Amigos del puerto (Puerto y puerta - 102)

Por Rafael Zurita Molina  (Publicado en el Diario de Avisos el 24 de marzo de 2013).

 

          Cumplía, con sumo gusto, el encargo de localizar un artículo publicado en el periódico La Tarde en el año 1948. No lo encontré; pero en el recorrido de forma pausada, por las páginas del tomo correspondiente, fueron unas cuantas horas descubriendo el paisaje informativo de aquel tiempo, que era el de mi infancia. 

          Algo más me detuve -porque lo copié- en un artículo editorial a dos columnas con el sugerente título "Amigos del puerto". Y, por creerlo vigente, algunas de sus líneas ocuparán este espacio en el Domingo de Ramos.

          "En comentario reciente hablamos de los hechos en que podía cimentarse el optimismo tinerfeño, colocando en lugar destacado el movimiento marítimo. Claro que eso no es todo, ni mucho menos, ya que no están muy lejanos los tiempos en que entraban diariamente en el puerto de la capital nueve o diez buques diarios de gran tonelaje.

          La actividad en la entrada y salida de buques no es todo; pero es algo y hasta pudiéramos decir que es mucho. Interesa sobremanera que se intensifique y aumente el tráfico marítimo, como elemento de vitalidad y creación de riqueza, y también por lo que refuerza nuestro optimismo. Porque no es la cifra estadística, más o menos fría o elocuente, sino la estampa viva y real, plena de oriflamas, perfiles y colorido, o mustia y exhausta, la que opera sobre nuestro temperamento y hace el oficio de un termómetro.

          No es cosa de pasiones, sino de serenidad y buen juicio. No habría necesidad, para lograr fines precisos, de echar nada a rodar ni de enturbiar el ambiente con lamentaciones. El asunto es saber lo que se quiere ordenar y disponer los medios que se vayan alegando de manera que éstos satisfagan aquella necesidad. Tener una política portuaria; pero tenerla todos a fuerza de profundizar y de razonar. No irse por las ramas ni en lo que se piense, sino ir con decisión y con premura a lo fundamental.

          Esa misma inquietud es la nuestra, la de muchos; pero es menester encauzarla, actuar siempre sabiendo donde pueden estar realmente los obstáculos y como puede desarrollarse una política de engrandecimiento y de atracción. El puerto debe ser siempre esa estampa de colorido y de vida que afirma y distiende, y, serenamente, exaltar nuestro optimismo”.

          Y, digo yo, que es tan malo decir que vivimos en un idílico país de las maravillas, como que todo lo que tenemos es un desastre. Lo peor no es que lo creamos nosotros, sino que se lo crean los que tienen la sana intención de visitarnos.

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