Presentación de su libro "Viera patriota"

 Por Emilio Abad Ripoll (Intervención en el Real Casino de Tenerife el 30 de septiembre de 2013 con motivo de la presentación de su libro  Viera patriota. Ilustración, heroísmo y 25 de Julio). La misma conferencia se pronunció también en San Juan de la Rambla el 7 de junio de 2013.

Nota: A lo largo de la intervención en el Real Casino de Tenerife participó en la misma don Rafael Zurita Molina recitando las estrofas que figuran en color rojo en el texto de la charla.

 

 

          Hace unos dos años, y desde diversos ámbitos de admiradores de la obra de Viera y Clavijo, o de entidades culturales, se empezó a recordar a las gentes que en febrero de 2013 se iban a cumplir 200 años justos del fallecimiento de aquel insigne historiador, escritor, poeta, intelectual…; de un hombre que, junto a Pérez Galdós, constituye para mí la pareja más importante, literariamente hablando, que ha dado nuestro Archipiélago.
 
          Y pronto comenzaron a captarse voluntades en las instituciones públicas y privadas para que se fueran involucrando, pese a las dificultades económicas, en los diferentes actos que se iban programando para la citada celebración: conferencias, exposiciones, reediciones de libros, etc. En unos casos por obligación y en otros por devoción, asistí a varios de esos actos y en ellos oí hablar del Viera poeta, del Viera científico, del Viera historiador, del Viera ilustrado, del Viera más o menos intelectualmente afrancesado… pero no escuchaba nunca un adjetivo que cuadrase con el profundo amor que a mi me parece don José sentía por su Tenerife, por su Canarias y por su España. No se añadía a su apellido una palabra de esas que hoy parecen políticamente incorrectas: patriota.

           Como ya saben, soy militar, y sin querer decir que los militares seamos más patriotas que el resto de nuestros conciudadanos, es un hecho que en nuestros labios se modula más veces el nombre de Patria, o el de sus derivados, como patriotismo o patriota, que en los de los pertenecientes a otras profesiones. Y, quizás por ello,  entonces comencé a pensar que a lo mejor era  conveniente resaltar ese aspecto de la idiosincrasia de Viera y Clavijo, esa característica de su personalidad que, posiblemente de manera inadvertida, se estaba obviando.

           Y como pertenezco a la Tertulia Amigos del 25 de Julio, caí en la cuenta, cuando empecé a pensar en la faceta de patriota de Viera, que él había escrito varias cosas relacionadas con lo que pasó aquel verano de 1797. La más importante es la Oda a la Gesta, pero no se pueden olvidar también los epitafios a Castro y Ayala, Gutiérrez y Nelson,  las cartas de felicitación a Gutiérrez o la correspondencia con don José de Monteverde, alcaide del Castillo de San Cristóbal aquel verano de 1797. 

         Se me ocurrió la idea de reunir estos trabajos de Viera en un folleto para que la Tertulia lo editara y distribuyera cuando fuese oportuno, y así lo comuniqué para aprobación a mis contertulios. La propuesta gustó, pero cuando discutíamos el cómo se sufragarían los gastos, cuántos ejemplares se harían, cuando se podría entregar, etc, don Pedro Bonoso González Pérez me insinuó que no debía centrarme sólo en la Gesta, pues esa faceta de patriota de Viera había dado lugar a más producción literaria que la exclusivamente localizada en el 25 de Julio. Total, que nos reunimos con don Rafael Padrón, Director de la Cátedra Viera y Clavijo de la ULL y entre los tres aprobamos que me encargase de recoger en un libro lo que pudiera encontrar de Viera en relación con la Patria y la Milicia. 

           Y esa es la génesis de este volumen que hoy se presenta. En él he recogido en unos casos obras completas, en otros fragmentos, en incluso en alguno únicamente una cita, pero siempre con ese denominador común del patriotismo. Y he añadido un comentario, a veces mío y a veces de plumas mucho más autorizadas, sobre el valor, la intención o el significado de la obra.

