El recuerdo de un soñador
Por Fátima Hernández Martín (Publicado en la página web de Museos de Tenerife el 22 de septiembre de 2017).
La educación, el conocimiento, es la base de una sociedad libre y feliz… (Alexander Humboldt, siglo XIX)
Friedrich Wilhem Heinrich Alexander von Humboldt
Un 14 de septiembre, hace doscientos cuarenta y ocho años, nacía en Tegel, cerca de Berlín y en el seno de una familia de la nobleza prusiana, Alexander von Humboldt, considerado uno de los pensadores más brillantes de todos los tiempos. Si bien estudioso de otras materias bajo la tutoría de su preceptor Christian Kunth, ya desde joven acudía -con entusiasmo- a disertaciones sobre ciencias naturales, que le fascinaban, impartidas por el profesor Georg Forster, vinculado a la segunda expedición del capitán James Cook. Esto le llevó a desarrollar una pasión -difícil de igualar- por la naturaleza, bajo una concepción amplia y novedosa para la época. Junto a los escritores Goethe y Schiller, con quienes se reunía los veranos en Jena, en unión de su hermano, el intelectual y polímata, Wilheilm von Humboldt, figura que merecería una atención especial por sus conocimientos sobre lenguas, gustaba organizar apasionados debates y tertulias, en las tranquilas noches de estío. Allí se hablaba de literatura y se observaban estrellas, discusiones que le marcaron y le llevaron a defender toda la vida la estrecha vinculación entre naturaleza y prosa poética. Humboldt adoraba la naturaleza, pero consideraba que la ciencia tenía que servirse de la filosofía e impregnarse de romanticismo, de poesía...”...el lirismo de la naturaleza…” “…la naturaleza tiene que ser escrita con precisión científica pero sin privarse del aliento vivificador de la imaginación…” (se lee en Cosmos). Cuando en 1869 el mundo celebró el centenario del nacimiento del científico, los periódicos (caso New York Times) le llamaron el Shakespeare de las ciencias.
Apasionado por la botánica, zoología, geología y mineralogía (donde tuvo importante empleo y prometía brillante carrera), su espíritu explorador le llevó -en junio de 1799- a solicitar y recibir salvoconducto (del rey de España) para embarcarse (a bordo de la fragata Pizarro) rumbo a las colonias españolas de América del Sur y Centroamérica, a fin de realizar una expedición científica (alternativa a un viaje a Egipto para el que no obtuvo el permiso deseado).
La erupción del Chahorra
Durante este viaje hizo escala en Tenerife, algo habitual por entonces, pero solo permaneció seis días, alojado en casa del coronel Armiaga, estando Perlasca de capitán general. En el curso de su corta estancia, los expedicionarios de la Pizarro subieron al Teide, estudiaron los dragos, visitaron numerosas localidades, si bien -por fecha para zarpar- se quedaron con deseos de conocer otras; herborizaron por los lindes costeros de Santa Cruz y se deleitaron con los huertos, paisajes y ambiente insular. Según relata Tous (2015) en su libro La Medida del Teide, también escuchó Humboldt, de boca de varios anfitriones, caso del joven Bernardo Cólogan en Puerto Orotava, el francés Le Gros en la casona el Durazno o los Little -en la actualidad Sitio Litre-, los estremecedores relatos sobre la erupción del volcán Chahorra que -acaecida unos meses antes, en 1798- había causado tanto temor a los habitantes de la Isla. Una crónica que Le Gros (a la sazón representante viceconsular de Francia) y Bernardo Cólogan (que lo alojaba esa noche en la villa Marquesa, Puerto Orotava) -testigos de los hechos un año antes- sugirieron al propio Humboldt plasmara para la posteridad. No obstante, dicho suceso fue relatado detalladamente por Bory de Saint-Vincent, al tener noticias del mismo cuando -tiempo después de Humboldt- visitó Tenerife. En su escala del 2 al 13 de noviembre de 1800, formando parte de la expedición del capitán Baudin, Saint- Vincent, según expone Tous (2015) en su libro, con una extraordinaria capacidad de síntesis, escribe Ensayo sobre las Islas Afortunadas y la Antigua Atlántida o Compendio de la Historia del Archipiélago Canario, insertando la mentada erupción, si bien no señala -se olvida- de las fuentes que le suministraron la información, impresiones y le enseñaron bocetos.
