El Real Cuerpo de Ingenieros Militares de España. Trescientos años de ciencia y milicia.

 
A cargo de José Manuel Padilla Barrera. (Pronunciada en el Salón de Actos del Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias -Almeyda, Santa Cruz de Tenerife- el día 12 de abril de 2011, con motivo de cumplirse los 300 años de la fundación del Real Cuerpo de Ingenieros Militares de España).
 
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Introducción
 
          La que ven en pantalla es la diosa Palas, adornada con su casco de guerra, porque ella es la diosa de la guerra, de la guerra justa, aparece orlada por el lema: Nunc Minerva, postea Palas.
Este es el lema que mejor expresa el espíritu de los hombres, por los cuales estamos hoy reunidos aquí, los ingenieros militares. Los ingenieros militares de España.
 
          Componen el lema dos metonimias, Minerva como  diosa de la ciencia es la propia ciencia  y Palas, como diosa de la guerra, es la misma guerra. Por lo tanto la frase se puede traducir, más bien interpretar, como: Primero la ciencia, después la guerra.
 
          Pero hay que ir más allá, porque  Minerva y Palas, son la misma diosa. Minerva es la diosa de la ciencia, aunque también lo es de la guerra, pero para adoptar esta identidad toma el nombre de Palas.
 
          Y eso es lo que pasa con los ingenieros militares, reúnen en la misma persona dos aspectos, distintos pero inseparables, un científico y un militar. Este lema con muy pocas palabras expresa lo que han sido y aún pretendemos ser los ingenieros militares.
                    
          Cuando me puse a pensar en cómo contarles lo que estos hombres fueron, caí en la cuenta que por razón de mis investigaciones sobre la Gesta del 25 de Julio de 1797 (La derrota de Nelson en Tenerife) conozco muy bien a uno de ellos, y qué mejor que hacer que sea él quien, a través de su peripecia vital, nos vaya mostrando quienes eran y como fueron los ingenieros militares del siglo XVIII.
 
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          Hablo del mariscal de campo D. Luis Marqueli Bontempo, que ya saben que era el Director de Ingenieros aquí en Santa Cruz cuando ocurrió el ataque de Nelson. Para ello contamos con un documento excepcional, su Hoja de Servicios.
 
          Se trata de la Hoja de Servicios que Marqueli preparó para que acompañara a una instancia que dirigió al rey en 1815, cuando tenía 75 años. En un solo folio, por su anverso y la mitad del reverso están condensados nada menos que 53 años de servicio.
 
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          En ese dorso se puede leer: “Los servicios que quedan expresados son exactos lo que aseguro bajo mi palabra de honor”. Y al pie una temblorosa firma: Luis Marqueli.
 
Creación del Cuerpo
 
          En el primer recuadro de la que va ser nuestra guía, leemos:   
 
               “El Mariscal de Campo Don Luis Marqueli, su edad 74 años, su País Savona en el Genovesado, su calidad hijo del Brigadier de Ingenieros Don Gerónimo Marqueli, su salud quebrantada, sus servicios y circunstancias las que expresa.”
 
          Sorprende eso de “su calidad hijo del Brigadier”, aunque tiene su explicación, que luego veremos, pero nos sirve para saber que su padre era militar español de alta graduación, a pesar de ser extranjero.
 
          Esto nos plantea una pregunta: ¿Qué había ocurrido para que un extranjero, un genovés, estuviera no ya como técnico contratado, sino integrado en el Ejército español?
 
          Pues lo primero y más importante es que había cambiado la dinastía reinante en España; muerto Carlos II sin sucesión en noviembre de 1700, Felipe  de Anjou, nieto de Luis XIV, toma posesión del Reino de España.
 
          Inmediatamente estalla la Guerra de Sucesión, Francia y España contra la imponente liga de las demás potencias europeas. Los franceses que acompañaron al Rey, inmediatamente se dan cuenta que los españoles carecían  del apoyo de la ingeniería militar, pues el reinado de Carlos II no había sido lo mejor en ese aspecto. El Rey de Francia se vio precisado a enviar, con destino a  la campaña de Portugal de 1704, una Brigada de Ingenieros. Ante esta situación Felipe V, a instancias del Secretario de Guerra, marqués de Bedmar, ordenó venir, en 1709, desde Flandes al Maestre General Ingeniero Mayor de los Ejércitos de los Países Bajos, Don Próspero Jorge de Verboom, designándole, en enero de 1710, Ingeniero General de los Ejércitos Plazas y Fortificaciones.
 
