Faro de Anaga. El más antiguo y único de primer orden del Archipiélago Canario

 
Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en El Día / La Prensa el 28 de septiembre de 2014).
 
 
 
Faro de Anaga Custom
 
 Anaga y su Faro
 
"... Con el fin de dar cuenta de la llegada de buques de procedencia dudosa al puerto de Santa Cruz, en la atalaya existente sobre Roque Bermejo se situaran dos vigías que velarán  noche y día, avisando con sus hornos al sobre-guarda que se encuentra en Puerto Caballos, en Santa Cruz. Esta vigilancia se le confiará a Gonzalo Mexia y Luis Salazar, recibiendo  mil maravedíes cada uno…"  Acta del Cabildo, 18 de abril de 1506.
 
 
          En este mismo lugar comenzaron, el 5 de julio de 1861,  los trabajos de construcción del Faro de Anaga, concluyendo las obras el 15 de septiembre de 1863, y entrando en funcionamiento el 19 de septiembre de 1864.
 
           El bello edificio que lo contiene, formado por una torre cilíndrica de mampostería de 12 metros, y tres viviendas familiares -dos para los torreros y una para el peón- fueron realizadas según el proyecto de Francisco Clavijo y Plo, primer ingeniero civil de la Junta de Obras del Puerto de Santa Cruz de Tenerife. 
 
          La piedra para construirlo se extrajo de los acantilados cercanos a la baja de La Mancha, siendo transportada por mar hasta el embarcadero de La Madera, junto al caserío de Las Breñas, donde se labrada a escoda por sus caras de paramento y a pico fino los lechos y caras ocultas, subiéndola  luego a lomos de mulas por un estrecho camino de más de tres kilómetros. El resto de los materiales se desembarcaron por el pequeño muelle que Manuel de Ossuna Van den Heede había construido en una ensenada protegida por el Roque Bermejo, con el fin de  acceder a su hacienda -Casa del Cura o El Castillejo- y cargar los productos agrícolas que en ella se producían. Por este muelle también llegaba el combustible para su funcionamiento. El barco, aprovechando las bonanzas de septiembre, descargaba 6.000 litros de petróleo y 2.000 litros de gasoil.
 
          El macizo de Anaga, por su agreste orografía y malas comunicaciones, se mantuvo aislado del resto de la Isla hasta hace pocos años; por ello, la única forma de llegar hasta el Faro era por mar o caminando por el monte, desde el Bailadero, a través de un terreno montañoso y abrupto, por un peligroso y sinuoso sendero de varios kilómetros.
 
          Para llegar por mar, se viajaba en la falúa que salía del muelle de Santa Cruz de Tenerife. La travesía duraba hora y media, pues tenía que cruzar el mar de La Mancha y la playa de las Bodegas. 
 
Roque Bermejo antes del Faro Custom
Roque Bermejo antes del Faro
 
          El nombre proviene de una tonalidad más oscura que el colorado; por ello consideramos que el calificativo Bermejo se debe a la cantidad de Orchilla que existía en el Roque. Como dato curioso, el 8 de junio de 1528, por este lugar se embarcaron para Inglaterra 20 quintales de este vegetal tintóreo.
 
          Este Faro, único de primer orden que existe en las Islas Canarias (Nº Nacional 12.630; Nº Internacional D-820), situado a 247 metros sobre el nivel del mar, servía de punto de referencia a la navegación para la llegada de los barcos por el Norte al puerto de Santa Cruz de Tenerife. Se encuentra  en la latitud 28º 34´ 8´´ N y longitud 16º 8´ 3´´ W.
 
          La óptica situada en lo alto de la torre -de primer orden catadióptrico- está protegida por una linterna de cristal de forma octogonal de 1,60 m de diámetro, con 16 lados rectangulares, y una altura acristalada de 2,10 m. La linterna de cristal produce una luz blanca con alcance de 21 millas náuticas. A su alrededor tiene una sencilla balconada que permite rodearlo.
 
