De charcos, alberos, palos cambados y otras cosas

 

La desfiguración de nuestras plazas

Por Luis Cola Benítez   (Inédito)

 

       

          Cuando en uno de los últimos programas realizados de “Canarias Siglo XX”, del Canal 7 del Atlántico, se me preguntó mi impresión sobre lo que se había hecho en la Plaza de España y aledaños, no quise manifestarme por considerarlo prematuro al no haber podido estudiar detenidamente el resultado de las obras. Desde entonces he hecho numerosas visitas a aquel lugar y continuo haciéndolas, casi a diario, recogiendo opiniones y tratando de entender la intención y contenido que supongo se ha querido dar al más importante espacio urbano de la entrada marítima de Santa Cruz.

 El domo

          Se trata, a mi juicio, del origen de lo que a primera vista parece ser la causa principal de la transformación que ha sufrido la plaza. Desconozco si existía necesidad de hacerlo, tal vez para dar cabida el vaso del charco, o si ha sido un simple capricho de los autores del -perfectamente logrado- proyecto de desfiguración. Me refiero, como es obvio, al inmenso domo o cúpula a nivel del suelo, que al elevar la rasante de todo el espacio ha cambiado, en mi criterio para peor, la perspectiva general. En el primer supuesto, necesidad de hacerlo para ubicar el vaso, el charco, resulta inexplicable que se sacrificaran todas las perspectivas, desde los múltiples puntos de observación posibles, sólo por el capricho de colocar allí dicho elemento. Si tal elemento era irrenunciable para los autores y era necesaria la elevación de la rasante, ¿por qué no se hizo en otro lugar, tierra adentro? ¿Responde a “capricho suizo” o “remedo ginebrino”? Atropella los más elementales principios del sentido común, empeñarse en hacer un charco de agua de mar, exactamente junto al más natural y hermoso de los charcos: el mar.

          Para una mayor comprensión de lo expuesto, hagamos un recorrido perimetral de aquel amplio espacio, y comencemos dando la espalda al Casino y en sentido contrario a la agujas del reloj. El monumento, otrora central, ha perdido toda su perspectiva original al resultar suprimidas las gradas de su lado Norte, lo que le hace aparecer achatado y semienterrado. Y no hablemos de los soldados de bronce, que al quedar a ras del suelo resultan lamentablemente ridículos. No se explica, tampoco, después de tan costosa obra, que se hayan condenado los accesos a la cripta, en la que se rendía homenaje a la memoria de nuestros paisanos muertos en Cuba, Filipinas y África. Desconozco si en la torre se va a recuperar la iluminación de las cristaleras de la cruz y si se va a volver a poner en servicio el ascensor, para poder disfrutar de la espléndida vista que desde allí se ofrece. Ambas cosas deberían recuperarse.

          Al acercarnos a Correos y especialmente al Cabildo, es necesario elevar la vista hacia la plaza, pues nos encontraremos en el punto más bajo de un terraplén, gris y desolado, que da frente al Palacio Insular, augurio de posibles futuras inundaciones. Seguimos por la Avenida Marítima hacia la de Anaga, y la perspectiva empeora al encontrarnos frente a un continuado talud, en algunos tramos con césped, que separa la plaza de la acera. De acuerdo, ya se sabe que esta parte variará cuando se proceda a soterrar el tráfico por este lado, pero lo que no sabemos es si variará para mejor o, como en el caso de la plaza, para peor. La visión desde esta parte nos muestra un Casino, una plaza de la Candelaria, un Cabildo, que parecen semienterrados o parapetados detrás del domo, con lo que se afianza la impresión del espectador de que aquello se ha hecho sin tener en cuenta las edificaciones que limitan y configuran el espacio y que constituyen elementos arquitectónicos pertenecientes a la misma plaza. No podremos completar este paseo circular, impedidos por salida de los aparcamientos y, si subimos a la plaza, por la “brillante” idea de hacer coincidir el borde del charco con los Mamotretos I y II -el M-I es el situado frente al Casino-. Alguien podrá decirnos que podemos rodearlos, pero precisamente se trata de elementos estratégicamente situados para ocultarnos la vista de la plaza desde el lado Norte.