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          Verboom, había sido alumno aventajado de Sebastián Fernández Medrano, sobre el que más  adelante hablaremos, en su Academia Militar de Bruselas.
 
          Siguiendo las instrucciones del monarca, comenzó a trabajar en la reorganización  de los ingenieros militares en España, por lo que hizo incorporarse desde Flandes a ingenieros que habían servido a sus órdenes, algunos franceses, y un cierto número de ingenieros españoles que trabajaban en la Península, consiguiendo reunir hasta 27 ingenieros. Sus trabajos se vieron interrumpidos por la necesidad de tomar parte en la campaña del Segre en 1710; fue hecho prisionero en la batalla de Lérida, pero en su cautiverio continuó con el plan que tenía preparado, en el que se establecía la organización de un Cuerpo de Ingenieros, en el que debería establecerse la asimilación con las demás Armas del ejército, al igual que ocurría en la Artillería.
 
          Este Plan General de los Ingenieros de los Ejércitos y Plazas, fue aprobado por Felipe V el 17 de abril de 1711, en Zaragoza -el próximo domingo se cumplirán 300 años- y eso es lo que estamos celebrando y es el motivo que nos reúne estos días aquí en Almeyda, porque ese Plan General fue de hecho  la creación definitiva del Real Cuerpo de Ingenieros de España. Curiosamente su creador, Próspero de Verboom, permanecía en esa fecha prisionero en Barcelona.
 
          A partir de esta fecha se siguieron produciendo incorporaciones de ingenieros; en 1712 lo hicieron italianos y españoles que habían trabajado en aquellos dominios. En 1718 se integraron más italianos al Real Cuerpo; en alguna de estas fechas debió producirse el ingreso de Gerónimo Marqueli, porque se tiene constancia de que en el año 24 prestaba su servicios en Huelva, y en el 25 se le ascendía a ingeniero ordinario, lo que quiere decir que llevaba años en el Cuerpo. 
 
          En los ocho años transcurridos entre la creación hasta finales de 1718, se habían integrado más  de un centenar de ingenieros.
 
Los cadetes
 
          Siguiendo nuestro hilo conductor nos encontramos con que el 1 de agosto de 1758 nuestro personaje fue nombrado cadete, y más abajo nos dice que lo fue en el Regimiento de Caballería, aunque no aclara en cual, y que se mantuvo en esta situación 3 años, 5 meses y 12 días.
 
          La figura del cadete fue una de las creaciones importantes introducidas por las reformas de la dinastía borbónica. Se creó por la Real Cédula de 8 de noviembre de 1704; según esa Cédula cada compañía  debía reclutar 10 cadetes. Más adelante sólo serían dos. Estos cadetes deberían ser la base de donde saldrían los futuros oficiales. 
 
          Para los Borbones, el Ejército debía ser una institución nobiliaria o, al menos, de elevada clase social, de ahí que en una resolución real de 1722 sobre nombramientos de cadetes y servicio que han de hacer en el arma de Caballería, se les defina como: "los caballeros notorios, los cruzados, hijos o hermanos de estos títulos, sus hijos o hermanos, o hidalgos que me presentaren justificaciones del goce de tales en sus lugares y los hijos de capitanes y oficiales de mayor grado."
 
          Ahora nos podemos explicar la frase del encabezamiento, que antes nos extrañaba: “Su calidad, hijo del Brigadier de Ingenieros Don Gerónimo Marqueli”. Porque ese era el título que le sirvió en su momento  para ingresar como cadete, y transcurridos 57 años para él seguía siendo un mérito, un timbre de honor, ser hijo de un Brigadier, a pesar de que había superado a su padre en categoría militar.
 
La Academia de Matemáticas
 
          Continuando con la lectura de nuestra guía, bajo el epígrafe  "Campañas y acciones de guerra en que se ha hallado y comisiones que ha desempeñado" leemos: “Hecho alférez de Ingenieros  a principios de 1762...".
 
