Capitanes Generales en el Palacio de Carta: Jaime Ortega

 
Por José Manuel Padilla Barrera  (Publicado en  La Opinión el 1 de julio de 2017).
 
 
 
          El 21 de noviembre de 1853 el mariscal de campo Jaime Ortega y Olleta desembarcaba en Tenerife y pasaba a ser el segundo capitán general inquilino del Palacio de Carta, palacio que su antecesor José María de la Viña había alquilado, en enero de ese mismo año, para poder disponer de un edificio digno para una institución tan importante como la Capitanía General de Canarias.
 
          Jaime Ortega tenía sólo 38 años, una carrera fulgurante. Esa carrera la había comenzado, cuando fue teniente, en el año 1838, interviniendo en la 1ª guerra carlista, y haciéndolo con tanto valor y acierto que fue condecorado con la laureada de San Fernando; sin embargo, al terminar la guerra con el abrazo de Vergara, en 1840, se casó con una rica heredera, abandonó el Ejército y se dedicó a administrar sus bienes.
 
          En 1843 se produce el levantamiento contra Espartero, que le obligaría  a exiliarse. Ortega, aunque retirado, tomó parte en el pronunciamiento y con su natural vehemencia recorrió los partidos de Calatayud, Tarazona, Borja, Daroca y las Cinco Villas, una de las cuales, Tauste, era su villa natal. Con paisanos de esas localidades formó una gran partida, de más de 2.000 hombres y  aguardó a servir de auxiliar al ejército que  el gobierno envió a Zaragoza. Se presentó entonces a la cabeza de sus tropas  ostentando las insignias de coronel e inmediatamente el ministerio de la Guerra lo reincorporó al Ejército y le confirmó en ese empleo.  Poco después  ascendió a brigadier.
 
          En  1847, se produjo en Portugal una sublevación contra su reina María Gloria; se creó entonces un cuerpo expedicionario para acudir en su apoyo.  El general en jefe  fue el general Gutiérrez de la Concha, y una de sus brigadas estaba mandada por el brigadier Jaime Ortega. Por esta campaña, de la Concha obtuvo el título de marqués del Duero y Ortega el ascenso a mariscal de campo.
 
General Ortega Custom
 
Mariscal de Campo Jaime Ortega y Olleta
 
         
          Unos años más tarde, en 1853, Jaime Ortega es destinado a Canarias como Capitán General y  llega a Santa Cruz, como sabemos, el 21 de noviembre. No tardaría mucho en hacerlo también su antiguo jefe el marqués del Duero. El malestar contra el conde de San Luis, aumentaba entre el grupo de liberales que encabezaba O´Donnell, y en el cual estaba de la Concha que pertenecía al Senado por designación real desde 1845, y en esa cámara pronunció un discurso explosivo en el que criticó con vehemencia las irregularidades en las concesiones de las líneas ferroviarias, cuya sombra de corrupción llegaba hasta la madre de la reina, María Cristina, y su marido el marqués de Riansares; se mostró muy duro y defendió la necesidad de recuperar la moralidad pública. La consecuencia de este discurso fue el destierro de todo el grupo de generales enfrentados con el gobierno.  De la Concha llegó a Tenerife en los primeros días de enero de 1854.
 
          En la noche del 23 de marzo de 1854  el Casino de Santa Cruz vistió sus mejores galas para celebrar un baile de etiqueta en obsequio de S.E. el Capitán General de Canarias. A las 10 y media llegó el homenajeado que fue recibido en la entrada por el presidente del Casino Juan Manuel de Foronda acompañado de una comisión de socios nombrada para la ocasión. El general, rodeado de la comisión de recepción, hizo su entrada en el salón de baile a los sones de una vibrante marcha militar. Allí le esperaban hasta 400 personas y entre ellas, especialmente invitado, se encontraba el capitán  general Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués del Duero.
    
          Pasadas las dos primeras horas de baile  había que reponer fuerzas y el presidente condujo a su invitado hasta el ambigú. Concluido el refrigerio, llegó el obligado momento de los brindis.  
 
          Como era costumbre los brindis corrían a cargo de algún poeta que en aquellos románticos años abundaban. En esa noche era Fernando Final el encargado de realizarlos y fiel a las pautas de idealización de la mujer que marcaba el romanticismo, levantó su copa y dedicó su primer brindis  “A las bellas”, con un poema de ese título que terminaba así:
 
                    "Por vosotras hermosas brindo ahora  //  Por vosotras, bellísimas mujeres."
 
           Aplaudido a rabiar por ellas, por las bellas, el juvenil y ardiente Fernando Final elevó de nuevo su copa para brindar por el general con otro poema en el que lo elevaba a la categoría  del sol de la Nivaria, el sol de Tenerife:
 
                    "Por el sol de la Nivaria brindo  //  Brindo, señores, por don Jaime Ortega."
 
         Pero además le dedicó también un soneto que bellamente impreso había circulado entre los asistentes al baile, y los dos tercetos de ese soneto explican el por qué del homenaje de esa noche a Ortega:
          
                    "Es porque Ortega en venturoso día  //  Viendo a las islas viudas solitarias  //   Desplegó en su favor tanta energía
 
                    " Que llegando hasta el Trono sus plegarias  //  Nuestra Isabel siempre adorada envía  //   Paz, unión y bienestar a las Canarias."
 
