Bicentenario de la estancia en Tenerife del ilustre viajero Víctor Arago
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en La Opinión el 12 de marzo de 2017 y en El Día / La Prensa el 8 de abril de 2017
Víctor Arago
Jacques-Étienne-Víctor Arago, nació en Estagel –Francia, en 1790. Novelista, autor dramático y explorador, con tan sólo 23 años fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias Francesa. Astrónomo del Observatorio de París (1812-1845), durante el Imperio Napoleónico, descubridor del magnetismo rotatorio, llevan su nombre: cráteres de Marte y la Luna y algunos anillos de Neptuno.
Expulsado de Francia, en el gobierno de Napoleón III, se embarcó rumbo a Río de Janeiro (Brasil), lugar en el que residió hasta su muerte, a los 65 años.
En 1817, estuvo en el Puerto de Santa Cruz de Tenerife, a bordo de la corbeta L´Uranie, como dibujante de la expedición científica que viajaba alrededor del mundo, comandada por Louis de Freycinet, con la misión de estudiar el magnetismo terrestre y la meteorología. En 1820, naufragaron, cuando estaban a la altura de las Islas Malvinas.
La relación de este viaje, escrito en 1821, es un relato en forma epistolar formado por las cartas que le enviaba a un amigo de la infancia, apellidado Batlle. Las referencias a Santa Cruz de Tenerife se encuentran en las cartas XI, XII, XIII.
En 1851, aunque se había quedado ciego, volvió a escribir un nuevo relato del viaje, ahora de forma descriptiva; en este texto, las referencias a Tenerife se encuentran en el capítulo II.
Santa Cruz de Tenerife, 1815
CARTA XI.- Llegada a Tenerife y descripción de Santa Cruz.
"Como el viento ya era favorable, levamos anclas y, después de cruzar el estrecho, pusimos rumbo a Tenerife. El barco surca las olas con rapidez, las costas de África han desaparecido cuando alguien grita: Tierra… Son las Canarias… Estamos en Tenerife.
Esta isla volcánica tiene 64.000 habitantes. Santa Cruz, donde reside el gobernador, aunque la Audiencia radica en Gran Canaria, es una pequeña ciudad bastante sucia que se extiende de norte a sur. La mitad de sus calles están pavimentadas y los españoles conservan las costumbres y los hábitos de su país, con las modificaciones que el clima impone. El borde de las casas está pintado con dos franjas anchas y negras lo que contribuye a darles un aspecto muy lúgubre.
La rada, abierta a casi todos los vientos, es insegura ya que el fondo es malo en exceso y los atraques son muy peligrosos. En ella encontramos dos bricbarcas francesas y una americana que hacían la aguada, así como una docena de pingues españoles, tripulados por unos hombres cuya existencia me pareció un problema.
Cuando observo los tres fuertes que defienden la ciudad, situados de tal modo que pueden ser fácilmente bombardeados; cuando veo sólo una pequeña muralla en las cumbres que domina la ciudad; cuando sé que pueden efectuarse, sin dificultad, desembarcos con chalupas en casi todos los puntos de la isla; me pregunto cómo el almirante Nelson, cuya fama es tan colosal, vino aquí a dejar un brazo, todas sus embarcaciones, sus banderas y su mejores soldados, sin lograr adueñarse de Santa Cruz.
Que manden a uno de nuestros almirantes: no dejará ni sus naves, ni sus soldados, ni sus banderas y la isla será nuestra."
Lazareto de Santa Cruz
CARTA XII.- Descripción de un centinela en el Lazareto
"Nuestros astrónomos van a hacer sus observaciones al Lazareto que dista de la ciudad una media legua. Una hilera de guijarros separa a los enfermos de los habitantes. Un soldado de la guarnición, con un arma al hombro, parecida a un fusil, está allí para velar por la seguridad pública; mientras se pasea, va comiendo una bola de pasta que amasa con la mano.
- ¿Que está Vd. comiendo, camarada? Gofio.
- ¿Está bueno? Excelente, pruébelo. ¡La lengua se me pega al paladar!
- ¿A cuanto asciende su paga? A esta comida
- ¿Y dinero? Nunca
- ¿Así que no tiene dinero? Por 10 reales, daría la vuelta a la isla caminando
- ¿Aceptaría esta media piastra para que beba a mi salud? Es demasiado, van a pensar que he robado.
- ¡Acepte!. A fe mía, señor, temía no oírle repetir su generosa oferta. Mil gracias.
CARTA XIII.- Encuentro con unas muchachas jóvenes en Santa Cruz
"La noche empezaba a bajar de la montaña y me llegaban suaves emanaciones de la costa indefensa contra la que las olas rompían a unas brazas del malecón. Bajé a tierra y traté de adentrarme de incógnito en la ciudad, donde la entrada todavía no estaba prohibida. Fue para mí un nuevo motivo de asombro y de estupor. Allí, entre el mar y la ancha base de un cráter apagado, encontré, esperándome con impaciencia, a unas treinta muchachas protegidas por sus ancianas madres, que me pedían, con insistencia, que les concediera el favor de una conversación íntima. “No viven lejos, me van a recibir con la más generosa de las hospitalidades, comeré naranjas dulces y deliciosos plátanos; descansaré de mis fatigas”. Y me cogían con familiaridad del brazo, me tiraban del traje y no querían dejarme volver a bordo sin que hubiera accedido a sus deseos. Me hacían estos curiosos ruegos con gritos, súplicas, amenazas y casi con lágrimas, y habría sido poco cortés no responder con algunas atenciones. Si hubiera querido, esas muchachas se habrían peleado por mí, y les ruego que crean que no hago gala de vanidad alguna, ya que cualquier otro había sido acosado con el mismo ardor. Aquí ignoran el significado de las palabras pudor y modestia.
¡Desgraciadamente, la mayor de ellas no llegaba a los quince años! Es la miseria y no el libertinaje, la necesidad y no la codicia; tal vez es, también, el efecto de un sol abrasador que casi cae a plomo.
Vean: una ligera y reducida blusa abierta que deja desnudos unos hombros redondeados y un pecho quemado por el fuego del sol; una blusa hecha jirones o remendada con retales de tela de distintos colores; una simple falda, anudada a la cintura y que apenas llega a las rodillas; un cabello negro, que unas llevan suelto y otras sujeto por una gran peineta de hueso o de madera toscamente cincelada y, bajo esta corona de azabache, una frente amplia y pura, unos ojos grandes, protegidos por pestañas lagas y espesas; una nariz ligeramente chata, unas mejillas redondas y sonrosadas, una boca admirablemente trazada y unos dientes de una blancura deslumbrante; además, bajo estos andrajos que cubren las formas sin ocultarlas, un seno al que David y Pradier habrían dedicado sus más apasionados estudios, unos brazos jóvenes y gordezuelos, unos movimientos llenos de osadía, un andar independiente: es la vida que circula por las arterias. Y al mismo tiempo, unas fervientes súplicas, unos ataques reiterados, una noche templada y tranquila, el primer cansancio de un viaje de circunnavegación y una ardiente necesidad de estudiar las costumbres de los pueblos que íbamos a visitar. Toda ciencia tiene un precio; pero, con tal de aprender, nunca he retrocedido ante determinados sacrificios."
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