          Dicho así, parece como un lenguaje bíblico. Hágase el alférez y el alférez fue hecho. Pero no, algo debió pasar para transformarse de cadete de Caballería en alférez de Ingenieros. Afortunadamente tenemos este documento que vemos ahora y  nos  aclara las cosas.
 
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          Es de marzo de 1793 y  trata de la propuesta al Rey, por parte de Francisco Sabatini, de un ascenso para Marqueli, concretamente a ingeniero en jefe, donde dice: “Sirvió de cadete en el Regimiento de Caballería de Santiago, cursó las matemáticas en Barcelona....”
 
          Aparte de enterarnos en qué Regimiento de Caballería era en el que sirvió Marqueli, lo importante es que sepamos que estudió matemáticas  y que en Barcelona había un lugar para hacerlo. 
 
          Efectivamente, allí estaba la Academia de Matemáticas de Barcelona, que en principio había sido creada por  Carlos II, el 22 de enero de 1700, pero sólo pudo funcionar hasta 1705, porque en la guerra de Sucesión se perdió la plaza de Barcelona ante las tropas del Archiduque. En 1720 volvió a abrir sus puertas, aunque con nuevas normas y nueva ubicación, por lo que realmente se puede considerar de nueva creación.
 
          La primera referencia a esta Academia es la de que funcionó de forma intermitente en Madrid entre 1583 y 1697, fue fundada por Felipe II y en ella destaca la figura de Cristóbal de Rojas, uno de los grandes ingenieros militares de la historia.
 
          La referencia más cercana, tan cercana que la de Barcelona es casi una continuación de ella, es la Academia Militar de Bruselas. Felipe V siempre quiso que la nueva Academia de Matemáticas siguiera las directrices del que fue su director, Sebastián Fernández Medrano, un antiguo alférez de los Tercios de Flandes, que a costa de que sus compañeros lo tuvieran por loco, se dedicó al estudio de las matemáticas. Fue una gran figura a la altura de Vauban en el arte de la fortificación. Esta Academia de Bruselas se inició en 1675 y estuvo abierta hasta 1706, cuando  la ciudad cayó en manos de las fuerzas de la Gran Alianza.
 
          Entre los alumnos más destacados estaba nuestro ya conocido Próspero de Verboom, que siguiendo las normas y criterios de Fernández Medrano, por deseo expreso de Felipe V y con su propia experiencia creó la Academia de Matemáticas de Barcelona.
 
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          Las primeras normas de funcionamiento de la Academia no aparecieron hasta el año 1739 con la publicación de la "Ordenanza e instrucción para la enseñanza de las Mathemáticas en la Real y Militar Academia...".
 
          La Ordenanza divide el curso en cuatro partes de nueve meses cada una. En la primera y segunda se explicarán las partes en que debe hallarse instruido cualquier Oficial del Ejército para ejecutar con acierto los encargos que se le confiaren; y en la tercera y cuarta lo demás que ha de saber un Ingeniero y Oficial de Artillería, para el desempeño de sus empleos.
 
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          La Academia con su primer director, que fue Mateo Calabro, oficial de Artillería transformado en ingeniero, empezó en La Ciudadela, actualmente desaparecida; más tarde pasó al convento de San Agustín el Viejo, que hoy, ironías del destino y de la Gerencia de Infraestructura del Ministerio de Defensa, es el Museo del Chocolate de Barcelona.
 
          El 14 de marzo de 1738, se le comunicó a Calabro que S.M. había decidido "mudar de mano" -son palabras textuales- y la dirección pasó a manos de Pedro Lucuze, que la ejerció hasta 1779, año en que murió.
 
          La Academia estaba abierta cada año a 18 oficiales y 18 cadetes de los regimientos de Infantería, Caballería y Dragones, y también a cuatro caballeros particulares, estos con edades comprendidas entre 15 y 30 años, de origen español, de nobleza conocida o ciudadanos de buena conducta. Dos meses antes del comienzo del curso, el Capitán General de Cataluña, solicitaba de los coroneles de los regimientos, que eligieran entre los de buena conducta e inteligentes, de sus oficiales y cadetes, como aspirantes al acceso a la Academia, que previo examen en Barcelona ante el Director, ingresaban como alumnos.
 
