Galcerán (Retales de la Historia - 122)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 18 de agosto de 2013).
 
 
          Cuando en 1776 el mariscal de campo marqués de Tabalosos, preocupado por el estado en que estaban los soldados enfermos en el cuartel de San Miguel, estableció el primer hospital Militar de Canarias en terrenos que hoy ocupa el palacio de la Capitanía General, aquella zona era un inmenso erial desolado. La construcción más cercana era el citado cuartel, hacia la embocadura de la actual calle de La X, instalado en una casona alquilada que la familia González de Mesa construyó sobre solar que había sido del comerciante y naviero Amaro Pargo, al poco tiempo de abrirse el puente Zurita en 1754. Por la calle del Castillo las casas apenas llegaban poco más arriba de la calle del Norte, prolongándose algunas ladera arriba por la calle de La Luz -Imeldo Serís-, por la de Las Canales -Ángel Guimerá- y la de la Consolación -Puerta Canseco-. La calle de La Luz se había convertido en la principal salida de la población al unirse con el polvoriento camino, único en toda aquella zona, que conducía al puente Zurita.
 
          Al otro lado del camino, frente al hospital militar, en 1859 el arquitecto Manuel de Oráa levantó una casa de fachada muy austera dentro del clasicismo romántico e interior de tipología tradicional canaria, que aunque en principio parece la destinaba a mesón terminó alquilando y posteriormente vendiendo al ramo militar para dedicarla a Maestranza de Artillería. La nueva construcción permitía la apertura de una calle de orientación N. S., que venía a ser paralela a otra recién abierta poco más arriba, ambas a la izquierda del camino a La Laguna. En junio de 1860 el alcalde José Luis de Miranda propuso los nombres de “calle Nueva” para la primera e “Iriarte” para la segunda. Este último ha perdurado hasta nuestros días, pero la otra pronto comenzó a conocerse como de la Maestranza. Era la época de la primera gran expansión de Santa Cruz, como lo atestigua que la Sociedad Constructora pidiera un plano que abarcara desde el Hospital Militar hasta la calle Santa Rita -Viera y Clavijo-, para construir 150 casas en un plazo de diez años.
 
          Pero ocurrió que la nueva calle de la Maestranza no conducía a sitio alguno, pues transcurridos seis años el Ayuntamiento reconocía que quedaba interrumpida por el muro de una huerta propiedad de Domingo Fariña. Era entonces alcalde accidental Juan García Álvarez, que comenzó a hacer gestiones para despejar el camino, para lo que había que expropiar el terreno necesario, negociación que se prolongó por diez años. Aunque parezca increíble dados los cortos recursos con que se contaba, en 1864 ya existía un proyecto para “establecer una nueva puente á inmediaciones de la nueva Maestranza de Artillería”. La idea sufrió algunas desviaciones al dudarse si había que hacer “la nueva puente” en la calle Iriarte o en la Alfaro, aceptándose finalmente el proyecto original, calle de la Maestranza, aunque no se hizo realidad hasta transcurridos más de sesenta años.
 
          En 1878 llegó el capitán general Valeriano Weyler Nicolau y sus iniciativas revolucionaron todo aquel entorno, con el derribo del Hospital Militar, construcción de uno nuevo y del Palacio de Capitanía en el solar resultante. Esto llevó consigo que comenzara a urbanizarse toda aquella zona, prolongándose la calle del Castillo, naciendo una hermosa alameda frente al Palacio, abriéndose la actual calle Méndez Núñez y propiciando nuevas construcciones.
 
          El 7 de febrero de 1879, dos días antes de que se diera el primer golpe de piqueta para el derribo del antiguo Hospital, en sesión presidida por el alcalde accidental Luis J. Duggi, se decidió por unanimidad declarar hijo adoptivo de la Capital al general Weyler, poner su nombre a la Alameda frontera al nuevo Palacio y, por último, variar el nombre de calle de la Maestranza por el de calle Galcerán, en recuerdo de uno de los hechas de armas más distinguidos del general Weyler. Como esta acción militar tuvo lugar en la fratricida guerra carlista, el Ayuntamiento en pleno se apresuró a aclarar: “sin que á esta conmemoración se atribuya la más leve significación política, puesto que tratándose de una acción de guerra entre hijos de una misma patria, no se conmemora el derramamiento de sangre entre españoles sino únicamente las cualidades del ilustre General que la dirigió.”
 
          Se evidencia así, una vez más, y de forma oficial, el espíritu liberal de este pueblo que distingue perfectamente entre las ideologías políticas y la praxis de los acontecimientos que las acompañan.
 
           Es de desear, al mismo tiempo, que los encargados de rotular algunos planos callejeros de la ciudad se enteren de una vez de que nunca existió un “General Galcerán”, puesto que la palabra corresponde a un topónimo y no al nombre de una persona.
 
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