Por qué Nelson perdió la batalla de Santa Cruz de Tenerife
Por Ray Aldys (Teniente Coronel del Ejército británico) (Publicado en el número de verano de 2016 de The Nelson Dispatch -Journal of The Nelson Society. Traducción de Emilio Abad)
Para añadir la injuria al daño, Nelson no sólo fue derrotado en la batalla de Santa Cruz de Tenerife, ¡sino que también perdió su brazo! ¿Cuál fue la razón de que el táctico más famoso de todos los tiempos de la Royal Navy sufriese tamaño desastre cuando dirigía una aparentemente fácil operación anfibia? Y no se puede aducir que fuese ésta su primera actuación en tal modalidad del combate, porque ya tenía a sus espaldas las experiencias de Nicaragua, Bastia y Calvi.
Recientemente pude visitar Tenerife y decidí, contando con la aquiescencia de mi sufrida esposa, dedicar parte de mi tiempo libre para dedicarlo a echar una mirada cercana a aquella batalla en la que parecía que Nelson se había comportado torpemente. Como oficial de Infantería, me he adiestrado, junto a la Armada, en operaciones anfibias y, por tanto, me considero más capacitado que algunos para explicar las razones que llevaron a este sorprendente fallo en su, por otra parte, brillante carrera.
Naturalmente, hay que comenzar por el principio y conocer lo que Nelson intentaba conseguir en Santa Cruz. Y también es necesario aclarar al lector profano en la materia lo que se entiende por “operaciones anfibias” y subrayar algunas de sus reglas básicas.
En el verano de 1797, el almirante Jervis, Comandante en Jefe del Mediterráneo, estaba empezando a sentir cierta frustración dada su incapacidad para infligir serios daños a la flota española que tenía bloqueada en Cádiz. Su inmediato subordinado, el contralmirante Nelson, ya había jugado con la idea de llevar a cabo un ataque contra Santa Cruz, la principal población y puerto de Tenerife, una de las españolas Islas Canarias. El objetivo consistía en apoderarse de barcos españoles cargados de riquezas que se sabía se habían refugiado allí tras cruzar el Atlántico desde Sudamérica. (Nota 1) Aunque al principio las acciones contra Cádiz le habían entretenido demasiado, en los primeros días de julio la idea de apoderarse de una gran cantidad de dinero y, a la vez, asestar un duro golpe a España sedujo a Jervis, quien dio a Nelson la siguiente orden:
“Apoderarse de la ciudad de Santa Cruz mediante un fulminante y vigoroso ataque”
La fuerza naval con que contó Nelson era importante: tres navíos de 74 cañones (2), tres fragatas, un cutter y una bombarda. Su plan original requería una fuerza de 4.000 hombres para realizar el trabajo, pero el Jefe de las Fuerzas Terrestres de Gibraltar rehusó colaborar con sus tropas y, en consecuencia, Nelson tan sólo pudo contar con una fuerza de desembarco de menos de 1.000 marineros e infantes de marina.
La que se denomina una operación anfibia se define en su forma más simple como “un ataque lanzado desde el mar por fuerzas navales y terrestres transportadas en buques y que incluye el desembarco en una costa hostil”. El éxito de una operación de este tipo se basa en una acción violenta, la decepción y la sorpresa. Una vez puesta en ejecución son fundamentales el ímpetu y el mantenimiento del ritmo de avance. Así lo entendió el general Wolf cuando dirigió la exitosa operación anfibia que culminó con la toma de Quebec en 1759. Él mismo declaró que en estas operaciones conjuntas “basadas en la energía y la celeridad, quienes tengan la responsabilidad de mando deberían diseñar sus planes de manera que no se pueda malgastar el tiempo en vanos debates y consultas cuando la espada esté ya desenvainada.”
