Tenerife en estado de sitio (Parte 2)
Por Alastair F. Robertson (Publicado en inglés en Tenerife News en su número 566, de 23-12-2016 a 12-01-2017 y en The Nelson Dispatch, Vol. 13, Part 11, Summer 2020). Traducción de Emilio Abad
Introducción
Tras la batalla de Santa Cruz el 25 de julio de 1797, en la que Nelson además de ser vencido perdió su brazo derecho, se alejó de Tenerife físicamente mutilado y mentalmente deshecho creyendo que su carrera naval había finalizado.
Nelson era un ególatra, pero una de sus más destacadas características era la de reconocer las buenas cualidades de otros hombres, de modo que sin el menor rubor y generosamente llevó la noticia de su propia derrota a su enemigo en la Península. En don Antonio Gutiérrez, Capitán General de las Islas Canarias, había Nelson encontrado a un hombre valeroso y de gran pericia militar y a un honorable adversario. Aunque los dos hombres nunca llegaron a conocerse personalmente, tras la batalla, en un intercambio de cartas, acordaron que cuando llegase la paz desearían hacerlo.
La mutilación física de Nelson sería permanente, pero su carácter optimista pronto le llevó a recuperarse y, como todos sabemos, luego hizo grandes cosas, pero volviendo a las Islas Canarias, alejadas y con escasos contactos con la España peninsular, Gutiérrez, incluso pensando que había ganado aquella batalla, en su Cuartel General del Castillo de San Cristóbal estaba todavía sitiado. Más aún: su situación era mucho peor de lo que había sido antes del 25 de Julio, porque ahora sus ya limitados recursos habían disminuido de forma muy importante, los polvorines de fuertes y baterías debían ser reabastecidos y tenía que mantener la defensa de Canarias durasen lo que durasen las Guerras napoleónicas, mientras que los buques de guerra ingleses acechaban en las aguas que le rodeaban.
Contralmirante Horacio Nelson
La Parte 1 de este artículo la cerramos cuando a las 8 de la noche del 6 de septiembre de 1797 cinco buques de guerra de la armada británica navegaban a lo largo de la costa norte de Tenerife y los isleños se encontraban en máxima alerta contra un posible ataque al Puerto de la Orotava (hoy Puerto de la Cruz)
Treguas, prisioneros y otras alarmas
La siguiente vez que se divisaron los cinco buques británicos fue a las 10 de la noche, al oeste de Tenerife, por lo que Gutiérrez destacó compañías de soldados, que ya se encontraban previamente alertadas, a Icod y La Rambla con el objetivo de evitar un desembarco o cualquier intento de desembarcar prisioneros. Sin embargo, a las 7 de la mañana del día 7, tres lanchas británicas llegaban a la playa para intercambiar prisioneros. Bajo bandera de tregua, un pequeño velero desembarcó dos prisioneros, además de cuatro marineros españoles que habían sido apresados en la zona. Para proceder al intercambio, Gutiérrez envió un cabo y dos soldados ingleses
El temido ataque contra el Puerto de la Orotava no se materializó y los barcos británicos hicieron entonces otro medio circuito a la isla de Tenerife. El día anterior, el 6 de septiembre, el distrito de Abona estaba en guardia tras haberse avistado un velero inglés acosando a los barcos de aquella zona. La flotilla británica rodeó la Punta de Anaga y continuó hacia el sur a lo largo de la costa en dirección al extremo más meridional de Tenerife, siendo observados desde Los Cristianos cuando se dirigían hacia La Gomera para amenazarla, desembarcar prisioneros poco rentables, que sólo significaban más bocas que alimentar y más horas de servicio a los soldados encargados de custodiarlos. En un desembarco en el Puerto de Santiago, los ingleses detuvieron a tres isleños que pudieron observar que cada una de las dos fragatas llevaba una tripulación de unos 300 hombres y el bergatín unos 40. Dos de los barcos de la flotilla británica eran capturas hechas cerca del Puerto de la Orotava.
En la mañana del 7, un oficial de la milicia local de Guía de Isora fue con todos su hombres hasta el Puerto de Alcalá, donde se habían visto acercarse tres lanchas procedentes de la flotilla británica, que incluía las dos fragatas vistas fuera del Puerto de Adeje. Los barcos cambiaron sus banderas británicas por las de tregua, indicando que deseaban parlamentar. El oficial español ordenó a sus hombres no hacer fuego hasta conocer cuales eran las intenciones del enemigo. Sin embargo, alrededor de las cinco de la tarde, las lanchas parecieron cambiar de idea y regresaron a sus barcos.
Más tarde, tres bergantines británicos fueron avistados a la altura de Teno, la punta más occidental de Tenerife, y las tropas terrestres mantuvieron la vigilancia hasta el día siguiente. Después, la flotilla debió alejarse porque no hay más informes de alarmas y treguas, al menos por unos pocos días.
Pero la tensión no disminuía. El 12 de septiembre de 1797 el capitán general Gutiérrez recibió un informe en el que se decía que las fragatas británicas Almena y Andrómeda habían capturado un velero genovés, el Santiago, tripulado por siete hombres. Los genoveses luchaban junto a Napoleón, que estaba en guerra con Inglaterra, por lo que se trataba de una detención lícita. Los barcos ingleses siguieron en la zona y fueron avistados desde Icod el día 15, lo que condujo a más recomendaciones de Gutiérrez a sus tropas sobre la necesidad de mantener la vigilancia.
