Relato de la escala en Santa Cruz del marino francés Du Petit Thouars, en su viaje alrededor del mundo, hace 140 años

 
Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en El Día / La Prensa, el 11 de febrero de 2017).
 
 
 
          Abel-Nicolás George Bergase du Petit Thouars, nacido en 1790, en Bordeaux-en-Gatinais, Loiret (Francia), inició su carrera en la Marina, a los 15 años, ascendiendo rápidamente en el escalafón hasta alcanzar el grado de Almirante.
 
          Formó parte del Consejo del Almirantazgo francés, representante  de la Asamblea legislativa y miembro de la Academia de Ciencias de París. Durante la revolución japonesa mandó la corbeta Dupleix y, en la guerra franco-prusiana (1870), fue Jefe de la batería flotante sobre el río Rin. Contralmirante en la pacificación de las islas Marquesas (1880), en la guerra del Pacífico, dirigió la observación de la marina de guerra. Recibió la Legión de Honor en la guerra de Crimea, donde fue herido.
 
          El gobierno francés, dentro de su política de expansión, ordenó que dos grandes fragatas de la Marina militar: L´Artémise, dirigida por Laplace, y La Venus, al mando de du Petit-Thouars, diesen simultáneamente la vuelta al mundo siguiendo rutas distintas.
 
          Los científicos que le acompañaban realizaron, durante 30 meses, mediciones y variaciones sobre la inclinación o declinación de la aguja, la intensidad magnética de las zonas visitadas, medidas de la presión atmosférica, mareas, salinidad, temperatura, etc.
 
DupetitThouar Custom
 
Abel - Nicolás George Bergase du Petir Thouars
 
         
          La Venus, dirigida por du Petit-Thouars, salió del puerto de Brest (Francia), el 31 de diciembre de 1836, e hizo escala en Santa Cruz de Tenerife, los días 9 y 10 de enero de 1837. Después de visitar al Gobernador del Archipiélago, se avituallaron de agua, frutas, verduras, plátanos, animales vivos, etc. y emprendieron el largo trayecto que les llevaría hasta Río de Janeiro. 
 
          En el primer capítulo de su obra, formada por 11 volúmenes, titulada Viaje Alrededor del Mundo en la fragata La Venus, cuenta la escala en el puerto de Santa Cruz de Tenerife:
 
                    “Después de haber permanecido detenida por los vientos contrarios durante tres días, La Venus volvió a poner rumbo hacia las Afortunadas y, desde la mañana del día nueve, avistamos la isla de Tenerife. Estaba cubierta de bruma y el pico no fue visible en todo el día.
 
                    A consecuencia del frío que habíamos padecido y de la humedad ocasionada por el mal tiempo, treinta y seis hombres estaban aquejados de catarros y fiebres. Esta circunstancia hizo que me decidiera a hacer una escala al pasar por Tenerife, para recoger allí provisiones.
 
                   Estaba satisfecho también porque podía aprovechar esta escala para realizar observaciones y determinar el estado de los relojes marinos que nos daban resultados poco acordes para el tiempo que había transcurrido desde nuestra salida.
 
                  A las seis de la tarde nos encontrábamos sólo a dos millas al este de la punta nordeste de esta isla. A este lugar lo llamaban la punta de Anaga, nombre que toma de una roca aislada, en forma de pan de azúcar, que está próxima. Esta punta es muy escarpada y está desprovista de vegetación; tiene un aspecto triste y totalmente árido.
 
                   Antes de anochecer pude distinguir la ciudad de Santa Cruz y fondeamos guiados por las luces de las casas. A las ocho ya habíamos anclado en la rada. El viento se había calmado; la bruma seguía cubriendo la cumbre de las montañas de la isla, y el tiempo estaba oscuro y con chaparrones. No tuvimos ninguna comunicación con tierra hasta el día siguiente, y nadie de la isla se preocupó por saber quiénes éramos.
 
                     El 10, después de las salvas habituales, fui a tierra para visitar al gobernador general de las Canarias, y para conseguir algunas provisiones para la tripulación. El Sr. de Tessan, ingeniero hidrográfico de la expedición, se embarcó conmigo para instalarse  en casa del Sr. Brétillard, cónsul de Francia, desde donde observó la inclinación de las agujas y la intensidad magnética. El tiempo, siempre cubierto, no nos permitió hacer las observaciones astronómicas necesarias para ajustar los relojes.
 
