Mirando al mar desde Arrecife (Relatos del ayer - 15)
Por Jesús Villanueva Jiménez (Publicado en el número de agosto de 2017 en la Revista NT de Binter).
Cada mañana, desde que hace ya quince años don Juan se jubiló -luego de cuarenta años de docencia-, pasea bordeando la orilla de Arrecife. De vez en cuando, como hoy, recorre el largo espigón que va de la costa hasta el Castillo de San Gabriel. Cuando atraviesa el Puente de las Bolas, a mitad de camino de la isleta de Los Ingleses, sobre la que se construyó la fortaleza más antigua de Lanzarote, imagina hallarse en otros tiempos, en aquellos en los que la isla era atacada por piratas y corsarios ingleses, holandeses, franceses y berberiscos, y desde las almenas del San Gabriel se hacía fuego de cañón contra el enemigo.
Cada curso hablaba a sus alumnos de los avatares por los que había pasado el baluarte, al fin de cuentas los avatares de Arrecife. Contemplando la mole de piedra, cuya entrada escoltan dos cañones, don Juan recuerda lo que contaba a sus alumnos:
“Fue construido el Castillo de San Gabriel allá por entre 1572 y 1573, y fue diseñado por un gran ingeniero militar, de los mejores de su época, un italiano llamado Leonardo Torriani, por orden de Felipe II. En principio, las dependencias interiores de la edificación, cuyos altos y robustos muros eran de piedra, se hicieron de madera, y, ¡maldito infortunio!, aquella madera ardió por completo cuando Arrecife fue atacado por un temible pirata berberisco llamado Morato Arráez”. Era entonces cuando los chiquillos abrían los ojos como platos, más atentos a la narración de su maestro, y cuando éste dramatizaba su exposición. “Terrible, cruel y sanguinario aquel pirata o corsario o hijo del demonio”. En ese instante, el silencio era un clamor. Sabía el maestro que incorporar a la clase de historia el dramatismo pirático aguzaba las entendederas infantiles. “Sí, muchachitos, cruel y sanguinario era Morato Arráez. Aquel hombre malvado había nacido en Turquía en el seno de una familia cristiana, pero fue hecho prisionero de niño por un corsario llamado Kara-Ali, un bicharraco de cuidado. Arráez se convirtió al Islam y se hizo pirata. Y una mañana de finales de julio de 1586, se llegó hasta nuestra costa aquel canalla con cuatro o cinco o seis galeras. Fue avistado y los hombres y mujeres de Arrecife y de pueblos cercanos se apostaron en la costa, y los pocos soldados de la guarnición en el Castillo de San Gabriel, a la espera del seguro ataque, que llegó y se mantuvo hasta el 2 de agosto, cuando fue tomado e incendiado”. Recuerda el viejo maestro con tanto cariño y nostalgia las caritas de los niños ante aquellas narraciones. Ahora, atravesando el pequeño puente, observa las azules aguas del Atlántico, y el castillo sobre el islote, e imagina las galeras berberiscas y a los quinientos piratas de Arráez desembarcar en la negra noche por la caleta de los Charcos, y atacar por sorpresa el pueblo y saquearlo y hacer prisioneros. “El marqués de Lanzarote, don Agustín de Herrera y Rojas y hasta mil lugareños se refugiaron en Teguise, al amparo del Castillo de Santa Bárbara, y otros en la cueva de Los Verdes…”. Trata don Juan de Recordar cómo acabó aquella historia, pero no le viene a la cabeza… “Maldita memoria”, se lamenta el anciano, mirando al mar.
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