Siempre a punto de guerra

 
Por Enrique Romeu Palazuelos  (Publicado en El Día el 21 de mayo de 2000).
 
 
          La memoria es un estropajo, se le aprieta y suelta recuerdos. Esta mañana la estrujó el hombre, este hombre y derramó versos, de cuando el estrujador fue niño:
 
               “Madre, militares vienen, // muy apuestos y bizarros, // luciendo los uniformes, // en sus briosos caballos. // ¡Cómo me gustan todos, // madre, quiero ser soldado!”.
 
         Después deseaba ser labriego y santo. Por pedir nada se pierde... Sólo fue soldado raso, “quinto quintorro // ponte bien el gorro”. Le siguen gustando. Los de plomo son bonitos; los de verdad defienden lo que no sabemos qué es y llamamos la Patria... Apretó el estropajo, que soltó más versos: 
 
             “Queriendo yo un día, // saber qué es la Patria, // me dijo un anciano, // que mucho la amaba: // La Patria se siente, // no tiene palabras, // que claro lo expliquen // las lenguas humanas...”.
 
        ¿Por qué esto? Por la lectura de los hechos de un capitán general de estas Islas, que cuidó bien de su defensa y el buen estado de las Milicias de Canarias.
 
        ¡Milicias de Canarias! Suena a lejano y movido fragor de combate. Milicia, tropa militar dispuesta a defender las Islas. Obligadas por la situación. En el siglo XV fue más fácil hacer soldados aquí que traerlos. Tropa y jefes. Todos a una y cualquiera... noble, letrado, herrador o campesino. Madre, yo también soy de las Milicias. Y permanecer en alerta sin descanso. Atentos para acudir al combate. En Tenerife contra Blake y Gennings, contra el fanfarronazo, que buen palo llevó. En Lanzarote con los berberiscos, con los holandeses de Van Der Does en Gran Canaria y en La Gomera contra Windham y más allá también, en Flandes y Portugal. Casi cien veces las citó José de Viera y con alabanzas.
 
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          La situación se modificó en el siglo XVIII, con la reforma de los ejércitos regulares. Y ya venían a las Islas tropas militarizadas. Con esto se llegó a la necesidad de reorganizar las Milicias. Enviado por Carlos III, llegó a Santa Cruz de Tenerife en 1771 otro inspector, Nicolás de Maciá Dávalos. Venía en un barco de guerra y con casi doscientos soldados. Su trabajo agradó poco al comandante general, Miguel López Fernández de Heredia, que lo fastidió en cuanto pudo. Maciá, que vivió en La Laguna, calle de Las Piteras, en casa con huerta en la que cultivó rosas, realizó su misión con mucho cuidado. Deshizo Regimientos y creó nuevos, con lo que consiguió amistades y enemigos entre los jefes y oficiales nombrados o cesados, pues serlo era de honor y prestigio.
 
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          En las chispeantes noticias que de dos comandantes generales escribió don Fernando de la Guerra, detalló una de Milicias: “Hoy lunes 8 de enero (1776) se hace la revista de Regimiento de la Ciudad... En efecto, la revista se hizo en la plaza del Adelantado y se pasó regularmente, sin sonrojo de los oficiales... Otro hombre despilfarrado y sin armas, de contextura extraordinaria, y seria, representó que estaba malo: le preguntó el comandante qué enfermedad padecía: respondió con un grito - Gáligo; quería decir Gálico o Bubas. Otro hombre dijo que el expertor lo hizo sargento reservado y que lo habían reburujado entre estas milicias. La lluvia llegó a tiempo...”. Curiosa escena. Hombres rudos, que a la hora de dejar la vida en la defensa de su patria...
 
          Por 1906, las honorables Milicias de Canarias languidecían. Carecían de razón de ser. No les quitemos méritos...
 
                 “Que siempre a punto de guerra, // combatieron, siempre grandes, // contra Portugal y Flandes // y defendiendo su tierra”.
 
          ¡Honores y lauros para ellas!
 
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