                       La ciudad de Santa Cruz, que es la residencia del Gobernador General, está considerada como la capital y como el centro del comercio del Archipiélago. Vista desde la rada, la ciudad, se extiende a lo largo de la playa más que hacia el interior; está situada en una pendiente suave al pie del declive de unas montañas muy altas, de un color oscuro. Todas sus casas blancas, entre las que destacan algunos molinos, campanarios y palmeras, producen un efecto agradable y tienen un aspecto que cautiva por la novedad.
 
                       Se desembarca en un muelle construido con buen trazado, aunque estaba en bastante mal estado. El malecón, cuya orientación principal es de este a oeste, en su extremo gira hacia el norte para situar el desembarcadero al abrigo del mar. Sin  embargo, cuando hay mal tiempo se produce mucha resaca, y cuando hace bueno también es posible desembarcar en el sur del malecón, entre peñascos, junto a los almacenes de la aduana. No se puede desembarcar en ninguna otra parte debido a que el mar bate sin cesar.
 
                    Por la parte del mar, la ciudad está defendida a lo largo de la costa por varios fuertes o baterías. El almirante Nelson los consideró lo bastante respetables como para no proseguir su ataque, pese a que lo había iniciado con una escuadra pues, habiendo desembarcado a la cabeza de un destacamento para ir al asalto de un fuerte, fue rechazado y herido tan gravemente en el brazo derecho, que fue necesario amputárselo.
 
                       Por la parte inferior, la ciudad de Santa Cruz está abierta, sin defensa, y se puede dominar desde diversos puntos. 
 
                   Las calles están bien trazadas, con esquinas en ángulo recto, y tienen aceras; hay una bonita plaza rodeada de bancos esculpidos, donde la gente va a tomar el fresco. Algunas casas están bien construidas y denotan cierta opulencia; pero, en general, son pequeñas y sin pisos.
 
                  Santa Cruz tiene siete u ocho mil habitantes, con una población dispersa, muy pobre, de aspecto y vestimenta españoles. Lo que más llama la atención es la miseria.
 
                    Casi todo el comercio está en manos de los ingleses, que se llevan la mayor parte de los vinos, los mejores de los cuales son tan apreciados como los de Madeira. Ha habido años en los que la exportación para Inglaterra y la India han sido de más de 800 toneles. Los ingleses traen a cambio productos manufacturados, granos y aguardiente.
 
                   La escala en Tenerife no siempre es muy segura en verano pues estás expuesto a los vientos procedentes de alta mar, que harían muy peligrosa la operación de amarre; sin embargo, desde el mes de enero, los vientos de esa dirección ya son muy escasos. Las gentes de Santa Cruz han notado que cada vez que los vientos soplan de alta mar, las tierras de la isla de Canaria se hacen más claras y visibles, lo que es aprovechada por los navegantes que frecuentan esta rada. 
 
                    En Santa Cruz están tan acostumbrados al tráfico marítimo que en dos o tres horas se pueden obtener las provisiones que desees. Aquí se encuentra la mejor agua de las Canarias, es fácil aprovisionarse y en poco tiempo. La pipa sólo cuesta una piastra, incluyendo el transporte. La carne de ternera que embarcamos era de excelente calidad y la ración nos costó lo mismo que en Bretaña. Muchos navegantes se han quejado de la escasez y la carestía de las provisiones, pero aquí sucede, como en otros lugares, que los precios dependen de la abundancia o escasez de las mercancías y de la época del año en la que se llegue.
 
                    Si bien no considero esta escala como indispensable, la estimo beneficiosa para la tripulación por sus consecuencias inmediatas. Ya estábamos llegando a las costas de Brasil y todavía teníamos verduras, naranjas y plátanos de Santa Cruz.
 
                    Esta escala, por otra parte, rompió la monotonía de nuestra navegación de un modo útil y agradable."
 
Santa Cruz en 1837-1 Custom
 
Santa Cruz de Tenerife en 1837
 
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