De Callejón del Judío... (1) (Retales de la Historia - 199)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 15 de febrero de 2015).
Las dificultades de una pequeña obra
Hasta que en la década de los cincuenta del siglo XVIII se construyó la iglesia del Pilar en un altozano conocido como Cerrillo del Toscal, el camino que por allí bajaba, llamado del Corazón de Jesús, llegaba a la calle del Castillo por la que hoy viene a ser Teobaldo Power. Queda claro, pues, que la actual calle del Pilar no llegaba como hoy a la del Norte, tramo que vino a abrirse ya en el siglo XX, y el único acceso a esta calle -hoy Valentín Sanz- era por un estrecho pasadizo conocido como "callejón del Judío".
No se sabe a qué judío aludía el callejón, posiblemente alguno por allí establecido o de los que recibieron datas por su ayuda en la conquista. Es sabido que el primer alcalde de Santa Cruz, Bartolomé Fernández, en 1508 compró una casa al converso judío y “conquistador” sevillano Francisco Ximénez.
Más tarde, en 1811, por encima de la huerta del convento de San Pedro de Alcántara, también tuvo huerta Pedro José de Mendizábal, lindando con el callejón del Judío, huerta que pasó luego a ser propiedad de José Antonio Pallés y Abril. En 1857 se autorizó al alcalde Bernabé Rodríguez la compra de la huerta de los frailes, origen de nuestra plaza del Príncipe, que después de la desamortización había pasado a manos privadas. Todo parece indicar que el estrecho callejón tenía tan mala fama y peor uso, a pesar de que junto a él se podía admirar un magnífico ejemplar de baobab, único en Canarias, que se autorizó a los vecinos que lo cerraran a su costa con puertas en ambos extremos de las calles del Pilar y del Norte, según propuesta del edil Esteban Mandillo.
En 1880 José Antonio Pallés decidió construir una casa en la calle del Norte, dando frente a la Alameda del Príncipe de Asturias y haciendo esquina con el callejón, y pidió licencia para ensancharlo y convertirlo en calle, a lo que accedió el ayuntamiento. Para ello era necesario expropiar una casa de la esquina con la calle del Pilar, de la familia Castro Fariña, y eliminar el famoso baobab africano, que se había constituido como punto de visita obligada de viajeros y curiosos. Esto dio lugar a que, conjuntamente, el Gabinete Científico y la Sociedad Económica de Amigos del País se personaran en un pleno municipal y solicitaran que se conservara el raro ejemplar arbóreo. Se nombró una comisión del ayuntamiento para visitar a Pallés con dicho objeto y, cuando aún no se habían iniciado las obras de ensanche, Juan Cumella, Pedro M. Ramírez y otros propusieron llamar calle del Adelantado al que hasta entonces era callejón del Judío, seguramente motivados por el hecho de que en este año 1881 se estaban trasladando a la catedral de La Laguna los restos de Alonso Fernández de Lugo desde el convento franciscano de San Miguel de las Victorias. Por su parte, Pallés pedía que se le indemnizara por conservar el famoso árbol, que le estorbaba para levantar la casa que pretendía construir, o procedería a su corte.
Pero este no era el único problema. Para ensanchar el callejón era preciso que Pallés cediera una franja de terreno sobre cuyo precio parecía que no era posible alcanzar un acuerdo, hasta que como el interesado resultaría beneficiado con el ensanche aceptó una rebaja que prácticamente llegaba al cincuenta por ciento del valor asignado por los peritos. Quedaba pendiente la expropiación de la casa de Castro Fariña en la calle del Pilar, para lo que se tropezó con una doble dificultad: por una parte, los propietarios negaron el acceso para que los peritos pudieran hacer la necesaria valoración, lo que obligó a recurrir al juez de primera instancia; por otro lado, cualquiera que fuera el valor asignado el ayuntamiento no disponía de dinero.
En 1884 se aprobó el proyecto de ensanche redactado por el arquitecto Manuel de Oráa y, en un ataque de optimismo, antes de terminar el año se subastaron las obras, que resultaron adjudicadas a Francisco Déniz por 2.572,45 pesetas. Pero nada podía hacerse hasta que no se expropiara la casa de la calle del Pilar, asunto que se expuso a la Junta Municipal, puesto que ya estaba aprobado el presupuesto de 1885 sin que hubiera prevista la correspondiente consignación. La solución llegó con el ofrecimiento del propio José Antonio Pallés de adelantar lo necesario para la expropiación. El mes de mayo se adquirió la casa por 9.018,18 pesetas y se le libraron a Pallés varios pagarés por dicha cantidad, más 1.458,60 que se le debían del terreno cedido para el ensanche.
Las necesidades municipales eran muchas y de toda índole y, cuando se comenzó el derribo de la casa se observó que podía sacarse algún provecho que podría ayudar a resarcirse del gasto realizado. Por ejemplo, se podía sacar a subasta la obra de demolición, y un pequeño solar que quedaría libre del espacio ocupado por la casa, así como maderas, tejas y piedras, aunque las losas del piso se reservarían para las calles. Todo era o se pretendía que fuera aprovechable.
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