Aguadoras, ese sufrido oficio (Retales de la Historia - 130)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 13 de octubre de 2013).
 
 
          La que hoy es ciudad de Santa Cruz de Tenerife tuvo su original emplazamiento en una ladera que desde la orilla del mar asciende en plano inclinado hacia la montaña. Su solar, resguardado de los vientos dominantes por el macizo de la cordillera de Anaga, estaba surcado por barrancos y barranqueras por los que casi todo el año discurría el agua de forma natural y suficiente para abastecer a sus primitivos pobladores. Pronto, al irse urbanizando el territorio y como consecuencia del aumento poblacional y la deforestación de sus bosques, comenzó a escasear el fundamental elemento imprescindible para la vida, y ello dio lugar a que durante largos años, incluso centurias, Santa Cruz padeciera auténtica sed.
 
          Desde muy temprano se comenzó a abrir pozos en la zona de Las Norias y en las proximidades del barranco de Santos, mientras que los vecinos más pudientes construyeron aljibes en sus huertas y patios para recoger las aguas llovedizas. Hasta 1706 no contó la población con una fuente pública abastecida por las aguas de Monte Aguirre, conducidas a la población por canales de madera en un trayecto de más de doce kilómetros. Pero ya era un lujo disponer de agua en el centro del caserío, en la fuente basáltica en forma de copón conocida como “la Pila”, que dio nombre a la plaza Real o del Castillo, hoy de la Candelaria.
 
          Ello dio origen al oficio de “aguadora”, al que se dedicaban mujeres de humilde condición que encontraron en el trabajo de acercar el agua a domicilios y ciudadanos una forma de ganarse limpiamente la vida a cambio de unos pocos maravedíes. Acostumbradas a cargar sobre sus cabezas cántaros y pequeñas barricas, dejaron constancia de sacrificio y patriotismo, cuando en julio de 1797 se ofrecieron voluntariamente a transportar agua y alimentos a las tropas destacadas en la Altura de Paso Alto para defender la Isla del ataque de la escuadra de Horacio Nelson. No hace falta mucha imaginación para entender el titánico esfuerzo que tuvo que representar el ascenso por la escabrosa ladera, a la vista de las lanchas y fuerzas enemigas, seguramente descalzas, cargadas hasta la extenuación y bajo un sol abrasador, mucho más cuando hay constancia de que dieron más de un viaje para abastecer a las tropas situadas en la Altura. La Tertulia Amigos del 25 de Julio ha querido reconocer el heroico proceder de aquellas mujeres dedicándoles un modesto homenaje en forma de hito recordatorio de su valor y patriotismo, en la Avenida de Anaga, cercano a la base de la montaña.
 
          Las aguadoras cumplían una función social fundamental dentro del precario confort al que entonces se podía aspirar. En los padrones de la época aparecen domiciliadas en barrios y calles de la población, en unión de todas las demás profesiones y oficios, lo que evidencia que eran consideradas como un gremio más, cuyo campo de acción era respetado. Tal era así que en 1802 el comandante general Josef Perlasca comunicó al alcalde Josef de Zárate que había prohibido a los individuos de la guarnición que ejercieran el oficio de aguadores para casas particulares.
 
          En 1835, bajo la alcaldía de Pedro Bernardo Forstall, se aprobó un reglamento del gremio de aguadoras. En el mismo se establecían normas para los turnos y días de la semana para coger el agua en las distintas fuentes y chorros públicos, tratando de evitar confrontaciones y desórdenes, que a veces eran inevitables.
 
          Años más tarde, en 1853, para paliar en parte la falta de aseo y mejorar su aspecto, se decidió comprarles vestimenta, siendo dos terceras partes de su importe por cuenta municipal y la otra tercera parte a cargo de las propias aguadoras, que debían satisfacerla con una pequeña cuota mensual. Pero el sistema no funcionó al no pagar las interesadas la parte que les correspondía, por lo que el alcalde Esteban Mandillo decidió eximirlas de tal obligación. Pero la corporación estaba tan escasa de reales como las propias aguadoras, y fue preciso pedir autorización al subgobernador de distrito para poder incluir en el presupuesto adicional que se estaba confeccionando la condonación de la deuda.
 
          Hoy, junto al “Chorro de Santo Domingo”, muy cerca del Teatro Guimerá, preside la oprobiosa sequedad de esta fuente histórica -una más- una escultura de Medín Martín que rinde homenaje al sufrido oficio de las aguadoras de Santa Cruz.
 
          No es fácil para el ciudadano actual llegar a entender plenamente la importante misión que aquellas humildes mujeres ejercieron en la sociedad de su tiempo.
 
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