          Debemos congratularnos, es cierto, de la limpieza a la que se ha sometido la cruz y todo el monumento, ennegrecido por tantos años de tráfico cercano, que hoy ha quedado reducido al mínimo. Espléndida la visión del conjunto, especialmente de la cruz, que ha recuperado la claridad original de la piedra, contrastando con el basalto más oscuro del resto del monumento que le sirve de base. Lamentable que esto sea lo único positivo que ofrece el monumento en sí.

          Otra cosa es el emplazamiento que recientemente se ha dado a algunos kioscos, especialmente uno de ellos, ubicado en el eje visual entre el Triunfo de la Candelaria y la Cruz de la plaza. Lástima.

El charco y el chorro 

         No se quejen, los responsables que se quejan, por el espontáneo uso que los ciudadanos han comenzado a hacer del charco. La configuración que se le ha dado es una auténtica y lograda invitación a entrar en él, a bañarnos o a mojarnos los pies, a correr en bicicleta o en monopatín. Más de un abuelo ya ha tenido que correr tras su nieto que no ha podido evitar tentación tan refrescante. Podía haberse hecho una fuente, o dos, más reducidas y de proporciones acordes con el entorno y de agua dulce, con algún componente ornamental de calidad. Se optó por hacer un inmenso charco sin gracia ni atractivo alguno y se quiso hacer de agua del mar para que su nivel subiera y bajara de acuerdo con las mareas, aunque esta última portentosa idea parece que ha sido preciso desecharla.

          Y con un geiser o chorro que, según decían, podía llegar a los treinta metros de altura. No se tuvo en cuenta la situación, ni la brisa, cuando no fuerte viento, que constantemente circula por la zona y que, en primer lugar, convierten la depresión del charco en receptáculo natural de hojas de árboles, papeles, bolsas de plástico y periódicos volanderos, que obligan a un continuado y costoso trabajo de limpieza y mantenimiento diario de un espacio totalmente desperdiciado para el uso ciudadano. En segundo lugar, el chorro origina una fina y salobre lluvia, algo así como una sorimba,  que transportada por el viento refresca a los clientes de las terrazas próximas, incluso de los comercios de la calle General Gutiérrez, y obsequia con su oxidante maresía a los taxis frente a Correos, según me confirman los propios taxistas, y a cuantos por allí circulan. Resultado: el chorro no podrá pasar las más de las veces de unos pocos metros y sólo funcionará de vez en cuando. Cada hora, o así, según me dicen los guardas del recinto, tal vez para justificar el desgraciado invento y la magnitud de su costo. Todo un éxito.

La plaza en sí

          Un espacio de concentración ciudadana, propio para el esparcimiento y disfrute de los vecinos, parece lógico que debería contar con elementos agradables a la vista, que hicieran grata la estancia en él y fueran motivo de anímica satisfacción. En este caso, se ha optado por un fúnebre o lúgubre pavimento continuo, casi negro, que incita a la tristeza, en el que lo único que resalta son los alcorques de los árboles, rellenos de marmolillos blancos. Además, en una ciudad que presume de ser de las más soleadas, no parece muy acertado un pavimento capaz de concentrar el máximo de calorías.

