Luis Muñoz y Fernández Vázquez, ingeniero militar
Por José Manuel Padilla Barrera (Publicado en La Opinión el 24 de septiembre de 2017).
El cuartel de San Carlos ha entrado en uno de sus habituales períodos de letargo...
El cuartel de San Carlos ha entrado en uno de sus habituales períodos de letargo. Para cuando despierte que, optimista como soy, espero que sea pronto, pretendo publicar un trabajo en el que cuento la historia de su construcción, pero esa historia no existiría sin el ingeniero que redactó el proyecto y dirigió la obra en sus primeros años, el coronel del Real Cuerpo de Ingenieros: Luis Muñoz y Fernández Vázquez.
El 10 del mes de mayo de 1841, Luis Muñoz llegaba a este puerto y el día 12 tomaba posesión del mando de la Comandancia de Ingenieros de Tenerife. Tenía casi 49 años y en el apartado de su hoja de servicios: "Tiempo que ha servido", figuraban 41. No, no es que hubiera ingresado en el Ejército a los 8 años, es que tenía abonos de campaña, 5 años por la guerra de la Independencia, 2 por la de América y uno por la navegación de ida y vuelta a Ultramar.
Su participación en la guerra de la Independencia empezó siendo muy joven. Fue lo que entonces se llamaba cariñosamente un gilito. Lo fue también un personaje muy importante del siglo XIX español: Baldomero Espartero.
Espartero y Muñoz tuvieron vidas paralelas durante varios años. Los dos eran manchegos, de los cervantinos campos de Calatrava y de Montiel; de Granátula el primero, de Membrilla, el segundo. Tenían edades muy cercanas y, cuando se produjo la invasión francesa, Espartero estudiaba en la Universidad de Almagro y Muñoz lo hacía en el colegio de San Fulgencio en Valencia. Para luchar contra el invasor se creó un batallón que se denominó Voluntarios de honor de la Universidad de Toledo, formado por estudiantes, y en él, como tales, se alistaron ambos. El batallón tuvo desde el principio la misión de dar escolta a la Junta Suprema cuando se encontraba en Sevilla, pero pronto, por la presión francesa, tuvo que replegarse a Cádiz donde quedó sometida a un riguroso bloqueo.
En septiembre de 1810, los dos soldados manchegos ingresaron como alumnos en la academia militar que dirigía el teniente coronel de Artillería Mariano Gil de Bernabé. De ahí el apelativo de gilito. Gil de Bernabé no solo dirigía, sino que había creado esa academia que, situada en la isla de León, trataba de aprovechar los conocimientos de los estudiantes soldados y transformarlos en suboficiales de los que el Ejército estaba muy necesitado. El hecho de ser gilito lo era sin perjuicio de su servicio en el batallón, por lo que con alguna frecuencia tenían que cambiar los libros por las armas. Espartero y Muñoz participaron en la batalla de Chiclana y fueron condecorados con la medalla de ese nombre.
Después de pasar públicos exámenes calificados por un tribunal formado por jefes y oficiales del Real Cuerpo, el 1 de enero de 1812, fueron promovidos a subtenientes de Ingenieros. En marzo del año siguiente se separaron las vidas de los dos subtenientes. Espartero, al que le gustaba más la acción que la técnica, dejó el Arma de Ingenieros y se integró en la de Infantería. Muñoz, por su parte, continuó sus estudios para hacerse oficial y el 25 de abril de 1814, siendo ya teniente, fue destinado a Barcelona.
Tres años más tarde, estaba en la isla de Santo Domingo ascendido ya a capitán primero de la División de Indias. Más tarde con solo 6 años de experiencia, en 1820, se encontró en el nuevo reino de Granada, siendo el único oficial de su arma, encargado nada menos que de la Comandancia de Ingenieros de la plaza de Cartagena de Indias, la mayor plaza fuerte antemural del Caribe y, además, de la Comandancia General de aquel reino.
Estuvo desempeñando estos cargos dos años, nueve meses y algunos días, y durante este tiempo ocurrió el bloqueo y sitio de Cartagena de Indias. Luis Muñoz, con los trabajos que proyectó y dirigió, mantuvo a raya a los sitiadores, prolongando la defensa, que duró quince meses, y logrando que permaneciesen en la plaza muchos operarios de fortificación, que fueron muy útiles para las obras de defensa que se ejecutaron. Además, consiguió, por falta de artilleros, que se prestasen gustosos a actuar como sirvientes de la artillería, y en la última época del sitio fueron muchas las noches que pasaron sobre las armas contestando a la escuadra sutil del almirante Prudencio José Padilla, que con cuarenta y cinco bongos artillados hostilizaba la plaza. El 14 de julio 1821, el gobernador, el brigadier Gabriel Ceferino de Torres y Velasco, comunicaba con gran sentimiento la rendición de las fortalezas de la plaza. La capitulación pactada con el general colombiano Mariano Montilla fue un modelo de caballerosidad. El 10 de octubre, último día de la presencia española en Cartagena de Indias, en cada uno de sus fuertes se arrió la bandera española y se izó la tricolor colombiana con los honores de ordenanza. Luis Muñoz hizo entrega de las dependencias a su mando al jefe del ejército sitiador comisionado para recibirlas, con el mismo rigor y protocolo que un relevo de mando normal. Toda la guarnición se embarcó en buques colombianos que los transportarían hasta La Habana, llevando consigo sus armas y mochilas. Entre las cuatro y cinco de la tarde, cuando ya estaba a bordo toda la tropa, se embarcó en la falúa El Gobernador el brigadier de Torres y Velasco, con su Estado Mayor, entre ellos el ingeniero Luis Muñoz, y al pasar por delante de las fuerzas navales colombianas, éstas lo despidieron con una salva de veintiún cañonazos.