           Y para la presentación, como buena parte de lo transcrito de Viera viene en verso, solicité el apoyo inestimable de don Rafael Zurita. Muchos de ustedes conocen su faceta de rapsoda, y si no, la comprobarán esta noche. La caballerosidad de Rafael, y creo que también el afecto que mutuamente nos profesamos, le llevó a aceptar el embolado, pero es que creo que sin él este acto estaría “descafeinado”.

           Antes quiero decir también, por si alguien no lo supiese, que todos los biógrafos de Viera dividen su vida en 3 etapas. La primera, tinerfeña por excelencia, aunque por razones de su formación religiosa pasase algún período en Gran Canaria (29 años); la segunda, cuando es nombrado preceptor o ayo del hijo del marqués de Santa Cruz (el marqués del Viso) con su estancia en Madrid y sus dos viajes por Europa (14 años); y la tercera en Las Palmas, a partir del momento en que fue nombrado Arcediano de Fuerteventura en el Cabildo catedralicio y hasta su muerte (otros 29 años).

            El libro se estructura en capítulos en los que voy intentando presentar los aspectos patrióticos de su obra. Así tenemos una parte dedicada a la Historia de Canarias, otra a los Poemas épicos, dos capítulos en los que se recoge su reacción ante la invasión napoleónica; un popurrí de otros trabajos; el Elogio de Felipe V y, claro está, su relación con la Gesta del 25 de julio de 1797. 

           Se acepta generalmente que la obra más importante de Viera es su Historia de Canarias, rebosante de amor hacia esta tierra y repleta de episodios, porque no podía ser de otra forma, en que el devenir histórico de las Islas se entremezcla, y muchas veces se confunde, con lo exclusivamente militar. En ella nos cuenta la conquista de todas las islas y su incorporación a Castilla y la civilización, para luego, conforme pasan los años, irnos relatando las vicisitudes de la defensa frente a invasiones o ataques de cualquier tipo. En todas esas páginas, nuestro paisano reconoce de forma implícita, y en bastantes ocasiones también de manera explícita, la fundamental importancia que tuvo el componente castrense  en la conquista y la no menos trascendental labor de las honradas y gloriosas Milicias Canarias en el mantenimiento de la integración del Archipiélago con el resto de España.

         En este segundo aspecto Viera nos dice que la experiencia demostró “que las islas no eran sino como otras tantas plazas fronterizas, siempre armadas para rechazar los enemigos de la corona, siempre en vela para no dejarse insultar”. Esa fue la razón del nacimiento de las Milicias: porque hubo que mantener en el territorio un Ejército, inicialmente formado por parte de los conquistadores y parte de naturales, que con el tiempo se constituiría, permaneciendo así durante siglos, como únicamente canario y, únicamente también, como la exclusiva fuerza de defensa de las islas. Y, como botón de muestra, ahí va este párrafo del ataque de Blake (1657) a Tenerife…

                     “Corría la noche del 29 al 30 de abril cuando llegó a Santa Cruz un barco de Canaria con el aviso de que el inglés venía con más de 36 velas… al punto se toca a rebato; corren al arma las milicias y pónese en tal movimiento la tierra, que a las 8 de la mañana del día 30, cuando dio fondo la escuadra enemiga enfrente de las naves cuya plata venían buscando, ya coronaban las fortificaciones y trincheras de la marina más de 12.000 hombres. El almirante inglés hizo intimar a Egues a que se rindiese, pero el intrépido español… respondió con estas palabras: ‘Que venga acá si quiere’.”

          No olvida Viera tampoco en su libro las penosas y numerosas levas que se sufrieron de canarios para ir a luchar a Flandes y a América.

           En cuanto a los llamados “Poemas épicos” Viera escribió tres que vamos a tratar por orden de antigüedad, por lo que empezaremos por el de Los Vasconautas.