          Terminados los cuatro cursos, que se impartían en tres años, nueve meses por curso, los que deseaban ingresar en  los cuerpos de Ingenieros o Artillería tenían que solicitarlo y someterse a una prueba de suficiencia que se celebraba en Madrid ante las Reales Juntas de Fortificación o de Artillería. El resto regresaba a sus unidades de origen donde desempeñaban funciones destacadas, normalmente en las planas mayores, e incluso, en caso necesario, actuaban como ingenieros.
 
          Los artilleros se quejaban de los que regentaban la Academia, todos del Real Cuerpo de Ingenieros, "pues inclinan a servir en él a los más aprovechados, pues en dos cursos, sólo tres y no de los más aventajados, han pedido examen para entrar en el Cuerpo de oficiales de Artillería”. Eso trajo en consecuencia que el 21 de octubre de 1751 se crearan dos Escuelas de matemáticas con el título de Artillería, una en la misma Barcelona  y otra en Cádiz; de la primera promoción de esta última academia fue Marcelo Estranio, el coronel jefe de la Artillería de Canarias en las fechas del ataque de Nelson a Santa Cruz.
 
          En mayo de 1764 se creó el Real Colegio de Artillería en Segovia, que andando el tiempo, a partir de 1927, volvería a ser una casa común de artilleros e ingenieros, aunque los estudios fueran diferentes.
 
          Hubo otras academias, como las de Ceuta y Orán, que estaban sometidas al mismo régimen de estudios que la de Barcelona, con las mismas asignaturas, con la importante diferencia de que sus profesores impartían sus clases sin perjuicio de sus trabajos como ingenieros y los cadetes y oficiales tampoco estaban rebajados de servicio.
 
          Existieron además otras vías de ingreso en el Real Cuerpo: El Colegio de Nobles, La Real Academia de San Fernando, o los que se formaron con las enseñanzas de su padre o un pariente próximo. Hay un caso que nos toca muy de cerca, que es el de Agustín Marqueli, quien estudió aquí, con su padre y los ingenieros de la plaza, sus exámenes fueron enviados a Sabatini y el 10 de diciembre de 1793, fue promovido a  Subteniente y Ayudante de Ingeniero. 
 
La duplicidad de grados en el Real Cuerpo
 
          Retornemos al escrito de Sabatini, que recuerden decía: “Sirvió de cadete en el Regimiento de Caballería de Santiago, cursó las matemáticas en Barcelona”, y continúa: “Hecho ingeniero”. Es la misma expresión que antes veíamos, pero con un matiz importante, no dice alférez de Ingenieros, dice ingeniero. Porque aunque no lo refleje en su Hoja de Servicios, Marqueli además de su despacho de alférez, recibió también un título y un grado dentro del Cuerpo de Ingenieros, que fue el de Ingeniero Delineador.
 
          Verboom en su proyecto de creación de un cuerpo de ingenieros militares ya decía:
 
                    “Siendo muy necesario al servicio del rey que los ingenieros tengan grados en las tropas..., no siendo razón que este genero de oficiales que trabajan más, y están más expuestos a los peligros de la guerra que cualesquiera otros se hallen sin ellos, convendrá se les den los grados proporcionales a los que tienen en el Cuerpo del Ingenio, como tienen los del Cuerpo de Artillería...”
 
          Con ese criterio, los grados dentro del Cuerpo del Ingenio (me gusta esa denominación) se establecieron, trasplantados de los de los franceses, y eran, ingeniero delineador o ayudante de ingeniero, a partir de 1768, ingeniero extraordinario, ingeniero ordinario, ingeniero en segundo, ingeniero en jefe, y director, que se correspondían más  o menos, con los grados desde alférez o subteniente hasta brigadier, aunque podían alcanzar el de mariscal de campo y hasta teniente general.
 
Después, la guerra
 
          Siguiendo nuestra hoja de ruta, podemos comprobar que el alférez Marqueli, cumplió al pie de la letra con el lema de su Academia. Terminados sus estudios -primero la ciencia- pasó voluntario a la guerra de Portugal, en 1762 -después, la guerra-. Sólo estuvo en otros dos hechos de armas: en el sitio de Gibraltar en 1779  y en el ataque de Nelson a Santa Cruz, el primero también con carácter voluntario y el segundo porque se encontraba destinado aquí cuando ocurrió.
 