          Ni el más mínimo elemento ornamental que pudiera dar algún componente de alegría destaca a vista del paseante. Ni un pequeño parterre, ni una nota de color, en una tierra que tiene el privilegio de poder disfrutar de flores en cualquier época del año. ¡Cómo se echa de menos la antigua rosaleda de la plaza, disfrute de propios y extraños! El resultado, casi puede parecer un insulto o menosprecio a nuestro clima. Sólo los árboles, cuyo número parece a muchos excesivo, y que al ir adquiriendo envergadura con la frondosidad propia de los laureles de la India, ya llegan a ocultar el horizonte marino desde la plaza de la Candelaria. ¿No se dijo que se trataba de recuperar la presencia del mar? Uno de los más acreditados arquitectos municipales que hemos tenido, Antonio Pintor y Ocete, cuando se derribó el castillo de San Cristóbal pidió al Ayuntamiento que jamás se volviera a tapar la vista del mar desde la calle del Castillo y desde la plaza de la Candelaria. Además, los árboles, con su rápido crecimiento,  ya casi están llegando a la altura de las luminarias y de la tela-araña de cables que las soportan, con el evidente peligro de producir averías y roturas, de posible peligrosa consecuencia para los viandantes.

          El acierto en la elección de la arboleda, si lo que se busca es la sombra –aunque se entorpezcan las perspectivas- no es dudoso, aunque también daban buena sombra las originales pérgolas, acertadamente espaciadas, hoy suprimidas. Esperemos que las potentes raíces de los laureles, con el paso del tiempo no “ondulen” el pavimento. Sólo apuntar, de pasada, que las palmeras foráneas que se han plantado frente a Correos ya tienen el pavimento totalmente manchado con  sus destilaciones y, en este caso, poca sombra aporta esta especie.

Las luminarias

          Increíble lo que se ha logrado: que el nombre de Tenerife esté en boca de todos, que sea pronunciado y exaltado, gracias a las luminarias exclusivas fabricadas ex profeso para esta plaza. Lástima que esta realidad se pueda dar sólo en un reducidísimo ámbito y a costa de un elevado precio.

          Alguien ha dicho que las bombillas de esta plaza han sido concebidas para lucir sólo en la oscuridad, es decir de noche, lo que es del todo lógico, puesto que a la luz del día maldita la falta que hacen. Y quien haya dicho esto tiene toda la razón, porque de noche la iluminación de todo aquel espacio es no sólo eficaz sino atractiva. Luce muy bien, como es su obligación, todo aquel goterio aplastado que en la oscuridad parece colgar y mantenerse milagrosamente del aire. Es todo un acierto, un acierto nocturno, porque en cuanto amanece se convierte en algo diurno, pero alevoso. Ya que no se han escatimado gastos al perpetrar este nuevo enclave urbano, debería de haberse incluido en el proyecto algún sistema que, al llegar las luces del día, permitiera recoger y ocultar la inmensa tela de araña que sostiene las originales bombillas, y que volvieran a quedar instaladas automáticamente al oscurecer. Lástima que no se tuviera esto en cuenta, porque lo cierto es que a plena luz del día, el aspecto de aquella instalación resulta antiestético y verbenero. Invito a quien quiera comprobarlo que se sitúe cerca del Triunfo de la Candelaria, y mire hacia la plaza de España, especialmente al contraluz de la mañana. Lo que aparece a la vista se asemeja grandemente a un inmenso tendedero de bragas

.          Capítulo aparte merecen los palos cambados -en castellano postes inclinados- que sostienen la red de cables de la que penden las luminarias. No alcanzo a entender el porqué dichos postes no mantienen la verticalidad, pero sospecho que la inclinación dada debe ser el súmmum del modernismo y de la más sublime creatividad artística, lo que queda fuera de mis capacidades, que sólo aprecian una cierta sensación caótica. Menos aún entiendo que se haya colocado uno de dichos postes a muy poca distancia y casi exactamente a eje con la proa de la embarcación que se adelanta al conjunto del monumento y que sostiene la pétrea escultura de la Victoria, entorpeciendo, quiero suponer que no deliberadamente, la visión del conjunto.

          Junto a tanta modernidad, destacan los bancos con los que se ha dotado a todo el espacio, rotundamente clásicos y que se despegan del conjunto. Son nuestros bancos de toda la vida, de la plaza del Príncipe, de las Ramblas, etc. ¿Cómo es posible que los hayan permitido entre tanto vanguardismo?

