Santa Cruz solidaria (Retales de la Historia - 220)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 12 de julio de 2015).
Este Retal, el 220 de la serie, puede considerarse complementario del publicado hace tres años y medio con el número 48 titulado "Escaseces y abundancias", que trataba de los problemas de abastecimiento padecidos en el siglo XVIII, tiempos marcados por las guerras, los asaltos y los corsarios que infestaban nuestras aguas. Pero en las primeras décadas del XIX de nuevo se dieron otras circunstancias que propiciaron la escasez y carestía de los abastos, aunque entonces fue debido especialmente a las sequías y al descontrol de los precios, lo que llevó al alcalde Domingo Madan a rescatar la Real Provisión de 1772 sobre la tasa de los artículos de primera necesidad. También se acordó poner coto al gran número de revendedores de comestibles -regatones y regatonas- que se instalaban "en los caminos, muelle y calles en grave perjuicio del público", y se trató de evitar la venta de pescado salado en la plaza principal de la Pila lo que, se decía, “resulta muy perjudicial para la salud y policía urbana.”
En 1810 y 1811 Santa Cruz sufrió una terrible epidemia de fiebre amarilla que acabó con los pocos recursos disponibles, y gracias a la colaboración y aportaciones de algunos vecinos la situación pudo rebasarse recurriéndose a los más rebuscados medios para saldar las deudas contraídas. Por ejemplo, con aportaciones vecinales se adquirieron reses en varias localidades de las islas y la venta de las pieles y zaleas de esas mismas reses ayudaron a paliar en parte la deuda con los interesados. Es cierto que se pidió un crédito especial al erario público, que se tardó treinta años en amortizar, pero algunos ciudadanos, como José Guezala, Matías del Castillo, José Mª de Villa y otros, aportaron importantes cantidades.
El aislamiento impuesto aumentó las dificultades cuando el capitán de Puerto decidió “no admitir buques a libre plática exponiendo a este Vecindario que depende enteramente de su comercio á un estado miserable y a carecer de víveres", más aún al haberse cortado también "la comunicación con los Valles de la jurisdicción de esta Villa, de donde los vecinos se surten de carbón, leña, verduras y demás productos.” Por si fuera poco, a finales de 1811 una plaga o invasión de cigarra berberisca acabó con los pocos frutos que quedaban en el campo.
La sequía, las malas cosechas y la langosta africana motivaron que la hambruna fuera generalizada y no solamente en la isla de Tenerife sino en toda Canarias. En 1812 la situación era verdaderamente desesperada en muchos pueblos, en los que se recurría a comer yerbas y otras substancias que en tiempos normales se despreciaban. Santa Cruz había enviado comisionados a la Península y otros puertos para comprar granos y reses vivas y, una vez más, gracias a la colaboración de muchos y al desprendimiento de otros -como la importante compra de cereal hecha por José Guezala en Cádiz- estaba anunciada la llegada de diferentes partidas.
Al circular esta noticia se recibieron múltiples peticiones de ayuda por parte de muchos ayuntamientos: en enero de Lanzarote; en febrero de Arafo, de Güímar y, sorprendentemente, del comandante general Pedro Rodríguez de La Buria para poder hacer pan para la guarnición; en marzo de Garachico, de San Nicolás de Tolentino, de Las Palmas, de Candelaria y de nuevo del general La Buria por haberse agotado la ayuda anterior; en abril de San Andrés, de Tegueste, de Valle de Guerra, de nuevo de Candelaria, y del párroco de Taganana, donde informaba que muchos estaban muriendo de hambre; en mayo de Tacoronte, Güímar, Tegueste, de Agaete y otra vez de Güímar; en junio de Candelaria. A todos se trató de socorrer con el envío de partidas de entre 20 y 40 fanegas de trigo, a pesar de la extrema necesidad que también se padecía en Santa Cruz.
Se insistía al comandante general para que intercediera ante la Real Caja de Consolidación para que concediera un préstamo de al menos 8.000 pesos para paliar el hambre y que permitiera fletar un barco que fuera a Madera a comprar víveres, ante la desoladora situación que padecían por igual todas las Canarias. Todavía en octubre de este año 1812 muchos de otras islas, especialmente de Lanzarote, recalaban en Santa Cruz en busca de subsistencias, donde cada vez escaseaban más, lo que obligó a limitar las cantidad de grano que agenciara cada persona, autorizando sólo lo que pudiera llevar cada uno para su familia. Siempre fue Santa Cruz solidaria.
Transcurridos tres años, en 1815, todavía fue necesario establecer normas para la extracción de frutos, prohibiendo hacerlo para fuera de la provincia y sólo con moderación para las otras islas como socorro, al tiempo que se pedía al comandante general que tratara de restringir la llegada de gentes de las otras islas por la suma escasez de alimentos que se padecía. La historia de la emigración forzosa no es nada nuevo.
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