Contrabando (Retales de la Historia - 123)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 25 de agosto de 2013).
 
 
          El siglo XVI de Santa Cruz, primero de su existencia, fue de consolidación del asentamiento entre escaseces, titubeos y amenazas. Se hacía necesario asegurar, en primer lugar, el tráfico de las subsistencias y suministros, pero también controlar las pocas de que se disponía. Desde 1513, en cabildo celebrado en la iglesia del mismo puerto, con asistencia del primer alcalde Bartolomé Fernández, se acordó poner guardas, tanto con motivo de la guerra con Francia, como para evitar la saca de los pocos géneros que en la tierra se producían y que eran fundamentales para la subsistencia de sus habitantes. Para ello se nombraron “guardas del puerto e de las cosas vedadas”.
 
          En unas islas que ofrecían tan pocas riquezas materiales, el primer tráfico comercial fue sin duda el de esclavos y el del ganado, pero cuando los colonos, lógicamente de acuerdo con sus hábitos de vida, intentaban la formación de una sociedad bajo el modelo renacentista europeo, la escasez de los más elementales medios acrecentaron la demanda con el consiguiente encarecimiento. Ello apenas afectaría a los guanches libres, que al principio en gran parte seguirían su ancestral modelo, como lo demuestra el primer intento de organización y reparto de los lugares de pastoreo, que tuvo lugar en el cabildo celebrado el 4 de agosto de 1503. Allí se señaló la formación de cinco cuadrillas de cabras en Anaga, entre las que se encontraban la de Lope de Salazar y las “de los guaches horros, asy de los que están en Anaga como de los que están fuera.” Es decir que, en contra de lo que algunos hablan, por las actas del Cabildo queda claro que dos lustros después de la llegada de los castellanos había guanches libres -horros- en Anaga y fuera de Anaga.
 
          Al ser Tenerife en los años de buenas lluvias la isla de mayor producción, y aunque hoy nos parezca insólito, no era mal negocio sacar clandestinamente grano, pan o harina con destino a las islas orientales, y si en algún caso se autorizaba era con la condición expresa de que el producto obtenido, fueran mercaderías o esclavos, se trajera obligatoriamente a este puerto. Con estas condiciones se concedió licencia a Marcos Pérez, en 1506, para sacar cien quintales de pan cocido y cincuenta fanegas de harina. Continuamente el Cabildo advertía a los guardas del puerto de Santa Cruz que extremasen la vigilancia y, como se señala en 1515, controlaran también a los mercaderes, pues se aprovechaban de que por allí llegaban “todos los mantenimientos que debe haber para el aproveimiento de la isla.”
 
          En ocasiones los mismos que debían vigilar incumplían o hacían dejación de su cometido, como ocurrió en 1531 con Luis de Lugo cuando se embarcó clandestinamente gran cantidad de trigo parta Lanzarote y fue acusado de que “lo disimuló o al menos no puso la diligencia que estaba obligado”, siendo sustituido por Luis de Mayorga, que a los regidores “les parescía persona fiable y se contentava con moderado salario.” Y tal vez era el “moderado salario” el motivo de todo, porque más tarde se  repuso a Lugo en el cargo con paga de 6.000 mrs. al año, para que, según se reconocía, no se viera obligado “a buscar de otra parte donde comiese o caso sacaría algún trigo o lo dexaría sacar.” Diez años después la situación no había cambiado y se destituyó al guarda Juan Prieto por falta de vigilancia en “el embarque de trigo hurtado y de noche.”
 
          Otro género de exportación clandestina era la madera. Lanzarote y Fuerteventura carecían prácticamente de ella y Gran Canaria ya estaba prácticamente desforestaba a los pocos años de su conquista, por lo que tanto la madera como la leña, era un apetecido producto. Cuando en 1511 Juan de Benavente pidió cien palos para hacerse una casa en Santa Cruz y se le dieron de acebiño, tuvo que acudir al Cabildo y jurar solemnemente que los utilizaría sólo para su casa y no para embarcar. En 1546 se dice que “se está embarcando para Canaria mucha madera desde Santa Cruz” y se ordena que se embargue la que se encuentre. No era fácil vigilar este contrabando pues por cualquier cala o playa se sacaba para las islas orientales, a pesar de las prohibiciones de que se acercaran de noche lanchas o barcos al valle de Salazar, Bufadero, Roque Bermejo, Taganana y otros lugares.
 
          Es curioso constatar que las prohibiciones se daban especialmente para sacar mercancías o suministros, puesto que para la entrada, ante la escasez o carencia de tantas cosas elementales era preferible, a veces necesario, “mirar para otro lado”. A menos de que interviniera la Inquisición, que en 1576 llegó a procesar al alguacil, al alcaide del castillo de San Cristóbal y al alcalde del Lugar y Puerto por haber dejado desembarcar géneros de un navío sin la visita del Santo Oficio. ¡Qué cosas!
 
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