El castillo de San Cristóbal 

         La principal fortaleza de la línea defensiva de la que fue la única plaza fuerte de Canarias, se encontraba situada junto al mar, en el espacio que hoy ocupa la plaza de España, bajo la que como es lógico se encuentran sus cimientos y primera línea del basamento de sillería basáltica. Parte de lo que fue su planta se encuentra precisamente bajo la cruz, columnata y grupo escultórico que forman el monumento, pero el resto se sitúa  fuera de él, bajo el pavimento de la actual plaza, motivo por el que sugerí en su momento que podría señalarse en el suelo, donde fuera posible hacerlo sin obstáculos, el perímetro de la antigua fortaleza. La sugerencia fue recogida en parte y así se ha hecho en la zona que ocupa el charco, aunque no se ha continuado fuera de él, sin que pueda adivinar la razón. Sobre el fondo blanco que cubre el agua, se ha pintado en negro el perímetro correspondiente a uno de los baluartes en forma de punta de diamante, lo que podría continuarse fuera del charco, señalándolo en blanco y tal vez de menor ancho sobre el negro pavimento, con lo que tal vez se contribuiría a disimular la tristeza de su aspecto, rompiendo su monotonía

.          Con acierto y dignamente se ha hecho accesible, por una galería subterránea, la visita a una sección de las históricas murallas que conformaban el castillo. El recinto está bien señalizado y documentado con paneles y elementos visuales, que nos recuerdan las gloriosas intervenciones que en defensa de la Isla tuvo esta fortaleza. Es una atractiva manera de recuperar nuestro acervo histórico y ponerlo a la vista de propios y extraños, pues en muchas otras ciudades, con lo mismo y aún menos, se logra la atracción y se concita la curiosidad de un turismo siempre ávido de sensaciones.

Mamotretos y poliedros

          Ante el despropósito que ha resultado en la práctica estos dos inventos, ambos han tenido que ser sometidos a diversas labores de camuflaje o maquillaje, lo que no deja de ser un reconocimiento de la improcedencia de su ubicación y de su fracasado diseño.

           Empecemos por el Mamotreto I, el situado a tan pocos metros de la fachada del Casino. Resulta increíble la elección del lugar, ocultando en buena parte la vista de la noble fachada de un edificio catalogado con alto grado de protección, sede de la más antigua sociedad de Canarias, sin el menor respeto a su entorno ni a la perspectiva ambiental que un elemento arquitectónico de su categoría demanda. Pensemos que hubiera ocurrido si se hace lo mismo frente a la fachada del Gabinete Literario de Las Palmas. Podía haberse ubicado donde estaba anteriormente el pabellón metálico de artesanía, frente al comienzo de la calle General Gutiérrez, lo que hubiera contribuido a dar cierta alegría a la insípida fachada de Correos. Pero no. Se ha colocado donde más estorba a la visión del conjunto de fachadas de la calle de la Marina. Una vez construido, parece que se dieron cuenta del disparate cometido y han tratado de disimularlo cubriéndolo de vegetación, con buen criterio, nidos de cucarachas aparte. Este jardín vertical resulta de verdad atractivo…, pero en cualquier otro lugar. No sobra el jardín, que nada resuelve en cuanto a perspectivas visuales, sino el Mamotreto.

          Una de sus esquinas en declive coincide exacta e inexplicablemente con el borde del charco, impidiendo el paso. No se entiende qué se ha querido lograr con ello. La otra esquina, hacia la calle de la Marina, por muy poco no cierra también el paso peatonal, hasta el punto de que –otra rectificación- ha sido necesario sustituir los poliedros de aquel costado, que ocupaban mayor espacio, por pequeños postes metálicos, con objeto de que se puedan al menos cruzar dos personas sin tener que transitar por la calzada para vehículos.

