Las defensas de la Plaza (Retales de la Historia - 209)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 26 de abril de 2015).
 
 
 
          Si es cierto que Santa Cruz de Tenerife es la única capital española que jamás ha sido conquistada, también habrá que admitir que será de las pocas que jamás han atacado u ofendido a ninguna otra. A lo largo de sus más de quinientos años de historia Santa Cruz sólo se ha levantado en armas para defenderse de ataques exteriores, bien de corsarios y piratas o de potencias extranjeras. Sin embargo, pasó mucho tiempo hasta ser reconocida como plaza fuerte, la única en Canarias, con más de una veintena de instalaciones defensivas entre castillos, fuertes, reductos y baterías, repartidas a lo largo de una  rudimentaria muralla que pretendía proteger todo el litoral que abarcaba desde Paso Alto a Caleta de Negros.
 
          Pero los tiempos iniciales fueron muy difíciles y entre las carencias de todo tipo que sufrían los primeros colonizadores, no era la menor en importancia la de artillería, pólvora, munición y hasta armas de defensa personal. Aunque no se sabe el motivo, el Adelantado había prestado a Lope de Sosa, gobernador de Canaria, algunas piezas de artillería con su correspondiente munición, cuya devolución le pide el Cabildo en 1513, enviando un mensajero a la isla de Canaria, comisión que recayó en el alcalde real de Santa Cruz Juan de Benavente, elección que justifican los regidores al señalar “por ser como es buena persona”, para que los traiga y tenga a buen recaudo. También se le reconoce como depositario de algunas “de las armas que se tomaron de Jaime Joven”, dejando claro que dichas armas se consideran “como bienes de la isla”.
 
          Pero también las armas personales eran un problema y en 1525 se acordó concertar con Juan Pérez de Hemerando que trajera “hasta mill lanças con buenos hierros de fasta veynte palmos, y de ay para arriba, e mill caxcos azerados e buenos, a tres reales por lança e tres por caxco”. Otra cosa sería la calidad de este tipo de armas adquiridas a mercaderes que hacían su negocio con este tráfico, como poco tiempo después quedó evidenciado por las protestas de la isla de La Palma por la mala calidad de un lote recibido de Málaga, según nos cuenta Rumeu de Armas.
 
          Por otra parte, la situación de indefensión era tal que cuando en julio de 1547 un navío de Lanzarote buscó refugio en la bahía huyendo de barcos moros que le perseguían, el Cabildo acordó que se bajasen “dos tiros del Sr. Adelantado, uno grande y otro pequeño, que están en su casa”, para defensa del puerto. No fue este el único episodio en que el puerto se vio amenazado, lo que sin duda influiría en el encargo que en 1566 las autoridades hicieron a los comerciantes Pedro Ponte, Bartolomé Barba y Julio Usodimar, que se encontraban en Flandes, que adquirieran una pieza artillera que tuviera entidad suficiente para contribuir a una eficaz defensa del puerto. Así llegaría a Tenerife “el cañón más precioso del mundo”, como gusta llamarlo el coronel Tous, nuestro máximo investigador artillero y de la cartografía insular: el cañón “Hércules”, que hoy pude admirarse en el patio central del Museo Regional Militar de Canarias.
 
           Esta fabulosa pieza artillera intervino brillantemente con su fuego frente a los ataques de Blake, en 1657, y  de Gennings, en 1706, pero no hay constancia de que lo hiciera frente Nelson en 1797. Seguramente, sus más de doscientos años de servicio le habían pasado factura. Es evidente, no obstante, que un solo cañón no podía garantizar una defensa completa, y los preparativos y previsiones frente a un eventual ataque así lo demostraban. En 1762, en plena guerra con Inglaterra y Portugal, se buscaban medios que facilitaran la defensa en el caso de un más que probable ataque, ya que la presencia de barcos enemigos en aguas de las islas así lo hacía suponer. Resultan reveladoras las previsiones defensivas que entonces se pensaron para evitar un posible desembarco contra el puerto de Santa Cruz. El regidor Anchieta proponía, recurriendo a cuanto se tuviese a mano, segar con piedras los surgideros en que podrían desembarcar y así “los enemigos si abian de benir a las murallas pr. la arena llana. no pudieran sino pr. ensima de piedras y alli se embarasarían y podia nuestra hente cargar y bolber a cargar” sobre ellos.
 
          También proponía hacer correr la voz entre los residentes ingleses, que según dice “se glorian de que la isla la cojan”, de que las playas estaban minadas y aunque sólo se pudieran poner unas pocas creerían que eran muchas, ya que “sólo la voz los traería atemorizados”. Otra propuesta, posiblemente la más eficaz,  era arrimar a tierra los navíos de Indias surtos en la bahía, quitándoles una banda de artillería para repartir las piezas en la línea defensiva.
 
        Como puede verse, la mayor parte de las medidas aconsejadas eran bastante rudimentarias y elementales, con tintes patéticos si tenemos en cuenta la gravedad de la amenaza que se cernía sobre la isla.
 
 - - - - - - - - - - - - - - - - - -