1788. Escala de la HMS Bounty en Tenerife

Por Juan Carlos Monteverde (Monty) (Publicado en El Día el 18 de agosto de 2012).

Este artículo mereció el Premio de Periodismo General Gutiérrez del año 2012.

 

 

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 Versión original de la HMS Bounty, recreada en un cuadro de la época


           A largo de los siglos y desde que existen testimonios escritos, las Islas Canarias fueron, son y serán encrucijada de las incontables rutas y destinos que median entre los distintos continentes, teniendo como puente de enlace obligado la inmensidad oceánica del Atlántico. De este modo y ciñéndonos al último tercio del siglo XVIII, el puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife era el de mayor tráfico marítimo del archipiélago. Y como tal era considerado para la estadía y descanso obligado de las numerosas flotas europeas, tanto de carácter comercial como científico o de guerra, que anclaban sus naves por un tiempo para tomar aguada y aprovisionarse de alimentos frescos y pertrechos, así como para efectuar reparaciones de las posibles averías originadas en navegación durante las largas travesías. De esta manera eran frecuentes las señales de los vigías de Anaga, anunciando la presencia de velas que llegaban arrumbando a la bahía santacrucera. Velas que traían consigo todo un bagaje conformado o por conformar de aventuras y hechos bélicos que han ido tejiendo el lienzo de la historia acontecida, y en la que Tenerife, a su modo, ha interpretado un papel preponderante por su ya reiterada condición de encrucijada del Atlántico. Unas veces, hospitalaria y amiga, y otras tantas, defensora heroica de su libertad, rechazando las sucesivas intentonas de conquista, perpetradas por destacados corsarios o renombrados marinos como Blake, Jennigns y Nelson.

Arribada y escala

          Así pues, el 4 de enero de 1788, doce días más tarde de la partida de Inglaterra de la expedición que citaremos a continuación, un centinela apostado junto al mástil de señales del castillo de San Cristóbal interpretó las señales del vigía situado en la montaña de La Altura e izó la bandera de aviso de la inmediata llegada de una nave que arrumbaba al fondeadero cercano al puerto. En esta ocasión se trataba de una fragata ligera que enarbolaba la inconfundible enseña británica. Lentamente, arriadas las velas principales y valiéndose solamente de los foques, la embarcación se situó frente al litoral de la playa de San Antonio, dando de inmediato fondo al ancla hasta quedar finalmente afirmada, después de haber tomado también las marcaciones con la costa para así vigilar cualquier abatimiento o deriva fortuitos de la nave por la acción del viento o la corriente. La mencionada fragata, denominada Bounty, que había zarpado el 23 de diciembre de 1787 del puerto de Spithead, había sido anteriormente un carguero de 215 toneladas y de 27 metros de eslora construido en 1783, bautizado con el nombre de  Bethia hasta que en 1787 fue comprado por la Armada y readaptado como invernadero flotante para ser enviado a buscar una partida de plantas del denominado “fruto del pan”, que crecía en abundancia en el lejano archipiélago de Tahití, en aguas del océano Pacífico. El objetivo de ello era  aclimatarlas primero para luego trasplantarlas en sus posesiones coloniales de las Antillas en el mar Caribe, con la finalidad de conseguir un alimento nutritivo y barato para saciar a sus abundantes colonias de esclavos.

          Al mando de la nave, aceptando el reto de la Real Society of London, que había ofrecido un premio para quien lograra el objetivo botánico, figuraba el teniente de navío William Bligh. Un ilustrado de 33 años de edad, marino de probada experiencia y eficacia, que contaba con el mérito de haber acompañado al legendario James Cook en el tercero (1776) de los tres grandes viajes de exploración al Pacífico, que emprendió a lo largo de su vida, antes de caer asesinado por los propios nativos en una inesperada escaramuza en una playa de Tahití. Para el joven capitán, por el hecho de haber secundado a Cook en la anterior estadía a bordo del Resolution, la bahía y plaza santacrucera le suponían un reencuentro con una vieja conocida. Por ello no dudó en enviar a su segundo de a bordo, Fletcher Christian, a presentar sus respetos a  las autoridades y solicitar el oportuno permiso para desembarcar y avituallar posteriormente el barco. Figuraban también en la expedición, compuesta por 44 tripulantes, el botánico David Nelson y su ayudante William Brown, recomendados ambos por Joseph Banks, antiguo expedicionario de Cook y actual presidente de la mencionada real entidad.
            

