La Marina (Retales de la Historia - 125)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 8 de septiembre de 2013).
 
 
          Habitualmente se da el nombre de Marina a la franja costera de las poblaciones que da directamente al mar. Esta franja, a veces rocosa, a veces con playas más o menos aplaceradas, en muchas ocasiones acaba siendo urbanizada en forma de vía o paseo transitable, a modo de balconada junto a las olas. El primitivo Santa Cruz, como puede apreciarse en el primer plano de la población de Leonardo Torriani, de 1588, nada de ello tenía y presentaba un litoral casi virgen. Únicamente cabe destacar en él lo que constituyó la primera fachada marítima de la población formada por las casas, más o menos alineadas del lado de Poniente de la calle de la Caleta -actual General Gutiérrez-, que era el inicio del camino hacia el interior de la Isla. Si en dirección contraria seguíamos hacia el Norte encontrábamos la mole del castillo de San Cristóbal y, a continuación, simplemente nada. Tenemos que llegar al siglo XVII para que aparezcan las primeras construcciones que señalaban el límite urbano del primer tramo del camino hacia San Andrés. Y así nació la calle de la Marina.
 
          Los primeros trabajos de los que hay constancia en aquella zona son, como no podía ser menos, de índole defensiva a cargo de la guarnición, como fueron los realizados en 1620 por soldados pobres que construían trincheras y reforzaban la precaria muralla junto al mar, a los que se les pagaba 16 reales diarios que administraba el alcalde Agustín de Espinosa, con los que se les suministraba pan, vino, carne y pescado. Pero fue en el siglo siguiente, el XVIII, cuando la calle de la Marina tomó arraigo al asentarse en ella las más importantes familias de comerciantes y navieros. Uno de ellos fue el cónsul de Francia Esteban Porlier, cuyo hijo Juan Antonio, vendió en 49.000 reales dos casas contiguas que hacían esquina con la calle San José. Poco después, en 1756, son Amaro González de Mesa y su esposa los que venden al conocido comerciante Pedro Forstall una casa “alta y sobrada” frente a la batería de La Rosa, que luego fue de Matías del Castillo, en la que vivió de alquiler Francisco Escolar, y que sufriría incendio en 1848.
 
          En la misma calle se estableció, en 1766, la llamada Cárcel Vieja, que arruinó un temporal quince años después, y también en su tramo alto existió el Hospicio de San Agustín, del que sólo sobrevive la Cruz de su nombre. En la esquina con San Felipe Neri -hoy Emilio Calzadilla- vivió el general Perlasca, que sucedió al vencedor de Nelson, General Antonio Gutiérrez, casa que más tarde fue cuartel de Intendencia. En otra que había sido de Enrique Mac Karry, vivía en 1810 el general Ramón de Carvajal, que devolvió la propiedad de las aguas públicas, hasta entonces administradas por el ramo militar, al pueblo de Santa Cruz. Antes de finalizar esta centuria, el primer tramo de la calle se vio ennoblecido con la construcción de la Alameda construida por el marqués de Branciforte, cuyo alumbrado no se inauguraría hasta 1864.
 
          Aunque hasta el año 1816 se regalaban solares frente al castillo de San Pedro al que lo pedía, el primer tramo de la calle, desde la plaza de la Pila hasta el comienzo de la Marina Alta, ya estaba consolidado. Cinco años más tarde, según las estadísticas de la época, ya existían en este parte de la calle trece comercios al público y cinco años después, en 1823, se procedió al empedrado de la vía, que hasta entonces era de tierra. Entre el callejón de Boza y San Felipe Neri estuvo un primer teatro, llamado Teatro Viejo, con capacidad para 450 espectadores, en locales cedidos por Matos Azofra, que luego fue el Liceo Artístico y Literario. El teatro se inauguró el 25 de diciembre de 1835, con tres arañas de cristal de veintiséis velas cada una, prestadas por la familia Forstall. En él, según el escritor Luis Maffiotte, los cómicos aficionados “degollaban dramas y comedias una vez por semana”.
 
          La fuente de Isabel II se inauguró en 1845 y, poco después, se estuvo a punto de vender la Alameda para depósitos de carbón con el fin de agenciar fondos para la obra del teatro municipal. En la década de los setenta fue muy concurrido el Hotel Richardson, sede de una singular tertulia denominada “Curda Club”. En 1900 se estableció Correos en el número 9, con aportación del comercio de más de 3.000 pesetas. Ya en el siglo XIX se ensanchó la calle hasta la Cruz de San Agustín, se derribó la portada de la Alameda para ensanchar la entrada del muelle y se cambió el nombre de la calle por el de Eduardo Cobián, lo que afortunadamente no arraigó.
 
          Esta es, en apresuradas notas, la historia de una de las calles más representativas de nuestra capital, la de la Alameda, la de los populares “paragüitas”, bodegas y consignatarios. Una calle llena de vida.
 
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