Palabras pronunciadas en la presentación del libro de Luis Cola Benítez "Itinerario histórico de Santa Cruz de Santiago de Tenerife"

 
A cargo de Emilio Abad Ripoll en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife el 21 de enero de 2014.
 
 
         
          Señoras y señores, queridos amigos:
 
          De nuevo Luis Cola me honra con su confianza y, otra vez, en el fondo de mi pecho late fuerte una inquietud: la de no saber corresponder a esa muestra de amistad, la de ser incapaz de expresar la valía del libro que nos reúne esta noche en el Salón de Plenos de nuestro Ayuntamiento.
 
          Me recomendó Luis, cuando le conté una mañana  que se me acababa de ocurrir una cosa para esta presentación, que hoy nos íbamos a reunir para hablar del libro, no de su persona. Y la verdad es que, en gran parte, me voy a ceñir a esa recomendación, porque, además, hablar de Luis Cola sería un gasto de tiempo, ya que todo el mundo conoce su trayectoria vital y su producción como autor literario y articulista. 
 
          Querido Luis: Lo que sigue está redactado conjuntamente por la cabeza y el corazón; está escrito con la tinta de un profundo afecto, sobre un papel pautado en el que las líneas que me guían son las absolutamente rectas de tu esfuerzo y de tu ejemplo. Si esto no sale bien, o por lo menos tan bien como el libro y tú os merecéis, y yo quisiera, lo sentiré profundamente.
 
          Y lo sentiré especialmente porque éste es un gran libro que viene a llenar un hueco en la historia del devenir cultural y social de nuestra Santa Cruz de Santiago. Como el propio autor recoge en el prólogo que él titula “Intención”, “no se trata de una guía de la ciudad, ni de un catálogo de su patrimonio arquitectónico, ni de un fichero artístico-monumental, ni de un callejero urbano, ni de un compendio de historia…”.  Efectivamente, no se trata de eso, pero reúne aspectos de todo eso.
 
          El autor nos diseña un itinerario de 46 estaciones distribuidas a lo largo de las casi 200 páginas de la obra. Empieza en el cogollo fundacional, (la Cruz, la Concepción y su plaza, la calle de las Norias, el puente del Cabo…) para dirigirse hacia el sur, llegar a la Casa de la Pólvora y virar 180 º para tomar rumbo norte, con un bucle hacia el este en la zona del Guimerá, establecer una especie de frontera al oeste, por encima de las Ramblas, llegar a los Lavaderos e ir lentamente bajando hacia la Plaza de España. Desde allí el rumbo bien definido vuelve a tomar el norte. La sensibilidad de Luis hacia los santacruceros más apartados del centro nos va a llevar a finalizar el viaje en Taganana tras pasar por San Andrés. Y parece fijarse un límite en el tiempo, pues la más modernas de esas 46 estaciones (Institución Imeldo Serís, la Logia y el Parque y alguna otra) apenas alcanzan el primer cuarto del siglo XX). Pero no es obligatorio el seguir el raíl imaginario trazado por el autor. Uno puede cambiar de vía a su antojo y seguir diferentes rutas, como las de los edificios religiosos o los militares o los civiles;  la de las fuentes; o la de las calles y plazas, etc.
 
          En tu citada “Intención” escribes, Luis, que la obra “es simplemente un itinerario… que intenta acercar al ciudadano o al visitante aquellos lugares de la población que puedan tener una significación histórica.” Seguro que esa era tu idea al empezar a escribirlo, y bien sabemos los tertulianos que así fue cuando hace ya varios años nos hiciste partícipes de ese objetivo en una de nuestras habituales reuniones. Pero el resultado no se puede compendiar en ese “simplemente” que tu natural modestia ha dictado a la pluma al redactar esas letras. Este libro es algo más…, es mucho más.
 
          Tu nueva nos obra abre la puerta del conocimiento histórico, urbano, monumental, artístico, paisajístico, social, militar y de otros aspectos de la ciudad, tanto a los que en ella vivimos como a quienes nos visiten. Es decir, nos va a ayudar a conocer más y, por ende, a querer más (porque no se puede querer sin conocer), y nos va a servir para que valoremos en su justa medida  lo que tenemos: nuestras calles y avenidas, nuestras plazas y nuestros parques, los barrios y las fuentes, el puerto, los edificios singulares y los monumentos, impulsándonos así a dejar de comparar el lugar en que vivimos con otros lugares, casi siempre con complejo de inferioridad. Sí, este libro es algo más…. Es mucho más.
 
