¿Aguas freáticas? (1) (Retales de la Historia - 175)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 24 de agosto de 2014).
 
 
          Resulta curioso, y de difícil entendimiento para un lego en hidrogeología, que en un terreno de la sequedad que caracteriza al que ocupa Santa Cruz de Tenerife, se encuentren corrientes subterráneas de agua en el mismo centro de la urbe, algunas de cierta entidad. Así se hizo evidente cuando se ejecutaron las obras del llamado “cuadrilátero” -calles del Pilar, San José e inmediatas-, al edificar en zonas cercanas al teatro y, más recientemente, al construir los aparcamientos subterráneos aledaños a la plaza Weyler.
 
          Santa Cruz siempre ha suspirado por el agua con ansia que puede calificarse de histórica, hasta que poco a poco y con ímprobo trabajo pudo ir conduciendo y acercando la que brotaba en los nacientes de Anaga para cubrir las necesidades de los vecinos. A veces aparecían veneros de aguas que creaban expectativas al pensarse que, tal vez, se había encontrado la panacea, el remedio a tanta sed de siglos, pero una vez tras otra siempre al final y después de grandes gastos todo se frustraba y devenía en desconsuelo.
 
          En 1811, en una época de tremenda escasez no sólo de agua sino de todo, consecuencia de una terrible epidemia de fiebre amarilla, se estaban abriendo pozos en parajes cercanos al barranco de Santos, trabajos que pronto se suspendieron por la mala calidad de las aguas alumbradas. Pero al Sur, más allá del castillo de San Juan y por encima del camino de Las Cruces, apareció una pequeña corriente que hizo abrigar alguna esperanza. Ocurría que al anterior alcalde del agua, que lo había sido Vicente Martinón, se le debían 3.855 reales que había adelantado de su bolsillo para reparaciones de atarjeas y caños, por lo que para evitar reclamaciones, que por otra parte hubieran sido totalmente justas, se comisionó a los regidores Enrique Casalon y Andrés Oliver y a un nuevo alcalde del ramo, Pedro Acosta, para el seguimiento y dirección de los trabajos.
 
          Aunque no había dinero ni para paliar el hambre y, por ejemplo, se trataba de buscar créditos para fletar un barco a Madera para comprar víveres -harina, trigo y algún ganado-, la búsqueda de agua era asunto prioritario y así se entendió durante todo el año 1812, pero si en la búsqueda del preciado líquido se estaba abriendo algún pozo, los hechos demostraron que se trataba de un pozo sin fondo. Se había asignado, con gran sacrificio, una primera partida de 3.000 reales para las obras en Las Cruces, a la que siguió otra de igual cuantía y otra de 200 pesos y otra de 100 pesos más, pero nada era suficiente. Se nombró una nueva comisión -Miguel Soto y Pedro Mendizábal- para el seguimiento de los trabajos de captación, ahora con otro alcalde del agua, Pablo Cifra, al que se le libraron dos partidas de 1.500 reales, una en febrero y otra en marzo de 1813, para proseguir la obra. Hasta que a finales de este año, vistos los nulos resultados y la sangría económica que representaban los trabajos, se suspendió el intento.
 
          Todavía en este año no se disponía de casas consistoriales y las juntas se celebraban en el domicilio del alcalde. Ni siquiera existía en firme la figura del secretario municipal que tomara nota y diera fe de los acuerdos, pues no había dinero para pagarlo. Se había pedido al Ayuntamiento de La Laguna -antiguo Cabildo- que cediera la tasa denominada Haber del Peso para dotar el puesto de secretario, recibiendo la callada por respuesta, hasta que en una junta presidida por el jefe político Ángel Josef de Soverón se recordó la petición hecha desde el año anterior.
 
          Tampoco se vislumbraba solución al deficiente abastecimiento público pues las aguas que llegaban del Monte Aguirre no eran suficientes para una población en constante aumento y, por primera vez, siendo alcalde Matías del Castillo Iriarte, se acordó establecer arbitrios para el aumento y aprovechamiento de las aguas y para cuidar y repoblar los montes. Lo cierto es que poco se podía hacer como no fuera limpiar los nacientes al menos una vez al año, lo que era claramente insuficiente,  y atender las roturas, salideros y derribos de las atarjeas, que precisaban una atención constante.
 
          No fueron las de Las Cruces las únicas prospecciones que por aquellos años se realizaron. Varios vecinos, encabezados por Domingo Madan, pidieron  autorización para hacer trabajos de captación de aguas en un lugar sin especificar hacia el Norte de la población, “más allá de Paso Alto”, se decía. Pedían que no se concedieran licencias similares “a menos de una milla por encima del lugar elegido para los trabajos”, y era tanta la fe en los resultados que se comprometían a suministrar a la población, reservándose de su exclusiva propiedad el agua que restase después de atender el abasto público. La propuesta fue aceptada por el ayuntamiento, pues a nada le comprometía, pero nada sabemos tampoco de los resultados, que nos tememos que debieron ser similares a los obtenidos en Las Cruces.
 
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