El cebo
Por Fátima Hernández Martín (Publicado en la página web de Museos de Tenerife el 8 de noviembre de 2016).
Cada noche la acechaba en completo silencio, bajo un ligero reflejo crepuscular algo incrementado por la incipiente luz que -a duras penas- emanaba de una arcaica mecha, ubicada entre dos palos de madera. Sigiloso, observaba sus movimientos, todos, cada uno de ellos, oculto tras la tea envejecida de un barril situado junto a la baranda añosa que miraba al océano infinito. Sabía que, a la hora acostumbrada, ella volvería a acercarse tímida, callada, pero sobre todo cansada, muy cansada por el esfuerzo, el trabajo diario, la lucha por huir... alcanzar su objetivo, aquel tan deseado. Él creía reconocerla, pensaba que era la misma y comentaba jocoso a sus compañeros que la distinguía de las demás por sus movimientos, siempre los mismos, aquellos que emanaban alegría, búsqueda de destinos, nuevas tierras, tal vez sueños, formar una familia, criar a su prole… Durante el día, cerrando los ojos para evitar el tedio, se atrevía a dibujarla… sí, era hermosa, menuda, ágil, confiada, incluso pizpireta, así la consideraba aquel hombre que la perseguía desde hacía unos días, aunque debido a las especiales circunstancias, le parecían meses. Sabía que ella gustaba apoyarse en el borde situado junto a la entrada angosta, cerca del lugar donde él dormía u oteaba el horizonte en que ella esperaba -ilusionada- encontrar el final del camino. Y empezaba a añorarla si tardaba en hacerse notar. Esa noche se retrasaba más de lo acostumbrado y -angustiado, desesperado- creía identificarla incluso en la distancia… mientras se acercaba.
Despacio, urdió la trampa, preparó el cebo para que cayera rendida, exhausta ante él. Lo dispuso todo de forma meticulosa, programada. Quería atraparla, que fuera suya después de tanto tiempo anhelando tenerla entre sus manos, apretarla con tanta fuerza que perdiera el sentido, el aliento. Sumido en un estado obsesivo, esta vez su llegada no se produjo a la hora acostumbrada, sino más tardíamente. Ella, con ojos lánguidos, negros, lo miró con confianza, sin recelo, como si estuviese acostumbrada a contemplar al que más tarde -tristemente- se percató era su captor. Él, en un descuido, sin piedad, se abalanzó sobre aquel cuerpecillo delicado, con la fuerza inusitada que sacaba de su torso sudoroso y maloliente, lleno de llagas y callosidades y cubierto por apenas un sayal descolorido endurecido por el salitre. La agarró con tanta intensidad que, indefensa, antes de morir y a sabiendas que nunca llegaría a tierra, solo pudo emitir un suave y ligero susurro de dolor…
Epílogo
En el libro XIV, capítulo I, de la Natural y General Historia de las Indias, islas y Tierra Firme del mar Océano, Proemio del Cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdéz (publicada en Sevilla en 1535 -en su primera edición-), que consta de veinte libros, resultan especialmente interesantes las reseñas hechas, para ciertos tramos de navegación, de las aves del Golfo de las Yeguas. No hay que olvidar que la navegación entre la península y las islas Canarias, por entonces, no siempre era fácil. Según el padre José de Acosta…”sienten la mayor dificultad por ser aquel Golfo de las Yeguas vario y contrastado de varios vientos…” El propio Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdéz relata…”aquel espacio o golfo de mar que hay desde Castilla a estas islas (se refiere a Canarias) se llama Golfo de las Yeguas a causa de las muchas dellas que allí se han echado…” en referencia al padecimiento de los animales durante la travesía (especialmente yeguas y vacas).
Las descripciones presentes en los textos de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdéz (en la Historia General y Natural) permiten identificar aves, vinculadas al ambiente oceánico, caso de Hydrobates pelagicus, Oceanodroma castro, Pelagodroma marina, Pelagodroma marina hypoleuca, Bulweria bulwerii, Calonestris diomedea, Calonectris diomedea borealis, Puffinus puffinus, Puffinus assimilis y Puffinus assimilis baroli…es decir, paíños, petreles, pardelas… Algunas de ellas tienen denominaciones comunes (nombres vulgares) muy similares a las dadas hoy en día, otros nombres sin embargo resultan difíciles de relacionar con su especie correspondiente.
Muchas de estas aves, en el curso de las rutas migratorias Europa y África, eran capturadas (por la noche mientras descansaban) por marineros enrolados en navíos que hacían la ruta hacia América -allá en el siglo XVI- como relata Fernández de Oviedo y otros cronistas de entonces, aquellos que viajaron como miembros de la Flota e hicieron escala en las islas Canarias, camino hacia…las Indias.
“…Quando de España venimos á estas Indias, véense por todo el viaje unos páxaros negros, muy grandes voladores, é andan á rayz ó junto á las ondas de la mar, y es cosa mucho de ver su velogidad… Aquestas aves, cuando quieren, se assientan en el agua …Llámanlos los marineros patines, é son pequeñas aves…” (Libro XIV, capítulo I)
“…Véense assi mismo en este viaje unas aves blancas del tamaño ó mayores que palomas torcaças. Son grandes voladores, é tienen la cola luenga é muy delgada, por lo cual le llaman rabo de junco; e véense las más veces a medio camino, o andada algo más de la mitad de la navegación hacia estas partes…” (Libro XIV, capítulo I)
“… La terçera vez que vine á estas Indias…y en la mitad del camino é mar que hay desde España á las islas de Canaria, en el golpho que llaman de las Yeguas; de lo cual todos los marineros se maravillaron mucho é dixeron que nunca avian visto ni oydo deçir que semejantes aves se oviessen visto tan çerca de España…” (Libro XIV, capítulo I)
“…Quando las naos están á dosçientas leguas ó menos, viniendo en demanda destas Indias desde España, se ven otras aves que llaman rabihorcados…estas son grandes aves al paresçer é vuelan mucho é lo mas continuo andan altos, son negros é quassi de rapiña. Tienen muy largos é delgados vuelos…” (Libro XIV, capítulo I)
“…Otras aves de la tierra se hallan en la mar y se toman de cansadas… las quales subiéndose en alto vuelo, queriendo atravessar desde el cabo de Sanct Viçente ó parles postreras é más occidentales de España e del fin de Europa para se passar en Africa, ó desde Africa para España, cánsanse e acójense á las gavias de las naos que acaso atraviessan; é cómo se haçe de noche, témanlas á manos los marineros. Y aquesto baste quanto á las aves que se topan, quanto esta navegagión se haçe, segund é dónde tengo dicho…” (Libro XIV, capítulo I)
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