          Porque este libro, al publicarse, representa el triunfo del trabajo, la constancia y el tesón sobre muchas dificultades, de la que no es precisamente la menor la que implica la indiferencia. Si cualquier mañana, a eso de las 10, uno cualquiera de ustedes, pasa frente a este Palacio Municipal y siente la curiosidad de asomarse a la reja de una de las ventanas bajas de la fachada, concretamente la que está casi en la esquina con la calle Méndez Núñez, verá que a la derecha, en un extremo de una larga mesa, frente a unos legajos de color sepia que frecuentemente consulta, está tomando notas un señor. Y si vuelve a pasar otro día, y repite la operación, volverá a encontrarse con la misma escena. Y si lo intenta por tercera vez, es casi seguro que obtenga idéntico resultado. Ese señor, que lleva años dejándose las pestañas recogiendo Retales de la historia de su ciudad natal en una agenda, es, con todo merecimiento y para bien de la urbe, el Cronista Oficial de Santa Cruz de Santiago de Tenerife, don Luis Cola Benítez. Este libro es la expresión de su constante y tesonero trabajo. Pero debo añadir que no sólo de él. Otros tuvieron que escribir las actas de las reuniones del Ayuntamiento en años, décadas y siglos pasados: humildes secretarios, archiveros, escribientes, pendolistas y copistas, cuyos nombres nos serán desconocidos en su gran mayoría. Ellos, junto a los que nos legaron su testimonio (Cioranescu, Martínez Viera, Tarquis, etc.), hoy sentirán en sus almas la alegría que produce el reconocimiento de su esfuerzo. Vayan también en estas palabras un agradecido recuerdo hacia todos. ¿Ven? El libro es algo más. Mucho más.
 
          Porque el libro recoge las ilusiones de miles de santacruceros y de tinerfeños, muchos nacidos aquí, pero también muchos que se consideraron “del país” aunque no hubiesen visto la primera luz en este roque. Desde los Capitanes Generales (los mejores alcaldes de Santa Cruz, como alguna vez ha dicho Cola) pasando por los alcaldes y ediles de sus Ayuntamientos, hasta los más humildes de los artesanos, pescadores o comerciantes, que pisaron sus calles, la obra es el compendio de un esfuerzo común, de un diseño de siglos, al que hoy le faltan trozos que las desgracias, las necesidades urbanas y también, como no, la desidia o el desinterés por lo antiguo, “por lo viejo” dicho con desprecio, han ido arrancando del paisaje de la ciudad. Hoy, este libro es el testimonio imperecedero de lo más importante que nos queda, es el recordatorio a nuestros dirigentes municipales, y a todos los santacruceros, de una sagrada obligación: la de conservar lo que hemos heredado de otros como agradecimiento a los que lo hicieron. Y, claro está, acrecentar ese patrimonio, pero desde el respeto a lo que hoy nos enorgullece o nos debiera enorgullecer. ¿Ven? El libro es algo más. Mucho más.
 
          Y es que el libro es un maestro que va a enseñar a los miles que seguirán a lo largo de los tiempos habitando en Santa Cruz lo que otros aprendimos de otras maneras: el porqué, el cómo y el cuándo fueron naciendo calles, plazas, edificios y monumentos; en definitiva las pequeñas historias, los retales de la gran Historia de una ciudad y de sus gentes. Ya no tienen excusas los seguidores del derrotismo comparativo, pues se les quedó obsoleta la muletilla de que “Santa Cruz, como es muy joven, tiene muy poco de que enorgullecerse”. Cada vez me convenzo más de que el libro es algo más. Mucho más.
 
          Porque este libro es también entretenimiento. Sus magníficas y acertadamente elegidas fotografías, y la prosa ágil, concisa y amena de Luis son el acompañante ideal para las tardes - noches en la tranquilidad de nuestras propias casas, para comentar párrafos o fotos con quienes estén a nuestro lado, para asombrarse, para sonreír, o para, a veces también, indignarse un poco, o un mucho,  por la falta de sensibilidad de quienes permitieron o perpetraron desaguisados, o permanecen indiferentes ante situaciones que podrían solucionarse con muy poco dispendio económico, pero sí con una buena dosis de amor a su tierra. Molesta, leyendo el libro, el que se achaque a la dichosa crisis que muchos temas no se solucionen… pero olvidamos que cuando no había penurias, en los años de vacas gordas, tampoco se hizo. Por ello el libro es también denuncia. Algo más, mucho más.
 
