Alameda de la Marina. Lugar de esparcimiento de la sociedad chicharrera desde hace 230 años
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en el Diario de Avisos y La Opinión el 16 de julio de 2017).
A finales del siglo XVIII, el Lugar y Puerto de Santa Cruz carecía de un espacio en el que los vecinos pudieran pasear; por ello, el capitán general de Canarias, Miguel de la Grúa Talamanca, marqués de Branciforte, aprovechando un solar yermo y desolado, propuso a los vecinos construir un pequeño jardín público que imitara a los de las grandes ciudades, donde pudieran disfrutar de la brisa del mar.
Los lugareños contribuyeron en su construcción, según consta en la lapida colocada en lo alto del arco central de su entrada: “Ha sido costeada por la generosidad de las personas distinguidas de este Vecindario, movidas del buen gusto y deseos de reunir su sociedad en tan propio recreo.”
Construida en 1787 bajo la dirección del ingeniero Andrés Amat de Tortosa, poseía una artística fachada, formada por un triple arco que remataba un escudo de piedra con las Armas Reales de Carlos III; cada arco tenía su correspondiente puerta de hierro; dos estatuas de mármol blanco, que representaban la primavera y el verano; y jarrones de yeso en cada uno de sus extremos.
El recinto, de 79 metros de largo y 17 metros de ancho, cercado por muros con verjas de madera, tenía cinco paseos, formados por tres calles que coincidían en una plaza central en la que había una fuente de mármol de Carrara -fuente de los delfines-. En el fondo, otra escultura de tamaño natural simbolizaba el tiempo. El paseo estaba frondosamente cubierto por plátanos del Líbano y tamarindos, los cuales serían los 81 primeros árboles que dieron sombra en Santa Cruz. Curiosamente, la Alameda nunca tuvo álamos.
La Alameda en 1872
Los gastos de aseo y mantenimiento se cubrían con los derechos de aguada de los barcos, cuyo punto de aprovisionamiento lindaba con la propia Alameda por el costado de la playa.
Este pequeño lugar, considerado como un mirador privilegiado del acontecer diario de las actividades portuarias, pues las noticias llegaban por la mar, pronto se convirtió en punto de reunión de comerciantes y navieros y, en los plácidos atardeceres, lugar de cita y esparcimiento de la sociedad santacrucera.
Aquí tenían lugar veladas musicales amenizadas por la banda militar y la banda de aficionados La Bienhechora; así como la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia celebraba los conciertos para recaudar fondos con el fin de construir su sede social -actual Parlamento de Canarias-. También nuestra querida arpista, Esmeralda Cervantes, brindó a los chicharreros su arte excepcional en este recinto.
La Alameda era tan concurrida, sobre todo en los veranos, que en 1860 hubo que añadirle seis farolas, con las que el paseo pasó a tener diez puntos de luz que se encendían todas las noches, menos las de luna. En 1875, se trajo de Sevilla un árbol de faroles que se colocó frente a la puerta principal (foto).
La Alameda hacia 1876, con el árbol de faroles a su frente
En 1838, como la Alameda de la Marina era insuficiente para acoger al vecindario en las noches estivales, otro comandante general, el marqués de la Concordia, construyó un paseo al final de la calle de la Noria, sobre la margen izquierda del barranco de Santos, que llevaría su nombre: “Paseo del Marqués de la Concordia”.
Debido a que sus instalaciones se encontraban bastante abandonadas, en 1854 se llevaron a cabo una serie de reformas coincidiendo con el montaje de una feria, celebrada en la festividad de Santa Bárbara, patrona del arma de Artillería. Se derribó el muro de cerramiento, para darle mayor amplitud a la calle de la Marina, y se levantó una pared de 2,70 metros de altura que la tapiaba de cara al mar. Se restauraron los delfines de la fuente, alzándola del suelo por medio de gradas, lamentablemente desaparecidas.
En 1860, al inaugurarse la Plaza del Príncipe, la Alameda se quedó obsoleta y estuvo a punto de desaparecer, pues el municipio no disponía de recursos para atenderla. Se pensó en venderla para ensanchar la entrada del muelle, pero el Ayuntamiento se opuso alegando que aquel lugar era donde las señoras paseaban por las tardes, después de haberse bañado en la inmediata playa. También se intentó vender para instalar en su lugar unos almacenes de carbón, y con el dinero poder construir un teatro.