           Viera, tras su inicios literarios empieza a labrarse una reputación de ilustrado, lo que le lleva, como no podía por menos de ser, a unirse a la famosa Tertulia de Nava, aquella asociación de intelectuales tinerfeños. Con ellos va a vivir un episodio de muy poca importancia, pero que le va a dar pie para que escriba un poema, Los Vasconautas, divido en 4 cantos con un total de 66 octavas reales, es decir, 528 versos. Desde luego que el nombre extraña, y aunque lo parezca, no guarda ninguna relación con los habitantes de nuestras entrañables Vascongadas, como se las nombraba antes, o País Vasco ahora, sino con el tema mítico de Jasón y los argonautas. 

           Resulta que llevaba residiendo varios meses en Tenerife, muy bien acogido por la Tertulia de Nava, un fiscal de la Real Audiencia (como saben, con sede en Las Palmas), acompañado de su bella esposa. Desde allí se urgía su reincorporación al destino, pero el hombre parecía resistirse. Finalmente zarpa hacia Gando y lo hace en un barquito cuyo patrón se llamaba Vázquez… de ahí lo de “vasconautas”. En esa singladura hay intervenciones de santos cristianos y personajes mitológicos. 

           En 1983, don Miguel Pérez Corrales publicó una sencilla edición de este poema, acompañándolo de una magnífica Introducción en la que escribió: “Viera parte de un asunto nimio, local, privado que somete a lo que él llama el punto de aumento, nivelando lo ínfimo y lo elevado… Viera, tan endeble poeta como excelente prosista, anda afortunado en algunas octavas, pero sobre todo, es su fervor insular el que en todas las páginas de la obra eleva su nota lírica… Viera no sólo da una lección de historia de Canarias en Los Vasconautas, sino que se mueve con acierto en los territorios del mito.”

           En el poema sale a relucir en más de una ocasión el tristemente famoso pleito insular (Viera toma claro partido por Tenerife, pues aún estaba en aquella primera etapa de su vida de que hablamos antes). Unas disensiones que compara el poeta ni más ni menos que con las guerras púnicas al escribir: “Mientras que Santa Cruz era Cartago // y Canaria el país de los latinos…”. Pero más duro es aún en la octava 63, al relatarnos cómo los Tertulianos de Nava despiden a los vasconautas en su marcha hacia Gran Canaria: 

           Rafael Zurita (RZ)

                “Cuando la fiel Tertulia desde un monte  //  levantadas las manos hacia el cielo  //  y fijando la vista al horizonte,  //  dijo entre su furor y desconsuelo:

                 ‘Nunca Canaria cruel, nunca confronte  //  Tenerife contigo ni su suelo  //  Nunca en gente y comercio nos iguales,  //  Nunca salgan tus hijos provinciales’”.

            El segundo de sus poemas épicos lleva por título El segundo Agatocles. Cortés en Nueva España. Don Manuel de Paz Sánchez, en su Introducción al volumen que reúne “El segundo…” y “La rendición de Granada”, del que hablaremos también enseguida, nos dice que ambos poemas “demuestran el profundo humanismo de Viera y la calidez de su mirada ilustrada a la hora de describir en términos poéticos estos dos episodios de la historia moderna de España”.

           El motivo de que Viera escribiese El segundo Agatocles…  se debió a que la Real Academia de la Lengua había convocado en 1777, y para el año siguiente, un concurso en el que se premiaría la composición poética que mejor glosara el episodio de la destrucción ordenada por Hernán Cortés de sus propias naves. Viera se encontraba entonces en París, y desde allí remitió a la Academia su poema, que por cierto no resultó premiado, como otros más de cuarenta que se presentaron al certamen. 

           La obra también tiene un fondo político que merece destacarse, pues en ella Viera intenta establecer una línea de continuidad entre la extinta monarquía de los Austrias y la Borbónica, en una época en que, como resalta don Manuel de Paz Sánchez en su mencionada Introducción, existía en la sociedad española “una tendencia generalizada… de separar la historia patria de los Habsburgo con la nueva etapa de la dinastía borbónica.”

