Temas tabúes (Los guanches - 4)
Por Alastair F. Robertson (Publicado en inglés en Tenerife News, en su número 490, el 15 de diciembre de 2013). Traducción de Emilio Abad.
Hay dos cosas de las que uno no puede hablar en una reunión de gente educada sin correr el riesgo de herir algunas sensibilidades; me refiero a la Religión y a la Política.
(Quiero advertir que este artículo, aún conteniendo muchas realidades, trata de ser satírico y humorístico, de modo que si usted es de naturaleza sensible, no lo lea. A.R.)
Los guanches, como los cristianos, los musulmanes y otros, adoraban a un único Dios, al que conocían como Achahurahan, Achahucanac o Achguavaxerax (se pronuncian mejor tras beberse un par de jarras de cerveza), que generalmente significaban “el sustentador de cielo y tierra”, en el fondo no muy diferente del Dios “sin nombre” de los cristianos. Sabían de la existencia del diablo, al que llamaban Guayota, y del infierno, cuyo nombre era Echeyde. Y también conocían con exactitud donde se encontraba -a diferencia de lo que ocurre con nuestro indefinido y subterráneo infierno. El suyo estaba en el Pico de Tenerife, que, naturalmente, de vez en cuando expulsaba humos y llamas, al igual que el infierno cristiano; así que me inclino a creer en su existencia, aunque no haya estado allí.
Los guanches, también como nosotros, tenían una clase sacerdotal que, por ejemplo, a diferencia de nuestros clérigos, cuando se producían épocas de sequía, reunían los rebaños de ovejas en determinados lugares; luego separaban los corderos de sus madres, lo que traía consigo que todos empezaran a balar. Se confiaba en que sus quejas llegaran al oído de su Dios, y que Él (en el supuesto que fuese varón) prestara atención a las súplicas de la gente y les enviara la lluvia. No se discriminaba a las mujeres religiosas. Se celebraba una ceremonia en el nacimiento de un bebé que, en alguna manera podía ser una especie de bautismo, y en la que se llamaba a una mujer (cuya función exclusiva era esa) para lavar al recién nacido. Esta mujer debía permanecer soltera (como las monjas) y no podía ser tratada “deshonestamente”.
Si los conquistadores de las Islas Canarias hubiesen sido los paganos romanos, con su equipo de fútbol de dioses (incluyendo los reservas), ellos no hubieran interferido el sistema guanche; simplemente habrían dicho: “Vuestro dios es el mismo que uno de los nuestros, y lo único que los diferencia es el nombre. Unamos sus nombres y adorémosle juntos”, como hicieron en Gran Bretaña. Pero eso no sucedió con los cristianos, que somos un grupo de intolerantes. Tenemos que convertir a los salvajes, en este caso los guanches, a las buenas o a las malas, y eso es lo que ocurrió. Afortunadamente para los guanches, parece ser que se convirtieron muy rápidamente (es interesante constatar lo tolerantes que son los paganos), pero aunque llegaron a ser cristianos, eso no les protegió de ser capturados y embarcados hacia la Península Ibérica para ser vendidos como esclavos, mientras que los separaban de sus hijos que eran entregados a familias católicas españolas (para ser ecuánime, diré que los británicos hacían lo mismo en los años 50 del siglo XX, enviando “huérfanos” a Australia). Naturalmente, 300 años después, en los tiempos victorianos, cuando el Imperio Británico se encontraba en su apogeo, Dios era inglés, y con todo derecho también, a veces católico y otras metodista, pero, de hecho, nadie le ha preguntado a Dios a qué denominación Él, o Ella, se adscribe. Ahora, de nuevo, un montón de islamistas tratan de convertirnos a todos, y de igual manera, existe algún caballero Jedi alrededor. “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones”, dijo una vez el más sagrado de los judíos (Juan, 14.2). ¡Pues vaya! Pobres de Achahurahan, Achahucanac y Achguavaxerax.