          La energía desplegada por Ortega la empleó en conseguir la  derogación del Real Decreto de 17 de marzo de 1852. Por  ese decreto  la provincia quedó divida en dos distritos y en cada uno de ellos un subgobernador que debería entenderse directamente con el Gobierno Supremo. Ortega a poco de llegar a Canarias constató que la división administrativa no había logrado lo que pretendía, la paz social entre islas occidentales y orientales, sino más bien todo lo contrario. Con esa derogación Jaime Ortega fue designado gobernador en comisión de la provincia de Canarias.
 
          Ortega siguió derrochando energía  intentando mejorar la situación de las islas. En  algún caso fue ayudado por el marqués del Duero, especialmente en mejoras a la agricultura, porque no en vano era también uno de los más importantes empresarios agrícolas de España.  
 
          Pero eso fue por poco tiempo. Como en todo el siglo XIX español, los acontecimientos se precipitan con una velocidad vertiginosa. A finales de junio, el 26, se produce la Vicalvarada, encabezada por O´Donnell y dos días después, el 28, 30 militares, generales, brigadieres, coroneles y jefes, firman un documento dirigido a la reina que se conoce como el Manifiesto de Alcalá. De esos 30, 3 de ellos eran canarios, de Tenerife: el propio O´Donnell que firmó el primero, el brigadier Juan Moriarty y Delgado y el coronel y diputado en Cortes Domingo Verdugo y Massieu. 
 
          El documento es una fuerte denuncia contra la corrupción del gobierno del conde de San Luis: “No han concedido ninguna línea de ferrocarril sin que hayan percibido antes alguna crecida subvención, ni han despachado ningún expediente sin que hayan tomado para si alguna suma”. A los pocos días, el 7 de julio, un nuevo manifiesto, el de Manzanares, redactado por Cánovas del Castillo y firmado por O´Donnell como jefe del Ejército Constitucional, acabaría por hacer dimitir al conde de San Luis, que tuvo que huir  a toda prisa para no ser capturado por las enfurecidas masas de Madrid.
 
          El general Ortega, que había sido nombrado Capitán General por el gobierno de San Luis, fue pronto cesado por el nuevo de Espartero y O´Donnell. Salió de Santa Cruz la tarde del día 22 de agosto; su despedida es  solo comparable a la que 29 años más tarde se le dio a Valeriano  Weyler.
 
          Sabiendo que no iba a ser bien recibido se fue directamente a su tierra y el 7 de septiembre se encontraba en Calatayud, y de allí  se exilió  a Francia. Hombre simpático, elegante y de porte aristocrático, trabó amistad con lo más distinguido  de Paris, entre ellos Napoleón III, su esposa la emperatriz Eugenia y el conde de Montemolín, pretendiente carlista al trono de España.
 
          En 1859, Ortega que había regresado acogiéndose a una amnistía, fue nombrado Capitán General de Baleares. Las amistades adquiridas en París y al parecer su gran repulsa al fusilamiento de la madre del general carlista Cabrera  le llevaron a participar en una gran conspiración, auspiciada por el famoso banquero  José de Salamanca, que pretendía instaurar como rey de España, bajo el nombre de Carlos VI, al conde de Montemolín, aprovechando el momento en que O´Donnell y Prim, como grandes triunfadores, estaban volcados hacia la guerra con Marruecos.
 
          El 1 de abril de 1860,  Jaime Ortega, en compañía del que pretendía ser Carlos VI y el infante don Fernando, embarcó en Palma con 4.000 hombres y arribaron  al puerto de los Alfaques, en San Carlos de la Rápita. Dos días después, cuando Ortega arengaba a sus tropas éstas contestaron con vivas a la reina. Tuvo que escapar a uña de caballo, se dirigió a Aragón en busca de ayuda y en Calanda fue hecho prisionero por la Guardia Civil. Trasladado a Tortosa fue condenado a muerte.
 
          El 18 de abril a las tres de la tarde fue fusilado en un multitudinario acto público. Pidió vestir el uniforme militar pero no se le permitieron, porque había sido expulsado del Ejército. Hombre arrogante y presumido hizo entonces que le confeccionaran para ese momento un elegante terno negro con pantalón de montar y bota alta. Quiso, como  Diego de León, dar la orden de fuego al pelotón de ejecución  pero tampoco se lo consintieron.
 
          Se había consumado la gran paradoja. Jaime  Ortega y Olleta fue: laureado como liberal, fusilado como carlista.  
 
          "El desvarío del general Ortega", como dice José Desiré Dugour en su Historia de Santa Cruz de Tenerife, "no ha podido aminorar el reconocimiento de que le es acreedor el vecindario de esta población; a su iniciativa se debe el estado actual del Camino de los Coches –actual Rambla de Santa Cruz-, preciosa alameda que hizo empalmar con la carretera de ronda. A su incansable actividad se deben los primeros pasos de la red de carreteras que ponen en comunicación las principales poblaciones de esta Isla." 
 
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