La Nada y Mar adentro

 
Por Carlos Hernández Bento  (Publicado en el  mejicano Diario de Colima el 25 de junio de 2017). 
 
 
(Para toda la familia del Diario de Colima, esperando que pase la tormenta tras el triste fallecimiento de la joven compañera Duby, DEP)
 
 
LA NADA
 
          El alma buscando caminos giró dentro de mi cuerpo, pero allá adónde giraba la inmensa llanura encontraba. ¡Y era tan ancha y extensa! ¡Y era tan fría y desnuda! Ante mis ojos se abría un universo flotante, donde nada era verdad, donde nada era mentira. Allí, donde la luz brilla por su ausencia, donde el Infierno a la Tierra se une, se oye el silencio del campo, se oyen los gritos del alma:
 
          “¡Aborrecer lo tenido sin saber a qué atenerse, querer lo nunca querido, odiar lo que siempre quise, huir sin saber adónde mis pies nerviosos me llevan, caminar por caminar, buscar la mar!
 
          Heme aquí sobre los campos. Heme sueño de carne, heme insomnio caminante, cansada y triste figura que allá donde se gira siempre encuentra la llanura.”
             …
          (Sólo las almas a oscuras pueden hablar de luceros, sólo quién vive entre sombras puede captar la hermosura. En la oscuridad redonda, donde el alma se recoge, tiene cobijo y morada la brillante fantasía.)
 
 
MAR ADENTRO
 
I
 
          Mar adentro, donde la mar amarga, náufrago sobre el mundo, se halla perdido un hombre. Herido sobre la mar, allá adonde giraba veía el mar, sólo el mar. Sobre el inmenso vientre preñado de sal y espuma, se agitaba y desesperaba el alma que el cuerpo encerraba:
 
                    “¿Qué es de mí? ¿Qué hago yo en este lugar, ombligo de tanto espanto? Hoy siento sobre mi ser el peso inmenso del mar. Y me hiere el pensamiento, pues allá donde me giro encuentro el mar, sólo el mar, sin tierra y sin esperanza. Ya ni sé dónde me duele. Tan grande es la mar extensa, tan chico el cuerpo que habito, que no aguanto sobre mí el peso de tanto espanto que me inunda y que me aplasta.
 
                    Yo provengo de un ayer hecho de amor y tierra, yo no conozco esta sal, yo no sé de esta amargura. En mi huerto olía a rosas y los vientos me arrullaban. Mimado por la Natura era centro de un encanto hasta que un día de espanto -y negro como la noche- despertéme de aquel sueño en que dichoso vivía.
 
                    ¡No! Éste de hoy no soy yo. No sin mi huerto, no sin mis rosas, no sin mi alivio y mi sustento. ¡No señor! Éste de hoy no soy yo. Yo no conozco esta sal, yo no sé de esta amargura”.
 
          La fina melancolía roía la carne del alma como un interminable suspiro. Como un interminable suspiro el viento ululaba en la vela y pasaba sin detenerse camino del horizonte. Buscó la paz en el sueño, buscó alivio en el recuerdo y el sustento en sus entrañas. Más fue todo imposible. No halló paz sino vigilia, ni alivio sino lamento, ni sustento sino hambre.
 
          Esa noche, como siempre, la mar estaba en calma y brillaban lejanos los astros.
 
                    “Yo siempre he contado estrellas. En mi casa y en mi tierra, al calor de las hogueras, mientras mi madre cantaba yo las contaba en voz alta. Del uno al dos, del dos al tres, del tres al cuatro y al cinco.”
 
          Allí estaba en su tabla. Herido sobre la mar. Náufrago sobre el mundo. Desnudo, solo, perdido. Sin paz, sin alivio y sin sustento.
 
II
 
          Sin embargo, aquella noche no iba a ser como las otras. El viento trajo tormenta y el cielo apagó sus estrellas. Aquella noche sintió la mar más inmensa que nunca, y era fiera y desafiante, mar como nunca viera. Rompió contra su cuerpo calándole el alma entera y era fiera y desafiante, mar como nunca viera.
 
          Nunca sufrió mar tan brava, ni noche más negra y densa. Fue entonces cuando pensó que sus horas se acababan, que la mar se lo tragaba, que su vivir se le ahogaba. Y la mar de aquella noche fue para él entonces furia fiera y desafiante, mar como nunca viera.
 
III
 
        Pero tras la noche y la tormenta siempre amanece y escampa, y el sol de las esperanzas lo coronó con la aurora. Ese día, hacia el meridiano, el sol brilló como nunca. Hincó la rodilla en la tabla y, alzando los brazos al cielo, vació su alma en un grito:
 
                    “¡Sabe mi Dios de este mar, de este piélago profundo, en que cuerpo y alma hundo. Sabe que muero de pena, sabe que no hallo la calma!”
 
          Y cual fuera su sorpresa que, entre lo cierto y lo incierto, vio pasar una gaviota rayando el cristal del aire.
 
                    "¡Gaviota, sentir inmenso, tu nombre me huele a tierra! ¡Llevas, pájaro infinito, mi esperanza entre tus alas! ¡Tu ancho y largo batir me está acariciando el alma! ¡Enséñame, oh gaviota, el camino de mi casa!”
 
 . . . . 
 
          Tres días duró la espera… Sobre la arena reposa el náufrago, que no es náufrago. Con la mar en los oídos ya se mueve playa adentro, buscando lo que ha encontrado.
                                                                     ………………..
          Y aún hoy, tras veinte años, en su tierra y en su casa, al calor de las hogueras, se estremece al recordar los días de aquel espanto.
   
                                                                                                                                                                                                                (Primeros años 90)
 
 
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