La Capitanía General de Canarias y el Cabildo de Tenerife

 
Por José Manuel Padilla Barrera  (Publicado en el Diario de Avisos el 6 de junio de 2014).
 
  
          En la geografía urbana de Santa Cruz hay dos edificios -edificios, no alardes arquitectónicos- que destacan sobre los demás por su prestancia y presencia. Uno de ellos preside lo que es el centro neurálgico de la ciudad. El otro es la estampa de entrada que recibe el viajero cuando llega a ella por mar. Ambos, con un estilo y una estética muy distintos y separados en su tiempo de construcción por casi 60 años, cierran con sus imponentes y monumentales fachadas dos de las grandes plazas de la población lo que les da, si cabe, un mayor realce. La grandiosidad de estos inmuebles se compadece con la importancia que para Tenerife han tenido y tienen las instituciones que albergan: la Capitanía General de Canarias y el Cabildo Insular de Tenerife, que son, sin duda, las de mayor arraigo en la sociedad tinerfeña. Son muchas las razones que hay para asegurarlo.
 
          La Capitanía General ha tenido una gran influencia en el devenir histórico de la isla de Tenerife desde el mismo momento en que Alonso Dávila, Capitán General de Canarias, el 7º de ellos, decidiera en 1656 trasladar su residencia de Las Palmas a La Laguna. Y más tarde, en 1723, otro capitán general, el marqués de Vallehermoso, de La Laguna a Santa Cruz, porque entre otras cosas, una de las grandes ventajas que supuso que los capitanes generales residieran en Tenerife fue que trajeron consigo a los ingenieros militares, y esto hizo que se mejoraran de forma muy importante sus comunicaciones y desarrollo urbano, lo que en su capital, Santa Cruz, se hizo mucho más visible. El historiador tinerfeño Antonio Rumeu de Armas lo expresa así, con esta claridad: “Santa Cruz tiene contraída una deuda con la Capitanía General, pues no hay en la geografía española un núcleo urbano tan entrañablemente vinculado con la Alta Magistratura Castrense”.
 
          Los cabildos tal como hoy los conocemos proceden de la Ley de Cabildos de 1912. Muy polémica en su tiempo. Tan polémica que durante su tramitación, Canalejas, jefe del Gobierno español de entonces, se quejaba amargamente: “Me siento solo entre la indiferencia de los de aquí y las pasiones de los de allá”. Los de las pasiones de allá eran, como dice la isa, las dos clases de canarios que ninguno canta en jaula, canarios de Tenerife y canarios de Las Palmas. No cantaban, no, vociferaban y se insultaban mutuamente en el Congreso y en las calles de las capitales de las dos islas, enzarzados en una descomunal trifulca, queriendo los segundos la división en dos provincias y tratando de impedirlo a toda costa los primeros. Perdieron los divisionistas, que lograrían su objetivo 15 años más tarde, y después de aprobado el obligatorio Reglamento el Cabildo de Tenerife celebró su primera sesión el día 16 de marzo del siguiente año. Existe por tanto una gran diferencia de antigüedad entre la Capitanía General y el Cabildo: 425 años la primera, 101 el segundo. Pero es pura apariencia, porque los cabildos actuales son herederos de una institución, que con el mismo nombre, existe desde la conquista. Alejandro Cioranescu en el primer capítulo de su libro Historia del Cabildo de Tenerife hace un análisis brillante y esclarecedor de los antiguos cabildos insulares. La Constitución de 1812, al no tener en cuenta el fenómeno de la insularidad, hizo desaparecer a los cabildos, hasta que cien años después la ley que hemos comentado deshizo el tremendo error que se había cometido, porque son los cabildos los que mejor representan el fenómeno geográfico de la insularidad y es la naturaleza, el mar, quien impone la isla como unidad administrativa y reclama un órgano de gobierno propio para cada una de ellas.
 
          Esta Ley de Cabildos de 1912, que viene a ser un pequeño estatuto de autonomía, regula perfectamente las competencias de cada administración. Tanto es así que lo hace hasta con la militar, razón por la cual, las dos administraciones no han tenido más relación que la protocolaria, aparte de colaboraciones puntuales por parte del Ejército en casos de catástrofe o calamidad pública. Pero hay una excepción muy importante y fue en los difíciles años de la posguerra. El Cabildo estaba empeñado, como ahora, en promover el turismo hacia la Isla, pero los medios entonces eran pocos, por no decir ninguno, y así como el Mando Económico, como se sabe presidido por el Capitán General, fue providencial en aquella época para evitar la miseria y la penuria en las Islas, en este caso también lo fue, porque en 1945 donó un paquete del 70% de las acciones del hotel Taoro del Puerto de la Cruz, con el compromiso por parte del Cabildo de adquirir el 30% restante y reconstruir una parte del edificio afectada por un incendio. Y como por otra parte Santa Cruz seguía sin tener alojamientos adecuados para recibir un turismo de calidad, el Capitán General García Escámez, continuando con su incansable labor de ayuda a las instituciones canarias, decidió construir un gran hotel, el hotel Mencey, que se comenzó a edificar en 1946 y se entregó al Cabildo en 1950.
 
          Ahora las dos instituciones se vuelven a encontrar por un motivo venturoso, porque en el pleno celebrado el pasado lunes 2 de junio, el Cabildo aprobó, prácticamente por unanimidad, la concesión de la Medalla de Oro de Tenerife a la Capitanía General de Canarias, acto que tendrá lugar el próximo día 9. Se da la feliz circunstancia de que estarán presentes nada menos que ocho capitanes generales, siete que lo han sido en los últimos años y un octavo que lo es actualmente. La concesión de la Medalla de Oro no es otra cosa que hacer patente a través del Cabildo el respeto y el aprecio que el pueblo de Tenerife siente hacia la Capitanía General de Canarias.
 
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