El Hotel Marquesa, en el Puerto de la Orotava
Humboldt, en el viaje americano y en el curso de la escala en Canarias, estuvo acompañado por el botánico francés Aimé Bonpland, a quien había conocido tiempo atrás en París, y que fue con los años (a su regreso de América) nombrado Botánico-jefe de la emperatriz Josefina, en el majestuoso y curioso zoológico-botánico instalado en su palacio de la Malmaison, donde la consorte reunía todo suerte de especies animales y vegetales que llegaban a Europa desde las nuevas tierras de Australia, conocida por entonces como la Nouvelle Hollande. Ambos aventureros, porque aventura era hacer expedición científica otrora, en América, recorrieron más de diez mil kilómetros durante tres grandes etapas continentales: las dos primeras en Sudamérica, desde Caracas hasta las fuentes del Orinoco y desde Bogotá a Quito por la región andina, y la tercera por las colonias españolas en México. Precisamente, José Celestino Mutis los recibió en Colombia permitiendo que consultaran sus valiosas colecciones (láminas de dibujos y herbarios). Durante el periplo americano (de unos cinco años), estuvieron en el volcán Chimborazo, que se consideraba -por entonces- la montaña más alta del mundo. Humboldt hizo múltiples observaciones, por ejemplo la gradación de la temperatura y la estratificación de la vegetación a lo largo de las laderas, lo que sentaría las bases de importantes y futuros estudios integrales de biogeografía y geobotánica.
También efectuaron contactos de trabajos con personalidades del momento, ya en América del Norte, que se hallaba bajo situaciones conflictivas, relacionadas con el tema de la esclavitud, asunto que tanto preocupaba y disgustaba al prusiano.
Sus estudios sobre clima, flora, fauna, volcanes, geología, minería, costumbres, magnetismo terrestre, así como las completas y exhaustivas relaciones sobre condiciones sociales y económicas que se daban en las zonas visitadas durante los periplos, le llevó a ser considerado el padre de la ecología moderna y una de las mentes más abiertas y magistrales de todos las épocas. De hecho fue testigo (privilegiado según sus palabras) de un terremoto en Venezuela, así como de una de las numerosas erupciones del Vesubio (en concreto un 12 de agosto, durante una estancia en Italia). Autor de numerosas obras, cabe destacar Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, pero sobre todo Cosmos, que integra -de forma excepcional- conceptos vinculados con las variadas disciplinas que constituyen las ciencias naturales, en una etapa en que la ciencia comenzaba a dividirse en especialidades, se organizaba en departamentos diferenciados, estancos, alejándose -en cierta manera- de la naturaleza para encerrase en los laboratorios.
Su producción ha tenido tanto alcance (escribió unas 50.000 cartas) que - hoy en día- lleva su nombre la corriente fría que recorre la costa de Perú, llamada Corriente de Humboldt. Pero también numerosos ríos, bahías, cataratas, parques naturales, géiseres, glaciales, calles (rue Alexander Humboldt de París), condados, ciudades, bibliotecas, universidades, asociaciones de estudiosos... incluso un cráter en la Luna, sin contar con el ingente número de especies animales (alrededor de 100) y vegetales (unas 300) que le han dedicado los taxónomos (identificadores de especies) que alaban y consultan su obra.
Testigo de una etapa de especial interés (la Europa convulsa de finales del XVIII-principios del XIX, con batallas muy cruentas en el corazón del Viejo Continente), conoció a figuras relevantes como Napoleón (que dicen le tenía manía); al presidente Thomas Jefferson (que gustaba de las ciencias y la horticultura). También a L. A. Bougainville (con quien intentó embarcarse para su vuelta al mundo), W. Bligh (del famoso Motín del Bounty), Cuvier, Laplace, Joseph Banks, Montúfar o Simón Bolívar con el que habló en numerosas ocasiones, en París, en un momento complejo para el venezolano, pues arrastraba la tristeza de haber perdido recientemente a su esposa. Federico Guillermo, el rey de Prusia, le nombró chambelán de la corte, cargo al que no renunció -aunque detestaba- ya que le obligaba a acudir con frecuencia a Sanssouci (El lugar sin preocupaciones), el palacio de Potsdam -a pocos kilómetros de Berlín- donde el monarca reunía a intelectuales y artistas para escucharles y discutir con ellos, inmersos en salas repletas de arte rococó (inspirado en formas de la naturaleza).