 

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 Retrato de William Bligh, aún con rango de capitán

  

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Retrato de Fletcher Christian, del que existen aún descendientes en la isla de Pitcairn

          Gestionados y obtenidos los permisos del gobernador de la Plaza, William Bligh recibió a bordo al capitán del Puerto y a un grupo de oficiales enviados por la autoridad a darle la bienvenida. Cortesía que devolvió de inmediato el  propio marino, nada más poner pie en tierra.

El aprovisionamiento

          Al día siguiente, segundo de su estancia en Tenerife, se comenzó a gestionar el tema del aprovisionamiento con la firma Cólogan e Hijos; también el gobernador concedió permiso al botánico David Nelson para salir de excursión y herborizar por los todas las montañas inmediatas a la ciudad. En cuanto a la especificación de las compras y para su traslado a bordo, dadas las malas condiciones de la marejada reinante, se estipuló un precio de 5 chelines por tonelada de carga transportada en las barcazas. Refiriéndose a la calidad del vino, Bligh describe en el diario uno de buena clase a diez libras la pipa y también señala el precio de otro de calidad superior a 15 libras, que no tiene nada que envidiar a los mejores de Madeira que se encuentran en Londres. Respecto a los productos de la huerta menciona las cosechas desfavorables debido al hecho de encontrarse en invierno y la escasez de maíz, patatas, calabazas y cebollas, al doble de precio que en temporada estival.

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Elizabeth Betham, esposa de William Bligh, fallecida en 1815

  

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Sir Joseph Bank, protector de William Bligh

          También escribe sobre la dificultad para conseguir carne de vacuno de mediana calidad, a seis peniques la libra, mientras que el maíz le supone tres dólares corrientes por fanega (cinco chelines) y las galletas a veinticinco chelines por cada cien libras. Escasas también son las aves de corral, tanto que conseguir un buen pollo equivale a desembolsar tres chelines.

          Estas incidencias, que denotan la escasez de productos y su sobrecoste, le hacen concluir a Bligh que el puerto no es apropiado para hacer provisiones durante la temporada invernal. Sí lo es, en cambio, para la compra de vino que elogia con rotundidad dada su calidad y precio. Otra cuestión que señala es la imposibilidad de adquirir frutas frescas, más obtenibles  en verano. Finalmente, sólo consigue una partida de higos secos, algunas naranjas de mediocre calidad y, por fortuna, bastantes limones, siendo estos últimos los que le servirán para evitar el escorbuto en la tripulación (originado por la carencia de vitamina C). Una medida preventiva aprendida de las acciones realizadas por el capitán Cook en sus anteriores expediciones, si bien por el momento solo se sabía que evitaba la propagación del mal pero no la causa de su origen.

          De todas estas apreciaciones que hace el capitán Bligh en su diario, existe constancia de la facturación en los archivos Zárate Cólogan, que detallan en el conocimiento de embarque varias facturas del acopio de 865 galones de vino. Notas que se remiten también a Sir Joseph Banks para que sean incluidas en la contabilidad de la Royal Society. En ellas se especifica la transacción comercial con la empresa Cólogan e Hijos, remitida por Tomás Cólogan Valois a Londres  Esta sociedad familiar poseía en aquellos años oficina propia en dicha ciudad. Incluso un hermano de Tomás, llamado Juan, tenía trato directo con el propio Banks, al cual facilitaba ayuda directa en asuntos relacionados con temas botánicos.

Origen y visita al hospicio de San Carlos

          Sin salirnos del relato de la estancia de la HMS Bounty en aguas tinerfeñas y de las valoraciones reflejadas en el diario por el propio capitán Bligh, conviene que hagamos un paréntesis previo para explicar las motivaciones que dieron origen a la creación del hospicio de San Carlos.

