El carrito de las golosinas

 
Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en El Día el 20 de mayo de 2017).
 
 
Un lugar de encuentro de niños y jóvenes de Santa Cruz. 
 
 
          A mediados del siglo XX, Santa Cruz era una ciudad en la que abundaban los carritos de golosinas. Estaban situados, estratégicamente, en las ramblas, plazas, esquinas de las calles, por fuera de los cines, etc. Esta forma de negocio constituía el medio de vida de sus sacrificados propietarios.
 
          Cada día, a la salida del colegio, las niñas y niños nos arremolinábamos a su alrededor para surtirnos de las golosinas que podíamos adquirir  con nuestras pobres finanzas, mientras que los domingos, acudíamos a ellos para llevarles a nuestros padres el pan, el periódico, revistas, cigarrillos, etc.
 
          Pintados de blanco, con tres ruedas de madera -una delante y dos atrás-,  andas para transportarlos a su lugar de retiro, techo curvo y forrado de latón para que se deslizara el agua de la lluvia. 
 
          Su mostrador, que ocupaba todo lo largo del carrito, tenía puertas correderas de cristal para que se pudiesen ver las golosinas que hacían las delicias de los niños: Caramelos: Yumbo, Toffee, Chupa Chup etc. Pastillas de goma, de naranja o de limón. etc. Pirulies o “pirulines” con forma puntiaguda, y con sombrerito -un papel que era difícil de quitar-. Chicles Bazoka de fresa, con historieta incluida; Adams de menta. Doubles, con los que se hacían bombas enormes. Chocolatinas. Barritas de regaliz o “regalías”, fina y gruesa -que era hueca-. Sobres de refresco efervescentes, en los que “mojábamos” las regalias. Melcolchas, que se alargaban y moldeaban con facilidad. Chufas. Chochos. Garbanzos tostados. Manises,  Pipas de girasol, etc. etc. 
 
          A ambos lados del mostrados habían dos vitrinas; en una se encontraba el establecimiento de alimentación: dulces, pachangas, mantecaditos, bollos, medias lunas, pan,  y el famoso “chorizo de perro”, con el que se hacían los bocadillos.
 
          En la otra, se exponían las cajas de cigarrillos. Los fabricados en Tenerife -tabaco negro-, como: La Lucha, Record, Coronas, etc. y los “americanos” (rubios), que venían en cajitas metálicas: Águila blanca, Chesterfield, Graven A, Camel, Winston, etc.
 
          Según la época del año, también vendían boliches de barro y cristal,  y trompos, pues cada juego tenía su temporada.
 
          Como no son todos lo que había, pido perdón por no citar a los que faltan. De todas maneras, sirvan estas líneas para rendir homenaje a este gremio del comercio de nuestra ciudad que tan felices nos hicieron en nuestra infancia.
 
El Abuelo.- En el rincón del Parque- en la esquina de Méndez Núñez con Dr. José Navieras. El Abuelo hacía honor a su apelativo, pequeño, arrugado, con pelo blanco y una paciencia infinita con toda la chiquillería. Se llamaba Amado y había llegado a Santa Cruz en 1939. El negocio lo heredó su yerno.
 
Pepe.- Se situó frente al del Abuelo, debido a la ingente clientela que tenía su competidor. Cuando Pepe emigró a Venezuela lo regentó su hermano Manuel. 
 
Pepe Infante.- En la calle Méndez Núñez, frente al Gobierno Civil, cerca de la Academia de D. Matías. Era uno de los carritos mejor surtido.
 
Nicolás.- En la esquina de García Morato con San Martín. Su esposa, doña Nati, siempre con su delantal blanco impecable, se hacía querer por la chiquillería que se quedaba embelesada mirando las golosinas que colgaban del techo. Su carrito fue  quemado por unos desaprensivos. Pepe, su yerno, continuó atendiendo amablemente a su clientela.
 