Personajes como Gay-Lussac, Honoré de Balzac, Samuel Taylor Coleridge, Mary Sommerville, Lyell, por señalar solo algunos, formaron parte del amplio círculo de amigos e intelectuales que frecuentaba o se relacionaron con él de alguna manera. Entre sus adictos seguidores podemos señalar a Charles Darwin que escribiría a su primo mientras estudiaba escarabajos y observaba las palmeras de Cambridge…”desde que he leído la obra de Humboldt, sueño con ir a Canarias…” Este científico, aunque no pudo desembarcar en Tenerife treinta años después de Humboldt, debido a un control sanitario en relación al cólera, llevó a cabo a bordo del Beagle uno de los viajes más importantes de la Historia Natural, trayendo a los estrados de Europa, nuevas teorías sobre evolución y fomentando acaloradas discusiones entre pensadores….”Antes admiraba a Humboldt, ahora casi le adoro…” afirmaba. El evolucionista envió una copia de Origen de las especies a Humboldt y el prusiano hizo una crítica muy favorable. Según Andrea Wulf, autora del espléndido ensayo La invención de la naturaleza (2016) “… Humboldt enseñó a Darwin a investigar el mundo, no desde el punto de vista claustrofóbico, sino desde dentro y desde fuera. Ambos tenían la rara habilidad de centrarse en el detalle más pequeño -desde una brizna de liquen hasta un escarabajo diminuto- y después retroceder y salir a examinar pautas comparativas globales…”
En su etapa de París, donde daba conferencias en la Academia de Ciencias, hizo amistad con François Arago (matemático, físico y político que visitó Tenerife en 1817 y al que comentaba con frecuencia…”hay en estos momentos una erupción de naturalistas nómadas”). Durante su viaje a las estepas rusas, conoció a Pushkin (poeta que -admirado- decía sobre Humboldt…” de su boca salen palabras cautivadoras…”). Precisamente en Rusia, donde llegó con más de sesenta años, no solo estuvo en contacto con tribus nómadas de las amplias estepas kazajas y zonas limítrofes (con los kalmikos compartió vivencias extraordinarias, de hecho, le cantaron en su honor una obertura de Mózart y los kirguises le ofrecieron para beber leche de yegua), sino que recorrió miles de kilómetros, unos dieciséis mil, utilizando doce mil caballos, hasta alcanzar en la Siberia profunda, Ekaterinburgo, núcleo vinculado a la historia reciente, y fue testigo (y sufridor) de la epidemia de ántrax (carbunco) que asolaba por entonces la región. Además, en San Petersburgo, donde le recibió el zar, impartió una brillante conferencia en la Academia Imperial de Ciencias, animando a crear una red de informadores sobre geomagnetismo, la llamada Cruzada Magnética (Wulf, 2016).
El estudioso e ilustrador, Ernest Haeckel, buscaba desesperado que le recibiera en su piso de Berlín, solo para escucharle disertar y aprender de él. El paisajista F. E. Church -movido por el entusiasmo que le provocaba el científico- plasmaba cuadros de lugares, caso de The heart of the Andes, que Humboldt había visitado, a fin de regalárselos. Cuadros donde se identificaban animales, vegetales y procesos geológicos.
Ya mayor, cuentan que sus conferencias en la Europa del XIX (bien en París o Berlín) provocaban colas interminables de público y hasta caos en las calles. Una amalgama de gente -entusiasta- deseosa por conocer -de primera mano- las apasionantes novedades científicas que se traían desde otros territorios, descubrir especímenes raros, conocer teorías inéditas o discutir acerca de curiosidades, especialmente por la forma que tenía de relatarlas. El científico murió en 1859, a los ochenta y nueve años, en su apartamento de Berlín, con la única compañía del fiel ayudante que le había asistido en Rusia (Johann Seifert) y un loro al que había adoptado y que le arrancaba alguna sonrisa -de vez en cuando- por sus simpáticas ocurrencias, especialmente cuando exigía con vehemencia café y azúcar al paciente mayordomo. Su óbito, muy sentido a nivel internacional, fue recogido por numerosas publicaciones, que le dedicaron la portada.
Según Andrea Wulf (2016)…”su interés no era el descubrimiento sino la comparación". De forma profética, alertó sobre destrucción de bosques y cambios a largo plazo producidos por la humanidad en el medio ambiente. Mencionó tres aspectos de esta afectación: deforestación, irrigaciones descontroladas y grandes masas de vapor y gas, consecuencias de la Revolución Industrial…Fue el primer ecólogo de amplia visión, en el contexto de principios del XIX.
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