           A finales del siglo XVIII existía un cierto grado de prosperidad en el puerto santacrucero, debido principalmente al comercio marítimo. En la aún Plaza Fuerte residía una serie de comerciantes de origen extranjero, principalmente irlandés, que se enriquecía largamente con el negocio de exportación e importación de mercancías de toda índole, conformando un núcleo acomodado que comenzó a destacar muy por encima del estatus de una incipiente burguesía aún por consolidar. Mas todo ello contrastaba con la terrible miseria y pobreza de una gran parte de la población de la Isla, así como de las del resto del Archipiélago. Siendo Tenerife la mayor y más próspera, empezó a recibir oleadas de pobres venidos de las otras islas huyendo de la  gran hambruna que padecían. Se dio la circunstancia de que coincidiendo con las malas cosechas, los naturales de algunas de las islas más orientales las dejaron en 1721 prácticamente desiertas. En Gran Canaria murieron más de 7.000 personas y unos 3.000 refugiados fueron trasladados a Tenerife. De forma que un pueblo como El Sauzal se vio obligado a dar abrigo y alimento a 600 de ellos. En Fuerteventura apenas quedaban 4.200 personas, de las que sólo 250 podían mantenerse con sus propios medios. El propio comandante general, Juan de Mur, se vio precisado a vaciar las arcas de las contribuciones para repartir ayudas que se elevaron a 30.000 pesos. Pero todo aquello era sólo un paliativo para una enfermedad con visos de irremediable. Buscando la solución, el Cabildo tinerfeño propuso formar con los refugiados un regimiento de infantería o solicitar licencia real para enviarlos a América, como finalmente sucedió. De este modo en 1723 se autorizó el embarque de 200 familias a la provincia mexicana de Campeche, para luego enviarlas desde allí a poblar el territorio de Texas.

          Otra cosecha posterior, también infausta, condenó en 1771 a los habitantes de Lanzarote a comer burros y gatos, al tiempo que el barril de agua suponía un costo de tres reales. También de Fuerteventura se van en masa  huyendo del hambre, tanto que “parecen por las calles y caminos difuntos andando”. A causa de todo ello, el comandante general Miguel López Fernández de Heredia los ayudó a trasladarse a Tenerife, como en etapas anteriores, originando un caos y una masificación tal que se tuvieron que tomar medidas de racionamiento y establecer listas nominales para la identificación de los necesitados. Ni que decir tampoco de las islas de La Palma, La Gomera y el Hierro, “que subsisten a base de helechos, hojas o pencas del higo chumbo y de otros frutos groseros y repugnantes”.

          Todas estas penosas carencias de la mayoría de la población tinerfeña, incrementadas por las oleadas venidas del resto de las Islas, obligan al Cabildo a analizar la situación de Tenerife, llegando a la conclusión que uno de los factores causantes  de la miseria es la caída del precio de los vinos en los mercados del Norte europeo, y de la propia emigración que años anteriores se había estimulado creando una escasez de brazos y, por tanto, de mano de obra. Con estas premisas y la escasez de recursos, los vecinos más acomodados de Santa Cruz conforman una Junta de Caridad en la que se obliga a pagar una cotización para el sustento de los pobres. También se habilitan casas particulares del lugar para servir de asilo, asegurando cama y comida para los necesitados en tiempos de escasez, llegando el número de estos a 1.400, lo que representaba la quinta parte del total de los habitantes de la ciudad, falleciendo muchos de ellos en dichas casas de acogida.

           Todas estas vicisitudes en la búsqueda de soluciones, incluso después de duros enfrentamientos entre las autoridades políticas y eclesiásticas, desembocaron en el proyecto de creación de un hospital de misericordia, que en el caso de Tenerife se denominó hospicio de San Carlos, que fue fundado e inaugurado con “manu militari” por el comandante general marqués de Branciforte.  Para ello se nombraron comisiones y se buscaron recursos, erigiéndose finalmente el edificio en un solar cedido por José Carta, terreno donde hoy sobrevive la fachada del desaparecido cuartel de San Carlos. En él se crearon talleres de formación y producción para los propios acogidos, llegando a elaborar y exportar a las Indias en el año de 1789 más de 3.500 pares de medias, que arrojaron un beneficio de 32.500 reales. Aunque hay que resaltar que la materia prima eran donada por lo comerciantes de Santa Cruz, y con las limosnas y donaciones se sufragaban los gastos de alimentación. Con todo, la institución representaba un esfuerzo sumamente loable.

          Esta fundación caritativa ejemplar, prácticamente inaugurada poco antes de que el capitán Bligh efectuara su escala previa a la aventura de una expedición que lo haría luego sobradamente famoso (de la que fue protagonista y víctima de rebelión de parte de su tripulación en aguas del Pacífico), fue extensamente relatada también en su diario. En donde añadió sus impresiones personales derivadas de la visita que allí realizó invitado por su anfitrión y creador, el marqués de Branciforte. De su recorrido por  las instalaciones del hospicio, da cuenta de la pulcra vestimenta y buen aspecto físico de las mujeres y niñas acogidas, así como su coordinación en torno a ruecas y telares, auxiliadas por una institutriz que las tutelaba y les enseñaba a realizar las labores artesanales de fabricación de ropas de abrigo y cintas de colores, partiendo de la elaboración del lino y la seda, logrando incluso el teñido de las propias prendas. El tiempo de estancia de las acogidas, de acuerdo con los estatutos, se limitaba a una permanencia de cinco años, al cabo de los cuales se podían casar o independizar ejerciendo el oficio aprendido. En cuanto a los hombres y los niños, eran empleados en los trabajos más laboriosos, como el blanqueo de prendas confeccionadas con lana común. En el caso de enfermar, recibían toda clase de ayudas y cuidados hasta el resto de sus días, contando también con la visita de un inspector que los ayudaba de la misma manera que la institutriz lo hacía con las chicas. Todos ellos eran visitados a diario por el propio marqués de Branciforte, mientras que un clérigo los asistía por la noche. “Gracias a esta humana institución -escribe Bligh-, un buen número de personas se vuelven útiles y laboriosas en un país donde los pobres, por la indulgencia del clima, son demasiado propensos a preferir una vida de inactividad.”

Descripción de Santa Cruz y sus epidemias

          No para aquí el capitán Bligh de narrar las impresiones de su estancia en Santa Cruz, población que describe ”como de un kilómetro de extensión en cada sentido, construida de forma regular con casas generalmente amplias y aireadas, pero con unas calles muy mal pavimentadas”. Y luego añade: “Me han dicho que están sometidos a algunas enfermedades, pero que los ataques de epidemia de moquillo son los que traen consecuencias más fatales, especialmente los de viruela, que ahora tratan de contrarrestar mediante la inoculación. Por esta razón son muy perspicaces admitiendo sólo a buques que dispongan de un certificado sanitario”. En referencia a esto último, menciona que tiene que mediar ante el gobernador para que conceda el permiso de avituallamiento a la corbeta inglesa The Chance, al mando del capitán William Meredith y proveniente de Londres. Al carecer de certificado sanitario, el gobernador le niega el permiso a dicha tripulación para bajar a tierra. Y sólo se lo otorga finalmente apoyado por la declaración jurada del mismo Bligh, de que sus compatriotas no padecen ningún síntoma de la epidemia que asolaba la ciudad inglesa a la salida del barco. Debemos señalar, citando el caso y ejemplo de una epidemia de viruelas, la ocurrida ese mismo año días después de la estancia de la HMS Bounty. Durante ella y traída por un barco procedente de Mogador, se produjo un brote tan preocupante que el alcalde de Santa Cruz escribió el 4 de febrero de 1788 al corregidor solicitando licencia para hacer procesión y rogativas en la ermita de San Sebastián. Santo elegido como abogado defensor contra dicha enfermedad.

          Se deduce finalmente, a juzgar por todo lo escrito referente al trato personal entre el marqués de Branciforte y el propio William Bligh, que su relación fue mucho más cordial que un mero ejercicio de cortesía.

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William Bligh es expulsado con sus seguidores de la HMS Bounty (National Maritime Museum)

   

Fin de la estadía y continuación del viaje

          Concluida la estancia de seis días,  con las operaciones de reparación y avituallamiento realizadas, se prosiguió el viaje el jueves 10 de enero. Levando anclas y soltando amarras de su fondeadero, y  navegando con viento sureste, el barco se encontraba en inmejorable estado óptimo disponiendo de pertrechos, alimentos y toda clase de bebidas estimulantes. Con la finalidad de buscar un mejor rendimiento de la tripulación, el capitán dividió en tres turnos las labores de a bordo; de manera que trabajando en periodos de cuatro horas disponían de ocho de descanso para reponer fuerzas. Una medida que suponía hacer una interpretación personal de los reglamentos de turnos de trabajo establecidos por la Royal Navy; modificaciones estas que favorecerán la conservación de la salud de los embarcados. Refiriéndonos a estas normas singulares ordenadas por Bligh, se da la paradoja de llevar enrolado un violinista para incitar a bailar y distraer a la tripulación libre de servicio y, de paso, para ejercitar sus músculos. Una pauta que reflejaba la  preocupación constante del capitán por la salud, al considerar por experiencia propia las muchas dificultades que entrañaba un viaje de tan larga duración. Respecto a la disciplina practicada a bordo, al contrario de las muchas leyendas negras que se han sembrado por la inventiva sobre las versiones cinematográficas del origen famoso motín, no se registraba excesivo trato vejatorio contra la tripulación. Únicamente se tiene constancia, por las anotaciones en el diario de navegación del 9 de marzo de 1788, de una tanda de latigazos propinados a un marinero subversivo: “A causa de una queja que me presentó el primer oficial, consideré necesario castigar a Matthew Quintal, uno de los marineros, con dos docenas de latigazos, por insolencia y conducta rebelde. Antes de esto, no había tenido ocasión de castigar a ninguna persona de a bordo”.

