. Diego Lebrun, no le quedó más remedio que nombrarle heredero universal, quedando como legítimo propietario de todas sus posesiones, incluida la colección.
 
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          Por este motivo y tras el óbito de Casilda, acaecido el 21 de abril de 1868, la familia Lebrun, en concreto uno de sus parientes, D. Carlos Alfredo Le Brun y Rudall optó por vender el gabinete, recibiendo ofertas de compra de dichos materiales, que –a tenor de su ventajosa propuesta– acabaron siendo adjudicados a D. Fernando Cerdeña, hombre de negocios canario residente en Argentina. Esto provocó su salida de Tenerife rumbo a Sudamérica, en contra de lo que hubiera sido deseo de su anterior propietario, que quería quedase en La Laguna. Numerosos fueron los intentos canarios por adquirir la Casilda, nombre con el que cariñosamente se conoce dicho legado, caso de varias personas e instituciones como D. Benjamín Renshaw y D. Manuel de Ossuna en nombre del Instituto de Canarias, entidad que llegó a ofertar una cuantía de 18.000 reales a pagar en dos anualidades; el Dr. Chil y Naranjo, en calidad de presidente del Museo Canario de las Palmas, que indicó podría abonarla en plazos durante seis años y hasta el propio Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife que, a la vista del informe negativo de la entonces llamada Comisión de Hacienda, no autorizó hacer efectivo el negocio, unos 18.000 reales, quedando todo en nada. El desasosiego fue general, tal y como quedó reflejado en un anónimo comunicante del Boletín, fechado en 1899, de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Laguna, donde podía leerse:
 
                    “…Cuando vemos que nadie se cuida de explotar los tesoros acumulados en los museos, a costa de tantas privaciones y generosos; cuando observamos, como es el caso presente, que la indiferencia y el abandono, efecto de la estupidez y la ceguera de la ignorancia…no sabemos qué es lo que harían y dirían, si como caso inaudito, volvieran a levantar su cabeza…”
 
          Finalmente el Gabinete Casilda (parte del rico patrimonio canario) fue adquirido por una institución crediticia argentina por 25.000 duros, zarpando una jornada de estío, en concreto un 20 de julio de 1889, fecha no solo sofocante, también dramática, en que se sufrió una pérdida irreparable de nuestro patrimonio, rumbo a Buenos Aires, en las bodegas del navío-correo Antonio López de la Compañía Trasatlántica, perfectamente embalados en veintinueve cajones. Dichos objetos fueron desembarcados y trasladados al domicilio del Sr. Cerdeña en la ciudad de La Plata. La parte relativa a fauna, flora y gea fue cedida al Museo de Historia Natural de la ciudad de la Plata, si bien el material antropológico sufrió peor suerte…Las momias guanches procedentes de la colección Casilda que estuvieron depositadas en el Museo Municipal de Ciencias Naturales de Necochea, en la provincia de Buenos Aires (Argentina) durante buena parte del siglo XX, fueron felizmente recuperadas por el Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife en el año 2003. Actualmente se hallan expuestas al público en el Museo de la Naturaleza y el Hombre. 
 
          Huelga decir que el Museo Casilda obtuvo, en su día, fama y consideración, habiendo sido visitado por numerosos personajes entre los que cabe señalar: Alvarez Rixo, Bethencourt Alfonso, Chil y Naranjo, Leoncio Rodríguez, Juan López Soler, Sabino Berthelot, René Verneau, Jules Leclercq o  Pablo Mantegarzza, entre otros muchos interesados nacionales o extranjeros, todos de reconocido prestigio.
 
          Otra colección de otrora, digna de mentar, es el Museo (Gabinete) Villa Benítez (1874) que el erudito D. Anselmo J. Benítez funda teniendo como base su importante y personal colección de minerales, grabados, objetos artísticos y arqueológicos. Don Anselmo fue personaje muy influyente en la vida cultural de la Isla, a mediados del XIX, a través de la conocida Imprenta Benítez y de una obra que escribió titulada Historia de Canarias. En este museo (adquirido en 1949 por el Cabildo) sobresalía, como ya hemos señalado, de forma especial, la colección de minerales, así como diversos e importantes documentos.
 