           Asimismo debemos considerar, tanto en El segundo Agatocles… como en La conquista de Granada, que Viera se adhiere a los esfuerzos de los ilustrados españoles en defensa de nuestra cultura y en la lucha por combatir y superar la tristemente famosa Leyenda Negra.

           El poema Cortés en Nueva España está constituido por un solo Canto formado por 86 octavas reales o, lo que es lo mismo, 688 versos endecasílabos. En la obra, la figura de Cortés, se idealiza hasta constituir el paradigma del héroe inmortal, a la vez que introductor de la civilización en Méjico frente a la barbarie indígena de principios del siglo XVI, y principal evangelizador y difusor de la religión cristiana en la Nueva España.

           Ya en la primera octava, explica Viera el objeto de la composición:

                RZ  “Es tiempo de cantar vuestras grandezas  //  españoles ¿qué hacéis?, si está dormido  //  con opio mexicano de riquezas  //  aquel numen que docto y aguerrido  //  os dictaba ya rimas, ya proezas;  //  despertadle otra vez al mismo ruido,  //  y que una voz diga de esa Nueva España  //  a qué varón se debe y a qué hazaña.”

            Pero para mí, el meollo de la obra está en las dos octavas en que, tras relatar el incendio de sus propias naves, antes sus soldados y los enviados de Moctezuma, lo que cercena cualquier posibilidad de regresar a España,  Cortés pronuncia una de las arengas más importantes de la historia militar universal. Dice así, en la pluma de  Viera:

                RZ   "Cubría el humo todavía el puerto,  //  cuando vuelto Cortés al real cacique,  // que estaba del espanto casi muerto,  //  le dijo así: '¿Queréis que más me explique?  //  Contad a Moctezuma cómo es cierto  //  que he echado mis bajeles a pique,  //  que no puedo salir ya de esta tierra,  //  y  que me espere allá, o en paz o en guerra.

                      Y vosotros íberos, ya estáis viendo  //  que guarda a vuestro honor el mar la espalda;  //  que en México la gloria está ofreciendo  //  a vuestras frentes su inmortal guirnalda;  //  que yo os llevo a triunfar y que pretendo  //  tengáis por presa la perla y la esmeralda;  //  marchad, venced, gozad de estas regiones,  //  y con la cruz alzad vuestros pendones.'”

            Y el tercero fue el titulado La rendición de Granada. Ya he dicho que Viera no obtuvo el premio convocado por la Real Academia de la Lengua en el concurso de 1778, pero no por ello cejó en el empeño, pues al año siguiente volvía a presentar este nuevo poema,  que compuso ya en Madrid al regreso de su segundo periplo europeo. Tampoco en este caso le sonreiría la fortuna, pues obtendría el primer premio don José María Vaca Fernández de Guzmán, quien, por cierto, también había resultado vencedor en 1778.

           En La rendición de Granada, como ya había hecho en El segundo Agatocles…, Viera, en sus 556 versos endecasílabos, exalta los valores de la Monarquía hispana y, muy especialmente, la supremacía de la religión cristiana, tanto frente al islamismo como al paganismo. Es de reseñar, y así lo hacen sus biógrafos, que no parece concordar esa tesis con la defensa de la tolerancia religiosa que propugnaba Voltaire, tan admirado por Viera, ni con la, al menos teórica, apertura ideológica de los ilustrados entre los que militaba nuestro paisano. Pero, como ocurrirá cuando la guerra de la Independencia, el patriotismo de Viera, y su lealtad a la Monarquía se sobreponen a cualquier otro sentimiento o ideología. 

         Inicia Viera el poema explicando que lo hace…

                RZ. “Para cantar las últimas proezas  //  con que el valor y la piedad cristiana  //  supieron debelar la gente mora,  //  que siete siglos cautivó la España.”