En 1916, cuando la elegante portada de tres arcos fue destruida, los elementos que la constituían, todos de mármol de Carrara, tuvieron suerte dispar. El escudo se encuentra en el Museo Militar, la escultura alegórica a la primavera se exhibe en el patio de la Escuela de Bellas Artes, la del verano y la que representaba el tiempo se colocaron en el Parque García Sanabria, aunque actualmente se desconoce su ubicación. Las puertas fueron cedidas al Manicomio.
En 2008, con la remodelación de la plaza de España, la antigua portada se reconstruyó de una manera digna, tanto en cantería como ornamentación, lástima que la visión de estos reconstruidos arcos y las esculturas que los adornan queden ocultas por el Mamotreto y por un laurel que cada día crece, crece y ….
Su suelo se cubrió con albero con lo que faltan las flores que tan bien se dan en Santa Cruz. Se instaló un parque infantil, y se habilitaron espacios para la realización de ferias, exposiciones y mercadillos.
Tras la reforma, sólo quedó en su lugar original, aunque mutilada y maltratada, la Fuente de los Delfines, de mármol de Carrara, realizada en Génova. La fuente descansaba sobre un basamento hexagonal en forma de escalinatas y estaba formada por tres cuerpos diferenciados: la pila que servía de receptáculo al agua, el pilar central, y un remate en la parte superior.
La pila, de planta hexagonal, presentaba una decoración simple a base de molduras lisas rehundidas que se alternaban con cuerpos convexos, a modo de jarrón, con remates abocelados en el borde. El pilar central, con base triangular, mostraba en su centro una profusa decoración a base de gallones, hojas de acanto, roleos y lienzos colgantes. El remate de la parte superior, coronado por una taza compuesta por tres conchas, servía de base a tres gráciles delfines, con las cabezas apoyadas en las citadas conchas y sus colas entrelazadas en el aire, por donde salía el agua. Este grupo escultórico que la coronaba fue destrozado y las conchas descabaladas. También desaparecieron las escalinatas de su base, motivo por el que ahora parece semienterrada.
Con el paso de los años, la Alameda ha recibido los siguientes nombres: Alameda de Branciforte, como homenaje a su impulsor. Alameda del Duque de Santa Elena, en recuerdo de Alberto de Borbón y Castellví, capitán general de Canarias. Alameda 14 de abril, fecha de la proclamación de la Segunda Republica. De la Marina o del Muelle, por su cercanía al recinto portuario. Y Los Paragüitas, debido a los parasoles de colores que el kiosco tenía instalados.
Nuestra antigua Alameda
La irlandesa Olivia Stone, en su libro Tenerife y sus Seis Satélites, durante su estancia en Santa Cruz, el 5 de septiembre de 1883, nos ofrece un perfecto retrato de la sociedad santacrucera de finales del XIX.
“La Sociedad Filarmónica Santa Cecilia daba un concierto aquella noche en la Alameda, frente al hotel. Los músicos, con instrumentos de cuerda, interpretaron extraordinariamente bien algunos valses de Straus y los Cantos Canarios de Teobaldo Power, un compositor local.
El ambiente dentro del parque era muy atractivo. Una avenida recta que formaba un paseo estaba muy bien iluminada por lámparas de aceite colgadas a ambos lados. Bajo los árboles había asientos y, al final del paseo, un quiosco techado, brillantemente iluminado y repleto de objetos etiquetados y numerados.
Aunque estos jardines son públicos y pertenecen al Ayuntamiento, cobran tres peniques por la entrada, que incluye un número para una rifa que recibes al entrar, consistente en un pequeño trozo de papel enrollado que, al ponerlo en agua, se desenrolla mostrando así el número. ¡Casi siempre está en blanco! Sin embargo, si tiene un número, el premio puede consistir en un espejo, un botellín de cerveza, jarrones baratos, chucherías de cristal o adornos de porcelana.
Los paseantes eran chicos y chicas, la mayoría de clase media. Llevaban trajes de color blanco, azul o rosa fuerte, y los vistosos y modernos sombreros sustituían a la elegante mantilla, que lucían algunas que iban de negro. La noche era cálida pues la temperatura varía poco entre el día y la noche. Nuestro termómetro parece haberse trabado pues siempre marca 80ºF (26,6 ºC).
Me han dicho que a los conciertos que se dan antes de comenzar la temporada de calor asiste público de mejor clase social pues, en estos meses, los ciudadanos más ricos no residen en Santa Cruz sino que se han trasladado a sus casas de campo en La Laguna”.
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NOTA: Al día siguiente de publicarse este artículo, se descubrió, bajo el arco central de la Alameda, la siguiente placa: