Retal número 100, para el que quiera entender (Retales de la Historia - 100)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 17 de marzo de 2013).

 

          Falta poco, apenas un mes, para que se cumplan dos años desde que se inició esta serie de Retales, que hoy llega al centenar, con la limpia intención de divulgar  aspectos de la historia de nuestra ciudad y acercar al alcance de todos las razones del por qué somos como somos. Conocer la historia, grande o pequeña, y la actuación de los que nos precedieron, es la única manera de entendernos nosotros mismos.

          La casa común que nos acoge y en la que vivimos, nuestra ciudad, no ha llegado a ser lo que es por generación espontánea ni por el devenir natural de unos acontecimientos que, sin más, hayan desembocado en lo que hoy es. Detrás de cada  hecho o detalle de la realidad actual hay intenciones, ideas, aciertos o errores y esfuerzo, con nombres y apellidos, que lo hicieron posible y que en su conjunto constituye el legado que hemos recibido.

          Este legado es el más importante patrimonio que poseemos como ciudadanos, con su entramado de aspectos positivos o negativos, y estamos obligados como seres libres y racionales que sentimos la natural ansia de mejorar nuestro entorno, a preservarlo y a tratar de avanzar hacia la utópica excelencia en todo lo que esté a nuestro alcance. Seguro que no siempre será posible, pero hay que intentarlo denodadamente, pues se trata de nuestro hogar común, en el que vivimos, trabajamos o nos recreamos. Obvio es decir que este afán ha de ser liderado por los máximos responsables de la cosa pública con su ejemplo y dedicación, sin escatimar esfuerzos en recordarlo a los ciudadanos cuantas veces sea preciso o conveniente. Y entre los responsables de lo público hay que incluir también a los que ejercen la enseñanza, pues su labor de inculcar el respeto al legado recibido es siempre fundamental. Es en la escuela donde debe sembrarse la semilla de estos valores para que con el tiempo se obtenga la deseada cosecha.

          En la conservación del patrimonio de Santa Cruz se observan todavía muchas lagunas. Queda mucho por hacer. En los tiempos de recursos constreñidos que nos ha tocado vivir tal vez habría que, si no olvidar, aplazar los grandes proyectos cuyo costo superaría hoy las posibilidades de financiación. Y siendo cierto que no hay mal que por bien no venga, hay un sinnúmero de actuaciones de corto presupuesto que pueden realizarse, sin prisas pero sin pausas, en la variopinta geografía urbana, que aunque individualmente no posean el marchamo de obras inmensurables, contribuirían en su conjunto y de forma sorprendente a mejorar el aspecto de lugares, plazas, rincones, hoy desatendidos, poniendo en valor y haciendo más agradable y atrayente el entorno, no sólo a los vecinos, sino también a los que nos visitan cada vez en mayor número.

          Pero la ciudad no consiste sólo en lo que está a la vista, en lo que vemos, tocamos y utilizamos como usufructuarios de ella, a pesar del inapreciable valor que estos elementos indudablemente representan como fondo e imprescindible escenario de nuestro devenir cotidiano y que contribuyen a identificarla. Hay algo más.

          Todo lo que en la ciudad trasunta nuestra retina y se nos presenta con su materialidad física acumulándose en el almacén de las vivencias, es consecuencia de un proceso de proyectos, decisiones y pensamientos, a veces sólo esbozados o limitados por la disponibilidad de recursos, pero siempre respondiendo a intenciones determinadas. Es el resultado de lo que se ha querido, o podido, de lo que se ha pensado para la casa de todos. Y en todo ello, al aplicarlo a actuaciones concretas, destaca, quiérase o no, el reflejo de una forma de ser. De nuestra idiosincrasia como pueblo.

          Esta “forma de ser”, esta manera de sentir, de respirar la ciudad, que no siempre alcanza la simbiosis adecuada, también es parte del legado recibido de los que nos precedieron, de los que la usaron, pensaron y proyectaron hacia un destino común del que somos herederos y del que forzosamente somos continuadores.

          Esta serie de Retales de la Historia, navegando entre el rigor de los datos históricos y las anécdotas más o menos curiosas, intenta con sencillez acercarnos a estos valores del acervo común, de los que muchas veces, tal vez las más, no siempre somos conscientes. Alguien ha insinuado que en ellos parece que se destacan carencias y dificultades, pero es que así era el panorama en que se desenvolvía el Lugar y Puerto, la Villa y por fin la Ciudad.

          Ningún mensaje más positivo y optimista puede darse que el hecho de que se hayan superado las situaciones adversas y que hoy hayamos llegado hasta aquí, gracias a un espíritu, a una forma de ser, que también es parte de un patrimonio del que, sin caer en autocomplacencias trasnochadas,  podemos y debemos sentirnos orgullosos.

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