El hombre ignorado sin el cual nunca habría habido Borbones en España
Por Enrique Rodríguez (Publicado en Semanal Digital el 14 de marzo de 2015).
La suerte de toda una dinastía pendió durante unos instantes de la decisión de una sola persona, Antonio Benavides. No existe un sola imagen suya, los libros de Historia apenas le mencionan.
Si hay ocasiones en las que un género literario tan discutido como la novela histórica presta un indudable servicio a la Historia como disciplina, es cuando el autor rescata para la Literatura, del olvido de la Academia, hechos o personajes de injusta postergación. Jesús Villanueva Jiménez lo hizo en su novela El fuego de bronce respecto a la Gesta del 25 de Julio de 1797, cuando el pueblo de Tenerife resistió y derrotó por primera y última vez en su carrera militar al almirante Horatio Nelson en su intento de apoderarse de las Islas Canarias. Allí (y no en Trafalgar, como creen incluso la mayor parte de los historiadores británicos, que además le consideran invicto) perdió el brazo el más grande de los marinos ingleses.
Ahora Villanueva nos descubre en La Cruz de plata (LibrosLibres) -otra gran novela de aventuras, acción e intriga- a un personaje fascinante, decisivo como pocos en la Historia de España por una intervención puntual apenas citada, y uno de los mejores gobernantes que ha tenido nuestro país en la orilla americana de su territorio, cuando era inmenso.
Expliquemos primero quién fue Antonio Benavides, para luego juzgar qué ha hecho con él Jesús Villanueva.
10 de diciembre de 1710. Villaviciosa de Tajuña, hoy provincia de Guadalajara. En plena Guerra de Sucesión se augura una batalla decisiva en la que van a participar casi treinta mil hombres. Cosa ya poco habitual respecto a lo que fue común unos siglos atrás, el Rey Felipe V se encuentra en el campo de batalla al frente de las tropas borbónicas. Monta un espectacular corcel blanco, ¡el único blanco!, rodeado de su Estado Mayor. Se le aproxima un teniente coronel y le advierte de que se ha convertido en una diana perfecta en cuanto la artillería enemiga comprenda a quién pertenece el equino. El monarca asiente, pero nadie aporta soluciones. Entonces el teniente coronel se ofrece a su señor para intercambiar monturas y atraer sobre sí un eventual disparo.
En la lejanía, los austracistas creen haber detectado al jefe enemigo. Ajustan el tiro del cañón, y tras un par de intentos baldíos aciertan de lleno sobre el caballo blanco, que muere en el acto, destripado por la explosión. En el bando borbónico todos dan por muerto a su jinete, aunque respiran aliviados porque saben que no es el Rey sino, desde apenas un minuto antes, el teniente coronel Benavides. Entre el revuelo y el humo del polvo y de la pólvora, nadie ve el cuerpo.
Horas después la batalla concluye en tablas, aunque a la postre obligará a la retirada hacia Barcelona del ejército del archiduque Carlos. Felipe V ordena buscar el cadáver de su amigo (porque su amigo era) Antonio Benavides. Con sorpresa para todos, el aguerrido soldado vive, aunque moribundo. Sobrevive, y desde ese día se ve distinguido en público cada vez que coincide con el monarca, quien le llama "padre" ante todos los presentes para que se sepa que debe la vida a su valiente gesto.
Un gesto sobre cuya trascendencia no es gratuita ninguna especulación. De haber muerto ese día Felipe V, sólo habría dejado un hijo de apenas 3 años, el futuro Luis I. Abocada España a una larga regencia de María Luisa Gabriela de Saboya, la posición del archiduque tenía todas las de ganar en el complejo tablero europeo, que giraba en sentido antiborbónico. Y aunque Luis I hubiese llegado a reinar, la posibilidad de un nuevo conflicto sucesorio se habría reabierto al morir en 1724 sin descendencia.
Al salvar la vida a Felipe V, Antonio Benavides se convirtió así en la llave que abrió las puertas de España a los Borbones para ya tres siglos. El Rey, que conocía la honestidad y lealtad del militar tinerfeño (nació en La Matanza de Acentejo, de familia campesina, en 1678), le envió como gobernador a La Florida, y es ahí donde "nace" el segundoBenavides. Estuvo 32 años en las Américas, primero en lo que es hoy territorio de Estados Unidos y luego, también como gobernador, en Veracruz y Yucatán (hoy México). Su labor fue inmensa en los tres destinos, convirtiéndose en uno de los mejores gobernantes que llegaron desde la península a los virreinatos americanos en los tres siglos de España ultramarina.
Se sabe que acabó con una compleja red de corrupción administrativa en la Florida (la primera misión que le encomendó Felipe V); que se introdujo prácticamente él solo en territorio hostil de los indios apalaches para sellar una paz con varias tribus indias y ponerlas del lado de España, a la que habían atacado azuzados por Inglaterra; que combatió con eficacia a los piratas del Caribe, auténticas alimañas (como los que operan hoy en el cuerno africano: nada que ver con la imagen idealizada de las películas); que defendió de corsarios y británicos el comercio que representaban el galeón de Manila en el Pacífico y la flota de Indias en el Atlántico, garantizando su doble tránsito; que mejoró la urbanización de las ciudades bajo su responsabilidad; que, sin familia (no hay datos de esposa o hijos), se consagró en cuerpo y alma al servicio público y fue entregando todos sus ingresos a los pobres; que, cuando regresó a Madrid y le recibió Fernando VI, acudió a la audiencia con un traje que le prestó el Marqués de la Ensenada, pues sólo tenía uno, tan gastado que era indigno para presentarse ante el Rey. Probablemente porque ni se preocupó de ello ni quiso sufragarlo, no existe un solo retrato suyo, pero está enterrado en la iglesia de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife (donde quiso volver, ya teniente general, a consumir su ancianidad) con hábito de terciario franciscano y bajo una lápida que exalta su "tanta virtud cuanta cabe por arte y naturaleza en la condición mortal".
Que un personaje de estas características apenas figure en los libros de Historia de España y sea un completo desconocido (hasta ahora) incluso en su tierra natal dice mucho sobre la peculiar enfermedad nacional de desprecio a nuestro mejor pasado.
Es ahí donde, sin embargo, entra a fondo con todas sus armas literarias el autor de La Cruz de plata. Sobre la base de los hechos documentados sobre Antonio Benavides(los que hemos relatado y no muchos más), Jesús Villanueva crea una trama narrativa que es, valga la expresión, pura adrenalina, en una línea que quizá podríamos emparentar con el gran Emilio Salgari. Guiados por su pluma vivimos el colorido y el vigor de la época (¿nos imaginamos la infinidad y diversidad de personajes que cruzaban los océanos bajo bandera española y se asentaban en sus orillas?), seguimos los pasos a Benavides a través de los amigos y enemigos que va encontrando en sus diferentes destinos y sus respectivas historias, asistimos a choques navales y escuchamos el tañir de nobles espadas (pero también el ruido seco de la puñalada trapera), leemos un relato de amores elevados y pasiones muy rastreras…
En definitiva, Villanueva Jiménez nos encariña con Benavides por una doble vía: presentando lo real del personaje de la Historia, y, con la ficción, haciéndonos pasar dilatados ratos (es una novela larga…) de entretenida lectura (…que se hace corta). Uno sueña, al terminarla, con que pasaran más a menudo por la vida pública figuras del temple y fuste de este canario de alma grande y rostro ignoto.
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