          El primer combustible utilizado fue el aceite de oliva, prensada en frío y empapada en una mecha cilíndrica de algodón, que se ponía dentro de un tubo de cristal (lámpara Maris). A partir de 1932 comenzó a funcionar con petróleo, produciendo una potencia luminosa mucho mayor. Desde 1990, su lámpara multivapor de 220 V. 175 W. funciona con energía solar, procedente de 46 paneles de 75 W. La característica de su luz es de 2+4 destellos blancos cada 30 segundos. 
 
Faro de Anaga - 2 Custom
 
El Faro de Anaga
 
         
          Algunos de los torreros que desempeñaron su labor en el Faro, nos dejaron escritos los siguientes testimonios:
 
         Bernado López Balboa, primer torrero del Faro de Anaga (1864), cuenta que Roque Bermejo, situado a 18,3 km. de la capital, era un pago habitado por 9 vecinos que vivían en pequeñas casitas, cuevas y chozas. Bernardo llegó a este lugar con su mujer, Pilar Loureiro, y aquí nacieron sus cuatro hijos: Juan, Antonio, Clotilde y Antonina.
 
          El 15 de febrero de 1898, a las 23:30 horas, alertado por el constante sonar de la bocina de un vapor, en desesperada demanda de auxilio, se acercó a la costa en busca de supervivientes, y escribe:
 
                    “El vapor francés Flachat, de 90 metros de eslora, perteneciente a la Compagnie Générale Transatlantique, había salido del puerto de Marsella (Francia), el 12 de febrero de 1898, a las 5 de la tarde, al mando del capitán Leroy, y una tripulación de 50 hombres, para cubrir la línea Barcelona, Málaga, Santa Cruz de Tenerife, Venezuela (La Guaira), Colombia y Costa Rica, con 51 pasajeros a bordo (franceses, italianos, turcos y españoles), de ellos 4 niños, y  un cargamento de harina, caballos, vino, e imágenes para una iglesia de Venezuela.
 
                    Cuando navegaba por las inmediaciones de la playa de Anosma, frente a Taganana, a causa de la nula visibilidad producida por el polvo sahariano en suspensión, denominada “lluvia de arena” (calima), el buque chocó contra alguna de las múltiples bajas que caracterizan los fondos de este litoral -los pescadores de la zona los denominan Bajos de los Verdes-, partiéndose en tres pedazos. 
 
                    Hubo 86 víctimas, pues sólo pudieron salvarse 13 miembros de la tripulación y Rafael Muñoz, natural de Cartagena, que había embarcado en Barcelona y que curiosamente había naufragado dos veces.
 
                    A la mañana siguiente los marineros del Susu, barco de cabotaje de la compañía Elder&Dempster, que hacía la ruta Garachico-Santa Cruz de Tenerife, divisaron los mástiles y la chimenea de un barco sobre el oleaje de los Bajos Verdes. Pusieron proa hacia el lugar de la tragedia, arriaron un bote, patroneado por un joven y valiente marinero de Taganana, Rafael Rodríguez Campanario, y se acercaron hasta divisar un grupo de personas agarradas a un pequeño bote de madera hundido -entre ellos se encontraban el capitán y el segundo- atándole un cabo y remolcándolos hasta el Susu, donde fueron atendidos.
 
                    La pequeña embarcación volvió a salir en busca de los náufragos que aún permanecían en la proa del barco, pero la barrera de rocas le impedía rescatarlos; por ello, Rafael arrojó salvavidas para que se lanzaran al agua, en el mismo momento que el palo mayor y la chimenea se desprendieron y, en su caída, arrastraron a todos los que estaban asidos al mismo, desapareciendo todos bajo las impresionantes olas."
 
          Hacia la costa fueron arrastradas dos grandes cajas que transportaban las imágenes de un Cristo Crucificado -Cristo del Naufragio- y la Inmaculada Concepción. Ambas tallas fueron llevadas a la iglesia de Nuestra Señora de Las Nieves, en el pueblo de Taganana.
 
