De los montes y montañas (Retales de la Historia - 203)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 15 de marzo de 2015).
 
 
          No es la primera vez que estos Retales se ocupan de los montes de la jurisdicción de Santa Cruz, pero la importancia del tema merece que volvamos sobre un aspecto trascendental de la historia de los recursos de nuestro entorno más inmediato. Desde los primeros tiempos las autoridades se preocuparon por la conservación de los montes y en las primeras ordenanzas de Tenerife, recopiladas por Núñez de la Peña, ya aparece un capítulo titulado “De los montes y montañas” -título que tomamos prestado para este Retal- que comprende apartados tales como, “que aia guardas, que no se corte madera sin licencia, que no corten árboles sobre las aguas, que no hagan carbón sin licencia, que no se saque madera fuera de la isla…” Pero una cosa era lo ordenado y otra lo que podía hacerse.
 
          La incomparable riqueza medioambiental que representa para nuestro municipio la península de Anaga, sus bosques, sus aguas, sus paisajes, no fue debidamente valorada hasta tiempos relativamente recientes. Sus recursos fueron explotados, en algunos casos y en algunas zonas hasta el expolio, durante los primeros siglos de la historia de nuestra ciudad, puesto que la madera de sus bosques era el más importante material de construcción de edificios y navíos, aparte de constituir el único combustible para las más elementales necesidades de la vida diaria.
 
          Hasta los primeros años del siglo XVIII, cuando llegaron a Santa Cruz las aguas de Aguirre -de lo que fue excepcional testigo la vieja “Pila” que se encuentra en la plaza de la Candelaria- no se comenzó a tratar de preservar el arbolado de nuestros montes y montañas. No obstante, las normas y directrices se encaminaban casi exclusivamente a intentar proteger el arbolado inmediato a nacientes y manantiales, conscientes de lo que representaba para el fomento y conservación de las aguas. En el resto de la cordillera y macizo de Anaga los leñadores y carboneros hacían su agosto, hasta el punto de que esta actividad llegó a constituir un floreciente negocio de exportación hacia otras islas, la mayor parte de las veces clandestino, contra el que se estrellaban los esfuerzos de control y los avisos de prohibición.
 
          Tiene que llegar el siglo XIX para que, al menos en teoría, se tratase de poner coto a los abusos de explotación, lo que no siempre era posible. Por entonces ya se contaba con guardamontes conocidos, uno de los primeros Antonio Pérez Yanes, quien en 1826 informaba al alcalde Calzadilla que había aprehendido a unos hombres que estaban haciendo aprovechamientos ilegales en Monte Aguirre. Más adelante es el gobierno civil el que interviene y determina que el corte de leña para quemar debe ser autorizado por dicha autoridad y recuerda la obligación de repoblar, pero sin aclarar ni explicar cómo y con qué medios se contaba para ello. Normalmente se desnudaba a un santo para vestir a otro, como en 1849 cuando seis mil reales destinados en principio a las escuelas, fueron empleados en limpiar los nacientes de Aguirre y tratar de aumentar sus caudales.
 
         En 1851 el Gobierno desea conocer y controlar todas las fuentes de riqueza que permitieran alguna opción recaudatoria y comienza a pedir datos estadísticos, incluyendo el estado del aprovechamiento de los montes de la jurisdicción. El alcalde, que lo era Esteban Mandillo, contestó a la solicitud del gobernador civil de la provincia que “los montes de este municipio lejos de producir ingresos no ocasionan sino gastos”,  principalmente motivados por los frecuentes incendios, por descuidos o intencionados.
 
          El estado de los montes se deterioraba cada vez más, hasta el punto de que una decena de años más tarde hay auténticas dificultades para atender la petición de licencia de Ghirlanda Hnos. para cortar madera con destino a las obras del faro de Anaga.
 
          En la década de los sesenta del siglo XIX se hizo necesario reducir al mínimo los  planes anuales de aprovechamiento forestal por el mal estado en que se encontraban los montes y se informó al gobernador civil que el ayuntamiento se oponía a la concesión de licencias, especialmente en las inmediaciones del nacimiento de las aguas en Monte Aguirre. Apenas mejorada la situación, el proyecto de aprovechamiento para 1874 comprendía: 700 cargas de carbón, de cuatro sacas cada una; 600 de leña, a 3 quintales por carga; 50 palos de árboles maderables de 9 a 10 pulgadas y otros 50 de 4 a 5 pulgadas. El producto total era de 1.462,50 pesetas. Este mismo año la Dirección General de Contribuciones e Impuestos Indirectos comunicó que quedaba exento del derecho de Consumos el carbón mineral, lo que al tiempo de abaratar el combustible para los buques, permitía reducir el consumo de carbón vegetal para el uso doméstico.
 
        En 1879 se pidió a Sabino Berthelot que informara sobre la posibilidad de “modificar el clima”, se decía, repoblando de arbolado las montañas circundantes de Santa Cruz. Aún sin pretender modificar el clima, esta asignatura sigue pendiente.
 
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