          Los poliedros con los que se ha querido delimitar las zonas peatonales y las del tráfico automovilístico, vienen a ser como unos minimamotretos del mismo color gris del pavimento y que apenas se alzan treinta centímetros del suelo. Ante el repetido hecho de haber provocado caídas de ciudadanos y turistas desde su implantación, en algunos sectores se ha recurrido a pintar de blanco algunas de sus caras para hacerlos más visibles al transeúnte.

 La Alameda

          No hace falta tener muchos años para recordar la anterior y entrañable Alameda de la Marina.

          Se ha recuperado con gran dignidad, en una apreciable obra de cantería, la antigua portada que le daba acceso, derribada en 1916, lo que nunca debió permitirse. Se trata de un recuerdo y homenaje a los ciudadanos de Santa Cruz que nos precedieron y que con su esfuerzo y peculio dotaron al entonces Lugar y Puerto de su primer paseo público. Lástima que la visión de estos reconstruidos arcos y de las esculturas que los adornan, al desembocar desde la plaza de la Candelaria queden ocultas por el Mamotreto I. Un motivo más, aparte de los anteriormente citados, para proceder a su demolición.

          Del resto, poco positivo puede añadirse. Sin un parterre, sin una nota de color, aquel que fue agradable recinto lo han convertido en una especie de terrario de foráneo albero, al que dudo que ni las lagartijas puedan adaptarse a tan ajeno hábitat. No se ha tenido en cuenta el ya constatado mal resultado de este tipo de tierra en el Parque García Sanabria, a cuya sustitución se está allí procediendo. El aspecto de aquel espacio resulta desolado y sin la menor gracia y, por si fuera poco, en lo que parece un afán de capidisminuir y achatar las realizaciones anteriores –como se ha hecho con el conjunto de la plaza de España-, se le han suprimido a la pequeña y antes airosa fuente de mármol las gradas que la elevaban del suelo favoreciendo una más realzada visión, ¿cuál ha sido la razón y qué se ha perseguido con ello? Ahora aparece como semienterrada, más aún cuando no se han recuperado los gráciles delfines por los que salía el agua y que la coronaban. ¿Se van ha recuperar o sólo quedarán en el recuerdo y en las postales antiguas? Ha llegado a ser habitual en este pueblo que todo lo que se cae o se rompe no se repone.

          Y menos mal que suprimieron la disparatada plantación de un laurel que en principio colocaron a dos palmos de los arcos reconstruidos. Inexplicable.

La plaza de la Candelaria

           Cuando se iniciaban las obras que acaban de culminar en esta plaza, la Tertulia Amigos del 25 de Julio presentó al Ayuntamiento una serie de propuestas que, según me informaron, fueron en principio aceptadas o, al menos, recibidas con agrado. La primera se refería a la histórica Pila, primera fuente pública de que dispuso el vecindario, que hasta entonces se encontraba en un lamentable estado de deterioro. Se pidió que se restaurara debidamente y se colocara en el Museo municipal, pues además de primer punto de suministro de agua, había sido el primer elemento ornamental urbano con el que contó la población. Al mismo tiempo, se propuso hacer una réplica en piedra basáltica como la original –para lo que se incluyó el presupuesto-, para colocarla en el centro de la plaza, a eje con la calle de la Candelaria, que fue su emplazamiento original, y no en la parte alta donde hoy se encuentra, donde se sugería podía volverse a colocar la cruz de mármol donada por Montañés –el mismo que donó el triunfo de la Candelaria-, situada hoy en la plaza de la Iglesia.

           Lo positivo de la actuación realizada es la restauración de la Pila –menos que la han bañado con algún producto ¿resina? que oculta el color natural de la piedra-, aunque por lo visto se acordó que continuara estando en el mismo lugar. Se han colocado toberas de metal en los desagües del vaso, lo que se venía reclamando desde hacía tiempo para evitar el deslizamiento del líquido por la piedra porosa. Queda el problema de las palomas, cuyos excrementos corroen cualquier superficie no protegida. Pero algo se ha hecho.

