Tenerife en estado de sitio (Parte 1)

 
Por Alastair F. Robertson  (Publicado en inglés en Tenerife News el 6 de diciembre de 2016 y en The Nelson Dispatch, Vol. 13, Part 10, Spring 2020). Traducción de Emilio Abad.
 
 
 
          La batalla de Santa Cruz tuvo lugar el 25 de julio de 1797, en el marco de las Guerras napoleónicas, cuando una escuadra británica bajo el mando del contralmirante Horacio Nelson atacó Tenerife y fue derrotado por el mal estado del mar, el feroz fuego de cañón y el tenaz heroísmo de los isleños, tanto hombres como mujeres. Tras la lucha, en la que Nelson además de ser vencido perdió su brazo derecho, se alejó de Tenerife físicamente mutilado y mentalmente deshecho creyendo que su carrera naval había finalizado.
 
          Nelson era un ególatra, pero una de sus más destacadas características era la de reconocer las buenas cualidades de otros hombres, de modo que sin  el menor rubor y generosamente llevó la noticia de su propia derrota a su enemigo en la Península. En don Antonio Gutiérrez, Capitán General de las Islas Canarias, había Nelson encontrado a un hombre valeroso y de gran pericia militar y a un honorable adversario. Aunque los dos hombres nunca llegaron a conocerse personalmente, tras la batalla, en un intercambio de cartas, acordaron que cuando llegase la paz desearían hacerlo.
 
          La mutilación física de Nelson sería permanente, pero su carácter optimista pronto le llevó a  recuperarse y, como todos sabemos, luego hizo grandes cosas, pero volviendo a las Islas Canarias, alejadas y con escasos contactos con la España peninsular, Gutiérrez, incluso pensando que había ganado aquella batalla, en su Cuartel General del Castillo de San Cristóbal estaba todavía sitiado. Más aún: su situación era mucho peor de lo que había sido antes del 25 de Julio, porque ahora sus ya limitados recursos habían disminuido de forma muy importante, los polvorines de fuertes y baterías debían ser reabastecidos y tenía que mantener la defensa de Canarias durasen lo que durasen las Guerras napoleónicas, mientras que los buques de guerra ingleses acechaban en las aguas que le rodeaban.
 
barcos Custom
 
Ataque de la escuadra británica a Santa Cruz, por Luis Suárez Guanez (1960), copia del original de Francisco Aguilar y Fuentes (1848)
 
 
MANTENER EL ORDEN Y EQUILIBRAR LAS CUENTAS
 
          Los primeros problemas con los que había que lidiar tras la batalla eran de índole doméstico. A pesar de la euforia desatada por la victoria de los isleños sobre la mejor Armada del mundo, Gutiérrez tendría que recordar a todos que las islas estaban aún en guerra y que otro ataque podría desencadenarse en cualquier momento. Aunque el propio Nelson había prometido dejar en paz las Canarias, esto no regía para otros Comandantes británicos. El 29 de agosto de 1797 Gutiérrez promulgaba una orden para evitar casos de deserción en las tropas, recordando las penas en que incurrían los desertores, a la vez que avisaba de que se mantenía el estado de guerra contra Gran Bretaña.
 
          Otro problema era la situación financiera. La defensa de la isla había conllevado un alto precio, pues no todo el mundo estaba dispuesto a regalar bienes y servicios por la libertad de las Islas. Por ejemplo, el 2 de septiembre se pagó una factura por el suministro de comida y agua a los artilleros, otra por el alquiler semanal de un almacén, otra por el suministro de sombreros y calzado para los desembarcados marinos franceses que habían luchado junto a los isleños, y luego quedaban el alquiler de barriles para agua, la compensación de gastos de particulares y así sucesivamente. La suma total ascendía a 9.713,13 pesetas.
 
 
BARCOS SOSPECHOSOS. SEGURIDAD PARA LOS INOCENTES
 
          En un frente de guerra la vigilancia debe mantenerse de forma permanente, por lo que había que cortar en seco cualquier relajación de las tropas de las Islas Canarias. Eran controlados los barcos sospechosos, y en realidad también los que no lo eran.
 
          No mucho después de la gran victoria, el 14 de agosto, una goleta americana llamada La Delicia arribó a Santa Cruz. Con su capitán, John Harrison, se encontraba en camino desde Lisboa a Guinea para comprar esclavos. Había tocado en el Puerto de la Orotava (hoy Puerto de la Cruz) para suministrarse de vino. Pero como Harrison había zarpado de un país que era aliado de Gran Bretaña (Portugal es el más antiguo y fiel aliado de Inglaterra) y hablaba inglés (o algo así), y dado que la situación se complicaba más porque viajaba sin pasaporte americano, se sospechó que fuese un espía anglo-americano. Sin embargo, tras la inspección de la documentación y la carga, se consideró que era representante de una nación amiga. Se permitieron las vistas de barcos americanos, porque América recibió esa consideración de “nación amiga”
 
          Muy poco después, el 20 de agosto arribó un barco procedente de Marruecos y con él el fantástico rumor típico de todas las guerras. Se decía que en Londres se estaba organizando un contingente de 30.000 hombres para tomar Canarias y que un número similar iría a Méjico. El oficial al que se relató este cuento lo elevó a Gutiérrez, aún a sabiendas de que debía ser falso.
 