             Y a continuación recoge, dentro del contexto general del tema, varios de los más conocidos episodios históricos, e incluso legendarios, concernientes a la reconquista de aquella ciudad, como son los temores musulmanes ante la presencia del poderoso ejército de Isabel y Fernando, las discordias y disensiones dentro de los muros granadinos; los temores de Boabdil, acrecentados con la aparición del fantasma de su padre; el incendio del campamento cristiano y el nacimiento de una nueva ciudad: Santa Fe; la estrategia bélica de Fernando; la aparición de un ángel a Boabdil; la entrega de las llaves; y el llanto del rey moro y las duras palabras de su propia madre…

                RZ. “Así es bien que como mujer llore  //  quien no supo ser hombre y conservarla…” 

            Y como colofón hace Viera que Fernando, cuando entra victorioso en Granada, tenga una premonición, una visión de futuro de la monarquía española, pues…

                RZ.  “Vio expatriados los moros de la Europa,  //  batidos en las costas africanas,  //  el Non Plus Ultra de Hércules vencido,  //  los mares y las zonas penetradas,  //   

                         descubierto otro mundo diferente,  //  a un cetro unidas monarquías vastas,  //  en la América misma establecida  //  con otra Santa Fe, Nueva Granada; 

                         variedad de naciones y de pueblos,  //  infinidad de tribus y de castas,  //  de la Tierra del Fuego a la Florida,  //  de Filipinas hasta las Lucayas; 

                         todas bajo el dominio de Castilla,  //  con leyes y virtud civilizadas,  //  conociendo las artes y las ciencias,  //  creyendo el Evangelio y ya cristianas.”

            Y vamos a hablar unos minutos de la reacción de Viera ante la invasión de la Península por las tropas napoleónicas en 1808. Es comúnmente aceptado que Viera, en términos intelectuales, era un afrancesado, y todos sus biógrafos están de acuerdo en resaltar la atracción que sobre él ejerció la cultura francesa, hecho también muy perceptible, por otra parte, en la mayoría de los ilustrados españoles. En sus viajes por Francia son frecuentes las alabanzas a casi todo lo que ve, especialmente en París, que le deslumbra. Y de su admiración por los escritores franceses, sobre todo hacia Voltaire, son buena muestra los frecuentes comentarios de sus trabajos e incluso la traducción de alguna de sus obras, cuando en muchos casos estaba prohibida en España la lectura de aquél y otros autores galos.

          Sin duda alguna, la relación con los nuevos aires culturales franceses tuvo que hacer pensar a Viera que aquel movimiento que sobrepasaba lo meramente intelectual, que aquella inquietud por lo social, podría hacer cambiar el que hasta el momento se consideraba el orden natural de las cosas, es decir el esquema de la Sociedad diseñado y aplicado desde hacía siglos.

           Pero, seguramente, tuvo que sufrir un fuerte choque interno cuando conociera los sucesos de la Bastilla, la violencia de la Revolución Francesa, el asesinato de los reyes (recordemos que Viera era un monárquico convencido)… Y que tuvo que sentir cierta aprensión a que los acontecimientos dejasen de circunscribirse a Francia y se propagasen a otras naciones vecinas, como nuestra España. 

         Mas en 1808, cuando se vaya produciendo la solapada invasión francesa que traerá consigo los sucesos del 2 de mayo y la Guerra de la Independencia, todas sus dudas y toda esa simpatía intelectual de Viera hacia lo francés quedarán eclipsadas por su acendrado patriotismo español, que pone de manifiesto en varias de sus  composiciones Nos dice Roméu Palazuelos que en ese año “el numen patriótico de Viera se exalta y produce versos y más versos de circunstancias”.  

          A modo de resumen, y para no cansarles sólo reseñaré los momentos históricos a los que Viera dedica su atención, convirtiéndose en un combatiente más, con lo que sabe: su pluma. Así escribe composiciones a la caída de Godoy y los sucesos del 19 de marzo en Aranjuez; al exilio forzado por Napoleón de la Familia Real española en la Bayona francesa; ya durante la guerra, a la victoria de Bailén y la retirada hacia el norte de José I; lanza unas “Diatribas contra Napoleón” por haber robado el trono de España a Fernando VII y su sede romana a Pío VII, culminándolas con un verso genial al decir que Napoleón… “contra el séptimo peca más a gusto”; Y un Recorrido histórico oportuno en el que compara a Carlomagno con Napoleón, a Bernardo del Carpio con el general Castaños y a la derrota francesa de Roncesvalles con la que sufrieron los galos en Bailén en el verano de 1808.