A veces los barcos británicos sufrían el mismo tratamiento que ellos aplicaban. Un mercante, el William Henry, que bajo bandera inglesa se había hecho a la vela en Cork con destino a Jamaica, fue capturado por un corsario francés, el Bonaparte. Su capitán John Long, el piloto Edward Fish, los marineros William Patterson, Edward Baylly, Michael Barry, John Howard, Patrick O’Connor y Charles Douglas, y el pasajero Marton Long, hermano del capitán, fueron hechos prisioneros y entregados en el Puerto de la Orotava el 30 de septiembre. Gutiérrez envió un cabo y cuatro soldados para hacerse cargo de ellos, pues podrían resultar útiles en un futuro intercambio.
La actividad pareció haberse terminado con la llegada de la estación invernal, y no fue hasta bien entrada el año siguiente, el 24 de mayo de 1798, cuando barcos británicos desembarcaron diez o doce prisioneros mientras navegaban en las proximidades de la entrada al valle de Masca. Curiosamente, el mismo día, un barco español que retaba a la suerte navegando hacia La Habana, en la colonia española de Cuba, recaló en Santa Cruz para cargar pescado fresco y carne y no informó de haber sufrido acoso alguno. Se había infiltrado a través de la red que constituían las patrullas británicas.
El bloqueo británico de las Canarias no era efectivo al 100%, como se demostró de nuevo el 9 de julio, cuando una fragata francesa y otras dos españolas que navegaban hacia las Filipinas arribaron felizmente a Santa Cruz para reavituallarse. Pero, como para probar que esta sensación de seguridad era falsa, dos fragatas francesas que zarparon de Santa Cruz el 26 de julio fueron seguidas por otra británica, como se pudo observar desde el puerto. Al día siguiente los dos barcos franceses se encontraban aún en las cercanías, mientras que la fragata británica pasó frente a Candelaria y Güimar, desde donde se mantenía una estrecha vigilancia de sus movimientos.
Éxitos españoles
Se sucedieron algunas acciones navales afortunadas para los isleños. El 27 de julio de 1798 se recibió un informe desde Abona referente a un barco británico llamado el Apolo que, con sus 180 toneladas de desplazamiento y armado con 10 cañones, navegaba rumbo a Jamaica y tuvo que recalar en solicitud de agua potable. No se le suministró y fue capturado como presa de guerra por los españoles.
Tres semanas después, el 18 de agosto, otro barco que enarbolaba la bandera británica se dedicaba a acosar a los barcos de pesca de los naturales. El día 27 se le identificó como el bergantín inglés La Betsy, mandado por el capitán John Persson. Mientras perseguía a El Fulminante, un corsario francés, capturó una balandra con una carga de pescado. Días más tarde, el 4 de septiembre, La Betsy capturó otro pesquero. Puede parecer algo patética esta forma de hacer la guerra por la todopoderosa marina inglesa, pero los barcos locales de cabotaje suponían un fuente de comida fresca para las tripulaciones inglesas, obviando la necesidad de desembarcar o regresar a un puerto amigo para reavituallarse. Y luego se produjo una pequeña victoria para los españoles, La Betsy fue capturada, quizás por un corsario francés, como orgulloso de su acción y brevemente informó a Gutiérrez el 20 de septiembre. No ha llegado hasta nuestros días ningún relato sobre las circunstancias del apresamiento, aunque se informó que en aquellos momentos el barco estaba bajo el mando de Simon Geoffrey.
El último informe de un incidente de algo parecido a una guerra tiene la fecha de 6 de septiembre de 1798 y se refiere a que un bergantín aliado de los españoles, el Carracan, arribó a La Palma y comunicó haber avistado dos fragatas británicas. Pero nada más se supo de ellas.
Teniente General Antonio Gutiérrez
El año siguiente, 1799, iba a ser el último para Gutiérrez. El 20 de marzo hubo una alarma general en Tenerife sobre la que parece que no ha sobrevivido ningún informe, pero la cosa debió ser seria porque Gutiérrez escribió a los cinco coroneles de la isla de Tenerife solicitándoles a la mayor brevedad posible, en el caso de que no hubiese una emergencia en su área, que remitiesen un listado numérico de soldados y paisanos que pudiesen tomar las armas, así como de sus jefes y oficiales. La lista debía ser entregada tan sólo a alguien de la total confianza del coronel, y esa persona debería hacer caso omiso de lo que pudiese ocurrir en la ciudad y, si era necesario, cabalgar para entregar el listado lo más rápidamente posible.
No sabemos lo que sucedió después, pero sí que ésta fue la última orden escrita impartida por el capitán general don Antonio Gutiérrez que ha llegado hasta nuestros días, pues murió el 14 de mayo de 1799, pocos días después de su septuagésimo cumpleaños.
El aislamiento de las Islas Canarias de la metrópoli y el bloqueo de la marina británica duraron hasta 1813, después de la campaña peninsular de Wellington, con España y Gran Bretaña aliadas contra Napoleón. Tristemente, ni Nelson ni Gutiérrez, los dos protagonistas de la batalla de Santa Cruz el 25 de julio de 1797, vivieron para ver ese día, y sus mutuos deseos de encontrarse cara a cara nunca se hicieron realidad.
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Agradecimientos:
A doña Elsa González Tabares, de la Biblioteca Pública Municipal de Santa Cruz de Tenerife. Los documentos cuya lectura me facilitó fueron una fuente valiosísima en esta investigación, que, sin su ayuda, no habría podido llevarse a cabo.
Los retratos que se reproducen de Nelson y Gutiérrez aparecen en el catálogo de la exposición “Nelson y Tenerife. Una doble mirada” (20-30 de julio de 2012 y 2013-2014) organizada por la Asociación Cultural Tu Santa Cruz
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