Primeras letras (1) (Retales de la Historia - 225)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 16 de agosto de 2015).
 
 
 
          Señala el profesor Cioranescu que en tiempos pasados la enseñanza elemental respondía a tres aspectos: oficial, eclesiástica y particular. Por la pobreza de las islas nada se supo de la primera hasta el siglo XIX, a pesar de las buenas intenciones de la Ilustración; la eclesiástica no pasó del esfuerzo de algunos frailes para enseñar el catecismo y las más elementales nociones de lectura y escritura; por último, respecto a la particular, existió algún iluso que pensó en ella como medio de vida cobrando a los alumnos pudientes, pero como estos eran los menos la realidad se imponía y la supervivencia resultaba problemática, por no decir imposible.
 
          Se conoce un primer maestro, Matías de Diego, nombrado sin salario por el ayuntamiento, que aportaba el alquiler del local y poco más. Heroicamente resistió unos tres años en el cargo, que dejó vacante en 1803 y, aunque parezca mentira, se presentaron dos candidatos para ocupar el puesto: Ignacio Macías y el presbítero Vicente José Pérez Gorás. El presbítero Pedro Murga que debía examinarlos no asistió alegando indisposición, pero recomendó a Gorás, al que se entregó la llave de la casa y el material de la escuela. Gorás resistió poco más de un año, renunciando en diciembre de 1804 y sucediéndole en el puesto Lucas Vizcaíno, que apenas mostró algo más de perseverancia al renunciar dos años más tarde.
 
         En estos primeros años del XIX la enseñanza elemental, o como se solía decir, la instrucción pública, dependía de la Real Audiencia. En 1805 el alto tribunal pidió informes para programar el establecimiento de escuelas públicas, y el ayuntamiento los solicitó a los distintos distritos de su jurisdicción. Las contestaciones se demoraban y el síndico personero, Josef Francisco Martinón, justificaba la tardanza en tema relacionado con las escuelas “en un vecindario donde nunca las ha habido estables, sino temporales por virtud, condescendª o provecho particular.”
 
          A Lucas Vizcaíno sucedió en 1806 Juan Poussaire, y a este Ventura Pérez. En su tiempo sufrió un incendio la casa cercana a la iglesia del Pilar que estaba alquilada para la escuela. En 1811, en pleno rebrote de la epidemia de fiebre amarilla que había comenzado el año anterior, Santa Cruz intentaba organizarse como villa exenta y por medio de su personero Alexo de Ara solicitó ser cabeza de partido, sede del Real Consulado, que se instalase en su término la Escuela de Náutica y, por último, pedía una asignación de los propios de la Isla para atender tanto los gastos de la epidemia como para “que se establezca enseñanza pública de que vergonzosamente carecemos.”
 
          Dos años después el prior de los dominicos, Fr. José Ramón de Sariviarte, comunicó al alcalde Tomás Cambreleng que abría una escuela gratuita de primeras letras. La escuela sería gratuita, pero el mes siguiente el prior pasó una cuenta de 57 pesos y 4 maravedíes por gastos de instalación. Decía tener noticias de una fundación o manda del siglo anterior para maestro y médico, lo que evitaría que los gastos fueran a cargo del público. Y tenía razón el fraile. Se refería al legado de Francisco Vizcaíno de una casa de la plaza de la Iglesia, asunto que ha merecido un exhaustivo trabajo de investigación del profesor José Santos Puerto, referencia imprescindible para todo lo relacionado con los primeros maestros de Santa Cruz.
 
          El prior de Santo Domingo pidió al ayuntamiento que trajera de Cádiz “libros del mejor carácter, gramáticas castellanas, fábulas de Iriarte, catecismos” y otros, y la corporación prometió hacerlo, "añadiendo algunos exemplares de la Constitución de nuestra Monarquía para que se aprenda de memoria.” Por aquel tiempo también el presbítero Juan Pérez Sánchez, de la iglesia del Pilar, proponía abrir escuela en una casa cercana a la iglesia y, al recibirse la petición, se volvió a recordar el legado de Francisco Vizcaíno que seguía inoperante.
 
         Pasan tres años y, en 1816, ante una R. O. para fomentar la instrucción pública el ayuntamiento exponía “…que en esta Villa, Pueblo de los más principales de las Canarias, donde residen los Sres. Comandante General e Intendente de estas Islas, las oficinas anexas y dependientes de estos dos importantes y primeros ramos de la administración pública, el más frecuentado de extranjeros por ser el Puerto y Plaza principal, no tiene una escuela pública de primeras letras, ni fondo alguno con que poder contar para dotar las correspondientes a una población de cerca de dos mil vecinos. Estos y el Ayuntamiento con ellos lloran tanto más esta falta, quanto mayor es el ansia que tienen de dar a sus hijos la primera educación.” Se añadía que algunos particulares habían abierto escuelas sin tener la preparación adecuada, en casas miserables y faltas de ventilación buscando sólo un medio de vida, y menos mal “que los religiosos de los dos conventos han comenzado a dar clase a los niños.” 
 
          Se pedía gravar para este fin el consumo de vinos y licores “con dos mrs. en quartillo de vino, quatro en el de aguardientes y demás.”
                                    
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