          En la abundante producción de libros y artículos sobre los ingenieros militares se habla poco de esta faceta, y es que el carácter facultativo del Cuerpo, hacía que no se destacara su actuación, y eso era una preocupación para la monarquía. Buena muestra del interés por darle importancia militar está en el tercer título de la Ordenanza de 1768, que se refiere a la actuación del Cuerpo de Ingenieros en campaña; este título supera en páginas a los anteriores. Se tratan en él todas las situaciones posibles: reconocimiento del terreno antes del paso de las tropas, construcción de campamentos con su sistema de defensa, ataque  y asedio de fortalezas. 
 
          La unidad de combate de Ingenieros era la brigada, que estaba compuesta por 8 a 10 ingenieros, al mando de un ingeniero director o ingeniero en jefe, y las compañías de zapadores se formaban para cada ocasión con tropas de infantería.
 
          Para insistir sobre el aspecto militar del Cuerpo, pero también para responder a las inquietudes  de algunos ingenieros, ante la poca consideración de otros oficiales para con ellos, la ordenanza concluía estableciendo para los ingenieros:
 
                    “Los mismos honores militares, títulos y prerrogativas  que a los otros oficiales de mis Ejércitos, con correspondencia a su grado.”
 
          Es evidente que la actuación de un Cuerpo facultativo en campaña resultaba muy difícil para sus oficiales. Por eso no es de extrañar que Marqueli pretendiera del Comandante General, el general Gutiérrez, que le diera el mando de la batería de la cabeza del muelle, por considerarla la más expuesta, ante lo cual, como es natural,  el coronel de Artillería puso el grito en el cielo. Realmente él y su subordinado, el capitán Nadela, poco podían hacer durante el asedio inglés. Actuaban, realmente, como oficiales de Estado Mayor: “mantenerse constantemente al lado del General para lo que pudiera ocurrirle en su facultad”, dice Francisco de Tolosa en su Relación de los hechos. De todas maneras, logró que le encargaran el mando de una pieza, en el Castillo de San Cristóbal, durante la noche del asedio.
 
La movilidad geográfica
 
          Si contamos, en su Hoja de Servicios, los destinos que tuvo el ingeniero Marqueli desde que fue hecho alférez hasta que llegó a Canarias por segunda vez, en 1789, resulta que en 27 años, prestó sus servicios en 15 lugares, aunque algunos de ellos se repitieran, como ocurre con Valencia y Canarias, y no fue de los peor parados, porque además nunca pasó a Ultramar. Son menos de dos años por destino.
 
          Hasta aquí, 1789, la trayectoria profesional de Marqueli encaja perfectamente con el perfil de carrera del ingeniero militar, pero por alguna razón que desconozco, al llegar a hacerse cargo de los Ingenieros de Canarias, se separa totalmente. Estuvo en un mismo destino nada menos que 23 años. A pesar de que el Reglamento especificaba claramente:
 
                    "que para que los oficiales no se perpetúen en aquellos destinos expatriándose enteramente de la Península, se fijará el término menor de su residencia a siete años y a diez el mayor sin incluir las navegaciones de ida y vuelta, tiempo en que a más del desempeño de sus funciones, podrán adquirir conocimientos importantes de aquellos países para difundirlos con utilidad a su regreso".
 
          Esta movilidad geográfica fue una característica de la vida de los ingenieros militares. Tanto era así, que se les ponía todas las trabas posibles para evitar que contrajeran matrimonio, porque para las necesidades del Estado eran preferibles los ingenieros sin familia. El asunto fue tan serio que hasta  la Iglesia terció en favor de los ingenieros, llegando a hacerse cómplice de matrimonios clandestinos, matrimonio que a más de uno le costó la carrera. Sin embargo, nuestro personaje se las arregló para casarse durante su primer paso por Canarias, se casó aquí en febrero de 1776, después de un largo y complicado proceso.
 
La corografía
 
          En esta Hoja de Servicios, a la que tanto partido le estamos sacando, podemos leer que después de su paso por Ceuta vino destinado a las Islas Canarias, donde desempeñó con acierto varias e importantes comisiones de su ramo que le confiaron los Comandantes Generales de dichas islas.  
 