          Su ayudante, Rafael Alvarellos, casado con Dominga Díaz Pereira, tuvo cinco hijos: Leandro, María, Dolores, Enrique y Santiago. Rafael  nos cuenta que:
 
                    “Para que nuestros niños, y los de Roque Bermejo, Punta Anaga y Las Palmas de Anaga no tuvieran que caminar una hora de ida y otra de vuelta, tanto por la mañana como por la tarde, hasta llegar a Chamorga, donde estaba la única escuela pública, nosotros le dábamos la instrucción pública necesaria, preparándolos también para que recibieran la primera comunión.”
 
          Demetrio González Velasco (1948)
 
                  "Al llegar sufrí una decepción humana enorme, porque allí vi lo que no había visto jamás en mi vida. La gente era extraordinariamente bondadosa, ferozmente trabajadora, tremendamente gentil en todos los aspectos, pero terriblemente pobre.
 
                     Aunque estos núcleos aislados donde se asienta la población, se dedicaba a la agricultura y ganadería de autoconsumo, tenían tan poco para subsistir que las jóvenes de 15 años, vestían con un saco a los que le habían abierto  agujeros para los brazos. Mi mujer, compadecida de ver como vestían aquellas jóvenes, les dejaba parte de su ropa, así como de la mía para los varones.
 
                    Dos veces al mes se acercaban al Faro a buscar petróleo para cocinar en sus casas, ellos lo llamaban gas; no se atrevían a pedírmelo, sino que dejaban los cacharritos en la puerta, en fila, uno detrás de otro, para que yo se los llenara. Cuando los recogían, siempre dejaban, como agradecimiento, algún producto de la huerta (papas, verduras, etc.) o del gallinero (huevos, pollos, etc.). Ellos sólo comían gofio pues el pan sólo lo consumían el día de la fiesta.”
 
          Baudilio Brito Rodríguez (1976) 
 
                    “Mi mujer y yo llegamos al Faro después de caminar varias horas por la cumbre de Anaga, íbamos cargados con la ropa y la comida que considerábamos que íbamos a necesitar. Allí nacieron y se criaron nuestros hijos, hasta que comenzaron su etapa escolar; entonces, yo me acercaba los viernes a recogerlos y me los traía al Faro, uno sobre mis hombros –a la caballota- y el otro en brazos. 
 
                   Mi familia y yo fuimos muy felices durante los 15 años que permanecimos en el Faro; sólo tuvimos tres noches horrorosas cuando se nos averió la óptica y mi mujer me tuvo que ayudar a hacerla girar, pues se hacía muy pesada debido a la escoria que formaba el petróleo al quemarse, pues el hollín pasaba al basamento de mercurio sobre el que giraba, frenándola. Valía la pena hacer este sacrifico, pues allá en la mar, un barco puede necesitar tu luz tranquilizadora y, a veces, salvadora. 
 
                    Para ayudar a aquella buena gente de su pobreza absoluta, puse en práctica un sistema que me dio buen resultado. Cuando llegaba el barco que anualmente abastecía de gasoil al Faro,  aprovechando las bonanzas de septiembre, las mujeres de la zona eran las encargadas de transportar, los 6.000 litros que traía, desde el muelle hasta el Faro. En cubos de 25 litros, comenzaban a subirlo por la mañana, muy temprano, con el fin de que les diese tiempo de dar ocho viajes, transportando de esta manera  200 litros cada una, y, ganando 200 pesetas.”
 
           Dos ilustres viajeros que se aventuraron a introducirse en el macizo de Anaga, después de recorrer a pie tortuosos senderos y angostas veredas, nos dejaron estos curiosos relatos:
 
        René Verneau, (1852- 1938), nacido en La Chapelle (Francia), llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, en 1876, enviado por la Escuela de Antropología de París para investigar, durante cinco años, las semejanzas entre el hombre de Cro-Magnon, encontrado en Francia, y la raza guanche de Tenerife, cuyo estudio serviría para esclarecer los orígenes de las diferentes razas europeas. 
 
          En su obra Cinco años de estancia en las Islas Canarias, nos relata que visitó Roque Bermejo en dos ocasiones.
 
                    “Después de haber rodeado algunas montañas, vimos el Faro de Anaga encaramado sobre un peñón, a 24 metros por encima del nivel del mar. Allí encontramos la acogida más franca y solícita. Don Bernardo López, el guardián del faro, recibe siempre con los brazos abiertos a los pocos extranjeros que van a visitar sus soledades.
 