El equipaje que el ingeniero militar llevaba consigo era más bien voluminoso, porque, previendo el resultado final, desde meses atrás Luis Muñoz se había dedicado a copiar por sí mismo los planos y documentos que componían el archivo de la Comandancia, formando uno nuevo que hizo entrega en la Comandancia de Ingenieros de Málaga a su llegada a este puerto en febrero del año siguiente. No se incorporó al servicio activo hasta que en mayo de 1823 una orden real aprobaba su conducta en ultramar. Era lo que ocurría cuando se rendía una plaza fuerte: todos los jefes y oficiales, desde el general hasta el último teniente, eran sometidos a un proceso en el que se juzgaba su actuación. El brigadier de Torres estuvo en La Habana dos años sometido a este proceso.
Y de nuevo se volvió a encontrar en la misma situación que quince años antes, en Cádiz y con la plaza sitiada por los franceses, esta vez por los Cien Mil Hijos de San Luis, solo que ahora era el mayor general de ingenieros del ejército de reserva destinado a su defensa. El 31 de agosto del mismo año tiene lugar la batalla del Trocadero, con victoria aplastante de los franceses y voluntarios españoles, que todo hay que decirlo. A poco la plaza capitula, se disuelve el ejército al que pertenecía y Luis Muñoz queda en la situación que hoy llamaríamos de disponible, y hasta el agosto siguiente permanece en su pueblo natal, Membrilla.
Pero por segunda vez se ve sometido a un proceso, en esta ocasión el de purificación, en el que se investigaba la conducta política del individuo y su actitud ante el absolutismo que Fernando VII imponía durante la llamada Década Ominosa, de 1823 a 1833. En noviembre de 1826 se le consideró limpio y pudo continuar ejerciendo su profesión.
A partir de entonces entra Luis Muñoz en el carrusel de la movilidad geográfica a la que estaban sometidos los ingenieros militares, a los que incluso se les dificultaba que contrajeran matrimonio para que en cualquier momento pudieran desplazarse, sin problemas familiares, a cualquier lugar del todavía amplio territorio en que fueran necesarios sus servicios.
En los 15 años que tardó en llegar a Canarias estuvo en Madrid, Ejército del Tajo, Aragón, Andalucía, Guadalajara, de nuevo en Andalucía, Ejército del Norte, Vitoria, Bilbao, Pamplona y por tercera vez a Andalucía. En todos estos destinos dejó buena muestra de su capacidad de trabajo y buen hacer, pero quizás fue en Vitoria donde dejó mayor huella: las fortificaciones de la plaza que proyectó y dirigió se consideraron entonces y lo siguen siendo ahora, modélicas.
El Brigadier Luis Muñoz.
(Grabado de Pedro Chamorro y Vaquerizo)
Casi no le dio tiempo a incorporarse a su último destino en Andalucía porque en marzo de 1841 fue promovido a coronel y destinado a la Comandancia exenta de Canarias, para donde embarcó en Cádiz el 2 de mayo siguiente. Ocho días después llegaba a Tenerife y permaneció en las islas nada menos que 12 años, algo excepcional entonces. El relato de su actuación en estos años y del resto de su vida queda para ese prometido próximo artículo, solo adelanto que llegó a brigadier tal como se le ve en la imagen que acompaña este artículo.
Para terminar quiero destacar que tengo una relación muy especial con Luis Muñoz y Fernández Vázquez, relación que viene de muy lejos. Comenzó hace muchísimos años, el lunes 13 de enero de 1851,porque en la mañana de ese día, estando en su visita diaria a la obra del cuartel de San Carlos, depositó en un hueco preparado al efecto sobre el dintel de la puerta de un dormitorio de tropa recién construido una arqueta que contenía documentos sobre la obra, periódicos, monedas y semillas, dejando el rastro suficiente para que yo, 127 años después, ingeniero militar como él, la buscara, la encontrara y me llevara la sorpresa, de que como agradecimiento me regalaba dos botellas de vino del país, cosecha de 1850, que había colocado cuidadosamente a ambos lados de la arqueta. Pero esa es otra historia que también contaré en el artículo anunciado que, por cierto, quizás no sea uno, sino dos.
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