          Efectivamente, Marqueli, teniente e ingeniero extraordinario formó parte de una comisión que presidía José Ruiz Cermeño, capitán e ingeniero ordinario; esta comisión realizó dos trabajos: Descripción de la isla de Lanzarote y Descripción de la isla de Fuerteventura. En el archivo de Acialcazar en Gran Canaria, (archivo familiar del que fue un gran ingeniero militar, José María Pinto de la Rosa) existen copias de ambos documentos.
 
          Este era una de las misiones más importante que los ingenieros militares desarrollaban, la corografía, la descripción de un país, de una región o de una provincia. 
 
          En 1740, llega a las islas un grupo de lo más florido del Real Cuerpo: dos ingenieros extraordinarios, uno ordinario, y el que lo encabezaba, el ingeniero en segundo, Antonio Riviere, con una misión ordenada por el Ingeniero General. El título de su trabajo aclara cual era esa misión: Descripción Geográfica de Las Islas Canarias. Los documentos de este trabajo estaban desperdigados, pero Juan Tous, logró recomponerlos y hacer con ellos una bella edición, que se publicó en 1997, un joya.
 
          En 1780, Miguel Hermosilla redacta, atención al título, una Descripción topográfica político militar de la isla de Gran Canaria, en que se da noticia de cómo se adquirió el título de grande, lo que demuestra que hace más de 230 años que la isla de Gran Canaria lleva ese título de “gran”, en contra de lo que el periódico El Día mantiene.
 
          A los Comandantes Generales no les agradaban mucho estos trabajos, porque los ingenieros dependían  del Ingeniero General,  e informaban directamente a éste, o a veces al propio Rey, y casi siempre haciendo comentarios  poco favorables para ellos.
 
           Los ingenieros realizaron, como parte importante de su trabajo, multitud de informes y descripciones territoriales que son ejemplos admirables de estudio corográfico y que, por las propuestas económicas que contienen, se pueden considerar como precedentes de la actual geografía aplicada. Utilizan métodos completamente nuevos, con descripciones especializadas, históricas, etnográficas, sociológicas y por descontado militares.
 
          Sorprende el dominio del lenguaje que estos ingenieros tenían; son escritos con un estilo que ya quisiéramos en nuestra época, en que ofuscados con lo de corto, conciso y preciso, y salvo honrosas excepciones, hemos llegado a un estilo de gran pobreza de lenguaje y gran riqueza de gerundios.
 
          Todas estas descripciones iban apoyadas por una cartografía espléndida, en la que los ingenieros militares eran verdaderos maestros. Sorprende la igualdad de técnica en el dibujo y color entre todos sus mapas y planos, incluso entre ingenieros separados por muchos años. Todos estos magníficos trabajos constituyen un inmenso patrimonio documental. Son trabajos tan perfectos y bellos que muchos de ellos se han convertido en objeto de deseo de coleccionistas de arte.
 
Obras civiles
 
          Este impagable documento nos sigue proporcionando información sobre la vida de un ingeniero. Nos fijamos ahora en que Marqueli, aparte de sus trabajos en obras de carácter puramente militar, en Cartagena construyó un lazareto, en Ceuta desmontó el monte Hacho para hacer un camino para coches hasta la ermita de San Antonio, en el Puerto de Santa María contribuyó con sus conocimientos a la nivelación, desagüe y hermosura de las obras de utilidad y recreo la localidad y sus contornos. Aunque no figuren en la relación, aquí en Tenerife fue el responsable de muchas de las obras de mejora del archipiélago. Todas obras de carácter civil, pero realizadas en el ejercicio de su profesión de ingeniero  militar, por eso quedan anotadas en su Hoja de Servicios.
 
          Los ingenieros militares, además de encargarse de las obras y proyectos necesarios para proteger los extensos territorios del Imperio, se ocuparon también de la proyección y dirección de obras civiles e incluso religiosas.
 
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          Aquí en Canarias son muchas las obras de carácter religioso que nos dejaron los ingenieros militares. Francisco Lapierre construyó la iglesia de los jesuitas en Las Palmas, de la Roche la basílica del Pino, o en Santa Cruz la torre de la Concepción, que es obra de Antonio Sempere o Samper, que de las dos formas aparece en los documentos de la época.
 