          Y, como cuando todo ellos sucede Viera está en Las Palmas, escribe una décima dedicada a La lealtad canaria, y unas Octavas compuestas con motivo de la función de desagravios que celebró el Cabildo Permanente como respuesta a los sacrilegios que las tropas francesas estaban cometiendo en territorio peninsular; y no nos podemos olvidar de la Canción patriótica dedicada al batallón grancanario que marchó a luchar a la Península, y que se convertirá en su himno.

          Me parece que, con lo expuesto, queda bien claro el bando al que se adhirió nuestro don José, y en el que luchó, repito, con sus armas preferidas: su inteligencia y su pluma.

      Pero aquella guerra en la Península serviría también para incendiar las disensiones interinsulares y desgraciadamente para Viera no pudo evitar verse inmerso, y por diversas circunstancias, en el “pleito insular”. Toda aquella persona medianamente conocedora de la historia del Archipiélago tiene claro que, aunque no se luchara físicamente sobre suelo canario, la Guerra de la Independencia tuvo importantes repercusiones sobre Canarias, además de la relacionada con el incremento de lazos comerciales con Inglaterra, nuestra aliada en aquellas fechas. Una fue la marcha de dos expediciones de soldados, la que salió de Tenerife y la que partió de Gran Canaria a incorporarse a los frentes de guerra; la segunda, la influencia que sobre  nuestra demografía tuvo el envío al Archipiélago de prisioneros franceses.  De un  total de más de 2.500, cuando terminó la guerra y se intercambiaron los prisioneros entre ambos bandos, más de 500 prefirieron quedarse y seguir su vida en Canarias. Y de ellos (Buenaventura Bonnet recoge hasta 127 apellidos) descienden los Ripoche, Fernaud, Beautell, Schwartz, Barlet, etc.  

        Pero la principal fue la escisión que se produjo al crearse la Junta Suprema de Canarias en La Laguna y no aceptar el Cabildo grancanario su autoridad, constituyéndose en sesión permanente y tomando en sus manos la riendas del gobierno de su isla. No es el momento de entrar en el tema, pero sí de decir que es a partir de aquellos acontecimientos cuando el pleito insular se hace más patente y encarnizado. Luego llegaría más leña para añadir al fuego: los temas de la capitalidad del Archipiélago, de la Audiencia, del Obispado, de la Universidad, etc., pero aquellos 1808 y 1809 fueron clave en un asunto patente, desgraciadamente, aún hoy día. 

         Pues bien, Viera formó parte del Cabildo permanente grancanario, lo que conllevó que desde aquí don Alonso de Nava, Presidente de la Junta lagunera (e hijo del don Tomás de Nava con el que se relacionó nuestro hombre en sus primeros años en Tenerife) le recriminara, de una forma velada, eso sí, aquella participación. La carta de contestación de Viera refleja un sentimiento de dolor por la reconvención de aquel, y en ella explica el motivo de su inclusión en el Cabildo Permanente (“… me nombraron por aclamación…”), aunque él no quería e incluso impuso condiciones para formar parte del mismo (“…me excusé todo lo que pude y sólo convine aceptar… bajo la condición expresa de que no tomaría parte alguna en las deliberaciones opuestas a los intereses de mi patria o de los sujetos que la representan en la Junta de la Laguna.”)