En la fase de planeamiento de una operación anfibia, el ingrediente vital es lo que los militares denominan “Inteligencia”, para lo que cualquier información debe ser tenida en cuenta, cotejada y procesada. Ese trabajo incluye estudios geográficos, de cartas marinas, del clima y de la población local en el área seleccionada como objetivo, incluso antes de fijar la atención en las fuerzas enemigas propiamente dichas. En este aspecto es necesario conocer su importancia, su tipo (ejército regular o milicias, infantería, artillería, etc.), su armamento, su despliegue y sus obras defensivas.
Mientras Nelson se dirigía hacia Tenerife, el proceso de planeamiento siguió su curso y, en varias ocasiones, los comandantes de sus buques fueron convocados para debatir y concretar el plan en todos sus detalles. Por desgracia, Nelson tenía tan solo una imperfecta idea de las defensas de Santa Cruz. Se basaba especialmente en la información recibida de dos jóvenes marineros del escuadrón que habían estado en la ciudad hacía algunos años. Santa Cruz contaba con una guarnición de 400 soldados de tropa regular, algunos artilleros y milicianos que no totalizaban más de 1.700.hombres, pero Nelson no confiaba en la exactitud de esas cifras.
En mi propia visita pude comprobar que, a ambos lados de la ciudad, la línea de la costa es escarpada, lo que hace difícil encontrar zonas de desembarco, de lo que Nelson tenía que ser consciente.
El formidable litoral al Nordeste de Santa Cruz
También sabría que, al ser Tenerife una enorme roca volcánica que se levanta del mar, la profundidad del agua en las cercanías de la costa es tal que los lugares de anclaje serían escasos y separados entre sí. Conocería asimismo que la dureza del terreno hacia el sur y la ausencia de lugares aptos para el desembarco hacían imposible un ataque por esa dirección.
Por tanto el ataque debería lanzarse desde el frente de la población o por el Nordeste de la misma, precisamente la parte donde las defensas eran más fuertes. Las seis millas de frente marítimo de la ciudad estaban erizadas de fortificaciones que incluían un total de 84 cañones. La más impresionante, y que dominaba el centro, era el Castillo de San Cristóbal, donde el general don Antonio Gutiérrez, el experimentado Comandante español, tenía su Cuartel General.
Nelson estaba seguro de que, ante la insuficiencia de tropas, su arma principal tenía que ser la sorpresa. Su plan consistía en que su inmediato subordinado, el capitán Troubridge, al frente de casi 900 hombres, desembarcara al Nordeste de la población con la misión de ocupar el castillo de Paso Alto y dirigiera los cañones de la fortaleza hacia la ciudad, al tiempo que él entraría con su escuadrón en el puerto forzando la rendición del enemigo.
Santa Cruz de Tenerife (El círculo rojo muestra la situación de Paso Alto)
Este fuerte aún intacto, situado al Sur de la ciudad, es similar al de Paso Alto en 1797. (3)
Restos del Castillo de Paso Alto en nuestros días (4)
La esencia de la primera parte del plan se basaba en la rapidez y la contundencia. Al cubierto de la oscuridad y con los remos de los botes forrados, la fuerza de desembarco comenzó a moverse en las primeras horas del 22 de julio. En la zona elegida predominaban fuertes vientos y duras marejadas, y ambos factores se opusieron aquella noche a Troubridge. El amanecer contempló al contingente aún en el mar, con los hombres ya agotados de tanto remar contra las corrientes; y lo que era peor, descubiertos por los centinelas españoles. El fuego de cañón alertó a la guarnición de la ciudad, permitiendo a Gutiérrez desplegar sus tropas en los puestos de combate.
Se ha perdido el factor sorpresa. Los artilleros españoles abren fuego sobre la fuerza de desembarco que se aproxima.
Con las balas de los cañones levantando agua en sus inmediaciones, Troubridge decidió dar por terminada la partida y ordenó cancelar el ataque. Los cansados marineros dieron media vuelta y dirigieron los botes hacia sus buques. Podría pensarse que, en este caso, la costumbre de Nelson de permitir a sus capitanes actuar por propia iniciativa había fallado. Sin embargo, Troubridge estaba deseando intentarlo de nuevo, pues pensaba que si desembarcaba más al Este, fuera del alcance de los cañones de Paso Alto, aún podría ocupar el castillo. Nelson aprobó el plan de su protegido y le dio una nueva oportunidad.
