¿Horterada u horteriting? (Relatos - 12)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en La Opinión el 30 de agosto de 2014).
 
 
          A las siete de la tarde, el abuelo tomaba café con su preciosa nieta -a la que sigue llamando niña, aunque haya cumplido los treinta y seis-, en la terraza del bar de siempre. Charlaban animadamente, favorecidos por la habilidad que la nieta tiene para escuchar al abuelo y contestarle y preguntarle y debatir, a la vez que con un ojo en la pantalla de su modernísimo iPhone y otro clavado en las pupilas del viejo, escribe sobre la pantalla con los dedos de avispa, a una mecha que daba vértigo al padre de su madre. Él estaba disfrutando de la compañía de la nieta -lo que hace una o dos veces al mes-, apurando, luego del barraquito, la copa de Soberano. Ella también disfrutaba de un café apenas cortado con un chorrito de leche desnatada del tiempo y sacarina, sin copa de Soberano. Justo en la mesa de al lado, dos jóvenes -uno encorbatado y otro no; uno engominado y otro melena al viento-, charlaban muy resueltos ellos; muy “se me resbala todo por el cuerpo”. De la edad de la nieta, calculó el anciano, que no puedo evitar prestar oído a lo que aquellos hablaban tan “cuánto me gusto, cuánto me quiero, pero qué guapo soy, pero qué lindo me veo”:
 
          —Hoy, cualquier empresa fashion que quiera estar al día debe tener un community manager, sí o sí, del top ten, si puede pagarlo, claro… —decía el encorbatado, liándose un cigarrillo.
 
          —No hay business sin community, y más en estos tiempos —añadía el otro, pensando que la corbata del amigo estaba pasada de moda.
 
          —Bueno, ¿y qué haces este weekend?
 
          —De shopping con la piba. Ahora le ha dado por cambiar de look, que el coach le aconsejó no sé qué… ¿Y tú?
 
          El abuelo seguía con la oreja pegada, tratando de entender algo de aquella extraña conversación, entre sorbito y sorbito del rico brandi. La nieta, que se percató de la circunstancia, se sumó al espionaje, sin dejar de machacar el teclado digital de su digital aparato.
 
          —Pues no sé —contestaba el encorbatado—, porque nos ha fallado la babysitter a última hora. Que dice que le salió un casting para un show, y está con que quiere ser actriz… Veré la final four y me largaré un par de gin tonics… Si estás online, te llamo, por si te apuntas.
 
          —Mándame un whatsapp, igual me apunto.
 
          —¿Estarás online?
 
          El abuelo, con cara de extrañeza, se inclinó hacia la nieta y la miró por encima de las lentes.
 
          —¿Pero de qué hablan estos dos? No les entiendo la mitad de lo que dicen. 
 
          La nieta se echó a reír.
 
          —¿Qué no has entendido, abuelo?
 
          —La mitad de toda la verborrea, que me ha llevado a no entender nada.
 
          Ella volvió a reír. “Ay, abuelo, que viejo estás”, pensó la moderna, dejando por un instante de teclear sobre la táctil mini pantalla.
 
          —Mira, abuelo: en inglés, community manager significa director de comunicación, coach es preparador o entrenador… —explicaba ella, muy sobrada de sí misma, ¡ay, el abuelo, que está en otra era!, jijijiji…
 
          —Vamos, una sarta de anglicismos, unos tras otros —concluía el abuelo—. Pues no entiendo por qué no dicen simplemente director de comunicación o preparador o entrenador, como siempre se ha dicho.
 
          —Ay, abuelo, jijijiji… Ahora se dice así, es más internacional, jijijiji…
 
          —Acaso la conversación de estos dos jóvenes se está radiando al mundo, ¿o queda entre ellos? Nieta, que soy viejo, no idiota.
 
          —Ay, abuelo, jijijiji… 
 
          —Una cosa es el anglicismo necesario —se explicaba el abuelo—, por eso de la costumbre generalizada a lo largo del tiempo… vale, bien…; y otra cosa es el asumir barbarismos a mansalva, uno nuevo cada día, ale, ¡paparruchadas, nada más que paparruchadas! ¡Si tenemos el idioma más rico del mundo, puñeta! Pero claro, si dices que eres entrenador o preparador de tal o cual cosa, suena muy común, poco impresionable. Ahora, si dices que eres cacachoach o cómo se diga, suena ufff, importantísimo, aunque no tengas ni pajolera idea, que lo que importa es el coachoach, que suena que no veas.
 
          —Ay, abuelo, cómo eres, jijijiji…
 
          —Camarero —llamó el treintañero de melena al viento—. Me trae un gin tonic de…
 
          —¿Y por qué no dice éste ginebra con tónica? Eh, nieta —decía el anciano, que no había desconectado el radar—. Oiga, por favor, sí, aquí —hacía señas al camarero—. A mí me pone otro Soberano, si es tan amable…
 
          —Oye, ¿te enteraste de la pareja que haciéndose un selfie, se fue para atrás y cayó al vacío delante de los hijos? —decía el joven vecino de mesa.
 
          —Pero qué estarían haciendo, jajajaja… —reía el encorbatado.
 
          El abuelo preguntó a la nieta, con la mirada, sobre el significado de la nueva palabreja.
 
          —Hacerse un selfie es hacerse una foto a uno mismo… Así, abuelo, estirando la mano y… clic… Ves, mira que chula, jijijiji…
 
        —Impresionado me dejas, nieta. Impresionado. Es decir, un selfoifi es hacerse una auto foto. ¡Qué cosas! Antes se usaba un trípode, y salías corriendo y te ponías con tu mejor sonrisa delante del monumento o del paisaje, con la familia o los amigos, así salíamos todos… Pero me parece muy bien, lo de la auto foto, lo que me parece una gilipollez es lo del nombrecito ese de selfoifo o fifi o como sea que se diga, nieta… Otro barbarismo.
 
          —Ay, abuelo, cómo eres… Es la moda, selfie suena mejor que auto foto, y así se dice en todo el mundo.
 
          —Sí, seguro que así lo dicen los rusos y los chinos, y los bereberes, también.
 
          —Es moderno, suena más guapo… más guay… —argumentaba ella.
 
      —Mira, nieta, a un inglés, selfie le suena lo mismo que a ti te suena auto foto. ¿Me explico, criatura? Vamos, que tanto coauchinchin, como selfinfin no son más que  horteradas innecesarias. Una soberana horterada. Nos chupamos como esponjas lo que nos llega de fuera. Y hablando de soberana, el camarero se ha debido olvidar de mi Soberano… —entonces miró a la nieta muy sonriente—. Por cierto, nieta, ¿cómo debo llamar al currante del bar, camarero, barman o camarering?
 
          —Ay, abuelo, cómo eres, jijijiji…
 
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