          También se ha restaurado el monumento, otra reiterada petición ciudadana, que  ha sido atendida, y se ha dotado al conjunto de una protectora verja para evitar pintadas y otros actos vandálicos, como ya la tuvo en otros tiempos. Ambas restauraciones merecen las felicitaciones a sus autores, por los positivos resultados que presentan a la vista. Pero, siempre aparece un pero, la verja protectora, más que verja parece una jaula. ¿Por qué no se tomó como modelo la antigua de que disponía que puede admirarse en postales y fotografías de la época? Es posible que esté previsto, pues aún es posible incorporarlo, algún elemento decorativo acorde con el propio monumento. Si no lo está, debería pensarse en ello, para aliviar la impresión carcelaria que actualmente tiene este elemento de protección.

          El pavimento del que se ha dotado al espacio también merece mención. Como en la plaza de España inmediata, es triste y desolado, oscuro y sin la menor gracia estética. Podría haberse señalado, con solería de otro color, el antiguo perímetro de lo que fue la más popular plaza de Santa Cruz, la de los paseos ciudadanos, la de las concentraciones espontáneas con motivos políticos o de festejos. Hoy ha quedado como un espacio anodino y sin sabor, en el que ni las extrañas palmeras con las que se ha tratado de adornarlo dan sombra ni contribuyen a hacer de aquel espacio un lugar tractivo. Se ha logrado plenamente, como en otros de los lugares ya citados, su desfiguración en contra de la historia. De la historia de estos pequeños espacios urbanos, que son, en definitiva, testimonios de nuestra propia historia.

Conclusión

          Repasando estas reflexiones, llega uno a preguntarse si lo que se convocó y contrató fue un proyecto de desfiguración de nuestro más importante espacio urbano. Si fue así, aunque con ligeros fallos, casi se ha logrado plenamente. La culpa no es de los helvéticos, que lógicamente han ido a lo suyo, sino de los de aquí, que deberían haberse ocupado de orientarles, documentarles e informarles debidamente sobre aquellos espacios históricos en los tenían que centrar su actuación. Lo único que puede achacárseles a dichos técnicos es su poca sensibilidad y su mucha falta de respeto hacia sus colegas que les han precedido que, a través de los años, pensaron, proyectaron y diseñaron unos espacios urbanos para el disfrute de los ciudadanos, ideas, proyectos y realizaciones hechas con cariño y dedicación, sobre las que han irrumpido como elefante en cacharrería. Me gustaría conocer la opinión de estos ínclitos arquitectos si, por ejemplo, dentro de algún tiempo, otro arquitecto en China decidiera elevar artificialmente la rasante que circunda su espectacular y hoy famoso estadio, el Nido, hundiéndolo y achatando su perspectiva, colocándole aditamentos extraños a su proyecto y, en fin, desfigurando su idea original

.          Alguien ha dicho que, por fin, tenemos una plaza del siglo XXI. ¿Dónde estaba la demanda ciudadana para que esto se hiciera? Con este criterio, y salvando todas las distancias que se quieran establecer, igualmente sería muy positivo hacer un palacio de Versalles o una plaza Mayor de Madrid, también del siglo XXI, a base de arruinar lo hoy existente. También se ha dicho que cualquier ciudad europea o mundial, se sentiría orgullosa de contar con una obra de tan acreditadas firmas, no sé si queriendo expresar que hasta podríamos llegar a ser objeto de envidia por los que no pueden mostrar algo semejante. No debe extrañarnos tal actitud, plenamente acorde con la cultura del consumismo que hoy nos anega. Esta opinión me recuerda al chico que sólo quiere lucir prendas de “marca”, cuesten lo que cuesten y caiga quien caiga. Y las lucirá con desviado orgullo en cualquier situación, aunque no sean las apropiadas al momento, ni al lugar, ni al acto al que concurra. ¡Ah, pero son de “marca”! Y a nosotros, los ciudadanos santacruceros, nos han impuesto… ¡un espacio de “firma”!.
           
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