Santa Cruz conserva la canilla del Papa San Clemente
Por Tinerfe Fumero (Publicado en el Diario de Avisos el 4 de junio de 2017)
Por extraño que resulte hoy, hubo un tiempo en que los desesperados vecinos de Santa Cruz de Tenerife ponían sus últimas esperanzas en un trozo de hueso (concretamente, de una canilla) que aún se custodia con mimo en la parroquia matriz de Nuestra Señora de La Concepción, conocida popularmente como la iglesia de La Concepción. Así ocurrió, por ejemplo, en 1771, cuando los chicharreros padecían desde dos años atrás los efectos de una terrible hambruna a la que se unió la llegada de la fiebre amarilla. En aquel contexto de muerte y miseria, los santacruceros no encontraban mejor remedio a tanta desgracia que sacar en procesión a la reliquia por excelencia de aquel pueblo de marineros, aún dependiente administrativamente de La Laguna.
La canilla de San Clemente (Fotografía Fran Pallero / Diario de Avisos)
Ahora, la historia de esta reliquia es rescatada del olvido gracias al excelente trabajo llevado a cabo por el teólogo, filósofo y docente Pedro Ontoria, miembro de la Tertulia Amigos del 25 de Julio que publicó recientemente el libro Misterio y contexto de la reliquia de San Clemente en Santa Cruz de Tenerife. De su mano repasamos la singular historia de la conocida como canilla de San Clemente, a la que, por citar otro ejemplo, se agradeció con todos los honores que intercediera en favor de los santacruceros para derrotar al entonces contraalmirante Horacio Nelson.
Más allá del aspecto religioso, la historia presenta su vertiente más atractiva en saber cómo aquel pueblo costero obtuvo tan preciado objeto de culto, y más si se atribuye a un personaje como San Clemente Mártir, cuarto papa de Roma cuyo pontificado se remonta al periodo del 88 al 97 después de Cristo. Como en tantas ocasiones, Santa Cruz salió beneficiada de su estratégica situación para el tráfico marítimo, ya que la canilla fue un regalo de dos altos cargos religiosos que hicieron escala en la Isla camino del lejano Oriente. Siempre con el detallado trabajo de Ontoria como referencia, fue el 13 de febrero de 1703 cuando arribaron a Santa Cruz una expedición comandada por el Patriarca de Antioquía, Carlos Tomasso Maillard de Tournon, y el abate Giovanni Battista Sidotti. Con ellos, una docena de expedicionarios entre los cuales figuraba, como médico del grupo, Giovanni Borghesi de Mondoví, que en sus escritos menciona a los prestigiosos malvasías de las Islas.
Tanto Maillard como Sidotti iban camino de Asia para cumplir las órdenes de Roma, aunque sus destinos eran distintos. Mientras Maillard se encaminaba hacia la India y China al objeto de dirimir la polémica suscitada entre las misiones allí existentes, Sidotti pretendía difundir la fe cristiana en Japón, por aquel entonces cerrado al exterior y muy hostil ante este tipo de iniciativas. Ninguno volvería de aquellas tierras ni tuvieron opción de coronar con éxito tan arriesgadas aventuras.
Pero volvamos a ese 13 de febrero de 1703. Repasa Ontoria las referencias de distintos autores (el primero de ellos, el siempre imprescindible José Viera y Clavijo) que se recibió con honores a la expedición, a la que se no le faltó de nada durante los dos meses transcurridos hasta enlazar con otro navío que los llevara a sus respectivos destinos.
Precisamente, fue el excelente trato ofrecido por el entonces responsable de La Concepción, el beneficiado Diego de Salas, y el mismísimo alcalde de Santa Cruz, Martín Bartolomé de Moro y Cabrera, lo que provoca que Sidotti (a buen seguro con la anuencia de Maillard) regalase tan preciado objeto en aquellos tiempos como agradecimiento por tanta hospitalidad en un pueblo que, no olvidemos, sufría penurias extraordinarias.
Fue justo antes de su partida cuando es Sidotti el que hace entrega del venerado trozo de la canilla de San Clemente Mártir junto al preceptivo certificado sobre su autenticidad. Aunque tal documentación cita a Maillard como el custodio al que se ha confiado la reliquia, se sabe que fue Sidotti quien hace la entrega gracias al trabajo publicado en La Tarde por Sebastián Padrón Acosta en 1943, ya que dicho autor es el único que, al parecer, ha tenido acceso a los fondos eclesiásticos, hoy dañados por la inundación del templo acaecida hace unos años.
La entrega, muy celebrada por las autoridades santacruceras, se produce con la reliquia guardada en una cajita de madera, bien cerrada y atada con un cordón de seda de color rojo.
Sea como fuere, aquellos dos meses de estancia de los expedicionarios en la Isla dieron para mucho. Sin ir más lejos, el ya citado doctor Giovanni Borghesi de Mondoví tuvo tiempo de tratar a muchos isleños regresados de América y que padecían una molesta dolencia conocida entonces como ‘gota serena’ y que, con el debido tratamiento, sanaba al poco. De los escritos de Borghessi también cabe destacar su interés por la singular naturaleza tinerfeña, mostrando su asombro por el drago y resaltando el aloé, hoy tan apreciado.
Merece la pena retrotraerse en el tiempo para conocer de dónde sale esta reliquia santacrucera. Gracias al certificado en cuestión, se sabe que el trozo de canilla se extrajo directamente de los restos de San Clemente Mártir, o al menos eso aseguraban las autoridades de Roma. Como no podía ser de otra manera, el Papa en persona es quien autoriza a la exhumación del cadáver en cuestión, operación realizada en el cementerio de Santa Ciriaca. No resulta difícil imaginar que Maillard y Sidotti llevaban en su equipaje más reliquias como la que finalmente se quedó en Tenerife, así como suntuosos regalos para el emperador de China y otros obsequios cuya función era allanar su llegada a unas tierras donde no esperaban ser también recibidos como por estos lares.
Lo cierto es que Santa Cruz de Tenerife veneró con generosidad la canilla de San Clemente. Como ya se citó, a ella se rezaba cuando llegaban las hambrunas y las epidemias y a ella se le daban las gracias cuando se derrotaba al invasor.
Nos cuenta Felipe Miguel Poggi Borsoto, que tanto aportó a la historia de Santa Cruz con su Guía Histórico Descriptiva, que se guardaba tan preciado objeto en un altar descrito con notable detalle, el del Carmen, y que cada 23 de noviembre (día de San Clemente) se celebraba en su honor una mica conventual y se sacaba en procesión la reliquia hasta la Iglesia de Los Remedios. Para tan especial ocasión se la cubría con un fanal de cristal y se transportaba sobre unas andas.
Don Pedro Ontoria Oquillas y don Mauricio Gonzáles observando la preciada reliquia
(Fotografía Fran Pallero / Diario de Avisos)
De aquellas costumbres aún se guarda un vestigio, por cuanto cada 23 de noviembre la canilla de San Clemente se expone en la Iglesia, hoy bajo la responsabilidad de su párroco, Mauricio González.
Hoy, casi nadie se acuerda de la reliquia en cuestión, y los ídolos preferidos por la población son otros y por cuestiones distintas a las creencias religiosas. Pero, gracias a Ontoria, sabemos de la importancia que un pedazo de canilla tiene en la historia de la hoy capital provincial.
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