          Hermosilla asegura que él fue el autor del proyecto de la catedral de Las Palmas, pero que Diego Nicolás Eduardo, sacerdote, le copió los planos. Eduardo dice que había aprendido arquitectura, siendo capellán del Real Colegio de Artillería  de Segovia, asistiendo a las clases de dibujo de los cadetes.
 
          Fueron fieles cumplidores de la tríada de Vitruvio: "Firmitas, Utilitas, Venustas". Sus obras bien civiles o militares eran, firmes, o sea seguras, útiles, o sea funcionales, y  bellas, o sea estéticas. Desgraciadamente hoy los técnicos en general olvidan alguna de las tres condiciones, especialmente la última.
 
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          Un ejemplo perfecto es la Casa de la Pólvora, de Francisco Gozar, junto al Castillo de San Juan; no es más que un barracón, pero es bello, y hasta los contrafuertes son armoniosos.
 
          En estas realizaciones fueron los impulsores en todas las posesiones españolas del estilo neoclásico, estilo sencillo y funcional, en contra del barroco, que aún perduraba en el siglo XVIII.
 
        Fueron también los colaboradores necesarios de la Monarquía en su política de fomento, llevando a cabo el proyecto y la dirección de caminos, carreteras y puertos, sin olvidar los canales, bien de regadío o de comunicación.
 
          Finalmente fueron unos brillantes ejecutores de la política ilustrada de los Borbones en el diseño y construcción de las nuevas poblaciones que se crearon, tanto en España como en América.
 
El Regimiento de Zapadores
 
          Hasta aquí hemos dado lo que podríamos llamar una vuelta al horizonte sobre lo que fueron los ingenieros militares en el siglo XVIII.
 
          Despedimos ya al que hemos tomado como epítome de ingeniero militar, Luis Marqueli. Por cierto, no les he dicho el motivo de la instancia al Rey a la que acompañaba nuestra hoja de ruta; solicitaba en ella el ascenso a teniente general; no por vanidad, lo hacía y así lo hace constar, para que su mujer y sus dos hijas tuvieran una mejor pensión, porque veía su muerte cercana. El mariscal de campo, el gran ingeniero, el sabio Marqueli, como le denominaban sus convecinos tinerfeños, no tenía fortuna personal. Ya lo decía Calderón "Que en buena o mala fortuna la milicia no es más, que una religión de hombres honrados".
 
          Daremos ahora un repaso, aunque sea sólo de pasada, a los hechos más destacados que de alguna manera marcaron el desarrollo del Cuerpo.
 
          Un acontecimiento importante entre las vicisitudes del Real Cuerpo fue la decisión de Don Pedro Abarca de Bolea, conde de Aranda, de volver a fundir los Cuerpos de Artillería e Ingenieros, en agosto de 1756, quedando él mismo como Director General de ambos. Para este fin se creó la Real Sociedad de Matemáticas en Madrid, pero  la dimisión del conde de Aranda y una crisis económica -no hay nada nuevo bajo el sol- que obligó a una reducción drástica de los gastos, acabaron con la posibilidad de nueva unión. Se suprimió la institución y quedaron sólo las Academias  de Barcelona, Orán y Ceuta de Ingenieros y la de Cádiz de Artillería.
 
          Otro hecho importante fue que el 22 de octubre de 1768 se publicaron las Ordenanzas para el régimen, disciplina, subordinación y servicios de los Exércitos.
 
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          Esas Ordenanzas trataron, como es natural, la organización del Real Cuerpo de Ingenieros. Tres tratados contenía: servicio en las guarniciones, obras de fortificación y tercero, del que ya hemos hablado, servicio en campaña. El 40 por ciento del total de las Ordenanzas estaba dedicado al Real Cuerpo, lo que da idea de la importancia que se le daba a la función de los ingenieros militares. Hay pequeños cambios, por ejemplo, el ingeniero delineador pasa a ser ayudante de ingenieros.
 
          En 1774, continuando con las reformas, se vuelve a reorganizar el Cuerpo, que se divide en tres ramos cada uno al mando de un Director General: un ramo de Academias, un segundo de Fortificaciones y el de Caminos, Puentes, Edificios de Arquitectura civil y Canales de riego y navegación, cuya Comandancia, formada por 29 ingenieros, fue el punto de apoyo que Agustín de Betancourt utilizó para crear el Cuerpo civil de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos en 1799.
 