         No nos queda más que estar de acuerdo con don Marcos Guimerá y con don Buenaventura Bonnet, cuando éste escribe que “la actitud de Viera ante los sucesos que historiamos fue de una imparcialidad notoria.” Sirva como ejemplo de esta afirmación lo escrito por el clérigo ante la promulgación de dos proclamas del Cabildo Permanente de Gran Canaria alertando incluso de un ataque armado procedente de Tenerife, a las que califica como…

               “… una nueva manzana de la discordia o cohete incendiario mui a propósito para herir y exacerbar más y más los ánimos rompiendo por mucho tiempo el enlaze y buena armonía que debe reinar entre ambas Yslas, cuyas actuales desavenencias políticas no han de reputarse sino como momentáneas o pasageras.”

           Y hay otro tema de discordia más: unas décimas, las “de la luminaria” que se atribuyen a Viera y que, aunque aparecen entre sus papeles, no concuerdan con ese sentimiento de favorecer la concordia y el buen entendimiento entre las dos islas que acabo de reseñar.

          Pero como dije al principio el libro se empezó a gestar al pensar en la reacción de Viera ante  la Gesta del 25 de Julio. También cuando a Nelson se le ocurrió la malhadada idea de atacar Tenerife, Viera estaba en Las Palmas. Era Director de la Real Sociedad Económica y Gobernador del Obispado ante la ausencia del Obispo titular. Apenas tiene conocimiento de lo sucedido y de la victoria sobre los ingleses, se apresura, en su calidad de cabeza visible de ambas instituciones, a enviar sendas cartas de felicitación al General don Antonio Gutiérrez, que a vuelta de correo serán contestadas afectuosamente por éste. De la que remite como Gobernador del Obispado opina el conde de Barbate que es “lapidaria, digna de mármoles y bronces”, y hay que destacar que en su respuesta Gutiérrez anima a Viera a continuar con su Historia de Canarias, culminándola con el glorioso hecho que acaba de desarrollarse. 

          No va a ser así, como todos sabemos, pero Viera escribirá una Oda sobre el asunto. Resulta que el Gobernador del Castillo de San Cristóbal, o Principal, de la Plaza de Santa Cruz, don José de Monteverde, se había propuesto escribir una versión de lo sucedido, y vivido por él en primera persona, a la que llamará “Relación circunstanciada…”. Cuando tuvo redactado el primer borrador, lo envió a Viera para que éste se lo corrigiese y puliese, lo que hizo de buen grado el clérigo. De ese borrador tuvo Viera que tomar las notas necesarias para escribir una Oda a la victoria conseguida por las armas de la isla de Tenerife…, una composición de 46 estrofas de 6 versos, que Mario Arozena califica de “…Canto épico… (cuyo) mérito literario no pasa de mediano…”. Y don Sebastián de la Nuez reconoce que, aunque en su conjunto la Oda no sea la mejor obra de Viera, sus estrofas “vibran de orgullo patrio”.

          Comienza la composición Viera contando que se le aparece la Musa de la Historia, Clío, quien le anima a coger la pluma para que “eternice en la prensa, de Nivaria la victoria inmensa”. Personalmente considero que hay estrofas de gran resonancia, en la que el lector parece sentir la emoción del combate. Por ejemplo:

                 RZ.  “Destrozan los cañones,  // con la metralla, bala y palanqueta,  // falanges de bretones  //  armados de fusil y bayoneta.  // Y del primer balazo  //Nelson, contralmirante, pierde un brazo.”

                   “Se extiende la contienda  //  en la Caleta, el Muelle y el Barranco.  // Vuela la muerte horrenda  //  al tiroteo por el frente y por el flanco;  //  y el aire, confundido,  //  es nube, es resplandor, es estampido.”

          No olvida Viera a los caídos en la acción y les dice:

               RZ “Descansad en el seno  //  de la paz y del gozo merecido.  //  Todo corazón bueno  //  lea vuestro epitafio enternecido:  // ESTE SEPULCRO ENCIERRA  //  LOS QUE AL CIELO VOLARON POR SU TIERRA.”

         Y despide así a los derrotados ingleses:

              RZ.  “Y tú que en esta guerra,  //  Oh Escuadra, nos creíste dar espanto  // vuélvete a Inglaterra,  //  cargada de tu luto y tu quebranto,  //  y dile al Parlamento:  //  No ofenderé al canario: es juramento.”