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          Institución de gran relevancia fue el Gabinete Científico que, según palabras de D. Diego Cuscoy, ejercía a modo de Academia circunscrita al ámbito insular.  Fundado en septiembre de 1877 en Santa Cruz de Tenerife, como anexo al Establecimiento de Segunda Enseñanza de Santa Cruz, a instancias del Dr. Juan Bethencourt Alfonso, su reglamento, publicado ese mismo año, especificaba que su principal objetivo era…”el estudio de la ciencia natural…y el del archipiélago canario bajo este punto de vista…” 
 
          D. Juan Bethencourt Alfonso (1847-1913), humanista, liberal, antropólogo, médico, profesor y periodista, natural de San Miguel de Abona, lugar donde nació el 31 de enero de1847, llegó a dirigir trabajos de numerosos colaboradores, que no solo se limitaban a la isla de Tenerife, como soporte de su Gabinete, caso de D. Ramón Gómez (corresponsal del Puerto de la Cruz) que llegó a enviarle hasta ciento veinte cráneos, también son conocidas sus excursiones de recolección a otras islas (caso de Fuerteventura, Gran Canaria…). Diez años después (1887)  las colecciones eran muy importantes, ya que se iban engrosando por donaciones o estas recolecciones señaladas, algunas de las cuales llegaban a ser muy peligrosas, intentando localizar y recoger piezas en bordes de acantilados, barrancos, zona de costa… efectuadas por el propio Bethencourt. 
 
          Es cierto que, con el tiempo, la actividad del Gabinete comenzó a decaer, ya que se trataba solamente de una iniciativa de un grupo de aficionados sin ninguna ayuda por parte de organismos públicos. De hecho casi un 60%  del material procedía del trabajo directo de Bethencourt, mientras que el resto eran aportaciones de dichos colaboradores  o donaciones, no solo la antes citada, sino de otras personalidades como D. Diego Lebrun o D. Juan de La Puerta Canseco que desarrollaron una importante actividad científica e investigadora. Las colecciones se distribuían en secciones: rocas y minerales, paleontología, antropología y arqueología, prehistoria, aguas subterráneas, meteorología, botánica, zoología y bibliografía. En 1899, cuando el Gabinete había dejado prácticamente de existir, fueron los escritos publicados por Bethencourt Alfonso en prensa  (Diario de Tenerife en concreto) los que impulsaron la creación de una entidad, museo, cuyo objetivo era evitar que se dispersaran las numerosas colecciones privadas existentes como se veía acontecer en el panorama. Aún cabe recordar aquellas palabras citadas por Bethencourt sobre lo desvalidas que se hallaban las mismas…
 
                    "… deben pasar al Estado si no desaparecerán, estando al amparo de una sociedad formada por escritores, aficionados a las ciencias naturales, artistas, coleccionistas …no solo arqueológico y de ciencias naturales, sino incunables, manuscritos, pinturas…"
 
          Un primer Museo Antropológico y de Historia Natural del que fue director el propio Bethencourt, relacionado con el Gabinete, fue creado por pleno del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife el 31 de diciembre de 1902. De hecho su primer local estuvo en la Plaza de la Constitución nº 9, pasando luego al claustro bajo del convento de San Pedro de Alcántara (San Francisco) de acuerdo con el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife (por indicaciones del caballero Foronda). Según nos relata Rodríguez Delgado (2014), en 1902 se instaló en el local que había sido del archivo municipal, encargándose la construcción de muebles para el mismo y quedando como anexo del Museo Municipal. En él, además de las piezas mentadas, había una biblioteca de tres mil volúmenes que fueron donados por la Sociedad Económica de Amigos del País y algunas colecciones de interés como la de coleópteros de D. Pablo Oramas. El 14 de abril de 1904 se nombró director de dicho Museo Antropológico y de Ciencias Naturales a Bethencourt Alfonso y poco antes de su muerte llegó a ser Director Honorario del Museo Municipal de Santa Cruz de Tenerife. Finalmente, la colección del Dr. Bethencourt pasó en 1958 al Museo Arqueológico Insular (Cabildo de Tenerife).
 
