El Corpus Christi en Santa Cruz (Retales de la Historia - 158)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 27 de abril de 2014).
Las primeras noticias de la conmemoración de la festividad del Corpus Christi se remontan al siglo XII de nuestra Era, aunque en España no se introdujo o no se consolidó al menos hasta 1318 en Barcelona. En Santa Cruz, en unión de la fiesta de la Cruz, y más tarde la de la Virgen de Candelaria, fue de las conmemoraciones religiosas más importantes desde el instante mismo en que comenzó la colonización de Tenerife.
Según la tradición conocida, el 3 de mayo de 1494 en el campamento establecido por los castellanos en las playas de Añazo tuvo lugar la primera misa celebrada en Tenerife, a cargo de los religiosos que acompañaban a Fernández de Lugo, el canónigo Alonso de Samarinas, auxiliado por dos frailes agustinos. Para resguardar la Cruz Fundacional, se construyó un elemental refugio de piedra, maderas y ramaje, que sin duda serviría como primer lugar de culto. Pocos días después, el 27 del mismo mes de mayo, de aquella precaria capilla saldría la que sería primera procesión de Corpus Christi. En el campamento establecido en Aguere, que luego sería la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, se celebraría una vez terminada la conquista en 1496.
La que hoy es iglesia matriz de Nuestra Señora de la Concepción ya existía en 1500 bajo su primera advocación de iglesia de la Santa Cruz, y ya la festividad y procesión del Corpus se celebraba en aquel primer templo. Desde los primeros tiempos se encuentran testimonios de la importancia y boato con que se trataba de rodear la conmemoración, a la que asistían, no sólo las autoridades del lugar y puerto, sino que también era perceptiva la concurrencia de los alcaldes de gremios, mercaderes y mayordomos de los oficios, de cuyas citas para su asistencia a los actos hay constancia en las actas del Cabildo de todo el siglo XVI.
Así se siguió en las siguientes centurias, en las que la fiesta fue de las más populares y de mayor concurrencia, hasta el punto de que se hizo necesario dictar normas y medidas para que no se adulterara su verdadero sentido. Por ejemplo, en 1749, cuando la isla sufría una época de extrema falta de recursos, de enfermedad y hambre, y según nos cuenta Viera y Clavijo, el obispo Juan Francisco Guillén dictó un auto en el que pedía al ayuntamiento que no se sacara la imagen de la Virgen de la Candelaria en la procesión del Corpus, “porque el pueblo inconsiderado no desairase el principal culto”.
Pero el pueblo, ya se sabe, es muy suyo y difícil de controlar cuando la costumbre se hace ley, y así ocurría con la procesión del Corpus, que cada vez se parecía más a una fiesta mundana y no a lo que debía ser como homenaje y culto al Cuerpo de Cristo. El problema no era sólo de Santa Cruz, como lo evidencia una Real Cédula de 1780 por la que se prohibía “la práctica de danzas, gigantes y tarascas en las procesiones del Santísimo, Corpus y demás funciones”. La real disposición no debió ser bien acogida por el pueblo, pues tuvo que ser recordada en años sucesivos.
En alguna ocasión la conmemoración del Corpus también dio lugar a pleitos de competencia y representatividad entre las autoridades, como ocurrió en 1788, situaciones que hoy pueden parecernos absurdas pero que en tiempos pasados merecían toda consideración. Al término de la función en la iglesia el alcalde Domingo Pérez Perdomo, como máxima representación civil, pidió al segundo cabo, el coronel Joaquín de Tejada, que se uniese a la comitiva, pero el coronel le contestó que él también había sido invitado por lo que formaría cuerpo con otros militares asistentes. El alcalde preguntó al párroco y este negó haber invitado al militar, motivo por el que Pérez Perdomo reclamó la presencia de un escribano que levantara acta de lo ocurrido.
En 1790, siendo alcalde Nicolás González Sopranis, la procesión partió del convento de Nuestra Señora de la Consolación sin que los frailes lo participaran previamente ni enviaran la preceptiva invitación al alcalde. El hecho mereció ser denunciado ante la Real Audiencia, que dictó provisión ordenando “que el Alcalde Rl. de dicho Pueblo, haga saber al Ve. Pe. Prior Dominico, demas Prelads de Comunidades Religiosas y Eclesiásticas de aquel Pueblo, no saquen á la calle Procesión alguna, sin que preceda la solicitud y consentimiento de la Justª. Rl. Ordinª.” Poco después el corregidor José de Castilla prohibía los fuegos artificiales por el peligro que entrañaban.
En 1815 encontramos un cruce de oficios entre el alcalde José Sansón y el vicario José Hilario Martinón, discutiendo si la procesión del Corpus debía discurrir por el lateral de la plaza principal, recién restaurada, o atravesarla por su centro. En 1865, al saberse que la presidencia se daba a la Diputación Provincial, el Ayuntamiento acordó no asistir a la procesión. Tal era la importancia que se daba a estos detalles.
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