¿Aguas freáticas? (y 2) (Retales de la Historia - 176)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 31 de agosto de 2014).
En las primeras décadas del siglo XIX, sin que se vea explicación, Santa Cruz parecía una caja de sorpresas con la aparición de corrientes de aguas subterráneas que repentinamente intentaban aflorar en los lugares más insospechados. Después del fracaso de las prospecciones en los nacientes surgidos en Las Cruces, en marzo de 1814 el procurador síndico Patricio Murphy informaba en sesión municipal que había aparecido un arroyo de agua en la huerta del convento franciscano de San Pedro de Alcántara –actual plaza Príncipe de Asturias– y se acordó estudiar si era posible su aprovechamiento público.
De entrada se asignaron 60 pesos para comenzar los trabajos y se iniciaron suscripciones voluntarias entre los vecinos para poder continuarlos. Se abrieron zanjas y se trató de hacer desviaciones del caudal aparecido. Existe un voluminoso expediente en el archivo municipal, que abarca desde los meses de marzo a octubre, relativo a los trabajos que se estaban efectuando en la huerta de los frailes y que contiene cruce de oficios entre el alcalde José María de Villa, el procurador síndico Murphy, el alcalde del agua Pablo Cifra y el guardián del convento José Pérez González. El alboroto producido había sido de consideración, pero la algarabía se apagó, y con consecuencias, cuando con la fuerza del verano el arroyo se secó.
Y lo cierto fue que las consecuencias se prolongaron en el tiempo al quedar hoyos abiertos llenos de agua y zanjas que con la llegada de las primeras lluvias amenazaron con arrasar tierras y huerta. Por el considerable desnivel del terreno comenzaron a aparecer filtraciones y humedades en el templo de San Francisco, amenazando con causar daños a sepulcros y columnas, de lo que se pidió informe a los encargados de las obras, al tiempo que se consultaba con el comandante de Ingenieros los posibles daños a las bases de las columnas. Por otra parte, la junta de sanidad desaconsejaba el consumo del agua aflorada sin un estricto control médico, todo lo cual hizo que se paralizaran y abandonaran las obras iniciadas, y se encargó al alcalde del agua Pablo Cifra la reparación de los daños ocasionados en la huerta franciscana.
Los frailes reclamaron una y otra vez que se hicieran los arreglos necesarios para dejar la huerta en el estado en que estaba antes de las obras. Era preciso que se cerraran las zanjas abiertas para que con la estación de lluvias no volvieran a producirse daños en la iglesia, hasta que dos años después, en 1816, ante las continuas reclamaciones del padre guardián del convento, el alcalde Juan de Matos comisionó a los regidores Enrique Casalon y Antonio Álvarez para que pusieran remedio. El remedio, como siempre, era que adelantaran el dinero para ejecutar el trabajo, lo que se refleja en una partida contable de finales de este año de 1.125 reales y 12 maravedíes por arreglo de zanjas en la huerta de San Francisco.
Pasan los años sin que se tenga constancia de nuevas e inesperadas "apariciones acuíferas", hasta que en 1880 se detecta en bajamar, por el costado Norte del castillo de San Pedro, una vena de agua que queda cubierta al subir la marea y que la población toma como aguas medicinales. Inmediatamente el ayuntamiento toma cartas en el asunto y encarga el análisis de dichas aguas al médico Ángel Mª Izquierdo y al farmacéutico José Suárez Guerra, quienes dictaminan que se trata de agua perfectamente clara e incolora, inodora y de sabor salobre, que resultan ser cloradas, sulfatadas y laxantes, libres de materia orgánica. Los efectos que deben producir son cámaras más o menos abundantes, modificando la circulación, acelerándola y renovando la parte serosa de la sangre.
Estimaban los facultativos que su acción principal es sobre las vísceras abdominales, aumentando las secreciones de los jugos gástricos, pancreático y hepático. Estarán indicadas estas aguas en todos los casos en que el orden de las secreciones esté extraviado o pervertido en los sujetos de fibra blanda o flemáticos Pero advierten que consideran peligroso su empleo en todas las afecciones de pecho, siempre que haya plétora sanguina, en las parálisis con lesiones materiales de cerebro o de la médula raquiniana, en la epilepsia y neurosis análogas, en las fiebres y en las lesiones orgánicas de corazón y de los grandes vasos, así como en la gota aguda. En definitiva, insisten en que en todos los casos deberá administrarse bajo vigilancia médica.
No sabemos cómo acabó el descubrimiento, ni tenemos constancia de que se produjera un aprovechamiento generalizado de estas aguas.
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