Desde la cumbre del Teide (Relatos del ayer - 13)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en el número de junio de la Revista NT de Binter).
 
 
 
          A sus 29 años, Alexander von Humboldt, rico aristócrata alemán, ya era un reputado científico. Acompañado de su joven amigo Aimé Bonpland, botánico francés, había llegado al puerto de Santa Cruz de Santiago de Tenerife, después de una breve escala en la Graciosa, procedente de La Coruña, el 19 de junio de 1799, a bordo de la goleta Pizarro, que lo llevaría hasta tierras de la América española, con un permiso especial de Carlos IV que le permitiría estudiar aquella geografía de tan exuberante naturaleza. 
 
          Aun con las tripas perjudicadas por el mareo padecido durante la singladura, Alexander y su acompañante fueron recibidos por el Comandante General del Archipiélago, don José de Perlasca, quien les habló de la gloriosa victoria alcanzada por Santa Cruz sobre la escuadra de Nelson, el 25 de julio de hacía dos años, gran mérito de su antecesor, don Antonio Gutiérrez de Otero, fallecido apenas hacía un mes. Luego de cumplir con el protocolo, visitaron Santa Cruz, San Cristóbal de La Laguna y el puerto de la Orotava, admirando la orografía peculiar de la isla que albergaba tales microclimas y vegetación tan bella y variopinta. Más tarde, sobre lo visto en la isla, escribió el joven científico:
 
                    “En las estrechas calles transversales, entre los muros de los jardines, las hojas colgantes de las palmas y de las plataneras forman pasajes arqueados, sombríos: un refresco para el europeo que acaba de desembarcar y para el que el aire del país es demasiado caluroso.”
 
          Pero si algo ansiaba Humboldt de su estancia en Tenerife era subir al Teide, escalar la ladera del impetuoso volcán, mítico gigante que sobresalía por encima de las nubes. Gris la mayor parte del año, blanco reluciente durante los inviernos, que se apreciaba en la lejanía desde los buques que cursaban el océano. Frías las alturas que rozaban el azul infinito; cálida la atmósfera sobre las orillas bañadas por el Atlántico. Durante su ascensión a la cúspide de la gran mole, estudió la geografía de las plantas y describió la violeta del Teide, que más tarde publicaría junto a magníficos e interesantes dibujos en el atlas del viaje, bajo el título Tableau physique des Iles Canaries. Al fin en la cumbre del pico volcánico más alto de la tierra, Alexandre contempló el fantástico escenario natural. Desde aquella altura se contemplaban todas las islas del Archipiélago español, sobre un mar plateado por un sol radiante, y en especial se apreciaba el manto que cubría la isla. Así lo expresó por escrito:
 
                    "La cumbre del Pico de Tenerife, cuando una capa horizontal de nubes de una blancura deslumbrante separa el cono de las cenizas de la meseta inferior, y cuando, de repente, de resultas de una corriente que sube, la vista puede al fin penetrar desde el mismo borde del cráter, hasta las viñas de La Orotava, los jardines de naranjos y los grupos frondosos de plataneras del litoral."
 
          El 25 de junio zarpó la corbeta Pizarro rumbo al Nuevo Continente, y en ella a quienes muchos consideran uno de los últimos ilustrados, autor de obras que comprenden tales conocimientos como geografía, geología, física y ciencias naturales. Quizá el padre de la ecología moderna. 
 
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