Pastor.-  En la esquina de la calle Méndez Núñez, con San Francisco Javier. Persona muy amable y atenta. Al llegar el verano se desplazaba con su carrito a las cercanías del Ideal Cinema. Le sustituyó su hija y luego su nieta, quién lo instaló en la placita existente junto al edificio de la Casa Sindical.
 
Marín.- En la Plaza Militar. Don Antonio era un hombre bonachón y muy amable. Su nombre sigue vinculado al moderno Kiosco que se levantó en su lugar.
 
Paco.- En la Rambla 25 de Julio, muy cerca de la plaza de los Patos. Su clientela la constituían los niños y jóvenes que salían de los colegios de La Pureza, los Escolapios, los estudiantes de la Escuela de Comercio, y los empleados de Correos, que iban a desayunar el bocadillo de “chorizo de perro”, sardinas, etc.., acompañado de un refresco, cerveza, etc. Al morir Paco lo regentó su hija Ana, una amable y excelente persona.
 
Paco en su famoso carrito  1960 Custom
 
Paco en su famoso carrito (1960)
 
 
El Gallego.- En la parte baja de la Rambla 25 de Julio, frente a  Intendencia y Caja de Reclutas. Estaba bien surtido de prensa y revistas del corazón, novelas del oeste, de Corín Tellado,  pasatiempos, etc.
 
Jesús  Gutiérrez.- En la Plaza Militar, muy cerca del colegio de los Salesianos. Anteriormente lo regentaba su suegra. Años más tarde, cuando los carritos fueron cambiados por kioscos, se trasladó a Tomé Cano, donde se jubiló. 
 
Samarín.- En la Rambla, muy cerca de la rotonda de la Estatua. Sus clientes eran los chicos de las Escuelas Pías y las chicas del colegio La Pureza. La empresa la continuaron sus hijos, Antonio y Luís. 
 
El carito de Samarín cerca de la Estatua de la Rambla Custom
 
El carrito de Samarín, cerca de la Estatua de la Rambla
 
 
Don Manuel.- También en la Rambla. Era muy visitado los domingos, cuando salíamos a pasear con nuestros padres.
 
Doña Ángela.- En la Rambla de las Tinajas. Aparte de su negocio, esta señora recogía las sobras de comidas de las viviendas de los alrededores para llevárselas como comida para los cochinos.
 
Domingo.- Conocido por la chiquillería como “el hurón”. Estaba situado en el Puente Zurita. Los domingos hacía churros. Al morir lo regentaba su viuda, doña Primitiva. El carrito desapareció con la llegada del tranvía.
 
Doña Amadita.- En la esquina del colegio de La Salle. En el recreo era muy visitado por los alumnos. Como la señora tenía una pronunciada joroba, los estudiantes le decían “el carrito de la petuda”. 
 
          En la Plaza de España había varios. El último que subsistió, se encontraba en la entrada del muelle. Al igual que en la Alameda del Duque de Santa Elena, donde el más famoso era el que vendía chocolate inglés, en onzas. 
 
Carrito del muelle 1950 Custom
 
El carrito del muelle  (1950)
 
         
          En los alrededores de la Plaza del Patriotismo se encontraban los carritos de: Argelio, famoso por los “deditos de santo”; María Lola, célebre por sus milhojas, mata hambre, y otras clases de dulces; Doña Antonia, a la que cariñosamente llamaban “Pepa La Tuerta”, porque le faltaba un ojo. Su establecimiento era popular por las “papas fritas” que ella misma realizaba; Marcial, carrito donde había de todo lo que un niño necesitaba para saciar sus apetencias; Juan Florido, por los deliciosos churros que elaboraba los sábados y domingos, desde las 5 de la madrugada.
 
          A finales del siglo XX, todos estos carritos fueron sustituidos por kioscos de madera, fijos, todos iguales. En la actualidad han aparecido los Supermercados de Golosinas. 
 
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