La fiesta de la Santa Cruz (y 3) (Retales de la Historia - 262)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión  el 1 de mayo de 2016)
 
 
 
          La Cruz original, depositada en la capilla del Hospital de los Desamparados, salió por primera vez en procesión en mayo de 1867 hasta la ermita de San Telmo, desde la cual recorrió los alrededores limitándose la procesión a las calles de aquel barrio. Cuando se acercaba la fecha del 3 de Mayo de 1873, en la I República, el Ayuntamiento que presidía Suárez Guerra, llevado por el laicismo del nuevo sistema, se planteó la cuestión de si debía asistir o no corporativamente a la función conmemorativa de la festividad de la Santa Cruz, cuya procesión por primera vez iba a recorrer las calles del centro de la población. Discutido el asunto sin alcanzar acuerdo, se decidió consultar con Miguel Villalba Hervás, a la sazón gobernador civil, republicano militante, anticlerical y reconocido masón. Villalba dijo, haciendo gala de su integridad, que cumpliría con su obligación y asistiría a la función religiosa y a la  procesión y lo mismo debería hacer la corporación en pleno que representaba a todo el pueblo, puesto que se trataba de la conmemoración de la fundación de la que empezó como Lugar y Puerto y ahora era Ciudad y Capital de la Provincia. Y se acabaron las dudas.
 
          A partir de entonces se trató de dar el máximo esplendor posible, dentro de los limitados recursos disponibles, a estas fiestas conmemorativas. Así, al coincidir en 1883 el 3 de mayo con la fiesta de la Ascensión del Señor, se pidió al Obispo poder celebrar la de la Santa Cruz el domingo día 6, y se acordó inaugurar en la misma fecha la alameda de Weyler y poner bazar para recaudar fondos para su terminación y arreglo.
 
          En 1893 la celebración tuvo por primera vez carácter oficial y dada la  proximidad del cuarto centenario de la fundación, el alcalde Anselmo de Miranda puso todo interés en dignificar la conmemoración y nombró una amplia comisión preparatoria, formada por presidentes de sociedades científicas, artísticas, literarias, de recreo y comerciales, directores de periódicos, el arcipreste, 8 regidores incluyendo al alcalde, el arquitecto municipal Antonio Pintor, 14 vecinos y 2 alcaldes de barrio, uno de ellos Anselmo J. Benítez. Se pidió al gobernador civil, capitán general, delegado de Hacienda, presidente de Diputación Provincial, comandante de Marina, Ingenieros de Obras Públicas y de Montes y jefe de Telégrafos, que designaran representantes.
 
          El Ayuntamiento había logrado reafirmar la propiedad del Santo Madero, al que se había dotado de un relicario o urna de níquel y cristal realizada por el orfebre tinerfeño Rafael Fernández-Trujillo. En la parte posterior del relicario figura, repujado, el escudo de armas de Santa Cruz y, debajo, puede leerse la siguiente inscripción: 
 
          “Aquí se encierra la Cruz colocada por el Conquistador de Tenerife Don Alonso Fernández de Lugo en el altar ante el cual se celebró por primera vez el Santo Sacrificio de la Misa en las playas de Añaza el 3 de mayo de 1494”. Debajo se lee: “Fue costeada por el Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz en 1892. In hoc signo vinces.”
 
          Después de cuatrocientos años la Cruz Fundacional se conservaba dignamente y, para un mayor lucimiento procesional, en 1902 el alcalde Juan Martí Dehesa ordenó la adquisición de cuatro lámparas para el trono. Este mismo año se pidió que se aplazaran las fiestas para que no coincidieran con la celebración de la jura de la Constitución por Alfonso XIII, pero el Ayuntamiento no tenía atribuciones para cambiar la fecha.
 
          Que se hubiera logrado el reconocimiento de la propiedad de la Cruz y que se lograra dignificar su entorno, no quería decir que se hubiese solucionado el aspecto económico. La conmemoración se celebraba gracias a la colaboración vecinal y de instituciones, en lo que mucho tuvo que ver el presidente de la Asociación de la Prensa de Tenerife, Patricio Estévanez, organizando funciones en el teatro principal para recabar fondos. En 1907 sólo se celebró la función y la procesión, “en atención” -se decía- “al estado del erario municipal” y, pocos años más tarde y ante la situación que se prolongaba, varios comerciantes y vecinos pidieron que la fiesta de la Cruz de Mayo se trasladara para celebrarla conjuntamente con la conmemoración del 25 de Julio. Lógicamente no se accedió a lo solicitado.
 
          Hoy, cuando otras fiestas populares le han ganado terreno a la que es la más importante conmemoración de la Ciudad, es triste que se vea normal la inasistencia de concejales a los actos oficiales. En 1818 se sancionaba con 20 ducados las ausencias injustificadas. Hoy esto no parece posible, pero recordemos la integridad de Villalba Hervás, pues parece que algunos políticos ignoran, o hacen como que ignoran, que desde que son elegidos representan a todos los electores cualquiera que sea su ideología y, precisamente por ello, y por estar incluida esta obligación en el salario que perciben de los ciudadanos, tienen el deber -y deberían sentir el orgullo- de representarles en los actos oficiales. ¿Será por ignorancia o habrá otro motivo?
                                                                                         
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