El Puente de El Cabo “Debemos ser beligerantes ante las chapuzas” (Retales de la historia - 128)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 29 de septiembre de 2013).
“DEBEMOS SER BELIGERANTES ANTE LAS CHAPUZAS”
La frase que sirve de subtítulo a este Retal fue pronunciada no hace mucho tiempo, cuando todavía era presidente del Cabildo Insular de Tenerife, por don Ricardo Melchior. Y estoy totalmente de acuerdo con lo que ella significa como toque de atención que debe mantenernos alerta, a la vista de las que se han hecho en nuestro entorno, para tratar de evitar que se repitan. Es cierto que las realizadas en muchos casos no tienen fácil remedio, pero no por ello debemos renunciar a señalarlas.
Parece ser, según noticias de prensa, que ahora dicen los técnicos que el responsable de las inundaciones que se producen cerca de la desembocadura del barranco de Santos cuando llueve con intensidad es el centenario puente de El Cabo, que hoy presenta un estado lamentable. La verdad es que, históricamente, el viejo puente de madera que comunicó Santa Cruz con el resto de la Isla durante dos siglos y medio, resultaba frecuentemente destruido por las avenidas del barranco debido a la endeblez de los materiales empleados, y que alguna vez, sin muros de contención adecuados, las aguas desbordadas inundaban aquella zona. Cuando a partir de 1893 se instaló con estructura de hierro y se encauzó el barranco mejorando los paramentos, el riesgo disminuyó considerablemente, a menos de que las condiciones meteorológicas fueran de verdad excepcionalmente adversas.
Cualquier lego en la materia puede observar -basta comparar imágenes del puente y cauce de hoy con las de hace cien años o menos- que el verdadero problema estriba en la elevación que artificialmente se ha dado al lecho del cauce y al estrechamiento a que se ha sometido desde el puente Serrador aguas abajo. Lo que en sus tiempos fue poco más que una vereda en la margen izquierda, conocida como “Vera del Barranco”, hoy es una amplia calzada unidireccional, con aparcamientos en línea por el lado del barranco y, por si fuera poco, con acera peatonal en la que destaca una magnífica línea de flamboyanes. El desatino se completa, más abajo, con la baranda de hierro forjado en el tramo lateral de la iglesia de la Concepción, que facilita el acceso del agua hacia ella en cuanto el caudal rebase la obra de mampostería.
El estrechamiento del cauce ya fue denunciado por el arquitecto Antonio Pintor Ocete, a finales de la década de los veinte del pasado siglo, cuando se estaba construyendo el puente de la Avenida Marítima, lo que quiere decir que, a pesar de las chapuzas de las que algunos técnicos son responsables, afortunadamente hay otros que saben anteponer el sentido común, la observación y la lógica a los números y cálculos ingenieriles. Aunque de nada le valió.
No se dispone de datos seguros, pero el barranco de Santos debe ser el único del mundo cuyo cauce se estrecha al acercarse a su desembocadura, que es, precisa y lógicamente, donde se llega a acumular el mayor caudal de las aguas. Y, lógicamente, volverán a producirse desbordamientos. ¿Responde ello a cálculos técnicos o, simplemente estamos ante una gran chapuza? Sería una más de la colección que encabeza la presa de Los Campitos, la dársena de Los Llanos y, más recientemente, la remodelación, o más bien desfiguración, de la Plaza de España, entre otras de menor porte.
El viejo puente de El Cabo forma parte indisoluble de un conjunto histórico-patrimonial que configura una unidad urbanística perfectamente definida y consolidada, que abarca el barrio de Las Norias, la iglesia matriz y su plaza, el mismo puente y el antiguo Hospital de los Desamparados, hoy Museo de la Naturaleza y el Hombre. La importancia del puente como nexo de unión entre las partes que divide nuestro barranco por antonomasia la puso en evidencia el primer arquitecto del citado Hospital, Manuel de Oráa, cuando tuvo la sensibilidad de centrar el nuevo edificio a eje con el puente, haciendo coincidir con él la portada de acceso principal, cuando el solar de que disponía para el proyecto le hubiera permitido cualquier otra solución, puesto que llegaba hasta las proximidades de la ermita de San Sebastián.
Parece querer decirnos algunos que hoy resulta económicamente desmesurada la opción de devolver al cauce del barranco de Santos su anchura y luz de hace un siglo, lo que sería la auténtica solución, pues es dudoso que el simple hecho de eliminar el histórico puente de El Cabo permita resolver el problema, mientras se mantenga el estrechamiento del cauce y la elevación de su lecho.
Tiene razón don Ricardo: Hay que ser beligerantes ante las chapuzas. Y, como simple ciudadano contribuyente, me pregunto, ¿dónde están los responsables?
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