          Luis Cola es un hombre libre, ecuánime, sensato y leal. Y esa libertad y esa lealtad le llevan, pese al cargo oficial con que le honró el ayuntamiento -y la ciudad-, o, conociéndole bien, seguramente por ello, a no ser un “Luisito sí señor”, como aquel personaje de nuestros tebeos infantiles. Porque en el libro, con tristeza, deplora los deterioros que no se subsanan desde hace tiempo, como el triste estado de algunas fuentes (¿conocen algo más triste que un niño llorando de pena o una fuente sin agua?) como las de Santo Domingo o la de Isabel II, por ejemplo, y no cita, porque se sale del límite de antigüedad que se autoimpuso el autor, aunque sé que le duele, la situación de la de Ávalos, el mejor escultor español del siglo XX, en la confluencia de las Ramblas y la Avda. Francisco La Roche, al pie de Almeyda. Y se queja, y en muchas casos sugiere soluciones y aporta ideas, del mal uso o el desuso a que están sometidos muchos edificios u otros elementos urbanos, como la Plaza de Toros, la la Logia masónica, la Institución Imeldo Serís o la Institución de Enseñanza; o las que fueron instalaciones militares, como la Torre de San Andrés, el Castillo de Paso Alto, el Cuartel de San Carlos, o los restos de la Batería de San Francisco; y no puede olvidar a su querido Puente del Cabo. Por tanto, también el libro es queja, propuesta y proyecto. Es decir, inconformismo y, al tiempo, ilusión y esperanza. Es mucho más que un simple itinerario.
 
          Y el libro también es un acompañante ideal para salir a la calle, tanto si pasea uno sólo, como si lo hace en grupo. Nos va a indicar donde debemos detenernos y saborear, como si de un viejo vino se tratase, la solera del lugar; nos va a enseñar a soñar en “cómo” era aquel rincón hace muchos años; y, al pasar una mano por sus piedras o sus paredes, a sentir otras manos que, un lejano día, ante la admiración o la curiosidadde los conciudadanos, fueron levantando con esfuerzo e ilusión aquel palacio, que hablaba de grandeza, de dinero ganado aquí que revertía hacia la ciudad; o aquella iglesia o auqella ermita en la que estaban enterrados los antepasados de quienes acudían a Dios para que aliviase sus penas del alma o remediase los males del cuerpo; o de aquel castillo, que con sus cañones apuntando al mar representaba la seguridad e impartía confianza a las gentes del lugar; o de aquella fuente, en la que el agua que salía a borbotones, cantarina, por sus caños significaba la alegría de la liberación para quienes ya no deberían ir a buscarla lejos, a un barranco o una charca. Por ello, con ellos, vamos a ser copartícipes de la riqueza, de la fe, de la fuerza y de la mejora en las condiciones de la existencia de miles de los que nos precedieron. Sí. El libro es mucho más: es vida.
 
          Casi voy a terminar. Quienes me conocen saben que uno de mis latiguillos recurrentes es achacar buena parte de los males que parecen aquejar a nuestra España desde hace siglos a la falta de profesionalidad. A esa falta de profesionalidad, de amor a su profesión, que hace que salgan baches en una carretera un mes después de inaugurada, o que tengamos goteras en el techo apenas han hecho obras en el piso de arriba, o nos veamos obligados a repetir visitas a centros administrativos porque lo que te dijeron ayer que tenías que acompañar a una determinada documentación, estaba incompleto y hay que aportar más papeles, etc., etc. Pero hoy no puedo ejercer esta crítica al referirme al libro. El trabajo de selección de fotografías, el de maquetación y tratamiento digital por parte de don Josafat Páez Estévez y, en definitiva, el inmejorable cuidado de Gaviño de Franchy Editores suponen también un gran valor añadido al de esta magnífica obra.
 
          Una obra que, sobre todo y por encima de todo, es AMOR. Es el reflejo fiel de lo que Luis Cola Benítez siente por su tierra; sus páginas, todas sus páginas, rezuman un saber que es el fruto maduro de un querer conocer más, para amar más; de una necesidad de penetrar en la historia de Santa Cruz de Santiago, de profundizar en el porqué de todo para deleitarse en ese mismo conocimiento al poder desentrañar los entresijos de la historia santacrucera. Es un amor nacido en la intimidad de su hogar, heredado de sus padres y abuelos, compartido con su esposa y que nos ha transmitido -gracias también por ello, Luis- a muchos. Y que a través de este libro, va a llegar a muchos más.
 
          Aún a riesgo de que luego se enfade conmigo, no me resisto a decirles que en más de una ocasión me ha contado Luis que, siendo niño, su padre le dijo un día algo así como: “Hijo mío: Tendrías que dar muchas gracias por haber nacido aquí, en Santa Cruz”. Yo me permito añadir, como colofón a mis palabras, que también Santa Cruz tendría que dar las gracias porque Luis naciera en una de sus calles y en una de sus casas. 
 
          Muchas gracias por su atención.
 
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