        Además, Viera escribió tres epitafios a otros tantos personajes de la Gesta. El primero, cronológicamente hablando es el dedicado al Teniente Coronel don Juan Bautista de Castro y Ayala, lagunero, muerto en los combates de la madrugada del 25 de Julio, y al que seguramente conocía personalmente. Termina con el siguiente pareado: 

                RZ.  “Un nombre eterno y un honor sin tasa  //  serán bienes castrenses en su casa”. 

        Casi dos años más tarde va a fallecer el General Gutiérrez, al que dedica, en palabras de Pedro Ontoria, el mejor biógrafo del General, “un hermoso y culto” soneto. Sus cuatro últimos versos rezan así: 

              RZ.  “Ya descansas en paz; ¡ah! tu memoria  //  no beberá las aguas del Leteo  //  que el Teide clamará siempre en la Historia:  //  Yo soy de sus cenizas Mausoleo.”

        Y finalmente, en 1805, al tener conocimiento de la muerte de Nelson en Trafalgar y de que en Londres se le va a levantar un gran mausoleo, su ironía le hace escribir que allí se podría inscribir, tras la entrada en latín Hic jacet Nelson, sed non omnis, el siguiente epitafio: 

           RZ.  "Aquí, roto el vital lazo,  //  Nelson, héroe marinero,  //  yace, más no todo entero  //  pues se echa de menos un brazo;  //  Perdiólo de un cañonazo  //  cuando batido salió  //  de Santa Cruz; y si halló  //  triunfos los pudo adquirir  //  en Trafalgar y Abuquir,  //  pero en Tenerife, no."

      Pero hay másproducciones de Viera que se relacionan con el patriotismo y que se citan en este libro. Como el tiempo vuela y no quiero seguir cansándoles, tan sólo citaré de pasada los siguientes trabajos que tiene relación con el tema:

               - Una obra de teatro titulada La Lealtad, muy noble matrona y dedicada a la victoria de Tenerife sobre Jennings en 1706.

              - El Aire a Crillón, el General francés que dirigió las tropas de desembarco franco españolas que recuperaron de los ingleses la isla de Menorca.

              - El Can Mayor, 13 breves composiciones poéticas exaltando la constelación de canarios que brillan en la Corte.

            - Vacuna, soneto dedicado a la expedición sanitaria que, de orden de Carlos IV y dirigida por el médico militar Balmis, se propuso, y consiguió, a partir de 1803 vacunar contra la viruela a miles de personas en el vasto Imperio español del momento.

              - El Elogio a Felipe V, en prosa, en el que resalta los valores de la monarquía hispana.

            Para terminar, y tras el repaso que he hecho a la obra de Viera en la soledad de las Bibliotecas, palpando hojas que huelen a otros tiempos, o en mi casa, he llegado a una conclusión:

        Viera amó intensamente a Canarias y a España. Y cuando las criticó fue siempre buscando una solución al defecto que existía, o que él creía que existía, en nuestra sociedad. El patriotismo del tinerfeño Viera y Clavijo, su amor a la patria chica y a la patria grande, que tan bien supo conjugar y fundir, es un reflejo de aquello tan hermoso que el otro gran escritor isleño, el grancanario Pérez Galdós expresó con estas bellas palabras: “Nosotros, los más chicos,… los más distantes, seamos los primeros en el corazón de la patria” porque, nos decía, Canarias “siente en su alma todo el fuego del alma española”. Así lo vivieron ellos, como se demuestra palpablemente para quien quiera acercarse a sus inmortales obras. 

           Y tan sólo me queda decirles que este librito no ha querido ser más que un refrendo a aquel patriotismo, y una mínima contribución, personal y de la Tertulia Amigos del 25 de Julio, a la conmemoración del 2º centenario del fallecimiento de don José de Viera y Clavijo.

           Muchas gracias por su atención.

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