Y la Religión influyó en la Política. Los guanches creían, como los victorianos, y aún hoy ciertos elementos de la sociedad moderna, que Dios creó al hombre de la tierra y el agua, y determinó el orden social, que se estratificó en la sociedad medieval, y en las posteriores, y, naturalmente satisface a la gente que se encuentra en la cúspide beneficiándose del sistema. Había un señor (mencey o primer ministro) y sus subordinados, los nobles (achimencey o gabinete), seguidos de los caballeros (cichiciquitzo o miembros del partido) y, finalmente, los campesinos (achicaxna o nosotros). (Si has pronunciado todo lo anterior estarás necesitando una pastilla de menta para la garganta).
La leyenda cuenta que, algún tiempo antes de la conquista, Tenerife estaba gobernada en principio por un único rey o señor, que tenía su corte en Adeje. El rey tuvo 9 hijos, cada uno de los cuales mandaba sobre una parte de la isla y se denominaban a sí mismos menceyes o señores. Batzenuhya regía Taoro, ahora Orotava; Acaymo era el señor de Güimar; Atguaxona de Abona y Arbitocazpe era señor de Adeje. Los otros, cuyos nombres se han perdido, eran señores de Anaga, Tegueste, Tacoronte, Icod y Daute. El señor de Taoro era reconocido como el superior de todos. La sucesión se hacía por herencia en los hermanos, y si no había ninguno vivo, en el hijo mayor del primer hermano. El rey o señor era el amo de toda la tierra de su distrito y la cedía a sus súbditos de acuerdo con sus merecimientos (y es obvio decir que si sus propósitos coincidían) de una manera similar a como procedían los reyes de la Inglaterra medieval.
Las asambleas guanches se celebraban en un lugar denominado “tagoror”. Este sitio estaba determinado por un círculo de piedras, con una de mayor tamaño que las demás (¿a que esto suena familiar?) que indicaba el lugar que ocupaba el mencey, cuya palabra era ley. En la ceremonia de coronación de un nuevo mencey, éste sostenía en sus manos y sobre su cabeza, un hueso de un antiguo predecesor (presumiblemente muerto) y hacía el juramento. Luego seguía una fiesta (¿Se lo decimos al Príncipe Carlos?).
La política, al igual que el deporte, a menudo incluye guerras. Para los guanches, saltar, correr, arrojar objetos y luchar con palos eran deportes que servían también como entrenamiento para la guerra. (Me pregunto si jugarían al fútbol). Las disputas políticas entre menceyes generalmente surgían a consecuencia de litigios por los límites territoriales o incursiones de rebaños en desplazamientos no autorizados. Si la divergencia llevaba al enfrentamiento, las tropas se reunían mediante señales de humos y silbidos. Los guerreros incluían toda la población masculina (6.000 hombres en el caso del señor de Taoro) e iban al combate armados de pequeños escudos de madera (tamarcos), lanzas (banots) y piedras para lanzar (tabonas). El tirar piedras suena a casi infantil, pero puede resultar mortal, como algunas mujeres musulmanas, en determinadas partes del mundo, descubren a su costa. Los guanches eran muy diestros con sus primitivas armas, llegando a ser casi infalibles con lanzas y piedras. Las mujeres iban a la batalla con sus hombres para apoyarlos en la lucha, pero, a diferencia de la “civilizada” guerra moderna, las mujeres y los niños no se incluían en las represalias y no eran dañados una vez terminadas las hostilidades.
No sabemos cuando empezó a existir la sociedad guanche, pero sí podemos poner fecha a su final. En 1494, tras haber perdido una primera batalla contra los guanches, los españoles lucharon y vencieron en la segunda. Algunos nativos se refugiaron en los montes, pero la mayoría se rindió, y Tenerife se convirtió en parte del Imperio español. La tradición guanche fue oral y no quedó nada escrito por ellos o sus conquistadores hasta cien años más tarde, de modo que la memoria de su estilo de vida se perdió.
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