Plaza de la Pila: La primera reforma (Retales de la Historia - 236)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 1 de noviembre de 2015).
El primer plano conocido de Santa Cruz, el de Leonardo Torriani, es de 1588. En él se representa el caserío del Lugar y Puerto de Añazo, en cuyo extremo Norte ya se levantaba el castillo de San Cristóbal, por donde hoy se sitúa la malograda plaza de España, a cuya derecha mirando desde el mar no había construcción alguna. Hacia el interior el terreno contiguo al castillo sólo era un erial en el que se ejercitaba la tropa y “jugaba la artillería” en el límite del pueblo. Después no conocemos otro plano que el de 1669 de Lope de Mendoza, referido sólo a fortificaciones y defensas costeras, que poco aporta al conocimiento del desarrollo urbano. Hay que llegar a 1701, con Tiburcio Rossel, para disponer de una cartografía detallada en la que son reconocibles lugares, calles y edificios históricos, en una trama urbana que ya se nos presenta consolidada.
En los inicios de este siglo XVIII, en 1706, tiene lugar un trascendental hecho de la máxima importancia, no sólo para el espacio público de la plaza sino para el conjunto de vecinos del puerto: la llegada del agua de los nacientes de Monte Aguirre que, recorriendo más de doce kilómetros por canales de madera, abastecían la fuente pública de piedra volcánica conocida como la Pila. Desde ella se servía al aljibe del castillo de San Cristóbal y se suministraba la aguada a los barcos que se acogían a la bahía. La comodidad que representó el disponer de agua, puede decirse que a la puerta de sus casas, sin duda constituyó un polo de atracción para muchos que decidieron establecerse en aquel privilegiado entorno, y uno de los primeros fue el acaudalado comerciante y naviero Matías Rodríguez Carta, quien en 1721 adquirió allí una vieja casa que ordenó demoler para construir una lujosa vivienda que vino a terminarse una treintena de años más tarde, y que hoy es la construcción más antigua de la que fue plaza de del Castillo, Real, de la Pila, de las Constitución y hoy de la Candelaria.
Poco después el capitán de forasteros y síndico personero Bartolomé Antonio Méndez Montañés, deseando obsequiar a la población con un monumento que fuera testimonio de su apelativo, encargó por su cuenta a Málaga una magnífica Cruz de mármol que durante más de ciento sesenta años presidió la parte alta de la plaza. Situada hoy medio escondida en la de la Iglesia, en su base puede leerse: “A devoción y expensas de D. Bartolomé Antonio Montañés, capitán de forasteros y síndico personero de este puerto de Santa Cruz de Tenerife. Año de 1759”. El entorno de la plaza iba adquiriendo prestancia, a lo que contribuyó en 1764 el alcalde Blas del Campo al construir una casona de tres plantas de estilo tradicional, haciendo esquina con la calle de la Cruz Verde. Apenas habían transcurrido poco más de una docena de años, cuando el mismo Méndez Montañés que había donado la Cruz, hizo otro espléndido regalo a la población consistente en el magnífico obelisco conocido como “Triunfo de la Candelaria”. Al comenzar el siglo XIX ya era la plaza el centro neurálgico de Santa Cruz; allí se celebraban los acontecimientos más importantes y se fijaban los bandos del alcalde, desde los de buen gobierno hasta las tarifas para el alquiler de bestias y allí, en la esquina con la calle del Castillo, en una casa alquilada, tuvo por fin la Villa su primera casa consistorial en 1813.
Lo cierto era que, de tierra y desnivel apreciable, la plaza no presentaba un aspecto muy agradable y al alboroto de las aguadoras y acemileros y al lodazal que se formaba junto a la Pila, se añadían los puestos de pescado salado, que el ayuntamiento consideraba “muy perjudicial para la salud y policía urbana”. El 26 de febrero de 1813 los regidores acuerdan que “se hermosee en lo posible para cuyos gastos han ofrecido ya algunos determinadas partidas de dinero”, y la primera decisión que se tomó fue la de trasladar la Pila situada en su centro a la huerta del castillo de San Cristóbal, además de cubrir el pavimento con losas de Los Cristianos, lo que obligaba a restructurar las atarjeas del agua. Las obras iban con tal lentitud que en 1814 una veintena de comerciantes de la plaza ofrecieron pagar el doble del haber del peso para finalizar los trabajos, cuyo presupuesto rebasaba los 16.000 reales. El ayuntamiento agradeció la oferta pero prefirió recurrir a suscripción pública encabezada por los regidores. Se invirtieron todos los recursos posibles, el alcalde Pedro José de Mendizábal y su cuñado Francisco Mandillo ofrecieron cada uno una yunta para el transporte de materiales y, como lo recaudado no alcanzaba el total de los gastos, los individuos que componían la corporación aportaron de su bolsillo 3.850 reales de vellón más.
En 1820, cuando se conoció la proclamación de la Constitución de 1812 se acordó poner su nombre -Plaza de la Constitución- “en lápida de mármol con letras de oro”, se libraron 1.500 reales para los actos a celebrar y si no era suficiente los miembros del Ayuntamiento pagarían lo que faltase por prorrateo, pidiéndose al vecindario que “adorne, limpie, engalane e ilumine el lugar”.
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