La calle Ancha (Retales de la Historia - 177)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 7 de septiembre de 2014).
Calle Ancha, pronto conocida como Plaza de la Iglesia, nació como calle, como lugar de paso, como camino obligado entre la Caleta junto al castillo y el puente que cruzaba el barranco de Santos y que alcanzaba el camino de La Laguna por San Sebastián. Es cierto que aunque era una calle, nunca supo disimular su vocación de plaza. También, en algún momento, se le conoció como calle Grande, denominación que parece ser que respondía más a la importancia de los vecinos y familias que en ella residían que a sus dimensiones dentro del entramado urbano.
Efectivamente, allí, en aquel primer núcleo del lugar y puerto, al amparo de la parroquia mayor de Nuestra Señora de la Concepción, se habían ido instalando los más importantes personajes del primer Santa Cruz, fueran comerciantes, navieros, militares o funcionarios, de tal forma que las calles Ancha, de la Iglesia, de las Norias, de la Candelaria o Santo Domingo, en realidad constituyeron el primer barrio residencial del puerto. El trajín que la actividad portuaria producía se encontraba más al Norte, hacia la Caleta y los inicios de la calles del Sol -Dr. Allart- o de la Luz -Imeldo Serís-, que confluían en la primera, en las que se concentraban almacenes, bodegas y lonjas. Transcurrieron años antes de que la calle de San Francisco se asomara sobre la bahía, iniciando entonces la penetración hacia Los Toscales, primera zona de expansión de la población.
La calle Ancha despedía al viajero que se dirigía a la capital, La Laguna, y se adentraba en la isla, y también era el primer entramado urbano más o menos organizado que recibía al visitante que desde el interior se acercaba al puerto. Ya lo dijo el regidor Anchieta y Alarcón cuando en 1753 baja a Santa Cruz y se dirige a la plaza, “habiendo ido -explica- por la última calle de abajo junto a la Aduana”. Esta calle de la Aduana era la antigua de la Caleta, que hoy viene a corresponderse con la calle General Gutiérrez.
Pero se da la circunstancia de que cuando el regidor lagunero escribía lo anterior, estaba a punto de culminarse una obra cuya puesta en servicio repercutiría en aquel barrio, el más antiguo de Santa Cruz, y esta obra, novedosa y avanzada si tenemos en cuenta los medios con que se contaba, no era otra que un nuevo puente construido en las afueras de la población, en lugar conocido como “llanos de Perera”, en la “pasada del medio llamada de Sorita”. Con él se daba acceso a los “llanos del Pirú” y se abría un nuevo camino hacia La Laguna y el interior de la isla, que permitía el paso del barranco de Santos a salvo de temporales y grandes avenidas que averiaban, cuando no arrasaban totalmente y arrastraban hasta el mar, al antiguo puente de madera que unía el barrio de la Iglesia con el del Cabo y el viejo camino de San Sebastián.
A partir de 1754 se solventó el problema cuando se abrió el puente Zurita, pero la calle de la Caleta o de la Aduana y la calle Ancha perdieron algo más que parte de su protagonismo, aunque seguramente ganarían en paz y tranquilidad para sus vecinos. El tráfico con el interior se encauzó entonces por las calles de la Luz y la del Sol y, poco a poco, según fue creciendo ladera arriba, por la del Castillo, que se unía a la altura del Campo Militar, actual Plaza Weyler, con el nuevo camino o carretera de La Laguna que hoy es la Rambla Pulido.
De todas formas, a finales del siglo XVIII la calle Ancha o plaza de la Iglesia, seguía siendo en muchos aspectos el centro del pueblo. En 1790, el auto de buen gobierno dictado por el alcalde Nicolás González Sopranis, como todos los bandos de la autoridad, se fijó en dicha plaza así como en la del Castillo, no porque el alcalde viviera en la primera, sino como se dice expresamente en el acuerdo municipal, porque “son los sitios acostumbrados”. Además, no se descuidaba la atención de aquel lugar, como se evidencia por una cuenta de 1793, anotada en el libro de fábrica de la parroquia que empieza en 1754, por un montante de casi 4.000 reales por “embaldosado y empedrado de la Plaza de la Iglesia”.
Pero como consecuencia del nuevo puente de Zurita se dio entonces una circunstancia, en la que hasta ahora no se había reparado, dato que se refleja en documentación del Archivo Histórico Provincial y que debo a la amabilidad del apreciado contertulio y riguroso investigador Daniel García Pulido. Se trata de la depreciación que sufrieron las propiedades de la plaza de la Iglesia, de lo que queda constancia en 1778 al efectuarse la subasta de varias casas “altas” que habían pertenecido a la expulsada compañía de Jesuitas. Expresamente se dice… “que han perdido estimación a causa de haberse transferido la entrada y salida del comercio a la calle del Castillo después que se fabricó el puente llamado de Zurita”.
Ya se sabe: cuando los de Araya perdieron la burra…
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