A las 10 de la mañana, a plena luz del día, bajo un sol que hacía subir constantemente la temperatura y ya sin contar con el factor sorpresa, la fuerza se puso de nuevo en movimiento. Bajo un calor abrasador, el contingente desembarcó sin oposición y comenzó a subir la empinada cresta que se levantaba entre ellos y su objetivo. Pero al alcanzar la cumbre descubrieron horrorizados que un profundo barranco bloqueaba su avance y, aún peor, que la altura opuesta estaba ya ocupada por un fuerte destacamento de defensores bien armados y preparados para disparar contra quien intentase cruzar el barranco. La situación no ofrecía la menor esperanza y, otra vez, Troubridge ordenó a sus desmoralizados hombres la vuelta a los botes. Habiendo visto con mis propios ojos el terreno y el barranco, estoy de acuerdo con la decisión que tomó Troubridge en aquellos momentos. Hacia las 10 de la noche, los hombres se encontraban otra vez a bordo de sus barcos, exhaustos y sin haber obtenido la menor recompensa a sus esfuerzos.
Fue al día siguiente cuando Nelson cometió su mayor equivocación. Él sabía que ya no podía contar con el factor decisivo de toda operación anfibia, la sorpresa, y que las defensas de Santa Cruz se encontraban ahora totalmente preparadas y guarnecidas, pero así y todo decidió atacar una vez más. Lo que quizás hace más sorprendente esa resolución es que ya tenía la experiencia de una situación no muy diferente cuando siendo un capitán moderno dirigió un ataque para capturar las Islas Turcas. Encontrándose personalmente en tierra con fuerzas insuficientes y frente a un enemigo situado en posiciones bien preparadas, hizo lo más conveniente retirándose. Naturalmente la diferencia estribaba en que entonces era un moderno y desconocido capitán y ahora era un héroe nacional.
A los ojos de Nelson el ataque había sido repelido, pero no derrotado, y solo se habían perdido unos pocos hombres. Esta situación creaba un dilema. Regresar a Jervis con las manos vacías no era, por lo que a Nelson concernía, una opción posible. Por desgracia sus capitanes, en vez de haber tratado de que su comandante desistiera de la idea, apoyaron el punto de vista de que debería llevarse a cabo un nuevo intento de ataque contra la ciudad. Apoyándose en informaciones falsas y no contrastadas acerca de la debilidad de los defensores de Santa Cruz que les proporcionó un desertor alemán huido de la población, el ataque se volvió a planear. Y esta vez lo dirigiría el propio Nelson.
El plan consistía en simular una acción en Paso Alto, para luego golpear con un ataque frontal contra la población. Si se hubiese contado con el factor sorpresa y se hubieran cogido desprevenidas a las defensas, el proyecto hubiese sido perfectamente plausible. Pero como ya sabemos que ninguna de esas condiciones existía y no se contaba con una abrumadora superioridad de fuego ni suficiente número de atacantes, el ataque se convertiría, naturalmente, en otro funesto fracaso.
El propio Nelson fue gravemente herido cuando intentaba poner pie en tierra bajo un intenso fuego enemigo, y ya no pudo tomar parte alguna en la acción. Todos los que consiguieron desembarcar fueron finamente rodeados y se rindieron a los españoles. Pero por lo menos hay algún aspecto por el que podemos felicitar a Troubridge, pues encontrándose aislado y en una situación desesperada (¡por tercera vez en tres días!) tuvo la audacia de exigir a Gutiérrez que se rindiera o reduciría la población a cenizas. Gutiérrez debió quedarse pasmado, aunque sin embargo, haciendo caso omiso de la amenaza de Troubridge, aceptó los términos de un alto el fuego, permitiendo generosamente que el contingente británico se retirara portando sus armas y, además, proporcionó a los soldados bebidas y comida antes de su reembarque. Si Gutiérrez no hubiese sido tan magnánimo, Nelson, además de no haber conseguido tomar Santa Cruz podría también haber perdido una parte importante de sus fuerzas, que habría ido a parar a los calabozos españoles. Si hubiese sucedido así, su carrera habría sido indudablemente muy diferente, pues podría haber seguido un camino descendente a partir de aquel momento. De manera que, irónicamente, la importante victoria de Trafalgar podría deberse a la cortesía de un general español.
