Vicisitudes arquitecturales (Retales de la Historia - 218)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 28 de junio de 2015).
El granadino Antonio Pintor y Ocete, de 27 años de edad y con su título de arquitecto bajo el brazo, siendo el único que se presentó a ocupar este puesto técnico en la oposición que había convocado el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife en 1889, tomó posesión el 21 de junio de dicho año. Hay que reseñar, con la perspectiva que dan los años transcurridos desde entonces y a la vista de su trayectoria profesional, que su contratación fue un total acierto para el municipio.
Uno de sus primeros proyectos a los pocos meses de su llegada fue nada menos que el de remodelación de la plaza de la Constitución, con un presupuesto cercano a las 58.000 pesetas, en el que proponía trasladar la cruz de mármol de Montañés a la plaza de San Telmo, lo que no se hizo entonces por oposición del concejal Julián Rodríguez Pastrana, pero que se realizaría en la década de los veinte del pasado siglo. También propuso sustituir el pavimento de losetas de la plaza por hormigón, lo que permitiría dedicar el ahorro que ello representaba a otras mejoras en aquel entorno. El proyecto mereció la aprobación de la comisión municipal de Obras poco antes de que, cuando apenas llevaba un año en el cargo, pidiera licencia para viajar a la Península por asuntos particulares.
A su regreso, a principios de 1891, volvió a ocupar su puesto y expuso al ayuntamiento que la consignación que recibía era tan corta que no le alcanzaba a cubrir los gastos de su oficina por lo que estimaba que sería mejor que no se le pasase asignación alguna y que el ayuntamiento asumiera directamente los gastos del instrumental y elementos que precisaba para su trabajo que, después de dos años en el cargo, aún no le habían sido facilitados.
En escrito al alcalde Ildefonso Cruz le informaba que aprovechando su viaje a la Península había adquirido por su cuenta parte del instrumental que necesitaba y solicitaba que, como hacen otros ayuntamientos, se incluyera en los próximos presupuestos municipales una partida de unas 500 pesetas al año destinada a mantenimiento y conservación del material o a su reposición en caso necesario.
También se quejaba de que el cuarto que se le había señalado en las dependencias municipales del antiguo convento de San Francisco se encontraba dentro de un local de oficinas municipales que abría a las diez de la mañana y cerraba a las cuatro de la tarde, por lo que tenía que ajustarse a dicho horario. Esta circunstancia, a la que se sumaba la mala ventilación que hacía que el local resultara "calurosísimo", decía, "le había obligado a alquilar a su cargo una habitación en la misma fonda en la que reside por la que está pagando 15 pts. al mes."
El alcalde tomó nota de todo lo expuesto, que trasladó a la comisión de Hacienda, la cual dictaminó que los instrumentos que precisaba el arquitecto para su trabajo se pagasen del capítulo de Imprevistos y que se tratara de facilitarle "un local decoroso para su trabajo", pero nada se dice de resarcirle de los otros gastos que llevaba realizados.
El arquitecto siguió atendiendo a su labor con los medios a su disposición y, dentro del mismo año presentó proyecto y presupuesto para una casilla en Monte Aguirre para acoger al guarda y que sirviera de almacén para herramientas y material. También se le pidió proyecto para reparación de la calle Unión, al costado del edificio de la Asociación de Socorros Mutuos y Enseñanza Gratuita -actual calle Bernabé Rodríguez- que se encontraba en lamentable estado, vía de la que se destacaba su importancia por ser, se decía, "enlace entre los barrios de la Constructora y el Toscal." Se asumía así el proyecto, que nunca llegó a realizarse, de prolongar la calle en cuestión hasta unirla con la San Miguel, atravesando la del Pilar.
Cuando todavía Pintor esperaba el nuevo local prometido, se le encargó el proyecto de la fuente que había de sustituir el chorro de Santo Domingo. Antonio Pintor parece que era consciente de las enormes dificultades económicas en las que siempre se desenvolvía el ayuntamiento. Así se deduce de su actitud después del tremendo incendio que asoló el Monte Aguirre, donde nacían las aguas de abasto público, que tuvo lugar entre los días 16 y 18 de agosto de 1895. Su labor en el asesoramiento y en la dirección de los trabajos de extinción resultó decisiva para aminorar los daños. El ayuntamiento reconoció el mérito que le correspondía asignándole unas dietas especiales por su intervención, a las que Pintor renunció en beneficio de los fondos municipales. En sesión del día 2 de septiembre hizo saber que "se consideraba pagado con el aprecio que la corporación ha hecho de su trabajo."
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