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          Juan Bethencourt falleció un viernes, 29 de agosto de 1913, con 66 años de edad. La imponente manifestación de duelo se despidió frente al Hospital Civil de los Desamparados, hoy flamante Museo de la Naturaleza y El Hombre, institución que curiosamente –por designios del destino- custodia aquellas piezas del patrimonio que él tanto amó. Sus restos descansan en el cementerio de San Rafael y San Roque, junto a otros tantos ilustres, arropados por el ornato de un romántico camposanto de gran belleza estética.
 
          Meses después de su óbito, el 3 de noviembre de 1913, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife acordó rotular con su nombre una de las calles más emblemáticas de la ciudad, en concreto la de San José, sita a la entrada del puerto, si bien este hecho lleno de respeto hacia su persona, no logró difundir su obra y su popularidad como fue el deseo primigenio de aquellos que tanto valoraron su figura.
 
          Recordemos además que el Instituto de Canarias, hoy entrañable Instituto Cabrera Pinto, del que dependía el Establecimiento de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de Tenerife, se interesó, en su momento, por crear un museo que pudiera ser usado para prácticas de alumnado, debiendo influir en este tema algunos profesores como Sainte Marie, Zerolo y Cabrera Pinto (Fariña González, 1993). Así en el curso 1885-1886 se plantea contar con número de ejemplares de fauna, como parte de un gabinete que se vio enriquecido con la notable aportación de D. Ruperto Bello Rodríguez y las colecciones de D. Anatael Cabrera, y donde se exponían hermosas piezas del reino animal y mineral, así como restos arqueológicos como bien expresaba el periódico La Región Canaria por aquellas fechas.
 
          Otra institución de gran importancia, creada el 2 de septiembre de 1879, fue el Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria, cuya apertura oficial tuvo lugar en mayo de 1880 y donde destacaba la figura insigne del Dr. Chil y Naranjo. Dicho investigador, en una de sus visitas a Tenerife, conoció el Gabinete Científico, de hecho fue nombrado socio numerario en 1888 y disfrutó de la amistad de D. Juan Bethencourt. Pero hay que señalar también que, en 1899, visitó el Museo Casilda, cuya historia ha merecido una atención más pormenorizada en líneas anteriores, interesándose por el tema señalado de su compra, algo que finalmente como expusimos no llegó a realizarse. También destacar la figura y labor del conservador del Museo Canario, D. Victor Grau Bassas, médico de origen catalán, afincado en Gran Canaria desde 1853.
 
          Pero no podemos acabar sin mencionar otros gabinetes, la Casa Ossuna en La Laguna, colección Vallabriga…y en la isla de La Palma, la Cosmológica, cuya apertura oficial –como museo- tiene lugar el 23 de enero de 1887, ubicándose en la calle de la Cuna, número 14, de la hermosa capital palmera.
 
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          Antiguas colecciones mencionadas que, en todo o parte, conformaron el sustrato base para que  el Cabildo de Tenerife creara -a mediados del siglo XX- los Museos de Ciencias Naturales (1951) y Arqueológico (1958) y ya en 1990, el Organismo Autónomo de Museos, que más recientemente ha ido incorporando nuevos museos y centros afines a su organización. Desde esos gabinetes de antaño que rememoramos con cariño y respeto, donde las colecciones se situaban algo caóticas, siguiendo la usanza decimonónica, aunque bajo el cuidado y  trabajo, siempre diligente, de sabios –algunos de los cuales hemos mentado en este artículo- que no recortaron sus voces a la hora de defender la investigación y la cultura en etapas duras y complejas, hasta el momento actual, con colecciones catalogadas, digitalizadas y ubicadas en un continente (edificio) adecuado (adaptado arquitectónica y museográficamente) y exponiendo contenidos de modo divulgativo y ameno, bajo conceptos novedosos de diseños de vanguardia, algo ha cambiado.
 
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          Tal y como estamos expresando aquellos vinculados al mundo de la cultura museística, los centros exhiben hoy en día conforme a un discurso moderno y gran rigor científico, apoyados por exposiciones de vanguardia, numerosos conceptos sobre ciencia, que atrae, gusta, a público variopinto, en especial a los más pequeños, y es que los profesionales de museos sabemos que ese es nuestro objetivo, divulgar conocimiento, riguroso y actualizado para todos, al alcance de todos y comprensión de todos, bajo la máxima de respeto por nuestro pasado y con miras de vanguardia dirigidas hacia el futuro, custodio en definitiva del porvenir colectivo.
 
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