           Después de sufrir violentas tempestades al intentar pasar el cabo de Hornos, el capitán Bligh se vio obligado a dar la vuelta y optar por la ruta más larga hacia el este, doblando el cabo de Buena Esperanza y pasando por el sur de Australia. Llegando finalmente a la bahía de Matavai, en Tahití, el 26 de octubre de 1788, diez meses después de su salida de Inglaterra y estancia en Santa Cruz de Tenerife.

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Otra versión en color del abandono de Bligh y sus hombres

          

Historial de William Bligh

          Aunque esta parte de la narración se sale del papel preponderante de la escala en Canarias, en este caso en Tenerife, nos sentimos obligados a trazar, siquiera someramente, los rasgos personales de la hoja de servicios de William Bligh y el incidente del famoso motín en que se vio implicado a su regreso de Tahití, con el barco repleto de esquejes del fruto del pan.

          Amparado por la noche, navegando cerca de la isla de Tonga, el segundo oficial Fletcher Christian y varios amotinados encañonaron y maniataron al capitán conminándolo a la rendición. También se hizo lo mismo con la parte de la tripulación que le era fiel, tomando inmediatamente el mando de la nave y abandonándolos luego en un pequeño bote de siete metros de eslora aparejado con remos y una vela, otorgándoles también algunas herramientas, escasos alimentos, un barril de agua potable y sin cartas de navegación. Cediéndoles las tablas náuticas, un sextante y un reloj del propio Christian, para darles así alguna posibilidad de salvación de un destino incierto con escasas posibilidades de supervivencia. Sin embargo, contrariamente al final previsto, el capitán realizó una auténtica hazaña de navegación recorriendo 3.618 millas (más de 6.500 km) hasta arribar sanos y salvos a la isla de Timor después de cuarenta y un días de dura travesía. Durante el trayecto solo perdió un hombre a consecuencia de un enfrentamiento con nativos hostiles en la isla de Tofoa, a la que arribaron para intentar recoger agua y víveres.

          Vuelto a Inglaterra, fue sometido en 1790 a un consejo de guerra del que quedó totalmente exonerado y reincorporado al mando de otro barco, con el que realizó un segundo viaje de recolección de plantas del pan a Tahití. Misión que cumplió sobradamente con éxito, mientras que la estela de los amotinados se fue diluyendo en la perdida isla de Pitcairn, situada al oeste de la isla de Tubuai y mal cartografiada por error en los mapas de la época.

          Retornado a la vida militar y al margen de algunos otros incidentes posteriores, señal evidente de su difícil carácter en el ejercicio del mando, su hoja de servicios nos revelaría una trayectoria bastante aceptable hasta el día de su fallecimiento, en Bond Street, Londres, el 6 de diciembre de 1817, siendo enterrado en una parcela familiar en la iglesia de Santa María.  Hoy en día, este lugar se ha convertido en el Museo de Historia del Jardín, y en su tumba figura un árbol del pan y una leyenda que ensalza sus logros al servicio de la patria.

 

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Reproducción de la HMS Bounty, creada en 1962 para el rodaje del film "Rebelión a bordo"

          Nacido William Bligh el 9 de septiembre de 1754 en la pequeña ciudad de San Tudy (Cornualles), firmó su compromiso en la misma con la Royal Navy en 1761, a la edad de 7 años. Una práctica común entre los jóvenes aspirantes para acumular todos los años de servicio requeridos para una rápida promoción. En 1770, con 16 años, se enroló en el HMS Hunter como marinero preferente. Posteriormente, lo haría a principios del año siguiente ya como guardiamarina, siendo trasferido al HMS Crescent, en donde permaneció por espacio de tres años. Seleccionado posteriormente por James Cook como navegante, lo acompañaría en el HMS Resolution en su tercera expedición al Pacífico (1776), con quien visitaría por primera vez el puerto santacrucero.