De lo expuesto se deducen las causas por las que Nelson perdió la batalla de Santa Cruz. Empezando por el principio, no solo no contaba con suficientes tropas, sino que, además, las disponibles no eran las más adecuadas para el tipo de operación prevista. Mientras que sus marineros no tenían rivales en valentía y eficacia en el combate cuerpo a cuerpo, especialmente entre barcos en la mar, en tierra, donde los conocimientos tácticos de fuego y maniobra son imprescindibles (el pan de cada día para los infantes) los marineros pueden perder rápidamente la cohesión necesaria. Además tampoco contó Nelson con la información detallada que necesitaba sobre el terreno, las corrientes marinas o las fuerzas enemigas. Al final basó su decisión en la información recibida de una sola y no fiable fuente, lo que resultó ser un error fatal. Si se hubiese puesto al pairo, fuera de la vista de los defensores y enviado equipos de reconocimiento al amparo de la oscuridad, podría haber evitado el desastre. Y tampoco se puede negar que su “chico de oro”, Troubridge, le falló al retirarse durante el primer asalto. Si Troubridge hubiese seguido presionando antes de que las tropas regulares españolas estuvieran totalmente organizadas y las unidades de milicia movilizadas, bien podría haber alcanzado su objetivo. Quizás con más oportunidad que nunca se podría decir aquello de que “quien duda, pierde”.
Y, por fin, fue el orgullo de Nelson el que le condujo a la última caída en Santa Crus. A pesar de la abrumadora evidencia de que un nuevo ataque no tendría ninguna posibilidad de éxito, tuvo que pensar que no conseguir nada suponía un fracaso personal y, en consecuencia, empeñó a sus desventurados infantes de marina y marineros en una acción que él mismo calificó de “empresa desesperada”.
A diferencia de lo que ocurre con los combates navales de Nelson, que únicamente pueden ser seguidos utilizando libros y cartas marinas, la batalla de Santa Cruz es una de esas acciones que se pueden estudiar en detalle visitando los mismos lugares en que se desarrolló. Santa Cruz y su área circundante no han variado mucho desde 1797. El terreno y varios edificios y fortificaciones importantes situados dentro y alrededor de la ciudad pueden ser fácilmente identificados. También, naturalmente, puede verse El Tigre, orgullo y alegría de los actuales residentes en Santa Cruz, el cañón que, según afirman, alcanzó el brazo de Nelson. Sinceramente, les recomiendo una visita.
El cañón El Tigre
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Lecturas recomendadas
- Knight, Robert. The Pursuit of Victory. The Life and Achievements of Horatio Nelson, 2005. Capítulo 5.
- Sudgen, John. Nelson. A Dream of Glory. 2004. Capítulo 26
- White, Colin. 1797, Nelson’s Year of Destiny. 1998. Capítulos 8 y 9.
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NOTAS DEL TRADUCTOR
(1) El autor sigue aquí la extendida versión de que sólo se traba de apoderarse de un barco cargado de riquezas procedentes de Hispanoamérica. Pero unas líneas más abajo, la orden de Jervis revela bien a las claras cual era el verdadero alcance de la intentona. Por si fuera poco, las fuerzas con que quería contar Nelson, e incluso las con que se conformó y efectuó el ataque denotan que el objetivo era mucho mayor que el simple robo de un buque.
(2) Ya frente a Tenerife se les uniría un cuarto navío de línea.
(3) San Juan y Paso Alto eran bastante diferentes.
(4) Se trata de la semiderruída Torre de San Andrés.
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