          En 1789 desaparecen las Academias de Orán y Ceuta y se crean las de Zamora y Cádiz.
 
         Las dificultades del Cuerpo en su actuación en campaña seguían siendo grandes. El Ingeniero General Don José de Urrutia y las Casas, en diciembre de 1801, se queja amargamente ante Godoy:
 
                    ”Que en funciones de campaña por falta de brazos útiles y otros auxiliares para su ejecución, no podía siempre prometerse el buen desempeño que impelidos por su honor y su celo deseaban los ingenieros. y con este tenor continúa para concluir informando sobre lo absolutamente necesario que se juzgaba la formación de un cuerpo de gastadores agregado al de Ingenieros, y mandado por oficiales de éste”.
 
          La queja  causó su efecto. Fechada en Aranjuez el 15 de marzo de 1802, se aprobó la Constitución para el Real Cuerpo de Ingenieros de España e Indias; más tarde, el 5 de septiembre, el Reglamento que fue el origen formal  de las tropas de Ingenieros. El Real Regimiento de Zapadores  y Minadores pasó su primera revista el 14 de enero de 1803.
 
         Ese mismo año se suprimen las Academias de Barcelona y Cádiz al crearse la de Alcalá de Henares, continuando la de Zamora. A partir de ese momento, la Academia de Ingenieros se convierte en itinerante, pasa por muchas sedes y por fin, en 1833, se establece en Guadalajara, donde estuvo hasta 1924, en que por un incendio hubo que cerrarla, pasando a Segovia en 1927, como ya dijimos.
 
          Comienza una nueva época, perfectamente diferenciada, para los ingenieros militares de España, que a partir de entonces podrán desempeñar dos tipos de destinos, tácticos y técnicos, porque lo que se produce en 1803 es realmente una refundación. Se puede asegurar que tan importante como Verboom, lo fue Urrutia para el Real Cuerpo. Lo mismo se puede decir de las Academias: si prestigiosa fue la de Barcelona, no lo fue menos la de Guadalajara.
 
El siglo XIX
 
          Quisiera seguir explicando las vicisitudes del Cuerpo, ya Arma, a lo largo del convulso siglo XIX, pero eso daría lugar a otra conferencia. Solamente les recuerdo que aquí en Santa Cruz, en ese siglo, nos dejaron muestras de su brillante ejecutoria.
 
          Son tres edificios de referencia y diría que entrañables en el paisaje urbano de nuestra ciudad, y un cuarto que, aunque se ha dicho que se ha respetado su fachada, la verdad es que está irreconocible. 
 
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          El Cuartel de San Carlos, el Cuartel de Infantería, tristemente abandonado y dejado de la mano de Dios. Proyecto de 1850 del Ingeniero Luis Muñoz.
 
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          El Palacio de Capitanía General en 1918. Proyecto  del ingeniero militar Tomás Clavijo del año 1880.
 
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          El Hospital Militar hacia finales del XIX, obra también de Tomás Clavijo. Aactualmente, aunque dicen que se ha respetado la fachada, está, como decía, irreconocible al colocarle encima un enorme cajón ciego.
 
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          Y claro está, este Establecimiento donde nos encontramos, antes el Cuartel de Artillería, obra de Salvador Clavijo, tío del anterior, pertenecientes ambos a la increíble saga de los Clavijo: cuatro hermanos y sus cuatro sobrinos, todos ingenieros militares y todos canarios.
 
Final
 
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          Solo tres días han pasado desde que se cumplieron los 20 años de cuando celebramos aquí, en este mismo fuerte,  en su patio de armas, los 50 años de la creación del Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción, y entonces para finalizar las palabras que pronuncié en ese acto - perdón por personalizar- decía:
 
                    “Los Ingenieros del Cuerpo del que hoy celebramos los 50 años de su fundación, somos  herederos de esa pléyade de grandes militares e ingenieros y ante nosotros tenemos un gran reto, hacernos dignos de tan extraordinarios antecesores. Difícil tarea por cierto, pero en eso estamos.”
 
Ingenieros Padilla-16
 
          Muchos de los que estábamos, ya no estamos, unos se han ido para siempre y otros estamos retirados, pero tenemos la absoluta certeza de que los compañeros que nos han sucedido continúan con el mismo empeño.
 
          Muchas gracias.
 
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