Suplidos (Retales de la Historia - 266)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 29 de mayo de 2016).
Primeros años del siglo XIX. Santa Cruz ya es Villa exenta con ayuntamiento propio, estatus ganado a pulso por su heroica defensa frente al intento de conquista británico dirigido por el contralmirante Horacio Nelson, pero carece de bienes propios, rentas y de cualquier clase de ingresos regulares. En estas condiciones tuvo que hacer frente en solitario a la tragedia de una feroz epidemia de fiebre amarilla que se abatió sobre su población al finalizar la primera década de la centuria. Ante la situación en que se encontró inmersa resulta milagroso que la bisoña corporación fuera capaz de oponerse primero y luego rebasar las duras pruebas a que se vio sometida, en lo que se puso de manifiesto el temple, la predisposición y el espíritu solidario de muchos de sus ciudadanos.
Se habían realizado trabajos de empedrado y enlosado de las calles de la Luz -Imeldo Serís- y San Felipe Neri -Emilio Calzadilla- para lo que algunas personas se brindaron a adelantar lo presupuestado para resarcirse luego con el canon establecido a los propietarios de las casas, pero muchos de estos no cumplieron y quedaron a deber el importe que les correspondía. Francisco Escolar fue uno de los que habían suplido cantidades importantes y, en 1817, cuando pidió al ayuntamiento un solar frente al castillo de San Pedro para construir almacén y bodega, sugirió que se le compensara en el precio las cantidades que no pudo cobrar. Tres años antes, cuando se estaba enlosando la plaza de la Pila -entonces ya de la Constitución-, un importante grupo de comerciantes ofreció adelantar el dinero necesario para que las obras se terminaran con rapidez, entre los que figuraban Rafael Carta, Vicente Martinón, Francisco Mandillo, Pedro de Mendizábal, José Sansón, Enrique Casalón, Benito Baudet y varios más.
Pero esta actitud no abarcaba sólo las obras públicas, sino también otros capítulos de necesidades. Por ejemplo, cuando la epidemia de 1810 Matías del Castillo había suplido un importante capítulo de gastos en el Hospital de los Desamparados, más de 7.000 reales, que siete años más tarde proponía que como debía pagar un tributo a dicho Hospital se le fuera deduciendo de la citada deuda. A Matías del Castillo sucedió Enrique Casalón en la administración del Hospital, y cuando dejó el cargo en 1817 hizo gracia a favor del establecimiento de los gastos que llevaba suplidos durante años.
En esta época la situación financiera municipal era en verdad calamitosa y ante la total ausencia de fondos públicos para atender las más elementales urgencias, se comisionó a los regidores Domingo Madan y Matías de Castillo para que presentaran un informe conducente a solicitar al Ayuntamiento de La Laguna lo que nunca el Ayuntamiento de Santa Cruz había recibido de asignación de los Propios de la Isla, solicitud que no fue atendida.
Otro capítulo que solían cubrir algunos vecinos era el correspondiente a fiestas, las de Mayo, Corpus o Santiago, cuyos gastos solían adelantar y que trataban luego de resarcirse con las limosnas que los regidores, José Mª de Villa, Domingo Madan y otros recaudaban de los vecinos pidiendo puerta por puerta. Otras veces algún regidor cubría el costo de la adquisición de diverso material, como la compra de catorce faroles con sus correspondientes mecheros para las dependencias del consistorio. Pero también se encomendaban encargos de mayor entidad, como cuando se pidió a José Mª de Villa que se hiciera cargo nada menos que de la reparación de la bóveda del barranquillo del Aceite a espaldas de la primera recova, trabajos estimados en unos 300 pesos. La promesa de reintegrar al interesado el desembolso efectuado era firme, pero nada se decía del plazo, que se prolongó durante años.
Por el mismo sistema, a base de que los regidores, como se llamaba entonces a los concejales, adelantaran lo necesario, se hicieron reparaciones en la Alameda, se construyó la atarjea de la calle del Castillo para suministro de la Pila principal, del aljibe del castillo de San Cristóbal, de los caños de aguada a buques y el riego de la citada Alameda. Pero había más, como el hecho de que por falta de presupuesto y de recursos, a los presos de la cárcel los mantenía el alcalde a razón de dos y medio reales al día para su alimentación. Cuando el alcalde no podía pagar había que soltarlos o pedir esta cuantía a las personas a cuyas instancias estaban presos.
Con enormes sacrificios personales de muchos, la Villa exenta se iba consolidando y cuando en 1819 se estableció en Santa Cruz la Junta de Contribuciones y Estadística se empezó a pensar en solicitar la capitalidad de la provincia, a pesar de la oposición del corregidor de Canaria Juan Perciva y del ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna. Pero, ¿quién dijo miedo a la generosidad? La función religiosa del siguiente año por la creación del Obispado se acordó hacerla "sin límite de gasto" y a cargo de los miembros de la corporación. ¡Qué ediles!
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