          Casado en febrero de 1781 a los 26 años con Elizabeth Betham, hija de un recaudador de aduanas destinado en la isla de Man, fue nombrado pocos días después para servir como piloto de navegación en el HMS Belle Poule. Meses más tarde luchó a las órdenes del almirante Parker en la batalla de Dogger Bank. En los siguientes dieciocho meses fue teniente en varios barcos. También combatió con Lord Howe defendiendo Gibraltar en 1782. Entre los años 1783 y 1787 ejerció como capitán de la marina mercante hasta que volvió a reincorporarse a la Armada, donde fue seleccionado para el cargo de comandante de la HMS Bounty, asumiendo así la complicada expedición y el célebre e inesperado motín. En años posteriores mandaría varios barcos, ya con rango de capitán de navío, participando en octubre de 1797 en la batalla de Camperdown bajo las órdenes del almirante Nelson y contra la flota holandesa de De Winter; enfrentándose durante la batalla, al mando del HMS Director, de sesenta y cuatro cañones, contra tres navíos holandeses, el Haarlem, el Alkmaar y el Vrijheid.  Posteriormente, en 1801, sería felicitado por el propio Nelson por su acción en la batalla de Copenhague a bordo del  HMS Glatton, artillado solamente de forma experimental con carronadas.

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Retrato del vicealmirante William Bligh en 1814, tres años antes de su muerte

          En 1805 fue ascendido a comodoro y promocionado por su protector, Sir Joseph Bank, para ser nombrado gobernador de Nueva Gales del Sur. Pero su talante rígido y su exigencia de cobro de tributos por las mercancías y la prohibición del consumo de alcohol lo enfrentó con los terratenientes más ricos del lugar, que organizaron el “motín del ron” y finalmente lograron deponerlo confinándolo por espacio de dieciocho meses en el HMS Porpoise en calidad de prisionero, hasta que retornó de nuevo a Inglaterra y fue nombrado en 1810 contralmirante de la Azul. Finalmente, ya en los últimos años de su vida, fue ascendido al rango de vicealmirante, aunque el Almirantazgo se cuidó mucho de otorgarle ningún otro mando naval ni destino político, para que no protagonizara nuevas complicaciones. Conflictos que no le fueron ajenos a lo largo de toda su vida marinera, en donde contabilizó otros motines como el de Spithead (abril de 1797) y el del fondeadero de Nore (mayo de 1797). Descubriendo en este último su apodo entre la marinería, que no era otro que el de “Bounty´s bastard” (el hijo de puta de la Bounty). Incidentes a los que habría que añadir el más conocido motín de la HMS Bounty, llevado al cine en cinco ocasiones y protagonizado por actores como Errol Flynn, Charles Laughton, Clark Gable, Trevord Howard, Marlon Brando, Mel Gibson y Anthony Hopkins.

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La Bounty en el puerto de Santa Cruz de Tenerife el 30 de diciembre de 2007

 

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La Bounty en el puerto de Santa Cruz de Tenerife en los primeros miutos del año 2008

 

Nota añadida

          La reproducción de la Bounty  construída en 1962, se hundió el pasado 30 de noviembre de 2012 frente a las costas de Carolina del Norte, en las inmediaciones del cabo Hatteras. Al parecer desoyeron la alerta meteorológica y fueron engullidos por el huracán Sandy. De los 16 tripulantes, pereció una mujer por enfriamiento y el capitán, que continúa desaparecido.

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Bibliografía

Alejandro Cionarescu, Historia de Santa Cruz.
Nicolás González Lemus, Canarias vista por los europeos en el siglo XVIII.
Carlos Cummings, El árbol del pan y el motín de la Bounty.
“El motín del HMS Bounty”, recopilado de Wikipedia por Oswaldo Sidoli.
G. Mackaness, La vida del vicealmirante William Bligh , 2 ª ed (Syd, 1951).
Caroline Alexander, The Bounty: The True Story of the Mutiny on the Bounty (2003).
William Bligh, A voyage to the South Sea, (Londres, 1790).

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