                   La segunda vez que volví a ver a este buen hombre y a su familia me sentí verdaderamente emocionado por las atenciones que me prodigaron, pues, unos meses más tarde, mi mujer, que me acompañaba en todas mis excursiones, quiso hacerle una visita a don Bernardo. En el mismo día fuimos desde Santa Cruz al Faro de Anaga, dando grandes rodeos para explorar los lugares que yo aún no había recorrido. A la caída del sol nos quedaban más de cuatro horas de camino por unos senderos cuya sola vista daba vértigo. A las nueve oímos bramar el mar a unos 300 metros debajo de nosotros. Las bestias caminaban con mucha precaución para no caer en los horribles precipicios en que nos metimos sin darnos cuenta, ya que la oscuridad era muy grande. Asustada, mi  mujer quiso poner los pies en tierra, pero tuvo una caída tan desgraciada que se fracturó el peroné. Hubo que atarla en la montura, y fue de esta forma como llamamos, a la una de la mañana, a la puerta del faro. 
 
                    Decir los cuidados solícitos de los que fuimos objeto sería imposible. Como no podíamos volver de la misma manera a Santa Cruz, don Bernardo envió a un hombre a buscar una lancha a la capital y fue de esta forma como volvimos de esta penosa excursión.”
 
        Jules Joseph Leclercq (1848-1928), nacido en Bruselas, arquitecto y licenciado en humanidades, se dedicó a viajar ininterrumpidamente por el Viejo y Nuevo Mundo, dada su desahogada posición económica. En Tenerife estuvo entre 1879 y 1883, estudiando nuestras costumbres. 
 
          De su libro Viaje a las Islas Afortunadas, entresacamos:
 
                    “Llevaba ya trece horas andando, cuando, tras una revuelta del camino, vi el Faro de Anaga encaramado sobre un elevado promontorio que forma el extremo oriental de Tenerife. Llamé a gritos a un campesino que descansaba a la puerta de su cabaña, a cien metros del camino, y que, acudiendo aprisa, me descargó la mochila, me ofreció gofio, y me fue a buscar agua fresca a lo alto de la montaña.
 
                    Aquel hombre, al que rogué que me guiase por la montaña, me llevó por un sendero de cabras, colgados sobre abismos de vértigo, pero era el único camino para llegar al faro.
 
                  Agotado, jadeando a causa de una marcha interminable bajo un sol abrasador, no podía dar diez pasos sin detenerme y, hacía las seis y media de la tarde, con un suspiro de alivio, llegué al tan anhelado faro. Allí me aguardaba una acogida conmovedora. El torrero, don Bernardo, un gallego de buena raza, su mujer y su hijo, me hicieron objeto de todo género de atenciones: me sirvieron un excelente tinto, me hicieron una sopa, una tortilla, café. Y quisieron, incluso, abrir una lata de bogavantes en conserva; pero, como yo sólo vivía de conservas desde la víspera, le pedí que no la abrieran.
 
                   Estas buenas gentes no podían comprender que yo hubiese llegado desde La Laguna en un día, y completamente solo. Y, francamente, si yo hubiese sospechado todas las dificultades del camino, habría aceptado el ofrecimiento de habitación del alcalde de Taganana. No aconsejaré esta caminata en un  sólo día.
 
                   Por la noche, subí a la torre del faro. La casa del torrero está junto a la torre. Bernardo me cede la mejor habitación, la del ingeniero, para pasar la noche. Durante toda la velada, el viento sopló con fuerza y, por primera vez en Tenerife, sentí la necesidad de abrigarme con mantas de lana. Es que el peñasco de Anaga, expuesto al Este y al abrigo de los vientos del Sur, disfruta de una temperatura mucho más baja que el resto de la Isla.
 
                 La familia Bernardo quería que me quedase unos días, porque estas pobres gentes viven absolutamente aisladas del mundo en lo alto de su roca, y la llegada de un forastero es, para ellos, un acontecimiento del que hablarán durante mucho tiempo.”
 
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