          El 23 la alarma procedió del pueblecito costero de San Andrés, y se refería a un bergantín sin identificar que había sido avistado procedente de Gran Canaria. El informe se acompañaba  con la reiteración de una solicitud de municiones para el fuerte allí situado. Luego, alrededor del 27, un bergantín amigo, el Fortitude llegó a Santa Cruz, rumbo a los bancos pesqueros de la costa africana. Había estado prisionero de los ingleses durante tres días el mes anterior.
 
          Pisándole los talones al Fortitude, el día 28 de agosto se recibía un informe del atalayero de Anaga, que había divisado una gran fragata, de nacionalidad desconocida, a tres o cuatro leguas (de nueve a doce millas) de distancia, pero no se supo más de ella.
 
          El acoso de la marina británica debía variar con las épocas del año, probablemente como consecuencia de los tormentosos mares invernales y los vientos contrarios del Atlántico, porque tras un paréntesis de varios meses, ya bien metidos en el siguiente año, el 23de marzo de 1798 hubo un informe sobre un grupo de barcos avistados, pero que no pudieron ser identificados como ingleses. Cinco días más tarde, el 28 de marzo, quizás la misma flotilla fue localizada por el atalayero de Anaga. Gutiérrez dictó instrucciones para mantener la vigilancia.
 
          De vez en cuando, la tensión aflojaba y se sentía alivio cuando barcos amigos arribaban a Santa Cruz. En mayo de 1798 se inspeccionó un barco mercante, y la inofensiva carga resultó ser madera. Días después, el 6 de junio, llegó un barco extranjero, que se clasificó como de comercio con Norteamérica,  por tanto un aliado de España. El 8 se recibió en Santa Cruz el aviso de que un barco, que se sospechaba enemigo, había sido visto entre las 8 y las 9 de la noche navegando hacia La Palma. Sin embargo, el día 10 resultó ser una fragata americana llamada The Trial. Y por fin, el 8 de septiembre de 1798, un barco mercante llamado La Pura y Limpia Concepción arribó en viaje desde Buenos Aires. Después de algunos días de retraso, se hizo un inventario de su carga, que era cacao.
 
 
ALARMAS Y TREGUAS PARA DEVOLVER PRISIONEROS
 
          Hubo muchas alarmas ocasionadas por la presencia de navíos británicos que merodeaban por las aguas canarias y muchas pruebas de la necesidad de una adecuada vigilancia.
 
         Una seria amenaza se desveló el 3 de septiembre de 1797 cuando un barco enemigo (es decir, británico) fue visto en La Palma, lo que hizo temer que fuese la señal de una nuevo intento de invasión. El día 5 se localizaron cinco fragatas inglesas  fuera del puerto de Los Cristianos. El jefe de las milicias locales montó a caballo y con tantos soldados como pudo reunir se dirigió a la costa de Adeje. En la Caleta de Adeje se había producido un desembarco mediante lanchas procedentes de los buques ingleses bajo bandera de tregua, y se llevó a cabo una reunión. Toda la noche se mantuvo la vigilancia y, a la mañana siguiente, 27 prisioneros franceses y otros 19 españoles (de ellos 14 tinerfeños) fueron desembarcados por los británicos. Entre los franceses figuraban dos mujeres y el comandante apiadándose de ellos les permitió comprar comida. Los franceses y los españoles no tinerfeños habían sido capturados cuando viajaban en un barco de carga con azúcar, cacao, café, algodón y palos de tinta que debían entregar en el puerto de El Confital, en Gran Canaria, y los tinerfeños hechos prisioneros con su buque cuando zarparon del Puerto de la Orotava. Los liberados informaron que los británicos habían cometido actos de pillaje en las costas de Fuerteventura y Tenerife sin preocupación alguna por los fuertes.
 
          Los barcos ingleses se dirigieron luego hacia el norte bordeando la Punta de Teno y a lo largo de la costa hacia el Puerto de la Orotava. Gutiérrez ya había dado instrucciones alertando a las unidades de Icod, Garachico, El Tanque, Los Silos y Buenavista, cuando se recibió un alarmante informe del puerto de San Juan. Las cinco fragatas habían sido avistadas a las 8 de la noche del día 6 de septiembre navegando entre La Palma y la costa de Tenerife. Dos milicianos fueron enviados desde Garachico como observadores, pero otro avistamiento, ahora desde el puerto de Santiago, hacía temer que intentaban atacar el Puerto de la Orotava (Puerto de la Cruz).
 
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